Los adventistas tienen ciertas creencias fundamentales, cuyas características principales, con algunas referencias bíblicas sobre las que están basadas, detallamos a continuación:

1. Que las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamentos fueron dadas por inspiración de Dios, contienen una revelación suficiente de su voluntad para los hombres, y son la única regla infalible de fe y práctica. (2 Tim. 3:15-17.)

2. Que la Divinidad, o Trinidad, consiste en el Padre Eterno, que es un Ser personal, espiritual, omnipotente, omnipresente, omnisciente, infinito en sabiduría y amor; en el Señor Jesucristo, el Hijo del Padre Eterno, mediante quien se realizará la salvación de las huestes de los redimidos; el Espíritu Santo, la tercera persona de la Divinidad, el gran poder regenerador en la obra de la redención. (Mat. 28:19.)

3. Que Jesucristo es Dios, y es de la misma naturaleza y esencia que el Padre Eterno. Mientras retenía su naturaleza divina, tomó sobre sí mismo la naturaleza de la humanidad, vivió en la tierra como hombre, manifestó en su vida, como ejemplo para nosotros, los principios de justicia; garantizó su relación con Dios mediante muchos milagros notables; murió en la cruz por nuestros pecados, fué resucitado y ascendió al Padre, donde vive para interceder por nosotros. (Juan 1:1, 14; Heb. 2:9-18; 8:1, 2; 4:14-16; 7:25.)

4. Que cada persona debe experimentar el nuevo nacimiento para obtener la salvación, que esto comprende una completa transformación de la vida y el carácter mediante el poder recreador de Dios a través de la fe en el Señor Jesús. (Juan 3:16; Mat. 18:3; Hech. 2:37-39.)

5. Que el bautismo es un rito de la iglesia cristiana que debe seguir al arrepentimiento y el perdón de los pecados. Su observancia muestra la fe en la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. Que el verdadero bautismo es por inmersión. (Rom. 6:1-6; Hech. 16:30-33.)

6. Que la voluntad de Dios en lo que concierne a la conducta moral está comprendida en su ley de los Diez Mandamientos; que éstos son grandes preceptos morales e inmutables, que obligan a todos los hombres de todas las épocas. (Exo. 20:1-17.)

7. Que el cuarto mandamiento de esta ley inmutable requiere la observancia del séptimo día, sábado. Esta institución sagrada es al mismo tiempo un recordativo de la creación y una señal de santificación, una señal del reposo del creyente de sus propias obras pecaminosas, y su entrada en el descanso del alma que Jesús promete a los que acuden a él. (Gén. 2:1-3; Exo. 20:8-11; 31:12-17; Heb. 4:1-10.)

8. Que la ley de los Diez Mandamientos señala el pecado, cuya penalidad es la muerte. La ley no puede salvar al transgresor de su pecado, ni impartir poder para impedir que peque. Dios, con amor y misericordia infinitos, proporciona una vía para lograr esto. Provee un sustituto, Cristo el Justo, para que muera en lugar del hombre, haciéndolo “pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). Que somos justificados, no por obediencia a la ley, sino por la gracia que está en Cristo Jesús. El hombre al aceptar a Cristo es reconciliado con Dios, justificado por su sangre de los pecados del pasado, y salvado del poder del pecado por la morada de Cristo en su vida. Así el Evangelio llega a ser “potencia de Dios para salud a todo aquel que cree” (Rom. 1:16). Esta experiencia se realiza por la operación divina del Espíritu Santo, que convence de pecado y guía hacia el Portador del pecado, e inicia al creyente en la relación del nuevo pacto, donde la ley de Dios está escrita en su corazón, y mediante el poder capacitador de Cristo que mora en lo interior, su vida es puesta en conformidad con los preceptos divinos. El honor y el mérito de esta maravillosa transformación pertenece por entero a Cristo. (1 Juan 2:1, 2; 3:4; Rom. 3:20; 5:8-10; 7:7; Efe. 2:8-10; 3:17; Gál. 2:20; Heb. 8:8-12.)

9. Que Dios es “quien solo tiene inmortalidad” (1 Tim. 6:16). La naturaleza del hombre mortal es inherentemente pecadora y mortal. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:12). La inmortalidad será concedida a los justos en la segunda venida de Cristo, cuando los justos muertos sean levantados de la tumba y los santos vivos sean transformados para recibir al Señor. Entonces es cuando los que han sido hallados fieles son vestidos de inmortalidad. (1 Cor. 15:51-55.)

10. Que la condición del hombre en la muerte es inconsciente. Que todos los hombres, buenos y malos, permanecen en la tumba desde la muerte hasta la resurrección. (Ecl. 9:5, 6; Sal. 146:3, 4; Juan 5:28, 29.)

11. Que habrá una resurrección tanto de los justos como de los impíos. La resurrección de los justos ocurrirá a la segunda venida de Cristo; la resurrección de los impíos se efectuará mil años más tarde, al final del milenio. (Juan 5:28, 29; 1 Tes. 4:13-18; Apoc. 20:5-10.)

12. Que los pecadores impenitentes, incluyendo a Satanás como autor del pecado, serán destruidos por el fuego en el día final, y reducidos a un estado de no existencia, como si no hubieran sido, purgándose el universo de Dios del pecado y los pecadores. (Rom. 6:23; Mal. 4:1-3: Apoc. 20:9, 10; Abd. 16.)

13. Que en la Biblia no se da ningún período profético que comprenda el segundo advenimiento, pero que el más largo, los 2.300 días de Daniel 8: 14, finalizó en 1844, llevándonos frente a un evento llamado la purificación del santuario.

14. Que el verdadero santuario, del cual el tabernáculo terreno era un símbolo, es el templo de Dios que está en el cielo, del que Pablo habla en Hebreos 8 y capítulos siguientes, y del cual el Señor Jesús, como nuestro gran sumo sacerdote, es ministro; que la obra sacerdotal de nuestro Señor es la realidad de la obra de los sacerdotes judíos de la antigua dispensación; que su santuario celestial es el que debe ser purificado al final de los 2.300 días de Daniel 8:14, y cuya purificación, como en el símbolo, es una obra de juicio que comenzó con la entrada de Cristo como sumo sacerdote en la fase judicativa de su ministerio en el santuario celestial, prefigurado en el servicio de la purificación del santuario terrenal en el día de la expiación. Esta obra de juicio en el santuario celestial comenzó en 1844. Su terminación pondrá fin al período del tiempo de gracia.

15. Que Dios, en el tiempo del juicio y de acuerdo con su trato uniforme con la humanidad al advertirla de los acontecimientos que están por venir y que afectarán su destino (Amos 3:6, 7), proclama la aproximación de la segunda venida de Cristo; que esta obra está simbolizada por los tres ángeles de Apocalipsis 14, y que su triple mensaje habla dé una obra de reforma destinada a preparar a un pueblo que lo reciba a su venida.

16. Que el tiempo de la purificación del santuario, sincronizado con el período de la proclamación del mensaje de Apocalipsis 14, es un tiempo en que se realiza un juicio investigador; primero, con referencia a los muertos, y en segundo término, a los vivos. Este juicio investigador determina quiénes, entre los miles que duermen en el polvo, son dignos de tener parte en la primera resurrección, y quiénes entre las multitudes de los vivos son dignos de la traslación. (1 Ped. 4:17, 18; Dan. 7:9, 10; Apoc. 14:6.7; Luc. 20:35.)

17. Que los seguidores de Cristo debieran ser un pueblo santo que no adopte las máximas impías o se conforme a la conducta perversa del mundo, y que no ame sus placeres pecaminosos ni apoye sus insensateces. Que los creyentes debieran reconocer que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo, y que por lo tanto debieran cubrirlo con vestimentas pulcras, modestas y dignas. Además, que en la comida, en la bebida y en toda su conducta debieran conformar sus vidas en la forma que convenga a dignos seguidores del manso y humilde Maestro. Así los seguidores de Cristo serán inducidos a abstenerse de toda bebida intoxicante, tabaco y otros narcóticos, y a evitar todo hábito y práctica que contamine el cuerno y el alma. (1 Cor. 3:16, 17; 9:25; 10:31; 1 Tim. 2:9, 10; 1 Juan 2:6.)

18. Que el principio divino de los diezmos y ofrendas destinados al sostén del Evangelio es un reconocimiento del señorío de Dios sobre nuestras vidas, y que somos mayordomos que deben rendirle cuenta de todo lo que nos ha encomendado a nuestra posesión. (Lev. 27:30; Mal. 3:8-12; Mat. 23:23; 1 Cor. 9:9-14; 2 Cor. 9:6-15.)

19. Que Dios ha colocado en su iglesia los dones del Espíritu Santo, como se los enumera en 1 Corintios 12 y Efesios 4. Que estos dones operan en armonía con los principios divinos sentados en la Biblia, y han sido para perfección de los santos, la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo. (Apoc. 12:17; 19:10; 1 Cor. 1:5-7.) Que el don del espíritu de profecía es una de las señales que identifican la iglesia remanente. (1 Cor. 1:5, 7; 12:1, 28; Apoc. 12:17; 19:10: Amos 3:7; Ose. 12:10, 13.) Reconocen que este don fué manifestado en la vida y el ministerio de Elena G. de White.

20. Que la segunda venida de Cristo es gran esperanza de la iglesia, la gran culmina­ción del Evangelio y del plan de salvación. Su venida será literal, personal y visible. Muchos acontecimientos importantes estarán relacionados con su regreso, como la resurrección de los muertos, la destrucción de los impíos, la purificación de la tierra, la recompensa de los justos, y el establecimiento de su reino eterno. El cumplimiento casi completo de diferentes profecías, particularmente de las que aparecen en los libros de Daniel y el Apocalipsis, y la condición actual de los mundos físico, social, industrial político y religioso, indican que el regreso de Cristo “está cercano, a las puertas” (Mat. 24:33). No ha sido predicha la fecha exacta de ese acontecimiento. Se exhorta a los creyentes a estar apercibidos, porque “el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis” (Mat. 24:44; Luc. 17:26-30; 21:25-27; Juan 14:1-3; Hech. 1:9-11; Apoc. 1:7; Heb. 9:28; Sant. 5:1-8; Joel 3:9-16; 2 Tim. 3:1-5; Dan. 7:27; Mat. 24:36, 44.)

21. Que el reinado de Cristo durante el milenio comprende el período que media entre la primera y la segunda resurrección, durante el que los santos de todos los tiempos estarán vivos con su bendito Redentor en el ciclo. Al final del milenio, la Jerusalén celestial con todos los santos descenderá a la tierra. Los impíos resucitados en la segunda resurrección avanzarán a lo ancho de la tierra dirigidos por Satanás para rodear la ciudad de los santos, y entonces descenderá fuego de Dios del cielo y los consumirá. La conflagración que destruye a Satanás y su hueste también regenerará y purificará a la. tierra de los efectos de la maldición. Así el universo de Dios será purificado de la impura mancha del pecado. (Apoc. 20; Zac. 14:1-4; 2 Ped. 3:7-10.)

22. Que Dios renovará todas las cosas. La tierra restaurada a su prístina belleza, se convertirá en la morada eterna da los santos del Señor. Se cumplirá la promesa hecha a Abrahán de que a través de Cristo él y su simiente poseerían la tierra durante los siglos sin fin de la eternidad. “El reino, el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo; cuyo reino es reino eterno, y todos los señoríos le servirán y obedecerán” (Dan. 7:27). Cristo el Señor reinará supremo, y toda criatura que está en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y las que están en el mar, tributarán “la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder” “al que está sentado en el trono, y al cordero… para siempre jamás”. (Gén. 13:14-17; Rom. 4:13; Heb. 11:8-16; Mat. 5:5; Isa. 35; Apoc. 21:1-7; 5:13; Dan. 7:27.)