En el libro de Malaquías se encuentra el ideal de Dios para los pastores de entonces y de hoy.

Durante casi mil quinientos años, Dios se comunicó con Israel por medio del don de profecía. Empleó docenas de profetas, por medio de los cuales aconsejó, orientó, reprendió y corrigió. La fe y la obediencia fueron solo episodios pasajeros en la vida de los israelitas, que se apartaban de Dios vez tras vez. Cerca del año 425 a.C., Dios les envió a Malaquías, su último mensajero de los tiempos del Antiguo Testamento, por intermedio del cual les hizo una invitación, les ofreció la última oportunidad para regresar al Señor. Después de Malaquías, por más de cuatrocientos años, la voz profética se silenció.

¿Qué dijo el Señor por medio de este mensajero?

Su libro posee solo cuatro capítulos, pero constituye una “apelación poderosa, apasionada, suplicante —una apelación al arrepentimiento del pecado y al regreso hacia Dios-, acompañada de una rica promesa, si el pueblo escuchara, y de severa advertencia si lo rechazaba”.[1] Malaquías significa “mi mensajero”. El pensamiento clave de este último libro del Antiguo Testamento es: “He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida” (Mal. 3:1, 2). “He aquí viene” es la preciosa promesa. También aparece en el último libro del Nuevo Testamento: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Apoc. 1:7). En el último capítulo de las Escrituras, el propio Cristo declara: “Ciertamente vengo en breve”, y el anciano Juan, representando a la iglesia de Dios de todos los tiempos, dice: “Amén, sí, ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20), Por lo tanto, Malaquías era un adventista; creía en el advenimiento de Cristo.

El comienzo del libro está destinado a los sacerdotes. Comienza en 1:6 y se extiende hasta 2:9. Allí se nos dice que los líderes de la iglesia de entonces se habían corrompido: despreciaban el nombre de Dios, ofreciendo en sacrificio animales defectuosos, enfermos y hasta robados (1:7, 8, 13, 14); violaban la alianza hecha con el sacerdocio (2:8; ver Éxo. 32:25-29; Núm. 3:11-13; 25:11-13); se desviaban de los caminos de Dios (2:8); hacían acepción de personas (2:9); eran causa de tropiezo para muchos (2:8); y consideraban su trabajo como algo rutinario, fastidioso y cansador, porque no lo llevaban en el corazón (1:12, 13). En consecuencia, su ministerio era en vano. Dios no se complacía en ellos ni aceptaba lo que hacían (1:10). En verdad, declaró preferir que cerraran las puertas del Templo y desistiesen de oficiar en su presencia (1:10).

Entretanto, en medio de esas reprobaciones y amenazas, encontramos una sección que, con claridad, presenta el ideal de Dios para el sacerdocio, de entonces y de hoy: “Y sabréis que yo os envié este mandamiento, para que fuese mi pacto con Leví, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mi pacto con él fue de vida y de paz, las cuales cosas yo le di para que me temiera; y tuvo temor de mí, y delante de mi nombre estuvo humillado. La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de iniquidad. Porque los labios del sacerdote  han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos” (Mal. 2:4-7). En estas palabras, podemos encontrar cuatro marcas de un sacerdote fiel.

Teme a Dios

A lo largo del Texto Sagrado, el temor al Señor es presentado como algo positivo, benéfico e imprescindible para la formación del carácter. En el Antiguo Testamento, siempre hay referencias a los que temen a Dios. En esos casos, el énfasis recae en el respeto y la reverencia manifestados hacia Dios. Ese temor nos llevará a admirarlo por su grandeza, su carácter, por lo que es y por lo que ha hecho (Sal. 33:4-8), a reverenciarlo (Heb. 12:28) y a alabarlo (Sal. 22:23; 115:10, 1, 13; 118:3, 4).[2] Esta adoración debe ser “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23), lo que significa que debemos aproximarnos a Dios con sinceridad, de todo corazón, y que nuestra adoración debe estar fundamentada en las enseñanzas de las Escrituras. Entonces, “nuestra hambre de Dios es satisfecha y aumentada. En su presencia, deseamos ‘toda la plenitud de Dios’ y queremos librarnos del pecado, queremos que la iglesia sea purificada y ansiamos el regreso de Cristo. Sentimos hasta nostalgias del cielo”.[3]

El temor al Señor también nos impulsará a confiar en él (Sal. 115:11) y a someternos a él en alegre obediencia (Sal. 112:1), al igual que amarlo. En la Biblia no hay conflicto entre el temor al Señor y el amor a Dios. Es hasta necesario que ambos sean abrigados en nuestro corazón. En Deuteronomio 6:5, encontramos el mayor de los mandamientos, que ordena: “A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás” (Deut. 6:13; ver Sal. 145:19, 20; 2 Cor. 5:11, 14). Ese temor fue, también, una de las señales del verdadero Israel (Deut. 10:12, 13), del Mesías prometido (Isa. 11:2, 3) y de la iglesia primitiva (Hech. 9:31), y debe caracterizar también al pueblo de Dios de los últimos días que, al anunciar el evangelio eterno a toda la Tierra, debe clamar: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:7).[4]

Andar con Dios

Otra marca del sacerdote fiel es su caminar con Dios; vivir cada instante en la presencia del Señor. Eso comienza con el tiempo dedicado a la comunión con él. Es necesario comenzar el día con Dios y, entonces, salir hacia el trabajo en su compañía. El mismo Jesús tenía sus prioridades, y “no dejó que las personas determinaran su agenda. La oración en las primeras horas de la mañana era más importante que el ministerio”.[5]

El sacerdote debe andar con Dios en rectitud, que es lo opuesto a la iniquidad. Si no fueses el pastor de tu iglesia, sino solo un miembro, ¿cómo te gustaría que fuese tu pastor? ¿Qué pensarías de él, si tuviese la misma honestidad, pureza y dedicación que hoy posees?

Cristo pidió al Padre que no nos quitase del mundo, sino que nos guardara del mal. Con el correr del tiempo, el mal creció y adquirió múltiples formas. Está cada vez más difícil distinguir lo correcto de lo equivocado. El lobo está más parecido a la oveja. ¿O es la oveja la que está más parecida al lobo? Hay lugares en los que hasta el pastor es más parecido al lobo. Parafraseando una declaración de John Wesley, al comentar la falta de rectitud en la vida de determinado pastor, alguien dijo: “Predicaba tan bien en el púlpito, que era una pena que necesitara dejarlo; pero fuera del púlpito vivía tan vergonzosamente, que era una pena que necesitara volver a él”.[6]

Es necesario tener cuidado con un tipo de deshonestidad que es a favor  no del individuo que la práctica, sino de la iglesia. La iglesia no necesita de ello, pues no la edifica. Antes, la mácula la debilita. Sé justo al tratar con los negocios de la iglesia, justo al pagar y al cobrar. Dios tiene en el mundo personas que nunca temen, nunca engañan, nunca son deshonestas, se una de ellas.

La paz es otro fruto de la comunión con Dios. A pesar de sus muchos compromisos y actividades, Dios desea que tengas paz. Esa paz, o shalóm, describe el estado de plenitud y realización, que es resultado de la presencia de Dios[7] y de una vida de rectitud (Isa. 3:7).[8] El Señor Jesús la poseía. Los fariseos no se mostraban entusiasmados con su ministerio. Sin embargo, en el conflicto con ellos, Cristo poseía libertad y convicción, para decir: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29). En la víspera de su muerte, el Maestro dijo a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Hay varias actitudes que pueden robar la paz de un pastor, y una de las principales es la envidia de los compañeros. La envidia destruye la fe (Juan 5:44). “Es fácil desanimarse en el ministerio cuando nos comparamos con los demás […]. Sabemos que superamos el espíritu de comparación cuando conseguimos ponernos contentos con el éxito de los más talentosos que nosotros. Cuando estemos contentos con nuestra pequeña parte en la obra total de Dios en la tierra, tendremos el sentimiento de satisfacción y de realización”.[9]

Otro elemento nocivo a la paz es la idea de éxito, basada en el patrón del mundo. La Biblia nos enseña que Dios y su causa serán vencedores. Enseña también que todos sus siervos tendrán éxito en las batallas espirituales, pero no en todas las tareas individuales. Algunos de los grandes hombres de Dios, como Isaías, Jeremías y Juan el Bautista, también fracasaron, si analizamos solo los resultados temporales que recogieron en vida. La grandeza de su obra fue reconocida mucho tiempo después. Dios no te llamó para tener éxito. Te llamó para ser fiel.

Una actitud que también atenta contra la paz de un pastor es la desconfianza en algún líder de la organización. A veces, eso tiene fundamento; a veces, no. Algunas veces, lo que sucede es que no poseemos todas las informaciones pertinentes y necesarias para hacer un juicio correcto, y nos imaginamos cosas. Con todo, aun cuando algún líder esté actuando con motivos escondidos o utilizando métodos impropios, recuerda que Dios todavía está al mando, y es tan sabio y poderoso, que es capaz de usar todas las cosas para el cumplimiento de su voluntad. No permitas que cosa alguna turbe tu corazón y se posesione de tu ministerio.

Anuncia la verdad

Un sacerdote es alguien que fue llamado para una obra especial al servicio de Dios. ¿Cómo puede saber hoy una persona si Dios la está llamado a la obra pastoral? Hay tres indicativos seguros: Primeramente, el que es llamado tiene una fuerte convicción interior dada por el Espíritu de Dios. En segundo lugar, en su vida están presentes las cualidades que la Biblia presenta como características de un pastor (1 Tim. 3). Y, finalmente, la iglesia, por medio de personas dotadas de discernimiento, confirman ese llamado, evaluando sobre todo el carácter.[10] Durante todo tu ministerio, serás ampliamente fortalecido si tienes la convicción del llamado y si recuerdas que estás al servicio del Señor de los ejércitos.

Es fundamental que el sacerdote posea conocimiento intelectual de la voluntad, los caminos y la revelación de Dios. Eso proviene de la experiencia personal con el Señor, pero también del tiempo dedicado al estudio, especialmente de las Sagradas Escrituras, y la meditación. Además de eso, debe transmitir esa instrucción al pueblo, recordando que hay tres personas involucradas en esa actividad. La primera es Dios. El instructor habla de Dios en nombre de Dios. Es necesario conocerlo bien. La segunda persona es el oyente, con sus múltiples necesidades. Necesitamos identificarnos con él. Por último, está el instructor, que debe aplicar la verdad a su propia vida, antes de compartirla.[11] No es coherente dar un mensaje esperando que funcione en otras vidas, si no funciona en la nuestra.

Porque el sacerdote es un mensajero de la verdad, en sus labios no hay vestigios de falsedad. Como las palabras revelan el carácter y, en lo íntimo, él es verdadero, sus palabras serán verdaderas.

Aparta la iniquidad

Apartar a las personas del pecado es el resultado de lo que es el sacerdote y de lo que hace. Porque teme a Dios, anda en su compañía y es el mensajero de la verdad, muchos son apartados de la iniquidad. Un tema muy enfatizado en el  pastorado adventista es el bautismo. Este debe ser un rito que marca la vida del creyente, pero no tendrá significado alguno si no fuera precedido por la experiencia de la conversión. El trabajo del pastor es más que bautizar. De nada vale bautizar personas, si no fueran  apartadas de la iniquidad. Dios odia el pecado, y quiere separarnos de él.

David explicó que “cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:12). Juan escribió: “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:5, 6). Y Pablo aconsejó: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. Pero ahora dejad  también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (Col. 3:5, 8, 9). Dios no solo quiere que evitemos el pecado, sino también que lo odiemos en todas sus formas.

Si la tarea del Espíritu Santo, del pastor y de la predicación, por un lado, es confortar a los perturbados, por otro lado es perturbar a los que viven confortablemente en el pecado, a fin de que vean su condición y acepten  la gracia de Dios. Cuando la predicación está fundamentada en la Biblia, los hombres son apartados del pecado. Como dijo Jesús, su Palabra es el instrumento que usa para podar a sus hijos, a fin de que den frutos abundantes (Juan 15:2, 3). Eso sucede porque las Escrituras testifican de Cristo (Juan 5:39); testifican que su nombre es Jesús, “porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21); testifican que “él apareció para quitar nuestros pecados” (1 Juan 3:5) y que “todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3:9).

Pastor, las marcas de un sacerdote fiel deben ser tus marcas. Que temas el nombre del Señor, andes con él, anuncies la verdad y tengas un ministerio fructífero, apartando a muchos del pecado y aproximándolos al Padre celestial.

Pastor, las marcas de un sacerdote fiel deben ser tus marcas. Que temas el nombre del Señor, andes con él, anuncies la verdad y tengas un ministerio fructífero, apartando a muchos del pecado y aproximándolos al Padre celestial.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario de Teología de la UNASP Engenheiro Coelho, SP Rep. de Brasil.


Referencias

[1] J. Sidlow Baxter, Examinai as Escrituras: Ezequiel a Malaquías [Escudriñad las Escrituras: Ezequiel a Malaquías], 6 tomos (Sao Paulo: Vida Nova, 1995), t. 4, p. 97.

[2] Emilson dos Reis, Parousia, año 3, n° 1, p. 65.

[3] Erwin Lutzer, De Pastor Para Pastor: Respostas Concretas Para os Problemas e Desafios do Ministerio [De pastor a pastor: Respuestas concretas a los problemas y desafíos del ministerio] (Sao Paulo: Vida, 2000), p. 101.

[4] Emilson dos Reis, Ibid., pp. 65.

[5] Erwin Lutzer, Ibid., p. 1.

[6] D. E. Mansell y V. W. Mansell, Meditares Matinals [Meditaciones matinales] (Tatuí: Casa Publicadora Brasileira, 1998), p. 177.

[7] G. Lloyd Carr, Dicionário Internacional de Teología do Antigo Testamento [Diccionario Internacional de Teología del Antiguo Testamento] (Sao Paulo: Vida Nova, 1998), p. 1.573.

[8] Ibid.

[9] Erwin Lutzer, Ibid., pp. 133, 134.

[10] Ibíd., pp. 14-16.

[11] Ibid., pp. 43-45.