¿Están las damas enterrando los talentos que el Señor les concedió?

Mis viajes a diferentes partes del mundo me han llevado a hacer un molesto descubrimiento: existe una seria preocupación acerca de la función de las damas en la iglesia, especialmente con respecto a su misión evangelizadora. Estas reservas son compartidas no sólo por los miembros de iglesia y los pastores, sino también por los líderes y los administradores. En el pasado, como iglesia, no hemos hecho uso al máximo de las habilidades y capacidades de las mujeres. 

No puedo olvidar el día en que una iglesia me invitó a dirigir una serie de reuniones de evangelismo: los ancianos me pidieron que no predicara desde el púlpito. El pastor de la iglesia no sabía cómo manejar la situación. Pero, después de algunos intentos de persuasión de mi parte, se me permitió usar el púlpito para predicar el sábado de mañana.

Es alentador verificar que, últimamente, algunos dirigentes en todos los ámbitos han tomado medidas para corregir este prejuicio contra la plena participación de las mujeres en la vida de la iglesia. En efecto, diferentes departamentos están buscando maneras integrar a las damas en forma más directa en la misión de la iglesia. Éste, ciertamente, es un paso dado en la dirección correcta.

Sin duda, las mujeres pueden realizar una contribución significativa al progreso del mensaje y de la misión de la iglesia.

El papel de las mujeres en la Biblia

El Antiguo Testamento se refiere a varias mujeres que dedicaron su tiempo, sus hogares, su vocación y su servicio abnegado a la iglesia de Dios, y fueron un ejemplo para las mujeres de hoy. Ciertamente, las Escrituras reconocen que, para Cristo -y por eso mismo tratándose de su servicio-, los hombres y las mujeres son de igual valor a la vista del Señor (Gál. 3:28).

A lo largo de la historia, las mujeres, al igual que los hombres, han hecho importantes aportes, de diferentes maneras, al progreso de la causa de Dios. Consideremos algunos ejemplos:

Débora, la profetisa: condujo a Israel en el curso de batallas decisivas, y juzgó con sabiduría al pueblo de Dios durante cuarenta años de paz y libertad del asedio de los cananeos (Juec. 4:4-7).

Hulda, una mensajera del Señor: comunicó la Palabra de Dios a Josías, aunque el mensaje no era precisamente agradable (2 Rey. 22:14-20).

Elisabet, la madre de Juan el Bautista: estaba llena del Espíritu Santo y anunció a María que el bebé que llevaba en su seno sería el Salvador del mundo (Luc. 1:39-45).

Ana, una profetisa, fue recompensada por su fidelidad en su devoción a Dios al ver al Cristo que sería el Redentor del mundo (Luc. 2:36-38).

El ministerio terrenal de Jesús, en sus comienzos, contó no sólo con al apoyo de los doce discípulos, sino también de varias mujeres discípulas que lo seguían y lo servían con entusiasmo (Luc. 8:1-3).

En la mañana de la resurrección, a la primera persona que se apareció Jesús fue a María Magdalena. El Señor le encomendó a ella el privilegio de anunciar a los discípulos la tan importante noticia de su resurrección (Juan 20:11-18). Después, apareció Dorcas, que definió en términos prácticos la compasión implícita en la proclamación del evangelio. Entre los colaboradores de Pablo había varias mujeres, algunas de las cuales aparecen mencionadas en Romanos 16. Felipe, el evangelista, tenía cuatro hijas, que el Espíritu Santo empleó para que profetizaran, lo que apoyó la misión de la iglesia naciente (Hech. 21:8, 9).

Todos estos ejemplos bíblicos no se refieren a un papel simbólico de las mujeres en la iglesia, sino a una contribución vital que las damas pueden hacer a la vida y la misión de la iglesia.

Las mujeres en la Iglesia Adventista

Durante los primeros años, cuando la Iglesia Adventista se estaba desarrollando, las mujeres desempeñaron un papel importante.

Dios eligió a una joven, Elena de White, para proporcionarle inspiración, consejo y dirección a la naciente iglesia. Durante los setenta años de su ministerio, su influencia adquirió enormes proporciones, pues tuvo que ver con temas tan diversos como la adoración, la fe, la evangelización, la administración, la vida familiar, la educación, y muchos otros aspectos y orientaciones para la iglesia en desarrollo. Y es muy impórtate notar que, aun entre los que no están muy seguros del papel de la mujer en la iglesia, su influencia sigue siendo fundamental.

Rachel Oaks, una dama bautista del séptimo día, trajo a nuestra iglesia la doctrina del sábado.

Mientras visitaba el Piamonte, la tierra de los valdenses, supe de la vida de Cathérine Revel, una de las primeras adventistas de Europa. Practicó en soledad su fe por espacio de veinte años, y no sólo permaneció fiel, sino también compartió el mensaje con sus vecinos. Como resultado de sus labores, se organizó una iglesia en Torre Pelice, en 1885.

Una de las primeras personas en motivar a los fieles laicos para participar en la misión de la iglesia fue María L. I luntley. Creía firmemente en la necesidad de entrenar a los laicos, incluso a las mujeres, para diseminar el evangelio por todas partes.

Ésta es sólo una pequeña muestra de las mujeres que, a lo largo de los años, han desarrollado obra evangélica efectiva dentro de la Iglesia Adventista.

En nuestros tiempos, la participación de las mujeres en la evangelización personal y pública, como también en el liderazgo de la iglesia, está aumentando de manera maravillosa. En 1975, Betty Holbrook y su esposo se desempeñaron como directores del Servicio de Hogar y Familia de la Asociación General. Como matrimonio, iniciaron un ministerio de equipo e inspiraron a muchos otros obreros para que los imitaran.

Marie Spangler y Ellen Bresee iniciaron en 1984 un plan piloto, denominado Pastoras Internacionales, y viajaron con sus esposos mientras servían a las familias de los pastores en todo el mundo.

En 1990, la Asociación General nombró a Rose Otis como la primera directora del departamento de los Ministerios de la Mujer, a fin de entrenar y dirigir a las mujeres de todo el mundo en los diferentes ministerios de la iglesia, incluso en la evangelización personal y pública.

En 1990, yo me convencí de mi llamado a participar en la evangelización pública, y comencé a dirigir semanas de evangelización para las iglesias de la Asociación del Gran Nueva York. Más tarde, en 1995, renuncié a mi puesto en la Asociación Ministerial de la Asociación General para dedicar todo mi tiempo a la evangelización pública.

La función de la mujer en la evangelización actual

El Señor dio la gran comisión no sólo a sus discípulos o a la rama masculina de la comunidad de la fe, sino también a todos sus seguidores, incluidas las mujeres. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19, 20).

La comprensión de Pedro acerca de la proclamación del evangelio fue, a la vez, profética y universal: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré mi Espíritu, y profetizarán” (Hech. 2:17, 18, el énfasis ha sido añadido).

Hoy, las mujeres constituyen, aproximadamente, el 72% de la feligresía de la Iglesia Adventista. ¡Qué enorme potencial de fortaleza y talentos implican ellas para el avance de la misión de la iglesia! ¡Si sólo se las estimulara y se las entrenara para que fueran partícipes en el cumplimiento de la comisión evangélica!

Los pastores con visión saben cómo valorar a las mujeres de sus congregaciones y cómo proporcionarles oportunidades para desarrollar sus talentos como maestras y educadoras de niños y de jóvenes, como directoras de música en la hora del culto, como directoras de los Ministerios Personales y como dirigentes en otras ramas de servicio.

Las mujeres, entrenadas y motivadas para la testificación, pueden alcanzar en sus hogares a ciertas mujeres que jamás podrían ser visitadas por un evangelista de sexo masculino. Pueden servir como instructoras bíblicas, dirigir reuniones y actuar en campañas de evangelización pública donde se presente la oportunidad.

Tal vez sea necesario reconocer la gran necesidad que existe de educar a los fieles para que logren aceptar que las mujeres pueden participar activamente en nuestros cultos de adoración.

La presencia de las mujeres en la plataforma es un testimonio de nuestro aprecio por ellas.

Deberíamos aceptar y reconocer su contribución y su participación. Cuando se invita a una mujer a predicar, se da testimonio de la amplitud de mente de la iglesia y del pastor. La mejor enseñanza que podemos darles a nuestros hermanos en la fe es nuestro propio ejemplo, al llevar a la práctica lo que creemos como líderes de la iglesia. Doy gracias a Dios por los pastores que tienen esta actitud cristiana hacia las mujeres.

Toda iglesia debería representar un centro de entrenamiento para evangelistas en beneficio de todos. Todo pastor que esté realmente preocupado por este aspecto del ministerio convertirá a su congregación en un ejército ganador de almas y la llevará a una gozosa experiencia de servicio a su Señor.

Hace algunos años, me invitaron a dirigir una campaña de evangelización en Ciudad del Cabo, África del Sur. Como es mi costumbre, antes de llegar envié a los pastores un juego de lecciones bíblicas “Construyamos hogares felices”, que los miembros de la iglesia usan para realizar el trabajo de terreno previo.

El pastor organizó eficientemente a la iglesia entera en grupos que visitaban a las familias de la comunidad, con el propósito de estudiar el curso bíblico con ellos.

Cuando llegué al aeropuerto, el pastor me saludó, diciéndome: “Hermana Campos, si no bautizamos ni a una sola alma al terminar las reuniones de evangelización, yo seguiré estando feliz y satisfecho”. Cuando le pregunté por qué decía eso, me respondió, simplemente: “Los miembros de la iglesia han estado tan ocupados cumpliendo la obra del Señor en tareas de evangelización, que se han olvidado de sus problemas y están unidos en un solo propósito: ganar almas”.

Elena de White y las mujeres en la obra evangélica

Aunque Elena de White vivió la mayor parte de su vida en el siglo XIX, se adelantó a la ideología de su tiempo cuando se refirió a la participación de las mujeres en las diversas maneras de predicar el evangelio. A continuación, presentamos unos pocos ejemplos de las declaraciones de la Sra. White acerca de este tema:

“Hay un amplio campo en el cual nuestras hermanas pueden realizar un buen servicio para el Maestro en las diversas ramas de la obra relacionada con la causa de Dios”.[1]

“El Señor tiene una obra para las mujeres así como para los hombres. Ellas pueden ocupar sus hogares en la obra del Señor en esta crisis, y él puede obrar por su medio. Si están imbuidas del sentido de su deber y trabajan bajo la influencia del Espíritu Santo, tendrán justamente el dominio propio que se necesita para este tiempo. El Salvador reflejará sobre estas mujeres abnegadas la luz de su rostro, y les dará un poder que exceda al de los hombres. Ellas pueden hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden realizar, una obra que alcanza hasta la vida íntima. Pueden llegar cerca de los corazones de las personas a quienes los hombres no pueden alcanzar. Se necesita su trabajo”.[2]

“Las mujeres pueden ser instrumentos de justicia que presten un santo servicio. Fue María la que predicó primero acerca de un Jesús resucitado (…) Si hubiera veinte mujeres donde ahora hay una, que hicieran de esta santa misión su obra predilecta, veríamos a muchas más personas convertidas a la verdad. La influencia refinadora y suavizadora de las mujeres cristianas se necesita en la gran obra de predicar la verdad”.[3]

En una ocasión, la Una. White le dijo a una feligresa: “Enseñe esto, mi hermana. Hay muchos caminos abiertos delante de usted. Háblele a la multitud todas las veces que pueda; aféctese a cada porción de influencia que pueda por medio de cualquier relación que pueda ser el medio de introducir la levadura en la masa. Todo hombre y toda mujer tienen una obra que hacer para el Maestro. La consagración personal y la santificación a Dios llevarán a cabo, mediante los métodos más sencillos, más que muchos esfuerzos imponentes”.[4]

Todos estos pasajes inspirados me guiaron a dedicarme a la evangelización pública. Tuve el privilegio de nacer en un hogar cristiano, donde observé a mi padre dedicarse a la evangelización. Muchas veces colaboré con él, como cantante, en sus reuniones.

Más tarde, en mis días de estudiante universitaria, dediqué ese talento sólo para alabar a Dios. También he tenido el gozo de ser la esposa de un pastor, y he colaborado, también como cantante, con mi esposo en sus reuniones de evangelización.

Dios me ha permitido trabajar con evangelistas internacionales bien conocidos, como los pastores Carlos Aeschlimann, Kenneth Cox, Milton Peverini y otros, y aprendí de ellos las formas de presentar el evangelio ante un auditorio, para llevar a la gente a los pies de Jesús.

Pero recién en 1990, cuando se me invitó a dirigir una semana de oración para jóvenes en Nueva York, sentí el llamado a la evangelización pública. Han pasado catorce años desde entonces. El Señor me ha dirigido al presentar el evangelio en auditorios y estadios, para así predicar su glorioso evangelio ante miles de personas.

Dios me ha mostrado personalmente que las mujeres no necesitamos enterrar nuestros talentos. Tenemos una función que desempeñar en la vida de la iglesia, y Dios está dispuesto y desea usamos si respondemos al llamado de la cosecha. El Espíritu Santo fortalecerá a todos los que respondan, como Isaías: “Heme aquí, envíame a mi”.

Sobre la autora: Adly Campos es predicadora voluntaria. Es la presidente de Bienestar Familiar Internacional. Reside en Laurel, Maryland, Estados Unidos.


Referencias:

[1]  Elena G. de White, El ministerio de la bondad (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 1971), p. 153.

[2] El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1978), p. 340.

[3] Ibid., p. 345.

[4] Elena G. de White, Daughters of God (Hijas de Dios) (Hagerstown, MD: Review and Herald Publishing Association, 1998), p. 130.