La supervivencia de la iglesia depende de los niños. Se debe reconocer, con toda justicia, que ellos son nuestro mayor recurso. No obstante, con mucha frecuencia, les brindamos un apoyo que apenas es simbólico. Parece que siempre están al final de la lista de nuestros pensamientos cuando planificamos campañas de evangelización, de nutrición de la iglesia u otras actividades.
Desde la perspectiva del Ministerio de los Niños en la congregación local, me angustio al observar la falta de pasión que existe por nuestros menores. Por otro lado, cuando llegan a la adolescencia, repentinamente nos invade el pánico, invertimos dinero, tiempo, recursos humanos e imaginación, todo lo que podemos reunir, en la urgente tentativa de “asegurarlos”, porque tememos que dejen la iglesia durante esa etapa de la vida.
¿Podría ser que parte de las presiones que experimentamos en esa etapa, y algunas de las tendencias a
la apostasía que manifiestan, se deban al hecho de que hicimos por ellos menos de lo necesario cuando eran niños? ¿Qué les parece si manifestamos con los niños ese mismo sentido de urgencia que usamos al tratar con los adolescentes?
La iglesia tiene el compromiso de usar activamente los recursos disponibles para iniciar programas que hagan del ministerio a favor de los niños una fuerza formidable en la congregación local. La iglesia —tanto la institucional como la local— necesita proporcionar ideas y recursos innovadores que se puedan llevar a la práctica en cada congregación.
Junto con esos importantes recursos, la mayor influencia viene de los propios miembros. Si se mantiene una relación sana con los más jóvenes, los miembros maduros pueden poner en su mente su interpretación del carácter de Jesús. La interacción semanal o diaria con los miembros le dará a los niños una impresión de la iglesia que conservarán cuando lleguen a la edad adulta.
Una impresión correcta
Hace poco vi un documental de National Geographic con respecto a las cebras. Una de las observaciones más interesantes tenía que ver con las “listas” o franjas que las adornan. Cuando llega el momento del parto, la hembra se separa del grupo sólo un poco, para tener la seguridad de que conservará su puesto en el grupo. Después que nace su cría, ésta tiene que levantarse inmediatamente y comenzar a caminar. Su supervivencia depende de eso. Pero también depende de otro factor igualmente importante: Cuando la cría se levanta, la madre se asegura de que esté a su lado durante los primeros quince minutos.
Aparentemente, el cerebro de la cría graba en la memoria los costados de su madre. Si consideramos que cada cebra tiene “listas” diferentes, es vital que la cría tenga impresas en la memoria las de su madre. Si mira a otra cebra que no sea su madre, y graba en la memoria otro estilo de listas, podría morir por causa de la confusión mental que se le produciría, y al no poder determinar dónde está su fuente de alimentos y protección. En los primeros minutos de su vida, la impresión en la memoria de las listas correctas puede establecer la diferencia entre la supervivencia y el desastre. La mamá cebra rodea a la cría recién nacida para protegerla de la curiosidad de las otras cebras, porque sabe que aquella no debe mirar otras listas que no sean las de ella.
Como miembros de iglesia necesitamos aprender de las cebras, asegurándonos de que nuestros niños reciban las impresiones correctas tan temprano en la vida como sea posible, de manera que se acuerden de ellas durante toda la vida. La supervivencia espiritual durante la revolución de la adolescencia depende de las correctas impresiones recibidas en la infancia.
Emplear un poco de tiempo con los niños posiblemente no parezca algo tan importante o estimulante como el “ejercicio mental” implícito en una discusión de los grandes temas teológicos o doctrinales de los adultos. Pero tratar con los niños puede ser de muchas maneras más satisfactorio. La imitación sigue siendo la mejor manera de lisonjear. El mayor elogio que he recibido vino de una nena que afirmó: “Cuando sea grande quiero ser como usted”. Desde entonces me he dado cuenta de que su vida se está desarrollando de tal manera que posiblemente ella llegue mucho más lejos que yo.
Como líderes tenemos el deber y la responsabilidad de plantearle a la gente la necesidad de que nuestro ministerio en favor de los niños sea positivo. Necesitamos estar seguros de que los miembros están recibiendo un entrenamiento apropiado, con el fin de que sepan cómo cuidar ese precioso tesoro, dejando con ellos una impresión de Cristo positiva y duradera. Los pastores, profesores, padres y educadores en general necesitan levantar a Cristo delante de los pequeños. Desgraciadamente, muchos miembros son bien intencionados pero a la vez bastante molestos. No es raro que mucha gente se las haya arreglado para usar a los niños de tal forma que los han influenciado negativamente para el resto de sus vidas.
Cierto día dos jovencitos nos fueron a visitar. Al hablar acerca de la escuela sabática anterior, uno de ellos dijo que había asistido a la mejor clase de su vida. Cuando le pregunté por qué le parecía así, me respondió: “Logramos hacer algo. No nos quedamos sentados para contestar preguntas sobre una cosa u otra”. Y enumeró todas las actividades en que los niños habían participado. “Fue muy lindo”, terminó diciendo.
El Ministerio en favor de los Niños puede crear recursos valiosos y proporcionar entrenamiento, pero la clave reside en tener gente dispuesta a poner en marcha programas capaces de modelar caracteres. Los niños tienen un “sexto sentido”. Con mucha rapidez pueden cortar el hilo de la religiosidad. Pueden darse cuenta en pocos momentos si los amamos de verdad. Y pueden grabar las impresiones en sus mentes para retenerlas por años.
En el mismo nivel
Hace pocas semanas mi esposo y yo fuimos a una iglesia donde escuchamos la narración de una historia para niños, a cargo de un adulto, durante la hora del culto. Ésa es una costumbre positiva que mantienen algunas congregaciones, pero en el caso específico de esa iglesia había un problema: la historia se presentó en un lenguaje demasiado adulto, difícil de entender para los niños. La narradora tenía un gran sentido del humor que pasaba por encima de las cabezas de los niños, y hacía reír bastante a los adultos.
La narración duró aproximadamente quince minutos. Después del programa oí algunos comentarios acerca del tiempo que se le había dedicado a los niños sin presentarles algo que les llamara verdaderamente la atención. En efecto, muchos de ellos se estaban pellizcando y empujando, otros corrían para reunirse con sus padres, y subían y bajaban los peldaños de la plataforma mientras la historia seguía. Era evidente que la persona que la estaba contando no se había preparado bien. Después de unos diez minutos, yo misma estaba inquieta, trataba de hablar con mi esposo, hojeaba el boletín, tenía ganas de ir al baño o hacer algo. Entonces me acordé del sabio consejo de mi amiga Cheryl Retzer, según quien “un niño puede oír sólo un minuto de una historia por cada año de vida que tiene”. Quiere decir que un niño de cuatro años sólo puede escuchar una historia de cuatro minutos.
Los niños no están obligados a permanecer en la iglesia. Aunque hagamos todo bien, siguen teniendo libertad, ese derecho de elegir que les dio Dios como a todo el mundo. Y pueden escoger caminos que nos entristecen. Es importante que nos aseguremos de que cuando decidan “tirarse al agua”, estemos cerca de ellos para evitar que se ahoguen.
No hace mucho tuve el placer de hacer un paseo submarino en la bella Manado, en Indonesia. Remamos hasta los arrecifes en un bote muy angosto y pequeño. Nadar en el océano fue relativamente fácil. Sólo me puse los instrumentos adecuados y nadé hacia la distancia. Después de pasar una fantástica mañana observando corales, peces raros y paisajes submarinos espectaculares, me sentí con hambre, cansada y deseé regresar al bote. A pesar de la belleza del océano, estaba cansada y necesitaba del reposo y la seguridad de la playa. Pero volver al bote era otra cosa. Intenté ascender, pero no lo conseguí. Muchas veces casi lo logré, pero el océano, como un imán, me atraía de nuevo. Además, a los que estaban en el bote no les gustaba que yo estuviera aparentemente intentando volcarlo, pues según ellos yo estaba comprometiendo su seguridad.
Finalmente se pusieron a pensar que a lo mejor yo necesitaba ayuda para volver, ya que estaba tan impaciente y desesperada. Resolvieron rescatarme con sus fuertes brazos, y pocos momentos después estaba a salvo. Al comentar el incidente después, nos reímos mucho. Pero también nos acordamos de aplicar algunas de las lecciones que aprendimos a la situación de nuestros jóvenes y niños. Es fácil para ellos irse de la iglesia, pero sin los fuertes y amantes brazos de los familiares y los miembros que luchan para alcanzarlos, sin corazones dispuestos a perdonar su pasado, no pueden volver al barco.
Su lucha puede resultarnos incómoda mientras los observamos desde nuestra propia seguridad. Muchas de sus extravagancias durante ese tiempo nos pueden desanimar, de tal manera que nos olvidamos de salir a buscarlos y nos quedamos sentados mirándolos y criticándolos mientras luchan.
Pero Jesús nos incentivó y nos advirtió, por medio de su ministerio, en cuanto a la necesidad de cuidar de los pequeños. No midió el valor humano por la estatura, el tamaño o el peso de una persona. Los pequeños son las joyas preciosas de su reino. Es muy importante que en nuestras iglesias se empleen recursos, talentos y tiempo en atenderlos debidamente.
Sobre el autor: Coordinadora Mundial del área femenina de la Asociación Ministerial de la Asociación General (AFAM) de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.