“Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún, y sus renuevos no faltarán” (Job 14:7).

Muy temprano en nuestra vida, nos enteramos de las palabras del sabio Salomón, que dicen: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6).

Usamos mucho ese versículo cuando nos dirigimos a los padres, con el fin de orientarlos en cuanto a la educación de sus hijos. Sabemos que si les señalamos el camino seguramente no se desviarán. Ése es el blanco de todos los padres, especialmente de las madres, bajo cuyo cuidado y orientación permanecen los hijos por más tiempo.

Todos conocemos las dificultades cada vez mayores que encontramos hoy para educar a los niños; porque vivimos en un mundo en el cual la influencia de los medios masivos de comunicación es cada día más grande y más opuesta a los principios de la vida cristiana. Señalamos el camino, damos un buen ejemplo, llevamos a nuestros hijos a la Escuela Sabática todos los sábados, asistimos a los cultos, los animamos a formar parte del Club de Conquistadores, y tantas otras actividades que les señalan el camino en el que deben andar. Pero antes de llegar a la madurez pasan por una complicada etapa de la vida que llamamos adolescencia.

El culto del hogar, el altar de la familia, es imprescindible en la vida de los niños para que sean más fuertes durante ese período difícil, en el que tomarán sus propias decisiones y tratarán de trazar su propio rumbo. Muchas veces, como consecuencia de nuestras numerosísimas responsabilidades dentro y fuera del hogar, los programas de la iglesia y tantas otras cosas que inventamos, dejamos muy poco tiempo para el culto del hogar; e, incluso, en algunos casos, deja de existir. Después de todo, nuestros hijos ya son grandes y saben en qué camino deben andar. De este modo, tratamos de excusar nuestro descuido del culto diario de la familia.

Cuando menos lo sospechamos, ocurre lo inesperado: nuestra hija comienza a cambiar el estilo de su ropa, añadiéndole adornos y otros detalles que usa y estila la juventud mundana; nuestro hijo no llega de noche a casa a la hora convenida y pide que se le dé más dinero para acompañar a sus amigos en sus salidas. Y nos quedamos sin saber qué hacer. Muchas veces nos cuestionamos y hasta nos sentimos culpables de esa situación que se está saliendo de control.

Al analizar esta realidad, descubrimos que se está haciendo cada vez más frecuente en el seno de las familias de los pastores. Podemos sentir el dolor del corazón de esos padres y madres que dedicaron sus hijos al Señor, al ver que ahora eligen un estilo de vida diferente y que trazan sus propios caminos. Cuando descubrí esto, busqué en el Libro Sagrado un pasaje que pudiera brindarles consuelo y esperanza a esos padres. Y me encontré con Jeremías 31:15-17.

Escribe el profeta: “Así ha dicho Jehová: Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron. Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra”.

Si uno de nuestros hijos ejerce el libre albedrío que Dios le concedió, y decide darle una nueva dirección a su vida, no nos debemos desesperar. Lo que tenemos que hacer es orar para que regresen al camino del Señor. Nuestros hijos son muy importantes para nosotros. Su valor es incalculable: el precio de la sangre vertida por Cristo en la cruz. Jamás nos podremos desentender de ellos, aunque elijan un estilo de vida diferente. Como padres cristianos, debemos orar diariamente por ellos, como lo hada Job (1:5). Jamás los debemos abandonar; por el contrario, debemos amarlos cada vez más. Consolémonos con la idea de que los que se desviaron pueden retomar el camino que se les señaló.

Sobre el autor: Coordinadora de AFAM en la Asociación Mineira Central, Rep. del Brasil.