Es un hecho de la historia eclesiástica reciente que las iglesias dominadas por los evangélicos conservadores no se han unido, en general, al Consejo Mundial de Iglesias. Su abstención se debe a que no creen que el CMI represente legítimamente la unidad en Cristo que debe buscar la iglesia. Además, tienen serias reservas acerca del empleo de los limitados medios y energías del CMI y las iglesias que representa en dudosas y a veces divisorias actividades socio- políticas.

En realidad el CMI, durante los pasados 25 años de su existencia, no ha celebrado muchas conversaciones teológicas formales con las iglesias no miembros. Desde el punto de vista del CMI, las conversaciones con la Iglesia Católica Romana han sido, sin duda, las más importantes. Ha habido sesiones de diálogo, aunque no conversaciones formales, con los Bautistas del Sur. También se han efectuado conversaciones con representantes de la Iglesia Luterana-Sínodo de Missouri, pero no se trataba de reuniones estructuradas, ni se ha observado progreso en ellas durante largo tiempo.

De especial significación, dentro de los abarcantes límites del diálogo entre el CMI y los evangélicos conservadores, han sido las conversaciones con el Sínodo Ecuménico Reformado y con representantes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Representantes del CMI se han reunido dos veces con los presidentes circunstanciales del Sínodo Ecuménico Reformado. Desde 1965 hasta 1972 se celebraron conversaciones anuales regulares entre un pequeño grupo de eruditos adventistas y representantes de la Comisión Fe y Orden del CMI, las que condujeron a una comprensión más clara de parte de esos funcionarios acerca de la doctrina, las creencias y las prácticas adventistas. Los documentos producidos como resultado de esas conversaciones se publicaron conjuntamente bajo el título So Much in Common [Tanto en común].

¿Qué queremos decir con la frase “las críticas de los evangélicos” de nuestro título? ¿Que en las citadas conversaciones el buscar faltas ha sido el tema principal? Nada de eso. Tampoco queremos decir que esas conversaciones han sido siempre ocasiones en las cuales se haya hecho critica teológica de alto nivel. Además, las conversaciones no han sido tan definitorias como para apresurar una crisis que decidirá un desenlace favorable o desfavorable. En el contexto de este artículo la palabra “crítica” significa simplemente que las conversaciones entre el CMI y los evangélicos conservadores implican un juicio cuidadoso acerca de la verdad y son, por lo tanto, de importancia decisiva y hasta crucial con respecto a su resultado.

El concepto bíblico de unidad

Un primer problema básico es la forma en que el CMI encara el concepto bíblico de la “unidad en Cristo”. En el Nuevo Testamento esta unidad se presenta como una unidad en la verdad, caracterizada por la santidad, la fidelidad y la obediencia a la palabra apostólica y a los mandamientos de Dios. El Nuevo Testamento indica, sin embargo, que la reconocida y visible unidad en Cristo está amenazada por la penetración anticristiana.

El establecimiento en algún día futuro de la plena unidad orgánica de las iglesias se da por sentado en los documentos del CMI (por ejemplo, “Common Witness and Proselytism”). Sin embargo, el Nuevo Testamento habla acerca de una apostasía final. Predice el surgimiento de elementos anticristianos dentro del cristianismo organizado, “en el templo de Dios” (2Tes. 2:4). La descripción apocalíptica y escatológica del pueblo de Dios antes de la parusía no presenta a una iglesia gigantesca que abarca a todas las iglesias en una unión orgánica y aglutina a toda la humanidad, sino a un “resto” o “remanente” relativamente pequeño de fieles “que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17).

Los pronunciamientos del CMI a menudo presentan la unidad de la iglesia sin calificarla (por ejemplo, la declaración de Toronto, de 1950, sobre la iglesia). El dilema de los evangélicos conservadores es cómo unirse al CMI y exaltar ante los hombres a Cristo, el divino Salvador, manifestando la unidad de la iglesia, sin negar al mismo tiempo al Salvador y la unidad mediante la “comunión” con el falso evangelio humanístico que aparentemente está firmemente arraigado en no pocas iglesias miembros del CMI.

La autoridad de las Escrituras

Otro problema crítico es la posición de la mayoría ecuménica frente a la Biblia, su autoridad e interpretación. Los evangélicos conservadores sienten que hay una tendencia en los círculos ecuménicos (tanto como en la vida de la iglesia contemporánea en general) hacia la desvalorización de la autoridad normativa de la Biblia. La Biblia no es considerada como inspirada, normativa y autoritativa. Para muchas iglesias no miembros del CMI sin embargo, la Biblia no sólo es un registro normativo de la revelación divina y del trato de Dios con los hombres, sino que constituye una unidad.

Aunque pueden hallarse defensores de la armonía y la unidad de la Biblia en los primeros tiempos del CMI [1], la tendencia ecuménica en la Comisión Fe y Orden, por el contrario, ha sido hacia la inspiración como una experiencia, la diversidad y aun la contradicción bíblicas.

Los evangélicos conservadores están preocupados por la forma en que muchos círculos ecuménicos encaran la Biblia, basados en conceptos tenues y elásticos tales como la relatividad, la flexibilidad, la fluidez, la interpretación progresiva, la situación contemporánea, la inspiración en la inmediata situación existencial. Temen que donde la Biblia no sea aceptada como normativa en su significado directo, quede destruida la misma base de la confiabilidad y la autoridad de la Biblia. Esto tendería a darle a cada intérprete individual una carta blanca teológica para seleccionar del testimonio bíblico aquellos aspectos que quiera presentar como relevantes para su propia comunidad.

Por otro lado, los representantes del CMI han señalado en las conversaciones que el uso de la Biblia como autoridad inapelable o piedra de toque puede revelar simplismo e indispone a las personas que piensan. El problema que se presenta a los evangélicos conservadores es cómo evitar el mal uso de la autoridad bíblica en sentido opresivo.

El problema de la división

Otro asunto que los ecuménicos necesitan considerar y aclarar debidamente es el problema de la división. En los círculos del CMI se han hecho populares expresiones tales como “división es pecado” y “el escándalo de nuestras divisiones”. Las conversaciones celebradas entre el CMI y las iglesias no miembros indican que se necesita hablar con propiedad y precisar bien los términos. Debiera dejarse claro que no toda unidad eclesiástica es escritural, ni toda separación es pecaminosa. Después de todo, la separación para proteger la pureza del Evangelio y el claro testimonio de la Palabra de Dios es un mal mucho menor que la unidad en el error y la perversión.

¿No existe el peligro de que el movimiento ecuménico ahogue el despertar y la reforma espirituales porque estas cosas podrían traer el así llamado “pecado de la división”? De hecho, una de las características de los dinámicos avivamientos espirituales, tales como la Reforma, el Despertar Evangélico (incluyendo el metodismo y el Réveil en Suiza) ha sido la tendencia de crear nuevas denominaciones.

Por supuesto, el denominacionalismo ha estado lleno de autoengaños y excesos absurdos, pero también ha sido el fruto de una experiencia y una renovación religiosas vividas. Ha desempeñado una misión en apoyo de la libertad humana y religiosa. Los ecumenistas no pueden olvidar que algunos de los más vitales y dinámicos elementos de la historia cristiana han sido el resultado de la disidencia más bien que del asentimiento y el statu quo.

Sincretismo religioso

Otro asunto que debe enfrentarse con sinceridad es el sincretismo religioso. Algunos ecumenistas parecen querer dar a entender que las diversas tradiciones cristianas presentan versiones distorsionadas del cristianismo y que las iglesias debieran ser unidas en una especie de cóctel para ofrecer el gusto auténtico y equilibrado.

El presente diálogo deseado por el CMI con hombres de los “credos vivientes” aumenta el peligro de que el sincretismo devore el corazón del cristianismo, porque religiones tales como el hinduismo y el budismo son esencialmente sincretistas. De hecho, los evangélicos conservadores ven que lo que se ha dado ahora en llamar “ecumenismo más amplio”, es decir, la extensión ecuménica hacia las religiones radicalmente diferentes que existen hoy, está destinado a encallar en los bajíos del sincretismo.

Hace años el movimiento ecuménico comenzó a revisar el antiguo concepto de herejía. Hoy parecería que estuviera reexaminando el término “paganismo”. El peligro del sincretismo, ¿no asecha acaso en las sombras de un diálogo que implica una paridad unificadora entre religiones? La cuestión que podría ser aclarada por futuras discusiones es si en estas circunstancias el diálogo y la comunidad mundiales no corren el riesgo de convertirse en otro salvador, y el ecumenismo llegue a ser el remolino sincretístico de un proceso mezclador secularizado universal.

Misión y evangelización

Un quinto e importante punto que necesita ser analizado con mayor detenimiento es el concepto de misión y evangelización. Algunos ecumenistas hablan de evangelizar las estructuras impersonales de la sociedad. Los evangélicos conservadores temen que, so pretexto de una estrategia misionera, se esté tocando una retirada de grandes proporciones de la proclamación del Evangelio, atrasándose así la terminación de la obra inconclusa, en la cual debieran estar concentrados los esfuerzos de los cristianos. Se está haciendo popular el catalogar las campañas públicas de evangelización de “imperialismo eclesiástico”. Es cierto que una arrogante y sectaria insensibilidad ha caracterizado algunas cruzadas evangelizadoras; pero hoy estamos frente a un problema más grave: el riesgo de que el mundo no llegue a oír las buenas nuevas porque la iglesia no las proclama, o está ocupada en muchas otras tareas.

Crecer para vivir

El crecimiento de la iglesia como meta definida de la misión no está de moda en los círculos del CMI. Se nos dice que “añadir gente a la iglesia” no es realmente lo que cuenta. Observado desde un punto de vista, esto es cierto, pero en otro sentido importante el “agregar” es un imperativo para la vida de la iglesia. Una iglesia que no está “añadiendo” está destinada a marchitarse y a desvanecerse. Puede afirmarse, en general, que las iglesias no miembros tienen más sentido de crecimiento misionero que las iglesias que componen el CMI.

El escritor católico Adrián Hastings escribió recientemente: “Las propuestas de unidad, en efecto, son a menudo recibidas más favorablemente en iglesias decadentes, antes que vigorosamente misioneras”.[2] La pregunta sería que se levanta en conexión con esto es si las iglesias miembros del CMI no se sentirán más en su elemento buscando el crecimiento lateral del ecumenismo, que el crecimiento frontal de la evangelización.

En 1911 un 30% de los misioneros protestantes provenían de Norteamérica. En 1968 la cifra se elevó al 70%. Casi las tres cuartas partes de esta última cifra venía de iglesias o sociedades que no son miembros del CMI. Parece que hay poca duda de que el centro de gravedad del esfuerzo misionero protestante se está desplazando de los cuerpos que integran el CMI a las iglesias de estampa evangélica más conservadora. ¿Será que la causa de la unidad y la causa misionera están tirando en sentidos opuestos? Es dudoso que el movimiento ecuménico pueda sobrevivir mucho tiempo sin la urgencia misionera de difundir activamente lejos y cerca el mensaje evangélico.

Un asunto final que ha subido al tapete es la responsabilidad sociopolítica de la iglesia. Pocos negarían que los cristianos y la iglesia tienen una responsabilidad que cumplir en este terreno. Los evangélicos conservadores, sin embargo, temen que se esté estirando el concepto de redención hasta el punto de rotura aplicándolo a las actuales estructuras político-económicas de la sociedad. Las señales indican que la iglesia se está convirtiendo en una organización meramente social que ejerce una influencia benéfica para el prójimo, semejante a la de la Cruz Roja.

El CMI parece considerar hoy las “nuevas estructuras” como parte esencial de la salvación. Esos ecumenistas, preocupados por programas de acción social, parecen considerar el énfasis de los evangélicos conservadores en el nuevo nacimiento como un vestigio pietístico del antiguo despertar religioso (revivalism). Hay una creciente divergencia entre el concepto tradicional de salvación como reconciliación personal con Dios en Cristo, y la salvación vista mayormente como una liberación de los opresivos males de la sociedad. Un concepto útil presentado en la reciente Asamblea del CMI celebrada en Bankok, armoniza ambas posiciones: la salvación del pecado debe de alguna manera incluir la salvación para la acción a fin de hacer frente a las clamorosas necesidades del mundo.

Ciertamente, la iglesia es tanto llamada a salir del mundo como enviada al mundo. Sin embargo, cuando el énfasis mayor está en el movimiento hacia el mundo, el peligro es que la iglesia llegue a ser no sólo plenamente consciente del mundo, sino realmente mundana. Lo que los evangélicos conservadores le preguntan al CMI es si en su empeño por salir al mundo no ha introducido el mundo secular en el movimiento ecuménico, hasta el punto de que el ecumenismo social ha evolucionado hacia un ecumenismo secular.

Tan ciertamente como el amor tiene un significado social, el Evangelio carece de connotación política. Debemos insistir en que la iglesia tiene ante todo y sobre todo la misión de preparar a los hombres para la ciudad celestial, no para la ciudad secular. La iglesia debe presentar a la sociedad puntos y metas de referencia. El primer punto de referencia debe ser ciertamente que el hombre fue creado a imagen de Dios.

El punto central de referencia es la cruz, que hace posible por medio de Cristo la restauración de la imagen de Dios en el hombre. El punto final de referencia es la parusía de Cristo, que señalará la condenación de Babilonia y anunciará el establecimiento del eterno reino de Dios en la tierra renovada.

El hombre debe cooperar con el transformador Espíritu de Dios. Si el hombre permanece inmutable, el mundo no cambiará y seguirá claudicando entre Hiroshima y el Armagedón.

El problema central en las conversaciones entre el CMI y los evangélicos conservadores no tiene que ver, principalmente, con el ecumenismo, y ni siquiera con la condición de miembro del CMI. “La iglesia es ecuménica cuando está ocupada haciendo lo que está llamada a hacer… El ecumenismo genuino, por lo tanto, no debe ser interpretado principalmente en términos de afiliación ecuménica, sino como un asunto de orientación ecuménica”.[3]

La pregunta real es: ¿Cuál es la naturaleza, la tarea y la vocación de la iglesia en este período crucial de la historia humana? El deber de la iglesia es todavía el de ser la iglesia. Su tarea es preparar a hombres y mujeres para recibir a su Señor que viene pronto. El único ecumenismo válido es el que tiene un punto de partida netamente adventista —el primer advenimiento— y un punto de llegada adventista, el segundo advenimiento. Todo otro ecumenismo será efímero.

Sobre el autor: Secretario de la División Noreuropea-Afroccidental


Referencias

[1] A. Richardson y W. Schweitzer, Biblical Authority for Today.

[2] One in Christ, NP 1, Mission and Unity From Edinburg to Uppsala, 1972, pág. 23.

[3] The Acts of Reformed Ecumenical Synod, 1968, Suplemento NP 8, pág. 277.