Una visión del relacionamiento adventista con otras iglesias, en el pasado, el presente y el futuro.

Para algunos cristianos conservadores, el término ecuménico se ha convertido en una palabra desagradable. Esta actitud también ha conducido a una intolerancia doctrinal y relacional hacia otros cristianos. La apatía y el desinterés resultantes hacia otros cristianos son justificados sobre fundamentos teológicos imprecisos, tales como “defender la verdad” o “evitar las concesiones”. Pero, demasiadas veces, esta apatía representa sencillamente la poca disposición a salir de nuestra familiar y predecible zona de comodidad. O peor, puede estar motivado por un sentimiento de elitismo, o incluso intolerancia, hacia otros cristianos. Con el fin de evitar estos obstáculos para el compañerismo, necesitamos pensar cuidadosamente en nuestra comprensión de la iglesia de Dios, tanto en sus ámbitos visible e invisible.

Sin embargo, también es necesario tener cierta precaución al momento de abordar este tema. Un estudio cuidadoso de nuestra historia y de nuestras enseñanzas demostrará que existe un ecumenismo positivo y otro problemático. El ecumenismo positivo implica un compañerismo práctico, puntual, orientado a cuestiones específicas, y busca apoyar y ayudar a otros cristianos. El negativo es más formal, e ideológicamente busca una unidad doctrinal e institucional. Consideraremos ambos.

Ecumenismo positivo

Muchos de los hermanos adventistas se sorprenderían al conocer que nuestras creencias fundamentales reconozcan la validez de la iglesia ecuménica. El Diccionario de la Real Academia Española define ecuménico como “Universal, que se extiende a todo el orbe”. Nuestra declaración de creencias número 13, “El remanente y su misión”, comienza de esta manera: “La iglesia universal está compuesta por todos los que creen verdaderamente en Cristo”.[1] Esta declaración reconoce que Cristo tiene fieles creyentes en muchos lugares del mundo, incluyendo el espectro de denominaciones cristianas.

A muchos adventistas les gustaría asegurarse de que se cite la segunda parte de esta oración de la creencia 13: “pero en los últimos días, una época de apostasía generalizada, se ha llamado a un remanente para que guarde los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.[2] Ciertamente, creemos en el papel especial que desempeña el remanente, con su mensaje y misión especiales. Pero nunca hemos enseñado que la realidad de este remanente niega la existencia de la iglesia invisible, universal y ecuménica. Al contrario, nuestros pioneros reconocieron que, tal como lo expresó Elena de White, “hay cristianos verdaderos en todas las iglesias, sin exceptuar la comunidad católica romana”.[3]

El adventismo y el movimiento ecuménico

En verdad, se puede argumentar que el movimiento adventista del siglo XIX fue uno de los primeros movimientos ecuménicos verdaderos de los tiempos modernos. Guillermo Miller era bautista, pero predicó el mensaje adventista en iglesias de muchas denominaciones. Inicialmente, aquellos que llegaron a ser adventistas no dejaron sus iglesias pero, en muchos lugares, fueron forzados a abandonarlas.

A medida que este movimiento creció, tenía representantes de casi todas las denominaciones estadounidenses: metodistas, bautistas, presbiterianos, congregacionalistas y también de la conexión cristiana. Después del chasco de 1844, el movimiento adventista, que finalmente llegaría a ser la Iglesia Adventista del Séptimo Día, estaba compuesto por ex miembros de estas iglesias.

Algunos sostienen que nuestros fundadores se sentaron en una sala con la Biblia en mano y armaron todo un conjunto de doctrinas totalmente nuevo, reconstruyendo de la nada la iglesia del Nuevo Testamento. La realidad es que los primeros adventistas tomaron creencias y prácticas de adoración de una variedad de grupos, pasándolos a través del filtro de la Biblia, adoptando y adaptando los que pasaban la prueba bíblica. Es más, algunas de nuestras prácticas de adoración no fueron ordenadas, o ni siquiera descritas en la Biblia, sino que fueron adaptadas de nuestros amigos cristianos. Esto incluyen la reunión de oración a mitad de semana, la Escuela Sabática, las reuniones campestres, el orden del servicio de adoración, los himnos, el llamado a las ofrendas, la Santa Cena trimestral y muchos otros factores que afectan nuestras prácticas de adoración y testificación. Los adventistas son, en sí mismos, el resultado de un movimiento ecuménico verdaderamente bíblico.

El triple mensaje angélico y el ecumenismo

Algunos podrían insistir en que, con la predicación del triple mensaje angélico de Apocalipsis 14, comenzando a fines de la década de 1840 (incluyendo el segundo mensaje angélico de la caída de Babilonia), ya no puede haber ningún vínculo con otras iglesias cristianas que conforman la Babilonia caída. Sencillamente, esta no era la comprensión de nuestros pioneros. Más bien, ellos participaron activamente de causas comunes con otros cristianos en puntos de preocupaciones compartidas, tales como el abolicionismo de la esclavitud, la reforma en pro de la temperancia y la libertad religiosa.

Elena de White habló ante su mayor audiencia en ambientes no adventistas, defendiendo la temperancia y leyes restrictivas ante grupos de cristianos de diversas iglesias. Ella también predicó en púlpitos de iglesias de otras denominaciones. Es más, usó comentarios bíblicos y libros religiosos escritos por otros cristianos después de 1844, afirmando que algunos de esos comentarios contemporáneos no adventistas estaban entre sus “mejores libros”.[4]

Instando a pastores adventistas a participar de una obra ecuménica pastoral que incluía causas comunes y de comunión, Elena de White escribió: “Nuestros ministros deben procurar acercarse a los ministros de otras denominaciones. Oren por estos hombres y con ellos, pues Cristo intercede por ellos. Tienen una solemne responsabilidad. Como mensajeros de Cristo, debemos manifestar profundo y ferviente interés en estos pastores del rebaño”.[5] Dos puntos merecen ser particularmente señalados. Primero, debemos orar por estos pastores y con ellos. Al decir “con”, se muestra la preocupación no solo por la evangelización, sino también por la comunión. Segundo, deberíamos notar su reconocimiento de que estos otros ministros son “pastores del rebaño”. Elena de White estaba reconociendo que estos ministros de otras denominaciones también cuidan del “rebaño” de Cristo.

¿De qué manera esto debe ser comprendido a la luz del segundo mensaje angélico acerca de la caída de Babilonia? El cuarto ángel de Apocalipsis 18 indica que Babilonia ha caído final y totalmente cuando se alía con los poderes económicos y civiles del mundo, y usa la fuerza civil para perseguir sus fines. Elena de White y los pioneros entendieron que el mensaje del cuarto ángel todavía estaba en el futuro y que, mientras tanto, Babilonia, si bien está cayendo, todavía sigue albergando a fieles cristianos con los que podemos y debemos estar en comunión. Solo cuando estos cristianos usan el poder del Estado para perseguir a aquellos con los que no concuerdan en asuntos espirituales es que Babilonia ha alcanzado su punto final.[6]

Si se lo estudia contextualmente, es evidente que, incluso en nuestros días, el mensaje del cuarto ángel todavía reside en el futuro. A la luz de estas declaraciones, muchos pastores participan activamente, y muchos más deberían hacerlo, de asociaciones ministeriales locales, y en la tarea de orar con pastores de otras denominaciones. Estas asociaciones y relaciones también pueden servir como la base para trabajar juntos en asuntos comunitarios, tales como libertad religiosa, ciencia y religión, armonía racial y temas de moralidad civil, tales como familia y matrimonio.

Esto subraya el hecho de que el ecumenismo práctico es un asunto local, que incluye aspectos de justicia y preocupación sociales. La justicia social está enraizada en la luz del evangelio; y la venida de Cristo fue la base de los esfuerzos ecuménicos adventistas en la historia. El abolicionismo, la reforma a favor de la temperancia y la libertad religiosa fueron esfuerzos que buscaban proteger y realzar a los pobres, los débiles, los jóvenes y los marginados. Los adventistas necesitan recordar y volver a ser inspirados por esta clase de esfuerzos ecuménicos centrados en asuntos sociales.

Aspectos negativos del ecumenismo

También había límites para el ecumenismo de los pioneros adventistas, particularmente en relación con el ecumenismo ideológico más formal. Un ejemplo histórico muy gráfico de esta clase de reservas fue la Conferencia Misionera Mundial [World Missionary Conference] de 1910, en Edimburgo, Escocia. Los adventistas asistieron a este evento y participaron de las reuniones, pero no estuvieron dispuestos a unirse en la división del campo misionero entre varias denominaciones.[7]

Este rechazo a cooperar en las misiones puede parecer estrecho, sectario e, incluso, arrogante, pero difícilmente podamos argumentar que el Señor no bendijo los resultados. Sin este rechazo, los adventistas difícilmente hubieran llegado a convertirse en la denominación protestante más diseminada mundialmente, con más de 17 millones de miembros en más de 200 países, y que administra los sistemas educativos y de salud también más ampliamente difundidos en el mundo. Humildemente reconocemos que el poder de Dios hace que los humildes y sencillos alcancen grandes cosas, y siempre debemos ser conscientes de las advertencias asociadas con la actitud de: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad” (Apoc. 3:17). Dios nos ha bendecido al permitir que seamos la denominación de mayor crecimiento en Estados Unidos, a medida que los inmigrantes continúan acrecentando nuestras filas.

Este crecimiento no prueba que estemos bien; si bien la falta de crecimiento podría indicar que estamos en el mal camino. Las preguntas importantes son: ¿por qué los adventistas se resistieron a dividir el campo misionero? ¿Qué principios pueden impedir que nos unamos al movimiento ecuménico hoy?

El movimiento ideológico ecuménico puede ser definido como un intento de hacer visible la ya existente iglesia universal invisible de Cristo. Este es un proyecto teológico e institucional al que los adventistas encuentran difícil adherir.

El sábado y el ecumenismo

Una razón fundamental de estas diferencias se centra en nuestra creencia acerca del sábado bíblico. El sábado provee barreras teológicas prácticas, históricas, proféticas y teológicas para unirse al moderno movimiento ecuménico.

Primero, como aspecto práctico, nuestro día distintivo de adoración crea una barrera para unirnos regularmente, en la adoración junto con otros grupos cristianos. Los cristianos, en general, pueden adaptarse a la liturgia, el ritual, la música y el estilo de predicación de las demás confesiones. Pero un aspecto central de nuestra adoración es que se realiza en un día en que muy pocos adoran. A corto plazo, esto podría funcionar bien para ocasiones especiales. Podríamos asistir tanto el sábado como el domingo para eventos especiales, u otros podrían unírsenos los sábados. Pero esto representa un problema real a largo plazo para una relación de comunión, dado que la mayoría de las personas no tienen tiempo para asistir a los servicios de adoración tanto los sábados como los domingos.

Segundo, el guardar el sábado nos ha dado una gran sensibilidad por las minorías religiosas que han sido perseguidas por sostener creencias que no concuerdan con la corriente principal. El antisemitismo tiene una larga y desafortunada historia en Europa y América, y a menudo el objetivo de esa intolerancia ha incluido la práctica de guardar el sábado.

Después del comienzo de la Reforma, luteranos, calvinistas y católicos se unieron en la persecución y la muerte de anabaptistas por causa de sus creencias. Algunos anabaptistas guardaban el sábado, y fueron objeto de persecución por causa de esta práctica. En los Estados Unidos, en el siglo XIX, los adventistas fueron multados, e incluso encarcelados, por violar las leyes dominicales.[8] Se creía que se podría presionar a los grupos minoritarios para que abrazaran las creencias de la mayoría, o quizá para minimizar las creencias que no concordaban con la mayoría. Dada esta historia, cuando los cristianos comienzan a reunirse en grupos y proponen unirse en puntos en común, los adventistas se ponen nerviosos.

Es más, los adventistas creen que la profecía indica que, en algún momento futuro, se forzará por ley a aceptar ciertas prácticas de adoración de la mayoría. Por esta razón, somos muy sensibles, a veces desmedidamente, ante proyectos que desean buscar la unidad a través del juego de minimización de diferencias doctrinales o teológicas. Sostenemos un conjunto de doctrinas centrales, tales como el sábado, que son susceptibles de ser atacadas, tal como la historia lo ha demostrado.

Tercero, encontramos una autoridad teológica inherente en el sábado. Creemos que el sábado no es solo un día de la semana, sino también una expresión de la autoridad amante de Dios. El sábado nos recuerda, de una manera única, su autoridad como Creador. ¿De qué manera el sábado llega a ser un recordativo singular de esta autoridad? Se puede llegar a algunos de los Diez Mandamientos a través de las leyes de la sociedad civil, tales como las leyes contra el robo, el asesinato y el adulterio. Pero al sábado solo se puede llegar a través de un Mandamiento especial de Dios.

La ciencia de la fisiología puede decirnos que los humanos funcionan mejor y son más saludables con un día de descanso cada siete,[9] pero no puede probar que el mejor día para descansar sea el séptimo. Así, al santificar el sábado, ostentamos una marca especial de sumisión a la autoridad amorosa de Dios. En el sábado, la Creación, el amor y la autoridad se unen en un símbolo elocuente de adoración.

Los adventistas no creemos que seamos salvos al guardar el sábado. Pero creemos que guardarlo es un reconocimiento especial de la amorosa autoridad de Dios, en contraste con otras autoridades humanas, ya sea la tradición, el magisterio o la voluntad de la mayoría. El ecumenismo formal tiende a decir, al menos en la práctica, que las cosas que son importantes para la mayoría deberían ser importantes para todos. Así, la autoridad del grupo tiende a determinar cuáles son las doctrinas importantes y cómo deberían ser definidas.

¿No es así como todas las declaraciones de creencias son formuladas? Es verdad, pero al menos en el caso de los adventistas, sigue existiendo un compromiso a considerar las Escrituras como la autoridad final, la norma por la que toda otra afirmación de la razón, la historia y la experiencia son juzgadas. Al mirar las confesiones cristianas actuales, vemos una amplia variedad de aproximaciones a la autoridad doctrinal y magisterial. Existen diversas perspectivas acerca del papel de la tradición, la importancia del magisterio de la iglesia y los métodos de estudio de la Biblia, tales como la alta crítica, que los adventistas colocan bajo la autoridad de las Escrituras.

Como adventistas, la autoridad final de Dios que habla en la Biblia por medio del Espíritu Santo a una comunidad comprometida a guardar el recordativo semanal de esa autoridad, hace que no estemos dispuestos a unirnos totalmente con grupos que podrían colocar la autoridad final ya sea en la tradición, los credos, el sacerdocio o el magisterio, o alguna clase de voluntad popular de la mayoría dentro de la comunidad cristiana.

Conclusión

El movimiento millerita fue un movimiento ecuménico verdaderamente bíblico. Estuvo basado en la búsqueda de la verdad bíblica, con un compromiso con su autoridad final tal como es ejercida por el Espíritu Santo en una comunidad de creyentes. Creemos que esta clase de movimiento ecuménico universal se repetirá antes de la segunda venida de Cristo y alcanzará “a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). Oro para que mi iglesia, tu iglesia y muchas otras iglesias tengan la humildad y el amor de formar parte de ese movimiento. Mientras tanto, deberíamos compartir con los demás nuestros dones y perspectivas, otorgados por Dios, sin buscar una unidad superficial, sino dejando que el Espíritu nos guíe a una unidad genuina y fundamentada en la Biblia, fruto de la conducción de Dios mismo.

Sobre el autor: Profesor de Historia de la iglesia en la Universidad Andrews.


Referencias

[1] Creencias de los adventistas del séptimo día, p. 180.

[2] Ibíd.

[3] Elena de White, El evangelismo, p. 174.

[4] En su libro Mensajera del Señor, Herbert Douglass describe las presentaciones públicas ante audiencias no adventistas de Elena de White. En el capítulo 12, Douglass da detalles de su presentación ante decenas de miles de no adventistas. En una sección titulada “Audiencias no adventistas”, documenta sus predicaciones en púlpitos no adventistas. En una carta a su hijo Edson White, escrita el 1º de enero de 1900, ella le pide que le envíe a Australia “cuatro o cinco volúmenes” de comentarios bíblicos escritos por el expositor presbiteriano Albert Barnes, uno de los comentadores bíblicos protestantes más populares del siglo XIX. En la carta, ella describe que estas obras están entre sus “mejores libros” (ver Elena de White, Carta 189, 1900).

[5] Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 570.

[6] Elena de White, El conflicto de los siglos, pp. 589-591.

[7] Ver F. L. Cross y E. A. Livingstone, editores, “Edinburgh Conference”, The Oxford Dictionary of the Christian Church (Oxford: Oxford University Press, 2005); y George Knight, Historical Sketches of Foreign Missions (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2005), pp. 18-26.

[8] Acerca de los anabaptistas como guardadores del sábado y su persecución, ver: George H. Williams, The Radical Reformation (Kirksville, MO: Truman State University Press, 2000), p. 272; Bryan W. Ball, The Seventh-Day Men (Oxford: Clarendon Press, 1994), p. 37; W. L. Emmerson, The Reformation and the Advent Movement (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1983), pp. 73-75; por una descripción de cómo los adventistas fueron arrestados, acusados y encarcelados por guardar el sábado en el siglo XIX, ver William A. Blakely, American State Papers and Related Documents on Freedom in Religion (Washington, DC: Review and Herald, 1949), pp. 457-512.

[9] Neil Nedley, Proof Positive (Armore, OK: Neil Nedley, 1999), p. 504.