Respuesta del pastor Roberto H. Pierson a una carta del pastor J. R. Spangler
Estimado Hno. Spangler:
He leído con interés e inquietud la carta abierta que usted me ha dirigido. Comparto la preocupación que a usted le inspira el deseo de ver acabada la obra de Dios en nuestros días. Por tal motivo lo que usted ha escrito en su carta halla profundo eco en mi corazón.
Los concilios anuales de 1973 y 1974 fueron reuniones memorables de carácter espiritual, precisamente como deben ser todas las que se realizan en esta hora tan avanzada de la historia de nuestro mundo. Como dirigentes del campo mundial no nos atrevemos a reunirnos simplemente para votar presupuestos, resolver problemas y trazar planes. El Señor al cual servimos nos convoca a la oración, al estudio de la Palabra y a la comunión con él en tales ocasiones. Los concilios anuales mencionados constituyeron experiencias maravillosas y, a medida que nos vayamos acercando al fin, esa comunión con el Señor deberá acrecentarse toda vez que se reúnan los dirigentes de la obra de Dios.
Aunque nunca deberíamos sentirnos completamente satisfechos, deseo manifestar que me causa gran alegría saber que los mensajes de esos concilios se han extendido por todas partes y han llamado la atención de nuestros pastores y de los hermanos laicos. Mi correspondencia y los contactos personales que mantengo con la iglesia en todos sus niveles alrededor del mundo, me revelan con absoluta certeza que Dios le está hablando hoy a su pueblo, no sólo en Washington y en Loma Linda, sino aun en las regiones más remotas de la tierra. Nos está diciendo que la hora ciertamente es tardía y que la gente debe prepararse pronto para su venida a este mundo.
El Señor está obrando
Después del Concilio Anual de 1973 he pasado muchas horas en compañía de los dirigentes de varias de nuestras divisiones. Mientras disfrutaba de esa camaradería cristiana y oraba con esos hombres y mujeres de diversas nacionalidades, lenguas y antecedentes culturales, mi corazón se llenó de fe y esperanza. Sé que muchos dirigentes de la obra de Dios están escudriñando sus corazones con más intensidad y celo que nunca antes. En el último concilio anual celebrado en Loma Linda muchos dirigentes se acercaron a mí y me dijeron más o menos estas palabras: “Pastor, jamás he escudriñado mi corazón con mayor fervor que en esta asamblea. Deseo tener la debida relación con Dios y con mi prójimo. Deseo proceder con rectitud. ¡Deseo terminar la obra y que Jesús pueda venir!”
Quizá no sea necesario que me espacie tanto en las reacciones que los concilios anuales produjeron sobre los que asistieron a ellos. Pero creo que este hecho tiene mucho que ver con las preguntas que usted presentó en su carta abierta. Cuando los dirigentes de esta iglesia —desde las congregaciones locales hasta la Asociación General— caen sobre sus rodillas movidos por un arrepentimiento genuino y procuran obtener la seguridad de que su relación con Dios es correcta, de que están en paz con él, su actitud es para mí un claro indicio de que nos hallamos muy cerca de las soluciones para los problemas que usted expone en su carta.
Quiero ser el primero en reconocer que la iglesia no es todo lo que debería ser, no todo lo que nuestro Señor se ha propuesto que sea. Al hacer esta evaluación, yo también me incluyo en ella e, indudablemente, he de usar el pronombre “nosotros” y no el “vosotros” o el “ustedes” cuando me refiera a la iglesia. Deseo ser la clase de dirigente que el Señor pueda usar para terminar su obra con presteza. Pero no sería sincero si dejara de reconocer que el Espíritu de Dios está obrando ahora entre nosotros como obreros y miembros laicos de la iglesia. Creo que, en lugar de desesperarnos y pronosticar desastres, deberíamos agradecer a Dios y cobrar ánimo al ver lo que él está haciendo en favor de su pueblo.
Metas y objetivos de importancia vital
Usted puso el dedo en la llaga cuando recalcó la necesidad que tenemos de mantener ante nosotros, como pueblo, nuestras metas y objetivos. Ya a comienzos de mi primer período como presidente de la Asociación General procuré destacar esta necesidad. Se instó a todos los departamentos de la iglesia —no una sino muchas veces— para que definieran claramente sus objetivos, la razón de su existencia, teniendo en cuenta las enseñanzas que al respecto nos ha dejado el espíritu de profecía. Luego se pidió a los directores que trazaran planes para sus departamentos, planes que armonizaran con dichos objetivos. Creo que la mayor parte de los departamentos ha seguido este consejo.
Satanás nos apartará de nuestro rumbo, a menos que nuestras instituciones tengan un claro concepto de los objetivos que deben alcanzar y trabajen incansablemente para cumplir con el propósito por el cual existen. Sólo cuando un elevado porcentaje de los obreros de nuestras instituciones sean adventistas que compartan nuestro anhelo de ver la obra terminada en estos días, realizaremos con máxima eficacia la tarea que Dios nos ha llamado a cumplir. Evidentemente, los obreros que no profesan nuestra fe [i] no pueden guiar a la gente hacia la conversión, enseñarle las doctrinas que creemos y conducirla hasta la iglesia remanente.
Como usted observó en su carta, el re- avivamiento y la reforma deben determinar nuestros planes de acción, guiarnos en la preparación de presupuestos y dirigir las decisiones de nuestras juntas y comisiones. Pero tal cosa llegará a ser realidad plena sólo cuando como dirigentes y miembros de juntas y comisiones hayamos experimentado personalmente el significado del arrepentimiento, del reavivamiento y de la reforma verdaderos. Las juntas y las comisiones están constituidas por hombres y mujeres, y las actitudes de ellos reflejan la clase de experiencia que han tenido con Dios.
Tácticas apremiantes
Usted menciona en su carta el empleo de tácticas apremiantes dentro de las filas de los obreros de la iglesia. Es indudable que todo dirigente está sometido a cierto tipo de presiones. Esto se debe especialmente a la forma en que se vive en un mundo tan dividido como el nuestro. Hay numerosos grupos que tienen intereses especiales y que constantemente procuran hacer notar sus necesidades a quienes, a su entender, más pueden colaborar con su causa.
Desearía hacer una o dos observaciones con respecto a los grupos y a las tácticas que ejercen presión dentro de la iglesia. En relación con ellos, creo que en primer lugar deberíamos actuar como cristianos: como cristianos adventistas. Debemos tener siempre en mente este hecho, ya sea que nosotros ejerzamos esa “presión” o seamos nosotros los “presionados”. Si procedemos como cristianos, nos reuniremos y trataremos con calma y con espíritu de oración nuestros problemas y necesidades. Y entonces seremos guiados por el Espíritu Santo. A veces las peticiones de los “grupos de presión” son legítimas. En tal caso se les debe prestar atención y satisfacerlas. En otras ocasiones tales pedidos no son razonables, o por algunas otras razones no se pueden satisfacer. Entonces el grupo en cuestión debe proceder con tolerancia y comprensión cristianas y no insistir en sus reclamos.
En nuestra iglesia funcionan diversas clases de comisiones, y ellas son las encargadas de tratar esos “pedidos apremiantes”. Personalmente me siento muy agradecido por la existencia de las comisiones, pues siempre es más prudente tomar decisiones importantes en consulta con varias personas. Cuando la comisión se pronuncia sobre estos asuntos, debemos considerarlos resueltos y luego trabajar todos unidos y con amor cristiano.
Lamento, lo mismo que usted, el hecho de que aún no hayamos terminado nuestra obra. Sin embargo, creo que el análisis que usted hace del crecimiento de nuestra feligresía puede dar lugar a críticas justas. Indudablemente, un aumento del 5 % anual no es “espectacular” y está muy lejos de su hipotético número de 275.458.100 miembros que podríamos haber alcanzado hasta el momento actual.
Por otra parte, hay dos cuestiones básicas que debemos tener en cuenta. En primer lugar: según las enseñanzas de la Biblia y del espíritu de profecía, entiendo que, aunque un gran número de personas habrá de aceptar nuestro mensaje, esa gran cantidad no necesariamente debe representar un porcentaje elevado de la población existente. “Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mat. 7:14).
En segundo lugar: a pesar de que el mensaje adventista exige un cambio en el estilo de vida, ajustes en el empleo, y a veces la separación de familiares y amigos, este movimiento, tal como lo vemos en la actualidad, ha crecido bajo la dirección de Dios hasta extenderse desde una sola nación a unas 193 ¡durante la vida de adventistas que aún viven! Esta realidad por sí sola constituye para mí una evidencia más de la bendición y la conducción divinas. Por esta razón estoy agradecido a Dios y me siento animado. Creo que este mensaje por lejos ha ido más allá de lo que nos indican las cifras que nos presentan nuestros peritos en estadísticas.
“El tibio que guía a otro tibio”
Es verdad que la iglesia apostólica “no estaba plagada de conceptos confusos con respecto a su misión”. Sin embargo, los creyentes de esa época no tuvieron que hacer frente a pecados tan sofisticados como los actuales ni a la complejidad de la sociedad moderna —con todos los problemas resultantes— que a nosotros nos toca enfrentar cada día. Personalmente creo que el Señor nunca tuvo el propósito de hacernos encarar los tremendos problemas que hoy día se le presentan a la iglesia. Su obra debería haberse terminado y los santos ya deberían estar en su reino.
Lamentablemente, no tenemos más remedio que ocuparnos de asuntos terrenales tales como el de las películas de los departamentos de la iglesia, el de la ubicación del próximo congreso de la Asociación General, los escalafones de sueldos, el costo cada vez más elevado de la educación, las solicitudes de oficialización de las instituciones y las presiones ejercidas por los gremios. Todos ellos forman parte de la realidad que estamos viviendo en la década de 1970. La iglesia todavía se halla aquí. Todavía estamos en este mundo y alguien debe hacer frente a esos problemas. Algunos de los que nos desempeñamos como administradores preferiríamos poder dirigir campañas de evangelización y colaborar más directamente en la ganancia de almas. En cambio, debemos dedicarnos a las tareas para las cuales hemos sido designados por la iglesia: no tenemos más alternativa que prestar atención a esos problemas espinosos, casi insolubles, que se le presentan a la iglesia en estos tiempos difíciles.
Las primeras cosas en el primer lugar
Después de haber presentado la cara realista de la moneda, quiero decirle que estoy de acuerdo con su opinión de que se les debe dar a las primeras cosas el primer lugar. En años recientes usted debe haber oído cómo este lema iba “in crescendo” desde nuestra sede de la Asociación General. ¡Yo creo firmemente que si buscamos “primeramente el reino de Dios y su justicia” hemos de recibir ayuda para resolver todos los demás problemas! El énfasis espiritual debe llevar la delantera, ¡y creo firmemente que así sucede!
En las reuniones y juntas en las que me tocó participar últimamente se nota un gran cambio en ese sentido. Nuestros dirigentes están prestando cada vez más atención a las necesidades espirituales de la iglesia en conjunto y de los obreros y miembros laicos en particular. Si bien es cierto que aún estamos lejos de la perfección y que tenemos que mejorar en muchos aspectos, yo tengo confianza en los hombres y las mujeres que dirigen la iglesia en todos sus niveles. Estoy seguro de que la mayoría de ellos tiene el sincero anhelo de dar “a las primeras cosas el primer lugar”.
En el último concilio anual se tomó una de las medidas más importantes de los años recientes en materia de presupuestos. En esa ocasión apartamos casi medio millón de dólares para dedicarlos a nuevas oportunidades de predicación que nos ofreciera la Providencia Divina, tales como las que hallamos en el Zaire, el sur de la India y en algunos otros lugares del mundo.
Cuando —hace unos dos años— el Zaire nos abrió sus puertas, la Asociación General prestó sin vacilar su ayuda a la División Transafricana, entregando casi 250 mil dólares para cosechar la mies que el Señor había madurado. Nunca hemos titubeado en destinar fondos a cualquier lugar al cual el Señor nos hubiera dado acceso. Y éste seguirá siendo nuestro modo de proceder.
En estos momentos una comisión especial está estudiando minuciosamente la forma en que se distribuyen los fondos de la iglesia. Queremos estar seguros de que cada centavo sea destinado al sector de la obra donde podrá ser mejor aprovechado. También queremos tener la seguridad de que nuestras instituciones están funcionando con la mayor eficiencia de que son capaces y de que están generando sus propios recursos hasta donde les es posible, de manera tal que los fondos de la iglesia no deban desviarse hacia ellas, sino que puedan destinarse directamente a la conquista de las almas en todo el mundo. Estoy de acuerdo con usted en que la conquista de almas debe ocupar el primer lugar entre todos los demás intereses de la iglesia.
Los detalles innecesarios deben desaparecer
Tanto en la Asociación General como en los demás niveles de la obra tenemos que aprender todavía algunas lecciones con respecto a la clase de edificios que debemos construir. Hemos sido demasiado pródigos y derrochadores en la edificación de iglesias, escuelas, hospitales, oficinas. Acepto la parte de responsabilidad que me toca por el mal empleo de los recursos del Señor y exhorto a mis hermanos para que todos experimentemos una reforma y un reaviva- miento verdaderos en lo que respecta a la construcción. Hagamos nuestros edificios de tal manera que sean prácticos y cómodos, pero eliminemos una cantidad de detalles superfluos y lujosos a fin de economizar miles de dólares para nuestra causa. En este plano podemos incluir los órganos de tubos y todo equipo costoso que solemos instalar en nuestras iglesias. El dinero que se economice de este modo se podrá dedicar directamente a la salvación de las almas y a la preparación de un pueblo para la venida del Señor. Exhorto a mis colegas, a los dirigentes de la obra de Dios en todo el mundo, para que nos ayuden a alcanzar estos objetivos y a economizar esos fondos.
Examinémonos a nosotros mismos
Usted sugiere que se vuelvan a examinar todos los programas de la iglesia a la luz de la comisión evangélica. Considero que ésta es una idea muy buena. Ya hemos dado algunos pasos en esa dirección cuando la Comisión Wernick se dedicó a revisar todos los programas de los departamentos de la Asociación General. En respuesta a su recomendación ya se han descartado muchos programas o bien se los ha fusionado con los otros departamentos.
Debemos y podemos proceder de esta manera, y sin duda lo haremos también. Los planes ya están en marcha y a su debido tiempo veremos los resultados. Deseo exhortar a la Asociación Ministerial para que dé el ejemplo en este sentido, haga una evaluación realista y franca de su programa, elimine sin misericordia todo lo que sobre en él y redúzcalo a lo esencial, con la finalidad de terminar la obra. Dirijo esta misma exhortación a los dirigentes de los demás departamentos y a todos mis compañeros de tareas. ¡Despojémonos de todo el peso inútil que con tanta facilidad nos agobia, y limitémonos a nuestra única misión: la de ganar almas, la de cuidarlas y la de terminar nuestra obra! ¡Librémonos ya del exceso de equipaje!
Estamos pidiendo continuamente que los miembros de la iglesia donen mayores sumas de dinero para ayudar a finalizar la obra. Pero ahora me dirijo a todos los obreros de la denominación —incluso al presidente de la Asociación General— para que modifiquemos en algunos aspectos la forma en que gastamos nuestros recursos y procuremos economizar un poco más el dinero del Señor.
¿Qué podemos hacer? A continuación, presentamos algunas sugerencias prácticas que podemos seguir sin afectar a la obra de Dios y sin que ello nos produzca inconvenientes personales.
1. Reducir las asambleas y reuniones grandes a las cuales tenemos que enviar a tanta gente para realizar consultas departamentales o administrativas.
2. Asegurarnos de que estamos haciendo únicamente los viajes esenciales. Muchos de ellos podrían evitarse sin producir ningún daño a la obra. Si un mayor número de nuestros dirigentes permanecieran en sus oficinas, aulas y hogares y no tanto en aviones y automóviles, no sólo podríamos ahorrar millones de dólares para la obra de salvar almas, sino que lograríamos realizar nuestras tareas con más eficiencia.
3. Alojarnos y celebrar nuestras asambleas en hoteles y moteles —cómodos, pero no lujosos— cuyas tarifas sean moderadas. De ese modo podremos ahorrar muchos dólares para cubrir nuestras necesidades personales y las de la obra de Dios.
4. Procurar hallar otras formas para economizar dinero en el campo o en el departamento que tenemos a nuestro cargo.
Si prestáramos atención a estas cuatro sugerencias y a las que se refieren a la clase de edificios que deberíamos construir y equipar, podríamos ahorrar millones de dólares de nuestro presupuesto anual. Por esta razón me dirijo a todos mis compañeros en la obra de Dios y les ruego que cuidemos y economicemos los recursos que pertenecen al Señor, en la misma medida en que les pedimos a los miembros de la iglesia que hagan mayores donaciones.
Sé, Hno. Spangler, que no he respondido todas sus preguntas, pero puedo asegurarle que he procurado tratar con toda honestidad la mayoría de los temas mencionados por usted. Además he tocado algunos otros a los cuales usted no hizo referencia. Tenga la seguridad de que todo lo que antecede ha sido escrito con un espíritu de gran amor y confianza en todos los dirigentes de la obra. Permanezcamos sobre nuestras rodillas, y con la ayuda de Dios, sigamos tratando de perfeccionar nuestra obra —que es la suya— para lograr verla terminada en nuestra generación.
Recibiré con agrado toda otra comunicación futura que plantee problemas definidos de la obra de Dios.
Que el Señor lo bendiga y lo guarde.
Lo saluda cordialmente
Referencias
[i] El pastor Pierson se refiere a los empleados no adventistas que trabajan en algunas de nuestras instituciones.—Nota de Redacción.