¿Qué es más importante en esta obra? ¿La misión? ¿La infraestructura? ¿O las personas?
Serían alrededor de las dos de la tarde. Ese día debía salir de viaje y estaba terminando una carta antes de partir. El avión despegaría a las 16:00 horas hacia San Pablo, Brasil; y de allí, a Santiago de Chile, donde tendríamos la campaña. De repente, alguien tocó a la puerta de mi oficina. Era el pastor Wolff.
—¿A qué hora viajará? —me preguntó.
—A las cuatro —le dije, y me dispuse a escucharlo.
Pensé que deseaba hablar sobre algún plan o algún otro asunto relacionado con el trabajo. Pero él me dijo que solamente quería orar conmigo. Después, mientras nos despedíamos con un apretón de manos, prometió orar por las campañas evangelistas que yo realizaría durante ese viaje.
Más tarde, ya en el avión, recordé el incidente. El presidente había entrado en mi oficina solamente para orar conmigo. No entró para preguntarme las previsiones en cuanto a bautismos que yo tenía, ni tampoco para saber si los pastores y los laicos de Chile habían hecho los preparativos para la campaña. Entró sólo para orar conmigo.
Creo que aquel hecho merece consideración, ya que hace poco un pastor me preguntó honestamente: “¿No cree usted que debemos espiritualizar la obra?” Tuve que estar de acuerdo en que, efectivamente, con mucha frecuencia corremos el riesgo de quedar sepultados bajo una pila de reglamentos, procedimientos, votos, estrategias y blancos, olvidando lo que es realmente importante.
¿Qué es más importante en esta obra? ¿La misión? ¿La infraestructura? ¿O las personas? ¿Cuál es la misión de la iglesia? ¿Usar a las personas para predicar lo que la iglesia cree? ¿O llevarlas a reflejar el carácter de Cristo de modo que, por su ministerio, todo el mundo acepte a Jesús y llegue, a su vez, a reflejar su carácter?
Los estudiosos del comportamiento humano dicen que en la década de los 60 se dio mucha importancia al mercado, es decir, al nombre, la imagen y la proyección correcta de los productos. En la década de los 70, la producción acaparó las atenciones. Lo que realmente importaba era producir más. En la década de los 80, el énfasis se puso en la calidad del producto; pero según los mismos estudiosos, en la década de los 90 tendrán éxito sólo los que presten atención a la persona humana.
Lo cual no quiere decir que el mercado, la producción o la calidad no tengan su lugar en esta década. Es que en ninguna otra época de la historia se ha sentido el ser humano considerado más como un número o una herramienta que es utilizada y luego abandonada alegremente. De ahí que las instituciones, las empresas o la sociedad de nuestros días que se preocupan por hacer que los seres humanos se sientan comprendidos, amados y valorados, lograrán seguramente alcanzar sus objetivos.
¿Significa eso que debemos prestar atención a lo que los estudiosos del comportamiento humano dicen? ¿Son ellos los que deben orientar nuestro plan de acción? ¡No! Ellos apenas están descubriendo lo que la Biblia dijo hace muchos siglos.
No existe nada más precioso ante los ojos de Dios que el ser humano. Fue por el ser humano que Jesús dejó todo el cielo: su gloria, su trono, la adoración de los ángeles, y vino al mundo. Fue pensando en el ser humano que Dios permitió que se alzara la cruz del Calvario, para unir el cielo con la tierra. Lo que aquel pastor quería decir con “espiritualizar a la iglesia”, es que deberíamos preocuparnos por que las personas se sientan como tales y no como objetos.
Aunque aquella pregunta no estuviera describiendo un hecho, es seguro que describía el más terrible peligro que amenaza a toda institución. Inclusive a la iglesia adventista. El peligro de perder de vista a las personas.
¿Qué deberíamos hacer para evadir este peligro? ¿Empezar a saludar y a sonreír a todos en los pasillos de nuestros templos e instituciones? Quizá eso contribuya en algo, pero el verdadero antídoto es la presencia de Cristo en cada corazón. Nunca podremos aceptar a las personas como son, si no comprendemos que Cristo nos acepta de la misma manera a nosotros. Será imposible amar a las personas si el amor de Cristo no nos constriñe.
Después de la oración del pastor Wolff, salí con alegría al cumplimiento de mis compromisos evangelísticos. Me sentí un ser humano comprendido. Mi presidente oró conmigo y me había prometido seguir orando por mí mientras yo, con la ayuda del Espíritu Santo, trabajaba en la salvación de las almas.
Aquella oración me hizo mucho bien.
Sobre el autor: Alejandro Bullón es secretarlo ministerial de la División Sudamericana.