Los días actuales, los últimos y los más difíciles de nuestra historia, exigen un ministerio pastoral de alto nivel, poderoso. Tenemos que ser los líderes espirituales descritos en estas palabras:
“En este momento, la causa de Dios necesita hombres y mujeres que posean raras calificaciones y buenas facultades administrativas; hombres y mujeres que hagan una investigación paciente y cabal de las necesidades de la obra en los diversos campos; que tengan una gran capacidad de trabajo; que posean corazones cálidos y bondadosos, cabezas serenas, buen sentido y juzguen sin prejuicio; que estén santificados por el Espíritu de Dios, y que puedan decir intrépidamente No, o Sí y Amén a las propuestas hechas; que tengan fuertes convicciones, claro entendimiento y corazones puros, llenos de simpatía; que practiquen las palabras: Todos vosotros sois hermanos’ (Mat. 23:8); que procuren elevar y restaurar a la caída humanidad” (Testimonies for the Church, t. 7, p. 249).
Pero es posible añadir, a estas, algunas otras cualidades que deben adornar el carácter de los líderes de la iglesia del siglo XXI, empeñada en la misión de que el evangelio sea importante para el mundo posmoderno:
Ambición. La ambición, en sí misma, no es ni buena ni mala; las motivaciones pueden ser malas. La ambición malsana tiene como motivación la gratificación del yo, el ansia de poder y la búsqueda de enriquecimiento personal. La ambición sana trata de obtener excelencia en el desarrollo de los dones recibidos, para dar un testimonio mejor, teniendo en vista la gloria de Dios.
Buenas relaciones. La inteligencia emocional es un concepto moderno según el cual, por más calificado que sea un profesional, estará en desventaja si no se relaciona bien con la gente. Una de las características de Daniel era su “espíritu superior” (Dan. 6:3). Por eso se destacó en las cortes de Babilonia y Medo-Persia, sin apartarse ni un solo instante de su fidelidad a Dios, y sin entrar en el juego de la oposición.
Pureza de corazón (Mat. 5:8). En este texto, pureza significa lealtad, falta de orgullo y egoísmo; es humildad, abnegación, autenticidad, sencillez, sinceridad. Los puros de corazón poseen la gracia de la transparencia. No tienen nada que esconder. Como los metales inoxidables, entran en contacto con la impureza sin contaminarse. Llevan el Cielo en el corazón.
Servicio. Jesús fue claro cuando estableció la diferencia entre los principios del liderazgo mundano y el de su Reino: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:15-28).