Desde que era niño, la historia bíblica de la cura milagrosa de Naamán es una de mis favoritas (2 Rey. 5); una clásica historia de provisión de Dios para los incrédulos. Veo en ese capítulo una sección gratificante y otra problemática. Cada una de ellas ilustra poderosamente dos importantes principios del ministerio curativo eficaz de hoy.
Primeramente, la sección gratificante. Naamán visitó a todos los mejores médicos y curanderos de Siria, pero no encontró cura. Por medio del testimonio de una criada hebrea que vivía en su casa, se enteró de que había un profeta de Dios en Israel. El rey de Siria prontamente accedió a escribir una carta de presentación. Con el corazón lleno de renovadas esperanzas, partió de Samaria llevando consigo una fortuna considerable, como pago por su sanación. Finalmente, después de una visita al rey de Israel, llegó a la residencia del profeta Eliseo. En lugar de recibir personalmente a Naamán, el profeta le envió a su siervo con un mensaje: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (vers. 10).
Pobre Naamán. Él esperaba algo totalmente diferente. Enojado y frustrado, dejó la casa de Eliseo. A fin de cuentas, ¿no eran los ríos de Siria más limpios que el turbio Jordán? Cuando regresaba a su casa, algunos siervos lo hicieron entrar en razón: “Si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?” (vers. 13). Más calmo, Naamán regresó al Jordán, se sumergió en él siete veces, y “y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (vers. 14).
Un agradecido Naamán y su comitiva de ayudantes corrieron hasta la casa del profeta, para ofrecerle regalos en agradecimiento por su sanación. Sin embargo, Eliseo rechazó aceptar cualquier pago y solo lo despidió en paz.
Muchos hoy son como Naamán. Rechazan las cosas sencillas que Dios pide, especialmente en el área de la prevención de enfermedades comunes. Prefieren gastar fortunas en remedios, en lugar de renunciar a los malos hábitos de salud, adoptando el estilo de vida prescripto por Dios. ¿Cuál fue el agente de sanación de Naamán? ¿Habrán sido los minerales especiales que enturbiaban el Jordán, o el ritual de las siete inmersiones? ¡No! Era “tan sólo si seguía las indicaciones específicas del profeta” (Profetas y reyes, p. 186).
Ahora, la sección problemática del capítulo. El profeta rechazó el pago por lo que Dios había realizado. Giezi, siervo de Eliseo, no estaba dispuesto a dejar que Naamán volviera a Siria con todos los bienes que había traído, y resolvió sacar provecho del milagro operado. De esta manera, corrió hasta Naamán, a fin de conseguir algo para sí mismo (vers. 20, 21). Cuando Naamán lo vio, se detuvo, pensando que algo debía andar mal. Pero el codicioso siervo mintió a Naamán. Con el corazón agradecido, Naamán ofreció a Giezi más de lo que él había pedido. Luego de mentir a Eliseo acerca de lo que había realizado y a dónde había ido, el profeta declaró que Giezi quedaría leproso, y así sucedió. El mundo está lleno de oportunistas codiciosos, que sacan provecho material del servicio espiritual prestado. Ofrecen bienes espirituales a cambio de los materiales.
Nuestro blanco no debe ser buscar “mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Cor. 10:33).
Sobre el autor: Director asociado de los Ministerios de la Salud de la Asociación General de los Adventistas.