¿Hemos hecho la obra de nuestro Dios con nuestros propios métodos? ¿Hemos usado cosas que son una traición para el Señor?

Es cierto que no le pondríamos su nombre a nuestro hijo. Probablemente ni siquiera a nuestro perro. Sin embargo, Jesús le llamó amigo. Le dijo: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mat. 26:50). Y Jesús se lo dijo en serio. No le dijo amigo con ironía, ni mucho menos fingiendo. Judas era amigo de Jesús. Al parecer tenía una personalidad agradable y el don de ganar amigos. Lo que sí sabemos es que era admirado y respetado por sus condiscípulos. Es posible que durante tres años y medio también nosotros nos habríamos sentido orgullosos de ser sus amigos.

Hay quienes consideran a Judas como un demonio que se introdujo en el círculo íntimo de los discípulos. Y el aborrecimiento y el prejuicio que le han seguido a través de los siglos les impiden ver el verdadero carácter de este hombre y el propósito divino al dejar un registro tan amplio de su vida: servir de advertencia a quienes traicionan cometidos sagrados.

Pero nosotros deberíamos considerar que nunca lo comprenderemos a menos que lo miremos a través de los ojos de Jesús.[1]¿Quién era este hombre, amigo de Jesús?

Un hombre como nosotros

Judas era hijo de Simón (Juan 6:71). Juan lo distingue cuidadosamente del otro Judas que era hermano de Jacobo (Juan 14:22; Luc. 6:16). El sobrenombre Iscariote (Ishqueriyoth, “hombre de Kirioth”) indica que provenía de Kirioth, una ciudad de Judea situada entre Beer-seba y el mar Muerto. Era nativo de Judea y, por lo tanto, el único de los doce que no era galileo.

Además, pertenecía a una clase social diferente, más elevada y más educada. Era escriba[2] (Mat. 8:19, 20), es decir, maestro oficial de la ley y de la tradición y por lo tanto, miembro de aquella distinguida casta que después del cautiverio heredó la función que antes habían desempeñado los profetas, de educar al pueblo. Se cree que tenía amigos influyentes en Jerusalén y que conocía personalmente a Caifás y otros dignatarios.[3] Es posible que a causa de esto siempre estuviera un poco fuera de ambiente y que no pudiera integrarse plenamente al grupo de los doce. Durante todo su discipulado debe de haber sido un hombre solitario.

Los otros discípulos anhelaban que Judas llegara a ser uno de ellos[4] y lo amaron y confiaron en él hasta el fin. No creemos que fuera esencialmente malo ni mucho menos un demonio. Tenía defectos graves, como todos sus condiscípulos[5], que podían y debían corregirse al asociarse con Jesús.

De hecho, Judas “creía que Jesús era el Mesías’’[6]“sentía la influencia del carácter de Jesús, amaba al divino maestro y ansiaba estar con él”[7]“sintió un deseo de ser transformado en su carácter y en su vida, y esperó obtenerlo relacionándose con Jesús”[8] “tenía algunos preciosos rasgos de carácter que podrían haber hecho de él una bendición” y “podría haberse contado entre los grandes apóstoles”.[9]

Jesús no lo llamó al discipulado, pero no lo rechazó. Tenía propósitos de misericordia, por lo cual le dio autoridad apostólica, el privilegio de predicar el Evangelio y el poder de obrar milagros. Fue un ministro del Evangelio y un dirigente que mantuvo la confianza de sus compañeros hasta el final. Cuando Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo que uno de vosotros me ha de entregar” (Juan 13:21), ninguno sospechó de Judas. Más bien dijeron: “¿Soy yo, maestro?” (Mat. 26:22).

No, Judas no era esencialmente malo. No era un torvo malhechor. Era muy parecido a nosotros, sólo que bastante más inteligente. Si hubiera muerto diez días antes, el aborrecimiento que le ha seguido a través de la historia no existiría. Sería honrado como los demás apóstoles y nadie discutiría su privilegio apostólico de ver su nombre en los fundamentos de la Santa Ciudad.

El único problema de Judas

Judas tuvo las mismas oportunidades que sus compañeros y escuchó las mismas lecciones de Jesús. Se puede comparar su vida y su experiencia con la vida y la experiencia de su condiscípulo Juan[10] que también tenía “defectos graves”[11] cuando vino al discipulado. Pero Juan aceptó las reprensiones de Jesús, luchó fervorosamente contra sus defectos, “sometió su temperamento resentido y ambicioso al poder modelador de Cristo y el amor divino realizó en él una transformación de carácter”.[12]Juan llegó a ser maestro de santidad y su vida se convirtió en un ejemplo de lo que es la verdadera santificación.

En cambio, Judas, “no llegó al punto de entregarse plenamente a Cristo”[13]“no humilló su corazón ni confesó sus pecados”[14] resistió la influencia del Espíritu Santo; violó su conciencia y cometió el pecado imperdonable; “fue poseído por un demonio”[15] y “reducido a servidumbre por Satanás”.[16]

No fueron los defectos heredados ni cultivados los que llevaron a Judas a cometer el horrendo crimen de entregar a su Señor a la muerte. Fue el orgullo y la rebelión y la falta de disposición para humillarse para andar con su Dios. Judas ocultó, justificó y acarició sus errores, resistió todas las súplicas del amor divino, cerró su corazón al arrepentimiento y se negó voluntariamente a oír los llamados del Espíritu Santo.

¿Seré yo, Maestro?

Al reflexionar en la vida de Judas sería bueno que pensáramos más en nosotros mismos. Es posible que mucho del mal que se manifestó al fin en el corazón de Judas esté en nuestro corazón.

Así que cuando pensamos acerca de Judas deberíamos decir: “¿Soy yo, Maestro?”. ¿Nos hemos entregado plenamente al Señor? ¿Ya tiene él el control de nuestra vida o todavía tenemos reservas? ¿Hemos tratado de ayudar a Dios con nuestros propios métodos, planes y esquemas políticos, traicionando en realidad su corazón y su Espíritu? ¿Hemos hecho la obra de Dios con nuestros propios métodos? ¿Hemos usado métodos de hacer las cosas que son una traición para el Señor?

¡Oh, sí! Judas se parece mucho á nosotros si somos hábiles para ganarnos la confianza y la lealtad de los demás. Si sabemos cómo prosperar en la obra; pero no como resultado de la bendición de Dios sobre la humildad, la diligencia y la eficiencia que le lleva a confiarnos mayores responsabilidades, sino por sistema y habilidad aprendidos en los manuales del éxito y del arte de ganar amigos e influir sobre las personas.

Mientras desempeñamos cometidos sagrados recordemos que de las lecciones que nos enseña la vida de Judas, la más seria es que lo mismo que le aconteció a él le “sucederá a aquel que persista en mantener trato con el pecado”[17]


Referencias

[1] Arthur R. Bietz, When God Met Men (Mountain View, Ca.: Pacific Press Publishing Association, 1966), pág. 15.

[2] El Deseado de todas las gentes, pág. 260

[3] Bietz, Ibíd.

[4] El Deseado de todas las gentes, pág. 260

[5] Id, págs. 262.

[6] Id, pág. 260.

[7] Id, pág. 264.

[8] Ibíd.

[9] Id. pág. 262.

[10]Los hechos de los apóstoles, pág. 445.

[11] Id, pág. 430.

[12] Id, pág. 445.

[13] El Deseado de todas las gentes, pág. 664

[14] Los hechos de los apóstoles, pág. 445.

[15] El Deseado de todas las gentes, pág. 666.

[16] Los hechos de los apóstoles, pág. 446.

[17] El Deseado de todas las gentes, pág. 667.