Cuando hace unos meses hicimos una llamada telefónica para tratar de localizar a una señorita por un asunto urgente, su madre contestó la llamada y nos habló de lo difícil que es encontrarla, pues sale temprano de mañana y regresa cuando se ha hecho de noche. Esa señorita es una instructora bíblica. El lugar donde estaba trabajando era muy apartado, una zona difícil… y el frío apretaba en esa época del año.
¡Las instructoras bíblicas! Un pequeño ejército de sólo 23 mujeres a través de ocho países de Sudamérica. Y sin embargo, ¡cuánto significan estas 23 valientes para otros tantos pastores y para la iglesia en general! Son la mano derecha en las iglesias. Y a veces son mucho más que eso.
Hemos leído últimamente lo que la Hna. White dice acerca de la importancia de la obra personal, en comparación con la predicación desde el púlpito. Define ella la obra personal como “de origen celestial” (Evangelismo, pág. 300), y asevera que es tarea formadora de “obreros que serán poderosos para Dios” (Ibid.), por medio de quienes millares “de todas las naciones y lenguas” han llegado a conocer la verdad.
Y habla también en forma clara de la tarea que les cabe a mujeres consagradas en la obra personal. “El Salvador reflejará, sobre estas mujeres abnegadas, la luz de su rostro, y les dará un poder que exceda al de los hombres. Ellas pueden hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden realizar, una obra que alcanza la vida íntima. Pueden llegar cerca de los corazones de las personas a quienes los hombres no pueden alcanzar”. Y concluye diciendo: “Se necesita su trabajo” (Id., pág. 304).
El trabajo de la instructora bíblica no es fácil. Es cierto que reporta satisfacciones como ningún otro, pero se necesita para él “mujeres de principios firmes y de carácter decidido”, con “mucha gracia, mucha paciencia y un acervo siempre creciente de sabiduría” (Id., págs. 313, 308).
Tal vez ésa es la razón por la que en un ejército de 4.298 obreros que tenía la División Sudamericana en 1969, sólo 23 eran instructoras bíblicas, o que haya habido en la misma fecha sólo 16 en un grupo de 3.620 obreros en la División Interamericana.
Tal vez eso explica por qué en la División Norteamericana mientras el número de obreros subió de 18.911 a 28.287, entre 1961 y 1969, el número de instructoras bíblicas haya bajado de 108 a 99… En el mismo período ocho pasaron a disfrutar de la jubilación, pero al parecer no fueron reemplazadas.
Por la calidad del trabajo que hacen, el número de instructoras bíblicas debería aumentar año tras año. Son de valor incalculable, especialmente en las ciudades. La Hna. White dice que “si hubiera veinte mujeres donde ahora hay una, que hicieran de esta santa misión su obra predilecta, veríamos muchas más personas convertidas a la verdad” (Id., pág. 309).
Hace algunos meses hicimos un pedido a las instructoras bíblicas de la División Sudamericana. Les escribimos solicitando nos indicaran qué espera una instructora de un pastor. Recibimos una cantidad de respuestas, las que estudiamos a fondo para obtener conclusiones. El resultado de ese estudio está en otras páginas de esta revista, y es un material que todo pastor debería leer con detenimiento y oración.
¿Qué podemos hacer para que la carrera de instruir a hombres y mujeres en el camino de la verdad pueda ser más atractiva y que veamos más y más hermanas dedicadas a realizarla?
En primer lugar, deberíamos conservar las instructoras que tenemos, la mayoría de las cuales tienen una amplia y profunda experiencia en la obra personal. Lo haremos reconociendo los buenos servicios prestados por ellas. “Una palabra de reconocimiento hace más bien que mil de reprensión”, dijo alguien por allí. Tal vez sea cierto. Algunas instructoras han manifestado que sienten un vacío en ese aspecto. Una contestó a la entrevista diciendo que su jefe parecía considerarla sólo como una “fabricante de bautismos”. Otra expresó que “somos humanos y cuando se hace lo mejor dentro de nuestras capacidades, nos gusta que nos alienten manifestándolo personalmente o por escrito… Eso da valor para la lucha”.
La última frasecita es especialmente significativa. En la obra personal hay satisfacciones enormes, hay momentos de verdadera euforia. Pero hay momentos de tristeza y desazón. Un instructor bíblico a quien conocimos era el símbolo del optimismo. Sucediera lo que sucediese estaba siempre animado y llenaba a otros de entusiasmo. Pero un día lo vimos llegar abatido y decaído… “¿Qué ha pasado?”, le preguntamos. “¿Se acuerda de aquellas tres señoritas que venían a todas las conferencias y que se sentaban en la primera fila? Hoy me devolvieron las Biblias diciendo que no asistirían más ni seguirían los estudios”. “¿Cuál es la causa?”, volvimos a inquirir. “Visitaron al sacerdote y éste les prohibió seguir asistiendo”. “Pero —agregamos—, ¿no estaban tan animadas?” “Sí, ellas me dijeron que jamás habían aprendido tanto de religión como en estos últimos días, que estaban encantadas, pero que no querían contrariar al sacerdote”. Y aquel instructor, que había capeado todos los temporales, se sentía abatido.
No es ése un caso único. Las instructoras lo enfrentan a menudo. Cuántas veces ven que las “aves” arrebatan la semilla, o que las “espinas” ahogan la plantita ya lozana, o que el “sol” la quema. Y en esos casos, se necesita valor más que humano. Por eso la sierva del Señor aconsejaba a un pastor, bajo cuya dirección trabajaba una instructora: “Hermano……………….. espero que sea Ud. muy cuidadoso con respecto a la salud de la hermana ………………….. No le permita trabajar demasiado en una actividad que agota los nervios. Ud. comprenderá lo que quiero decir. (Id., pág. 325).
Una carta recibida hace algunas semanas revelaba esa necesidad: “Me sentí feliz al notar el interés en ayudar a las instructoras bíblicas. Confieso que hace mucho tiempo venía acariciando en lo profundo del corazón el anhelo de encontrar a alguien a quien pudiese exteriorizar algo de la vida ministerial, no tanto para obtener una palabra de aliento como para ayudar a los colegas que luchan en la espinosa y sublime senda de la vida misionera. Pero necesitaba encontrar un corazón comprensivo, lleno de simpatía y amor cristiano. Doy gracias a Dios por la oportunidad que Ud. me concede”.
Estimadas hermanas instructoras, este número de la revista de los ministros adventistas latinoamericanos está dedicado a vosotras. Es un sencillo homenaje que rendimos en vuestro honor y como reconocimiento de lo que vosotras significáis para la terminación de la obra. Somos conscientes de las alegrías que experimentáis cuando las puertas de un bautisterio se abren para que un grupo de personas a quienes habéis guiado paso a paso por la senda cristiana selle su pacto de fe y dedicación al Señor. Sabemos de los abrazos emocionados y muchas veces humedecidos por las lágrimas de alegría, que recibís al final del bautismo, de parte de almas agradecidas. Sabemos también del ansia con que muchos os esperan con sus Biblias abiertas, para que les deis el alimento que anhelan y necesitan. “Cuando ella se va, parece que un ángel se hubiera ido”, decía una señora agradecida. Somos conscientes de eso. Pero también sabemos de vuestras luchas, de las caminatas en noches negras y de frío, en busca de interesados en la verdad. Sabemos que a veces os sentís solas y relegadas. Que no os alientan, creyendo tal vez que porque estáis en contacto permanente con la Palabra no necesitáis del apoyo o reconocimiento humano. Sabemos de los pensamientos que a veces embargan vuestra alma, cuando en un día de fiesta, mientras las oficinas y los negocios están cerrados, y todos pasean libre y despreocupadamente por las calles, seguís trabajando, y sabemos también que a veces un pensamiento de desánimo os embarga.
Pero “la voz de Dios dice claramente ‘AVANZA’ ” (Patriarcas y Profetas, pág. 295). Hay aún almas que alcanzar, hay millones que aún no saben que la cruz se levantó para ellos y que hay un Mediador entre Dios y los hombres que no cobra nada por sus servicios. Vosotras también sois “ministros de la reconciliación” y el príncipe de los pastores es también vuestro Príncipe.
Si alguna vez un pensamiento de frustración o de desánimo os embarga, que la grandeza de la obra a vosotras encomendada os ponga de nuevo un fuego en el corazón y haga huir los malos pensamientos. Pensad que estáis edificando para la eternidad y que cuando los millones de cartas escritas por las secretarias se hayan consumido por el fuego, y los edificios, automóviles y todo cuanto existe haya pasado como estopa, los frutos de vuestras labores quedarán en pie y disfrutaréis durante toda la eternidad del reconocimiento y la gratitud de quienes pudieron huir de la destrucción porque vosotras los habéis llevado a los pies de la cruz. No hay en el mundo tarea más elevada y digna que la de ser un ministro de Cristo. Vosotras lo sois. “Porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel”. Esta es vuestra obra. “Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer en mi nombre”. Esta es a veces la copa que debéis beber. Pero aquí está la orden y la gloriosa promesa: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente”. “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.