Cuando Napoleón conducía a su ejército a través de las nevadas cumbres de los Alpes hacia las asoleadas llanuras de Italia, un muchachito tambor fue lanzado por una avalancha hacia una grieta, y quedó detenido en su caída por un reborde rocoso, sin recibir daño. Muy por encima de él los soldados prosiguieron su marcha. Los que presenciaron el accidente miraron hacia atrás, pero no se atrevieron a salir de las filas para socorrerlo.
El tamborcito comenzó a tocar la llamada de auxilio, y los soldados la oyeron. Más de un padre que iba en ese ejército debió desear que se diera la orden de socorrer al muchacho.
Informaron a Napoleón de lo que había acontecido; ¿pero qué significaba la suerte de un tamborcito comparada con su grandiosa tarea de conducir a sus tropas a través de los Alpes? Así que, en vez de dar la orden de rescatar al muchacho, gritó: “¡En marcha!”
El pequeño tambor oyó como se debilitaban en la distancia los pasos de sus camaradas, y cuando comprendió que no habría rescate para él, comenzó a tocar su propia marcha fúnebre. Los veteranos del ejército lo oyeron y lloraron. Y años después, cuando relataban este incidente junto a las fogatas de los campamentos, volvían a llorar.
En la actualidad, en las ciudades hay miles de personas que tocarán su propia marcha fúnebre, a menos que les llevemos el Evangelio. Pero esto no se podrá llevar a cabo solamente mediante la predicación. Nosotros los ministros tenemos que llevar las corrientes de aguas vivas a los que perecen. Podemos hacerlo celebrando reuniones públicas en carpas, salones, iglesias o al aire libre, Sin embargo, una gran proporción de las decisiones tomadas por los asistentes a nuestras reuniones públicas las realizan en sus hogares. Pablo iba de casa en casa enseñando a la gente. (Hech. 20:20.)
Cuando un pastor es transferido a un nuevo campo, lo primero que hace es visitar la iglesia. Luego recorre la ciudad a fin de tener una visión de sus formas de vida.
Pero se puede aprender mucho más acerca de la gente visitándola en sus hogares, en los hospitales, orando con los enfermos, hablando palabras de consuelo a los afligidos, y aproximándose más a ellos. Se nos ha dicho: “Si se sermoneara la mitad de lo que ahora se hace, y se duplicara la cantidad de trabajo personal dedicado a las almas en sus hogares y en las congregaciones, se vería un resultado que sería sorprendente” (Evangelismo, págs. 279, 280).
¿Cuáles son las ventajas de las visitas a los hogares? El propósito de estas visitas consiste en conducir a las personas a decidirse por Cristo. Las reuniones públicas no proporcionan la oportunidad de conocer personalmente a la gente. El plan de visitas a los hogares es semejante a un fósforo que enciende la llama que arderá en los corazones de los que luego se bautizarán.
Si un pastor nunca celebrara reuniones públicas, podría de todos modos conducir a la gente hacia Cristo realizando visitas a los hogares. Un pastor que va a los hogares tiene una congregación que va a la iglesia. Es posible esperar una buena asistencia a las reuniones del sábado si se visitan los hogares y se tiene oportunidad de invitar a la iglesia a los parientes no adventistas. Esos parientes conocen algo de nuestro mensaje, y como resultado de las visitas personales y de la amistad, pueden ser inducidos a seguir a su Señor mediante el bautismo.
El ministro y el instructor bíblico deberían comenzar a obtener decisiones y crear interés en reuniones futuras desde la primera visita. Una persona realiza una serie de decisiones durante una campaña. Lo que importa es obtener una decisión después de cada reunión. Esto puede lograrse mejor cuando la visitamos en su casa para preguntarle si la reunión fue de su agrado. Debemos preguntarle si ha decidido aceptar lo que procuramos presentar con claridad en el sermón a que asistió. Cuando se adopta el plan de pedir decisiones cada noche, en una serie de conferencias, el candidato da un paso cada vez, y así resulta más fácil la decisión final hacia el bautismo.
La primera indicación definida de progreso aparece cuando el candidato observa por primera vez el sábado en nuestra iglesia. Esta es una buena señal de que avanzará hasta el bautismo. En este caso, el obrero también debe realizar un trabajo personal en el hogar para afirmar las decisiones.
Hay que asegurarle al candidato que su decisión será una de las más importantes de su vida. Sugiero que se encare la situación en forma positiva. Dígase que irá mucha gente a la iglesia para guardar el sábado por primera vez. Y que el que habla (el obrero) sabe que él también está haciendo planes para ir. A la gente le gusta oír hablar de lo que otros hacen. Si algunos conocidos del candidato han decidido ir el sábado, mencione sus nombres, porque esto será de utilidad. Dígasele que se ha estado orando para que Dios lo impresione con la necesidad de asistir. Generalmente el candidato contesta que hará planes para guardar su primer sábado. Conviene escribirle una carta agradeciendo por su decisión, y asegurándole que recibirá la bendición de Dios al observar el sábado por primera vez. Un cálido apretón de manos y unas pocas palabras bien escogidas después del sermón contribuirán a afirmarlo y a llevarlo de vuelta el sábado siguiente.
Otra ventaja de las visitas personales consiste en que así se conoce tan bien a una persona que prácticamente se obtiene acceso a su corazón mediante el amor. Esta familiaridad le ayudará a realizar una decisión, porque ha aprendido a apreciar al instructor o al pastor. Un obrero debería ser la encarnación del amor y la bondad. También es posible conocer de antemano los hábitos y los puntos débiles de una persona, y prepararse para ayudarle a resolver sus problemas. Esta puede ser la razón de que algunos conversos nunca se cansan de hablar del que los condujo a Cristo.
Para ayudar a una persona a dejar de fumar o de beber, hay que presentarle razones convincentes. Razones de salud, familia y dinero son buenas; pero en algunos casos es mejor explicar que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, y que Dios no morará en un templo sucio. (Véase 1 Cor. 3:16, 17.) Procúrese que el candidato se vincule con Jesús. Si declara que desea abandonar su hábito, dígasele que Jesús ha escuchado su deseo y que está dispuesto a ayudarle. Explíquesele que él también debe hacer su parte. Debe estar dispuesto a no colocar el tabaco en su boca, y a cumplir su promesa hecha a Dios, y así él le ayudará a suprimir el deseo. Muéstresele que el Señor no hará su parte si él no cumple con la suya. Finalmente, esta decisión puede sellarse con una oración. Luego hay que visitar diariamente al candidato, hasta que gane la victoria.
El programa de visitas pastorales crea amor por las almas. Los que están anotados en las listas de visita no son meros nombres; son personas que llegarán a ser una parte de nosotros. Todas las noches, antes de acostarnos, debemos orar por ellas. Sugiero que se coloquen esos nombres encima de la cama y que oremos por cada uno, tal como hizo Ezequías con la carta que recibió de Senaquerib. Dios todavía contesta las oraciones. John Knox oró por Escocia: “Dame a Escocia o me muero”. Necesitamos orar: “Dame almas o muero”. Cuando oremos por una familia en particular, llamémosla por su nombre. Esta es una obra personal de la mejor calidad. Cuando visitemos a una persona, digámosle que creemos que Dios la ha conducido al conocimiento de su verdad, y que la ha elegido con un propósito. Como es sincera, no querrá decir no a Dios y dejarlo chasqueado.
Cada obrero debería saber cuál es el mejor momento para obtener la decisión. No deberíamos procurar obtenerla hasta que el candidato esté preparado. Cuando hayamos presentado las verdades decisivas y creamos que la persona está lista para dar el importante paso, entonces trabajemos para obtener la decisión. Si no la obtenemos, sugiramos orar acerca del problema. Al levantarnos, digámosle: “Sé qué hará lo que agrada a Dios. Esta noche oraré por usted para que gane la victoria, y mañana volveré para saber cuál será su respuesta”. Al día siguiente es casi seguro que responderá favorablemente.
Durante la Guerra Civil de los Estados Unidos enviaron al frente a un regimiento integrado por indígenas que no habían recibido instrucción militar. Les ordenaron cargar sobre el enemigo, pero cuando recibieron los primeros impactos de los fusiles, vacilaron, rompieron filas y retrocedieron. Pero un joven soldado siguió avanzando solo. Había escuchado la orden de capturar la trinchera. Cuando llegó al borde y saltó adentro, encontró a un soldado listo para disparar. Se lanzó sobre él, le arrebató el fusil y lo sacó de la trinchera llevándoselo prisionero. Los demás soldados enemigos no dispararon por temor de herir a su propio compañero. Sus asombrados camaradas le preguntaron de dónde había sacado a ese hombre, y él replicó: “¡Pues, de allá! Hay muchos otros. Todos ustedes habrían podido conseguir uno si hubieran avanzado conmigo”. La salvación de las almas es una obra personal, y debemos hacerla si queremos obtener decisiones para Cristo.
No importa cuán destacado sea un predicador en el púlpito, su obra será débil si no va a los hogares y gana almas para Cristo mediante la obra personal. “Lo más importante no es la predicación sino el trabajo hecho de casa en casa, razonando y explicando la Palabra. Serán los obreros que sigan los métodos que siguió Cristo los que ganarán almas como salario” (Obreros Evangélicos, pág. 483). “Siendo sociables y acercándoos a la gente, podréis atraer la corriente de sus pensamientos más fácilmente que por el discurso más capaz. La presentación de Cristo en la familia, en el hogar, o en pequeñas reuniones en casas particulares, gana a menudo más almas para Jesús que los sermones predicados al aire libre, a la muchedumbre agitada o aun en salones o capillas” (Id., pág. 201).
Recordad que Cristo empleó la vinculación personal para obtener decisiones. Algunas de las lecciones más grandes enseñadas por él tuvieron como auditorio a una sola persona. Si una mujer samaritana pudo ser utilizada para conseguir decisiones para Cristo, ciertamente nosotros como obreros deberíamos ensayar la vinculación personal. Si probáis este método, alguien os dirá: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Luc. 19:9).
Como el tamborcito del ejército de Napoleón, tenemos la posibilidad de tocar a rescate o de interpretar la marcha fúnebre. Nosotros tenemos los tambores. ¿Qué tocaremos?
Sobre el autor: Director Ministerial Adjunto de la Unión del Atlántico, EE. UU.