Numerosos pasajes del Nuevo Testamento nos hablan de la importancia que Jesús y los discípulos dieron al testimonio del Antiguo Testamento.[1] “El Salvador se revela en el Antiguo Testamento tan claramente como en el Nuevo. Es la luz del pasado profético lo que presenta la vida de Cristo y las enseñanzas del Nuevo Testamento con claridad y belleza. Los milagros de Cristo son una prueba de su divinidad; pero una prueba aún más categórica de que él es el Redentor del mundo se halla al comparar las profecías del Antiguo Testamento con la historia del Nuevo”.[2] “En toda página, sea de historia, preceptos o profecía, las Escrituras del Antiguo Testamento irradian la gloria del Hijo de Dios. Por cuanto era de institución divina, todo el sistema del judaísmo era una profecía compacta del Evangelio”.[3]

     Siendo que el ritual hebreo es tan complejo, hemos decidido atenernos en nuestra investigación particularmente al ceremonial que implicaban las fiestas cívico-religiosas del pueblo de Israel. En ellas puede verse también, como entre sombras, el plan divino para la salvación del mundo. Constituyen una proyección histórica tan abarcante y completa, que se extiende desde la cruz de Cristo hasta la erradicación final del pecado y el establecimiento eterno del reino de Dios. En este admirable bosquejo está incluido además, el surgimiento del remanente final de Cristo con el anuncio del juicio de Dios y la amonestación de prepararse para el día de su venida. La comprensión de este aspecto fundamental del culto hebreo dio como resultado el movimiento adventista. Este marco ritual proyecta al pueblo de Dios en la parte final de la historia del mundo, y lo señala con una verdad distintiva que lo caracteriza de entre todo otro grupo religioso. La consistencia y el fundamento de nuestro mensaje están claramente expuestos en esta perspectiva hebrea.

     Muchos temas doctrinales pueden ser enriquecidos si se los enfoca bajo este triple marco histórico, profético y escatológico. “El significado del sistema de culto judaico todavía no se entiende plenamente. Verdades vastas y profundas son bosquejadas por sus ritos y símbolos. El Evangelio es la llave que abre sus misterios. Por medio de un conocimiento del plan de redención, sus verdades son abiertas al entendimiento. Es nuestro privilegio entender estos maravillosos temas en un grado mucho mayor de lo que los entendemos”.[4]

La pascua y los panes sin levadura

     El término hebreo “pesach”, una transliteración del egipcio “pash” que significa “herida”, y el otro término “pashhu” aparecido en las cartas de Amarna para describir los resultados de la formalización de un convenio, parecen poseer los dos significados comúnmente aceptados para designar la pascua.[5] La transliteración al griego que aparece en la Septuaginta, en las obras de Filón, en el Nuevo Testamento y en otros escritos siempre es pasja, y es usada como neutro, excepto ocasionalmente en las de Josefo.[6]

     En aquella noche terrible cuando Dios castigó con gran mortandad a los egipcios mediante la última plaga, como resultado de un convenio hecho previamente libró a su pueblo del cautiverio; por lo cual, nada mejor que una fiesta evocativa de tal rescate para iniciar las fiestas anuales del pueblo de Dios. Ninguna fiesta futura podría llevarse a cabo sin esta primera. Marcaba el punto de partida, la razón inaugural para todas las demás festividades.

    Como una manifestación de lo que Dios puede hacer por su pueblo si éste cree en él y le obedece, Dios quiso inmortalizar en su mente aquel día de liberación sobrenatural. El mes de la liberación pasaría entonces a ser “el primero de los meses del año” (Exo. 12:2), y todas las indicaciones prescriptas para la liberación debían repetirse “en memoria” para’ las “generaciones” sucesivas como “estatuto perpetuo” (vers. 14). Tan importante era esta fiesta, que los que estuvieran inmundos “por causa de muerto”, o que por razones de “viaje lejos” no les era posible celebrarla en ese día, podían tenerla “en el mes segundo, a los catorce días del mes” (Núm. 9: 10, 11).

Enfoque cristológico de la pascua

     Quienes contemplamos esta fiesta desde este lado de la cruz, podemos decir junto con Pablo que “Cristo, nuestra pascua, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7). La verdad evangélica se encuentra saturada con las prescripciones y los sucesos de esta fiesta.[7] Desde que entró el pecado, toda obra divina en favor de los hombres debía darse a través de una liberación. Con su muerte, Cristo nos libró de la esclavitud del pecado. (Rom. 6:22, 23.) Gracias a los méritos de su vida, podemos ser llevados al Sinaí para aprender a obedecer y obtener una experiencia victoriosa que nos ponga en posesión de la herencia prometida. Consideremos algunos detalles de este ritual.

     A) El cordero. El acto central giraba en torno del sacrificio del cordero pascual, como figura de Cristo, nuestro cordero celestial. (Juan 1:29.) Este cordero debía ser sin defecto (Exo. 12: 5), pues debía reflejar la inmaculada pureza del Hijo de Dios, “como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19, 20). No debían ser quebrados sus huesos (Exo.12:43, 46; Núm. 9:12), pues Dios guarda los huesos de sus justos. (Sal. 34: 20.) “En esa forma también se representaba la plenitud del sacrificio de Cristo”.[8] En cumplimiento inconsciente de esto, los soldados quebraron las piernas de los dos ladrones y “llegaron a Jesús”; pero “como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. . . para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo” (Juan 19:32-36).

     a) La sangre. Debía rociarse con hisopo en “los dos postes y en el dintel de las casas” donde “lo habían de comer” (Exo. 12:7). “El hisopo… era un símbolo de la purificación”[9] (véase Exo. 12:22; Sal. 51:7), y el uso de la sangre ilustraba la manera como “los méritos [de la sangre] de Cristo deben aplicarse al alma”.[10]

     Así como no alcanzaba con el sacrificio del cordero para obtener la salvación del primogénito, sino que su sangre debía ser aplicada individualmente en cada hogar; así también para el cristiano el sacrificio hecho en la cruz no es suficiente; debe hacerse una aplicación personal de la sangre del Señor. Sobre la cruz Cristo hizo provisión para que todos fuesen salvos. Pero la cruz en sí misma y por sí misma no salva a nadie. Sólo pone a nuestro alcance la salvación. (Juan 1:12.) La muerte del cordero proveía el medio de la salvación; la aplicación de la sangre hacía eficaz el medio provisto.[11] “Debemos creer, no sólo que él murió por el mundo, sino que murió por cada uno individualmente”.[12]

     b. La carne. No debían quedar restos, por lo que si la familia era pequeña debía invitarse al “vecino inmediato”, “según el número de personas”, “conforme el comer de cada hombre”, y hacer “la cuenta sobre el cordero” (Exo. 12: 4). Si de todas maneras sobraba, lo sobrante debía quemarse a la mañana siguiente. (Exo. 12: 10.) Jesús dijo también: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna… Porque mi carne es verdadera comida [no la del animal] y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan 6: 52-57).

     Esto significa alimentarnos de su Palabra. (Juan 6: 63.)[13] “Y él -la Palabra (logos)- se hizo carne” (Juan 1: 14, versión ecuménica). ‘Para alcanzar el perdón de nuestro pecado, no basta que creamos en Cristo; por medio de su Palabra debemos recibir por fe constantemente su fuerza y su alimento espiritual”.[14] En otras palabras, no basta que nos alimentemos parcialmente, sino que debemos asimilar por completo su vida y hacerla parte orgánica de la nuestra. Su Palabra no es algo muerto, sino viviente. Su Espíritu toma de la vida de Cristo y la trasplanta en nuestra propia vida. (Juan 6: 63.)

     B) Las hierbas amargas. Otros detalles tenían que ver con lo que acompañaba a la comida del cordero. En una indicación específica se le dijo al pueblo que “el cordero había de comerse con hierbas amargas, como un recordatorio de la amarga servidumbre sufrida en Egipto. Asimismo, cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con corazón contrito por causa de nuestros pecados”.[15] (Véase Exo. 12: 8.) “En años ulteriores se hicieron algunas modificaciones a este ritual, pero los puntos esenciales permanecieron iguales”.[16]

     “La pascua había de ser tanto conmemorativa como simbólica”. Al mirar hacia atrás recordaría la liberación divina de la esclavitud egipcia. (Exo. 12:24-27.) Al mirar hacia adelante señalaría “la liberación más grande que Cristo habría de realizar para libertar a su pueblo de la servidumbre del pecado”[17]; porque “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8: 34, 36; véase Rom. 6:16-23).

     C) Los panes sin levadura. Íntimamente ligada a la Pascua estaba la fiesta de los panes ázimos. (Lev. 23:6-8.) La relación era tan estrecha entre estas dos fiestas, que a menudo se llama a todo el período designado para los panes sin levadura, la Pascua[18] y viceversa.[19] El cordero pascual era sacrificado poco antes de la puesta del sol (Deut. 16: 6), y era comido al iniciarse el 15 de Nisán la fiesta de los panes sin levadura, “después de puesto el sol, y posteriormente bien entrada la noche… dentro de las murallas de Jerusalén”.[20]

     Cuando salieron de Egipto, los israelitas no sólo comieron la carne pascual con hierbas amargas, sino también con panes sin levadura. (Exo. 12:8.) Era un recordatorio de cómo salieron de Egipto, con “pan de aflicción” (Deut. 16:3). Durante los siete días del festival, la levadura no aparecía en las habitaciones de los hebreos. (Exo. 12:19; 13:7.)[21] Con un rigor semejante “deben apartar de sí la levadura del pecado todos los que reciben la vida y el alimento de Cristo”.[22] (Continuará.)

Sobre el autor: Es profesor de Biblia del Colegio Adventista del Plata, Argentina. Es licenciado en Teología y profesor de Filosofía y Pedagogía.


Referencias:

[1] Juan 5: 39, 46; Luc. 16:31; 24: 44. etc.

[2] El Deseado de Todas las Gentes (DTG), pág. 740.

[3] Id., pág. 182.

[4] Palabras de Vida del Gran Maestro (PVGM), pág. 103.

[5] Seventh-day Adventist Bible Dictionary (SDABD), pág. 817.

[6] G. Friedrich, Theological Dictionary of the New Testament (TDNT), tomo 5, pág. 897.

[7] Seventh-day Adventist Bible Commentary (SDABC), tomo 1, pág. 803.

[8] Patriarcas y Profetas (PP), pág. 282.

[9] Id., págs. 281. 282.

[10] Ibid.

[11] SDABC, tomo 1, pág. 803.

[12] PP, pág. 281.

[13] Id., pág. 282.

[14] Ibid.

[15] Ibid.

[16] M. L. Andreasen, El Santuario y su Servicio (SS), pág. 196.

[17] PP, pág. 281.

[18] Véase Deut.16:1-3; Luc.22:1; Mat. 26:2; Luc.2:41; Juan 2:13. 23; 6:4; 11:55; 12:1; 13:1; 18:39;19: 14; 12:4.

[19] Véase Mat. 26:17; Mar. 14:1, 12; Luc.22:7; Hech.12:3, 4; SDABC. tomo 5, págs. 519. 520; TDNT, tomo 5, pág. 898.

[20] TDNT. tomo 5. págs. 897, 899.

[21] The Jewish Encyclopedia, (JE) tomo 9, pág. 548.

[22] PP, pág. 283.