Estar en Cristo es haber recibido la novedad de vida que el produce; es ser  y actuar como él.

El texto de 2 Corintios 5:14 al 6:2 contiene una serie de afirmaciones teológicas con el propósito de llevar a los corintios a cambiar el modo de evaluar y tratar a las demás personas. En este pasaje, Pablo intenta, por así decirlo, confirmar la reconciliación entre él y sus quisquillosos conversos. La relación entre ellos había sido tensada hasta el punto de la ruptura, y Pablo quería sanar las heridas.

El pasaje muestra cómo debe actuar un pastor, en la práctica, para curar las relaciones fracturadas. No con expresiones de tipo: “Deberías…” o “Tendrías que…”, sino con “Tú eres”. No con una lista de lo que deberíamos hacer, sino con una descripción de lo que Dios ya hizo por nosotros, en Cristo Jesús, como base para la manera en que deberíamos tratarnos mutuamente.

La muerte de Cristo por todos

Interesado en su propósito reconciliador, Pablo, en 2 Corintios 5:14, declara que el centro y el poder que se encuentran detrás de su ministerio era el amor de Cristo por el mundo. Ese amor, dice él, “nos constriñe”. Con esto, Pablo quiso decir que el amor de Cristo controlaba el curso que él seguía. Lo inspiraba, lo impelía y lo compelía a tomar solo actitudes convenientes al amor de Cristo. Esa es la fuerza que nos impulsa: el amor de Cristo nos pone en funcionamiento.

Si el amor es la fuerza motriz de nuestra vida, ¿cuál es el contenido de ese amor? La respuesta de Pablo se encuentra en la convicción cristiana de que ‘uno murió por todos”. El vínculo entre el amor de Dios y la Cruz de Cristo es todavía más fuertemente enfatizado por Pablo. La Cruz es la prueba del amor de Dios (Rom. 5:5-8; 8:31-39; Gál. 2:20). El hecho de que “uno murió por todos” es el corazón de la fe cristiana.

En 1 Corintios 15:3 y 4, Pablo apela a la más antigua confesión cristiana que poseemos. La recibió y la enseñó a sus oyentes. “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”. El “nuestros” se convierte en el “todos” de 2 Corintios 5:14. No sería coherente con “uno murió por todos” decir que él murió por algunos, por los escogidos o solo por los creyentes. La muerte de Cristo es universal en alcance y significado. Que Pablo se refería al aspecto universal de la muerte de Jesús se evidencia por el hecho de que, mientras que la confesión de la iglesia cristiana primitiva dice “Cristo murió por nuestros pecados”, en 2 Corintios 5:14 Pablo reemplaza a “Cristo” por “uno”. Su propósito aquí parece ser posibilitar el cambio de “por nuestros pecados” (1 Cor. 15:3; Gál. 1:4; o “por nosotros”, vers. 3:13; o “por mí’, ver Gál. 2:20), a “por todos”. “Uno por todos” es un perfecto contraste.

El énfasis de la afirmación debe estar en “todos”. Consecuentemente, podemos decir que Cristo murió por todos, sin excepción. Por lo tanto, según el versículo 14, todos murieron en él. Si es así, el conflicto entre Pablo y los corintios, al igual que entre nosotros y los demás, está superado, en principio, y debería estarlo en la práctica también. Si toda persona es objeto del amor de Cristo y comparte su muerte, es claro que todos estamos unidos en una nueva comunidad.

Nueva vida y nueva creación

Aun cuando contenga una afirmación que, por su importancia, podría ser considerada suficiente, 2 Corintios 5:14 tiene como función principal fundamentar lo que Pablo dice en el versículo 15. Ese versículo es el destino hacia el que se dirige el versículo 14. El significado práctico del versículo 14 en relación con el 15 es anunciar que la muerte de Cristo, por todos, tiene el objetivo de que los que viven como resultado de esto ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que “murió y resucitó”.

Si el versículo 14 incluye el principio de ‘uno por todos”, el versículo 15 se refiere a “todos para uno”. Los que recibieron la vida como resultado de la muerte de Cristo, deben vivir no en sus propios intereses egoístas, como lo hacían antes de unirse a Cristo, sino de la misma forma en que él vivió. Deben tener en mente los intereses de Cristo. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). Cristo, como aquel que se dio por todos, debe ser el objeto de nuestros sentimientos, el objetivo de nuestra vida, la inspiración y el modelo de nuestro servicio.

El pensamiento de la nueva vida en Cristo crucificado y resucitado continúa en 2 Corintios 5:17. Cuando Pablo dice: “Si alguno está en Cristo”, se refiere a un vínculo personal con el Maestro y no a algo que es legalmente verdadero. El estudio acerca del uso de “en Cristo” en los escritos paulinos revela que esa expresión no es una realidad forense, sino relacional. Se refiere al vínculo más íntimamente posible entre el Cristo resucitado y el creyente. Porque el creyente está unido al Señor vivo por medio de la morada de su Espíritu, es incorporado, por un lado, a la muerte y la resurrección de Cristo, que inaugura la nueva creación. Por otro lado, es incorporado al cuerpo de Cristo, la iglesia, que también recibe vida a través de su muerte y resurrección. Como resultado, el creyente es receptor de todas las bendiciones de la salvación que fluyen de Cristo e impregnan a la fraternidad de los creyentes. En la experiencia “en Cristo”, aquel que nos representó en la Cruz es el mismo que. ahora, inunda nuestra vida personal y comunitaria con su presencia, la eficacia de sus méritos salvadores y la esperanza de la era venidera.

La traducción de 2 Corintios 5:17 ha sido discutida. El problema es que, después de la frase “si alguno está en Cristo”, no hay nada más que las palabras “nueva criatura”. Algunos lo traducen de este modo: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”. Otros, como “hay una nueva criatura”. No creo adecuadas esas traducciones. La nueva creación no es sencillamente una experiencia individual, sino una realidad escatológica que pertenece a la era venidera. Por lo tanto, para mí, la mejor traducción sería: “Si alguno está en Cristo, forma parte de (o es partícipe) la nueva creación de Dios”. En otras palabras, la nueva creación, que tradicionalmente ha sido considerada en el tiempo futuro, en realidad ya existe creada por Dios solo a través de la muerte y la resurrección de Jesús.

El acceso personal a la nueva creación sucede solo por la unión con el Cristo resucitado. Cuando la entrada a la nueva creación tiene lugar, “las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Ese es otro modo de decir que, en vista de la muerte de Cristo por todos y como resultado de la nueva vida en él, ya no juzgamos a nadie a partir de un punto de vista mundano (vers. 16). Es hacia el significado de ese versículo que nos volvemos ahora.

Nuevas lentes

La carta de Pablo revela que los corintios estaban centrados en sí mismos, eran arrogantes y críticos hacia las demás personas. Por otro lado, Pablo les recordó que, si ellos tenían la vida que deriva de la muerte y la resurrección de Cristo, y esto los había llevado a vivir por él y a convertirse en partícipes de la nueva creación, su modo de relacionarse debería ser modificado. Esto puede ser verificado en el versículo 16, que expresa mejor la intención práctica del apóstol en el pasaje en estudio. En este versículo, afirma que ya no tratamos a nadie según el punto de vista del mundo, de acuerdo con la carne, según la expresión original.

Las viejas costumbres, presuposiciones, conceptos y evaluaciones fueron abandonados, como resultado de la nueva vida del Cristo resucitado que fluye a través de nosotros. En lugar de la percepción mundana, deben reinar las relaciones transformadas. Pablo está exhortando a los corintios a verlo a él, a su obra y a toda la raza humana a través de los lentes de la nueva creación ya presente en Cristo, en lugar de hacerlo con los lentes del mundo. Así como el mundo está crucificado para nosotros y nosotros para el mundo (Gál. 6:14, 15), lo único que realmente cuenta de aquí en adelante es la nueva creación, con sus perspectivas radicalmente nuevas. Los que pertenecen a Cristo y a la nueva creación, experimentan transformación en su vida. Miran a las demás personas, independientemente de lo que sean o lo que hayan hecho, de la manera en que Cristo lo hacía, porque tienen la mente de Cristo. Como partícipes de la nueva creación, los pastores deben mirar a los creyentes, y viceversa, con la mente reconciliadora de Jesús. Los eruditos deben mirar a los iletrados, y viceversa, con la mente de Cristo. Los administradores deben evaluar a sus obreros, y viceversa, a través del filtro de la mente de Cristo. Las esposas y los esposos deben amarse de la manera en Cristo los ama.

Es nuestro deber ministrar a todos, sin importar quiénes sean ni lo que hayan hecho, con la compasión restauradora de Jesús. Debemos curar las heridas del corazón quebrantado en el espíritu de Cristo. Debemos tratar al pobre, al fracasado, al sin techo, al deficiente, al enfermo, al divorciado, al homosexual y al discapacitado con la mente de Jesús. Las personas del sexo opuesto, las minorías y el extranjero deben ser tratados con la mente de Cristo. En verdad, debemos amar a nuestros enemigos con el amor redentor de Jesús, así como él nos reconcilió consigo mismo cuando éramos sus enemigos (Rom. 5:10). Estar en él es haber recibido la novedad de vida que él produce; es ser y actuar como él.

La reconciliación cumplida y recibida

Segunda de Corintios 5:18 deja en claro que la reconciliación de la humanidad con Dios ya fríe cumplida por medio de Cristo, y que el ministerio de esa reconciliación fue confiado a los mensajeros de Dios. Dado que Pablo era un agente especial divino de la reconciliación (vers. 18-20), la implicación es que los corintios deberían aceptar el mensaje y la apelación a la reconciliación que Dios enviaba a través de su embajador. Ellos, y nosotros, deberíamos dejarnos atraer hacia la realidad de la reconciliación que Dios, en Cristo, conquistó para el mundo entero en la Cruz.

La reconciliación es, al mismo tiempo, un don y un llamado, un indicativo que establece lo que somos y un imperativo que declara lo que deberíamos ser. En su distanciamiento de Pablo, los corintios estaban perdiendo de vista esa verdad. Para terminar con la sospecha y la hostilidad, y quedar en paz con el agente divino, necesitaban tener un mayor dominio de la reconciliación de Dios. Necesitaban comprender todo el potencial de la Cruz, y Pablo los llamó a hacer eso. Efesios 2:11 al 18 instruye en cuanto a esto. Aquí, los enajenados gentiles han sido aproximados al pueblo de Dios, por la sangre de Cristo. Encarna en sí mismo la paz que puede existir entre judíos y gentiles. Como su paz, Cristo derrumbó el muro de separación entre ellos, para poder crear en él mismo una nueva humanidad en lugar de dos y reconciliar a los dos grupos con Dios, a través de la Cruz.

En consecuencia, proclamó paz tanto para el que está lejos como para el que está cerca. El texto es claro: la paz ya está objetivamente presente, de manera que ahora debe ser experimentalmente comprendida. La realidad de la paz y la invitación para recibirla deben ser compartidas. El evangelio nos llama no a una salvación que “podría” ocurrir, sino a una que ya está presente y que, por lo tanto, invade nuestra vida y nuestras mutuas relaciones diarias con todos aquellos por los que murió Cristo.

Cuando nos dice que “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado” (2 Cor. 5:21), Pablo resucita de la manera más impresionante el pensamiento del versículo 14 acerca de la muerte de Cristo por todos. Considerando que las dos declaraciones se refieren a la muerte de Cristo en favor de nosotros, es probable que, al decir que fue hecho pecado por nosotros, Pablo esté hablando de Cristo como un sacrificio por el pecado del mundo entero. Mientras que el versículo 15 describe el resultado del versículo 14, la segunda mitad del versículo 21 da el resultado de la primera mitad de ese versículo: Cristo se identificó con nosotros en nuestros pecados y los pagó “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Ser justicia de Dios, en el contexto de ios versículos 18 al 20, cuyo principal énfasis es la reconciliación que Dios efectuó y para la cual nos llamó, es lo mismo que decir: “para que en él pudiésemos ser reconciliados con Dios”.

Si unimos la afirmación del versículo 21, de que a través del sacrificio de Cristo podemos convertirnos en justicia de Dios, con el versículo 15, según el cual el propósito de la muerte de Cristo es que vivamos para él, que alguien se convierta en justicia de Dios significa que, siendo reconciliados con él, comenzamos a vivir por Cristo, constreñidos e impelidos por su amor a darnos y buscar la reconciliación, y servir al prójimo con amor. Eso es lo que significa la nueva creación, como realidad aquí y ahora. No se trata solo de una experiencia social en que nuestra postura ante alguien revela el altruismo y el amor reconciliador de Cristo. Con estas consideraciones acerca de la reconciliación, podemos volver al interrogante que había surgido a partir del versículo 17, que afirma que la nueva creación ya sustituyó a las cosas viejas. Esa es una idea increíblemente sorprendente y chocante. Hay evidencias que sugieren que es descabellada. A fin de cuentas, ¿qué es lo nuevo en este mundo moralmente anárquico, enfermo, tirano y sufriente, mundo en el que se repite una catástrofe tras otra y la muerte reina soberana? ¿Dónde está la nueva creación en este mundo? ¿Se trata solo de un sueño, un ideal construido en la mente, una proyección freudiana que se genera en el inconsciente de los temerosos? La verdad es que, donde sea que los poderes de la reconciliación estén actuando, la nueva creación está presente. la única forma que la nueva creación toma en este mundo de tragedia y muerte es la del amor de Cristo, que es compartido en las actitudes y las acciones de los que incorporan y promueven la reconciliación: los pacificadores que Jesús declaró bienaventurados (Mat. 5:8).

Salvación y desición

Pablo, que se dice comisionado por Dios para el ministerio de la reconciliación (2 Cor. 5:18, 19) e incita a las personas a reconciliarse (vers. 20), también afirma que, actuando así, trabaja junto con Dios (2 Cor. 6:1). En este caso, todos deberían tomarlo muy en serio. En su capacidad de coobrero de Dios, Pablo urgió a los corintios, y a todos nosotros, a no hacer vana la gracia de Dios. ¿Cómo es posible hacer fútil la gracia divina? Al no buscar ni vivir la reconciliación con los demás hermanos después de haber aprendido la buena nueva de que Dios nos reconcilió consigo mismo en Cristo (vers. 18), al no imputarnos nuestras transgresiones (vers. 19).

Si no perdonamos ni vivimos reconciliados con nuestros semejantes después de haber sido reconciliados con Dios, opacamos el pleno significado de la reconciliación y frustramos su propósito de colocarnos en la nueva creación y cambiar nuestra vida, llevándonos del egoísmo hacia el altruismo.

Consecuentemente, dice Pablo, conforme a Isaías 49:8, el tiempo aceptable, el día de salvación, ha llegado. La reconciliación entre Dios y la humanidad, que es la base de la reconciliación en todas las relaciones humanas, ya fue efectuada en la Cruz, y ahora se convierte en el fundamento para una decisión. Nadie puede escapar a este desafío. En esencia, Pablo insta a los corintios y a todos los incluidos en el propósito redentor de Dios: “Tomen la decisión de permitir que la reconciliación de Dios determine sus relaciones y su conducta. No frustren el propósito reconciliador que la gracia tiene hacia las demás personas”.

El pensamiento de Pablo nos recuerda el mensaje a los hebreos: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 4:7). Puesto que la salvación fue obtenida en el pasado, en la cruz de Cristo, es también un acto escatológico, que forma parte de cada momento, un “hoy”, y por lo tanto, un día de decisión.

Lo que los corintios necesitaban comprender y aceptar, y nosotros también, es la paradoja de que aquello que por la gracia de Dios ya fue realizado, todavía no está completado en nosotros mientras no impregne nuestras relaciones, la visión social y la vida en comunidad. El objetivo de Dios para nosotros no está limitado al mero ajuste legal, sino que se remonta hacia la transformación personal y colectiva. Esa es la experiencia que debemos adquirir, para formar parte de la nueva creación, aquí y ahora, antes de que la llama de la reconciliación de Dios y de su obra restauradora se extinga en nosotros.

Sobre el autor: Profesor de Teología en la Universidad Loma Linda, Estados Unidos.