Desde que el mundo es mundo y desde que comenzó a practicarse el chisme en la sociedad humana, hubo relaciones públicas. La diferencia entre antaño y hogaño estriba en que desde hace algo así como dos décadas, las relaciones públicas han alcanzado un respetable status de arte social, se las ha estudiado científicamente, se han reunido experiencias diversas y por primera vez se ha reconocido su valor en la sociedad humana. Hoy día este arte ha alcanzado un extraordinario auge; se lo emplea para las causas más nobles y para las más ruines, y en general, no hay comerciante que aspire a gozar de un mercado amplio y permanente de sus productos que no busque la asesoría técnica de los sagaces especialistas en el arte de las relaciones públicas. Si es verdad que en sí mismas es una rama más del conocimiento de las ciencias sociales, también es verdad que han sido explotadas con mayor empeño y eficacia por aquellos que persiguen fines utilitarios que por aquellos que están detrás de ideales elevados. En ese sentido se cumple lo que dijera Jesús, que “los hijos de este siglo son en su generación más sagaces que los hijos de luz” (Luc. 16:8). Pero un rápido análisis de los fundamentos del arte de las relaciones públicas, están en boga en la actualidad, nos convence de que no hay necesidad de que sea así. Es un arte aplicable a la difusión de los principios del Evangelio, y todo cuanto es verdad en el arte de vender honestamente un producto, es verdad en el arte de vender la idea del Evangelio, una venta “sin dinero y sin precio”, pero una venta al fin.

Alguien ha definido a las relaciones públicas como “el arte gentil de hacer buenas relaciones con la gente”. El Creador ha dispuesto que el individuo no viviera aislado del resto de la comunidad social, y como debe compartir su “hábitat” con sus congéneres, ha de encontrar la manera de convivir armoniosamente y de llegar a la mutua comprensión a través de la evaluación cabal de las necesidades de su prójimo. Otra definición las considera como “el arte de ganar buen crédito ante la gente”. Crédito, del latín “credere”, o creer, es decir, despertar confianza. Es relativamente fácil para el ciudadano que ha sabido granjearse la confianza ajena, obtener un crédito bancario porque todo el mundo “cree” en su buena fe, en su solvencia moral, en las prendas que adornan su carácter. En tanto que es extremadamente difícil conseguirlo para el que no ha sabido inspirar esa confianza, aunque en la realidad pudiera ofrecer el mismo grado de solvencia material. De nada vale ser solvente. Es menester que el banquero pueda Pegar a tener pruebas de ello. Otra definición establece que es “el arte de cultivar una atmósfera de buena voluntad a nuestro alrededor”. La creemos acertada también. Hay muchos que creen que la buena voluntad es algo que se ha de dar por sentado. No fue ése el procedimiento de Dios, sino que envió a su Hijo para identificarse con la naturaleza humana en Belén, a fin de ganar la “buena voluntad entre los hombres” por el ejemplo sublime de Aquel que todo lo dejó para rescatar a esta humanidad doliente.

Pero, ¿en qué consisten los objetivos que persigue el moderno arte de las relaciones públicas que pudieran ser aplicados a los fines de la difusión de nuestro mensaje? Un eminente hombre de negocios norteamericano, el Sr. Joseph Boyle, vicepresidente de la Compañía J. Walter Thompson, los resume así: “1) informar, 2) recordar, 3) persuadir y 4) mover a la acción”. En primer lugar es necesario que usted busque la manera de enterar al público de su producto, su idea o su mensaje. Pueden ser los mejores del mundo, pero si nadie lo sabe, carecen de existencia real fuera de usted mismo. Ninguna gran compañía comercial se daría el lujo de lanzar al mercado un nuevo producto sin promoverlo convenientemente. Si no existe en la mente del consumidor potencial, de nada vale que haya existencia en los almacenes. Sin embargo, conociendo la fragilidad de la mente humana, es necesario que ese producto sea impuesto repetidas veces a la opinión pública. La compañía Coca Cola, por décadas ha venido promoviendo su producto sin desmayar en ningún momento. En fotos informativas de los periódicos se ve “casualmente” un anuncio del producto, en determinada película cinematográfica se nota “casualmente” otra vez el anuncio, donde usted dirige la mirada lee ese nombre comercial, por no decir nada de los costosos pero atrayentes anuncios en las más afamadas revistas, etc. Coca Cola jamás ha dado por sentado que su producto estaba impuesto. Ha “despertado” el gusto por esa bebida, ha “creado” una necesidad, pero ha mantenido también un aparato propagandístico sin claudicaciones para mantener el producto ante la atención pública. Este sistema comercial le ha rendido los más jugosos dividendos. El Sr. Boyle menciona, además, la necesidad de “persuadir” al público. El que ofrece algo ha de explotar todos los recursos de la argumentación para hacer ver la excelencia de su producto o de su idea, sus ventajas sobre todas las demás y las conveniencias de su adopción. Finalmente y como corolario de estos tres pasos ha de mover a la acción.

En un mundo que se debate entre los más intrincados problemas, hemos de “informar” que estamos en posesión del mensaje salvador (clamar), hemos de “recordar”, o insistir sobre el tema para que nadie lo olvide (en alta voz, ostensiblemente, prolongadamente), hemos de “persuadir” al mundo de pecado, de justicia y de juicio (por obra y gracia del Espíritu Santo), y Dios ha de “mover” a las almas “a la acción” (a salir de Babilonia).

Pero yendo a un terreno eminentemente práctico, creo que el principal objetivo del cristiano arte de las relaciones públicas es el de “derribar barreras y neutralizar prejuicios a fin de hacer expedito el camino para la proclamación del mensaje”. Años atrás pocos de nosotros reconocíamos siquiera la existencia del problema de los prejuicios y mucho menos la necesidad de neutralizarlos. Pero en un mundo cada día más complejo y competitivo, los hijos de Dios han de ser “prudentes como la serpiente” a fin de ofrecer al mundo una doctrina sistematizada en torno a las necesidades del hombre moderno. Desconocer este principio sería desconocer la realidad social de los tiempos. En un mundo aquejado por guerras intestinas e internacionales, la doctrina adventista debe estar encaminada a ofrecer la paz individual y colectiva que ofrece el Evangelio de Cristo. En un mundo convulsionado por tremendas fuerzas sociales, ha de hacerse resaltar la única justicia social que proviene de los principios soberanos del Evangelio de Cristo. En un mundo al borde de la desesperación por el temor a la destrucción atómica hemos de ofrecer el panorama optimista de la esperanza adventista. Sin embargo esos fines no pueden ser alcanzados a menos que la Iglesia Adventista del Séptimo Día logre ofrecer al mundo una imagen verdadera de su carácter, de sus objetivos y de sus procedimientos. Y mientras haya quienes vean a la Iglesia Adventista a través de un falso cristal, desde un ángulo equivocado, con una visión distorsionada de la realidad, ésta no podrá alcanzar sus fines. Hay en la actualidad una denominación religiosa que se llama cristiana (aunque no cree en la coexistencia eterna de Cristo con Dios Padre…) cuyo único evangelio pareciera ser el del desprecio a la autoridad civil, a los símbolos patrióticos, a ciertas nociones de la ciencia médica moderna, etc. La preeminencia de doctrinas tan erradas como impopulares sobre las demás está muy lejos de granjearle “buena voluntad”, ni “crédito”, ni “buenas relaciones” con las personas sensatas. Deberíamos poder aprender en cabeza ajena. Si en el lugar donde vivimos existe la noción generalizada (como fue frecuente en lo pasado) de que los adventistas son sujetos maniáticos, que se vistieron de túnicas blancas en 1844 para subir a las azoteas, que observan el sábado conforme a la usanza farisaica, y que se dedican a una vida ascética, no habrá sermón capaz de atravesar esa fuerte muralla de prejuicios, a menos que comencemos por establecer la debida “imagen” de la naturaleza de la organización adventista.

Los comerciantes y los políticos son consumados artistas en el arte de las relaciones públicas. Una afamada marca de cigarrillos anunciaba hasta hace poco su nefasto producto de esta manera: “Fume, el cigarrillo que separa a los niños de los hombres, pero no de las damas…”. Requiere una profunda compenetración de la estructura psicológica humana para dar a luz una propaganda tan científica. ¡Ciertamente, son “sagaces” los hijos de este siglo! Otros cigarrillos eran anunciados en torno a las más viriles y deportivas cualidades del individuo; como si para ser viril o para ser deportista fuera necesario fumar… Algunos nobles productos como el automóvil Volkswagen han logrado desarrollar una “imagen” tal en la mente del público que la sola mención de las letras VW, la sola visión de una curva característica, evocan en la mente del público las virtudes de economía, rendimiento, durabilidad, etc. que tiene (o no tiene; no viene al caso aquí) ese producto. Es la “imagen” del Volkswagen. Ciertas doctrinas materialistas han conseguido crear una “imagen” de justicia social, igualdad y prosperidad en determinados pueblos que buscan afanosamente la solución de sus problemas. Los políticos aparecen sonrientes, abrazando niños y al lado de sus esposas, en las campañas políticas, a fin de crear una “imagen” de cordialidad, respetabilidad, moralidad, lealtad, comprensión de las necesidades humanas. Los vendedores de automóviles facilitan la compra de sus productos o los obsequian a personas notables de la comunidad, tales como artistas, deportistas, ministros religiosos, etc., a fin de crear en la mente del público la “imagen” de que esa marca responde a las necesidades de la mejor gente del lugar.

¿Por qué, pues, no hacer atrayente el Evangelio cuya excelencia sobrepasa infinitamente las cosas materiales “como está más alto el cielo que la tierra”? ¿Por qué no empeñarnos en derribar las ideas estúpidas que el enemigo se empeña en cultivar en el corazón de la gente? ¿Por qué no aprender del moderno arte de las relaciones públicas la forma de presentar nuestro mensaje de la manera más positiva? ¿Por qué no esforzarnos en crear en la mente del público la verdadera “imagen” de la naturaleza de nuestra organización? El tiempo es llegado cuando debemos aprender la sencillez de la paloma, la astucia de la serpiente y también a “mirar más alto”, como la jirafa.

Todos los departamentos de actividad de la iglesia pueden conjugarse en la tarea de ofrecer al público esta “imagen” verdadera. Un pastor de la División Sudamericana descendía en el ascensor de un hotel de una importante ciudad del Brasil, con un frasco de miel “Superbom”, de la fábrica homónima adventista de productos alimenticios. Otro caballero comentó lo buenos que eran los productos “Superbom”. Conocía a los adventistas por la miel… Era un senador federal. Como resultado, se establecieron una serie de valiosísimos contactos personales con altos funcionarios del gobierno brasileño. En Santo Domingo, República Dominicana, las oficinas de nuestra obra están ubicadas en un sector privilegiado de la capital y fueron edificadas de acuerdo con los más avanzados conceptos de estilística contemporánea. No es obligación que le guste a todo el mundo. Pero sucede que la gente que vive en ese barrio, el estudiante universitario que pasa todos los días al frente, el encumbrado funcionario público que vive en la zona, sí, admiran el edificio. Es un elemento positivo y permanente de relaciones públicas. En esa misma ciudad existe un programa adventista de TV sobre temas del hogar y la salud que goza de la más amplia audiencia del país, según una reciente encuesta y que ha creado en la mente de un sector mayoritario de la ciudadanía la “imagen” de que somos gente interesada en la salud de sus hijos, en la felicidad de sus hogares, y en la solución de sus problemas personales: ni más ni menos que la verdad. Con motivo de la posible visita del huracán Cleo a esa ciudad, alguien llamó a la emisora gubernamental que emitía boletines meteorológicos periódicos, y noticias de interés del momento, y se consiguió que durante medio día, todo el país supiera que tal Iglesia Adventista “ponía en pie de alerta a los integrantes del Club Juvenil Conquistadores a fin de prestar cualquier servicio a la comunidad, que fuera necesario”. No fueron necesarios sus servicios esta vez, pero fue una buena coyuntura para hacer saber al pueblo dominicano que existe un contingente de valerosos jóvenes adventistas siempre alerta para servir al prójimo. No costó un centavo, pero ayudó a crear la “imagen” adecuada para la predicación del mensaje. En los países donde nuestra obra médica está suficientemente desarrollada, son incontables los beneficios que ese noble apostolado ha proporcionado en el terreno de las relaciones públicas, amén del alivio directo del dolor humano. Esa obra sólo podrá ser aquilatada debidamente en el cielo. Cuando lleguemos al cielo podremos saber también, hasta qué punto el ministerio de la página impresa ha contribuido a presentar la obra adventista desde su ángulo más positivo y el mensaje adventista en su cariz más atrayente.

Nuestro Señor Jesús aseveró: “Conoceréis la verdad y la verdad os libertará”. Pero mientras nuestros semejantes estén atados a viles prejuicios, dominados por sentimientos negativos hacia el Evangelio, o encadenados por conceptos equivocados de lo que es la esencia del Evangelio, no podrán gustar de las excelencias del mensaje. Que se sepa la verdad acerca del mensaje adventista y no el error, que se tenga una “imagen” auténtica de nuestras doctrinas: he ahí una tarea que incumbe al terreno de las relaciones públicas, he ahí una misión precursora como la de Juan el Bautista, he ahí una ciencia que santificada por los nobles fines evangélicos, puede rendir los más ricos dividendos espirituales en almas ganadas para el Evangelio, o en la colaboración franca y decidida de la comunidad a los fines filantrópicos de la Iglesia Adventista.

Sobre el autor: Pastor y Evangelista de la División Interamericana