La historia de la Iglesia Cristiana no ha sido una excepción en este mundo de pecado: también se ha visto sacudí dida por conflictos. Los siglos IV y V presenciaron las controversias cristológicas, la más notable de las cuales fue provocada por el arrianismo, doctrina que ejerció una notable influencia durante varios siglos, y que incluso está presente en nuestros días en el unitarismo, y en los Testigos de Jehová.

 Su iniciador fue un presbítero de Alejandría, llamado Arrio. Nació en Libia o en Alejandría, aproximadamente en el año 256 DC. Recibió su educación religiosa por medio de Luciano, presbítero de Antioquía. Falleció en Constantinopla en el año 336.

 Se lo describe como un hombre alto y delgado, de frente deprimida. Su vida, muy austera, y su carácter moral, irreprochable, no han recibido ningún ataque ni aun de sus más enconados enemigos. Era erudito orador de palabra fácil y extraordinaria simpatía. Estaba dotado además de un espíritu combativo, del cual hizo gala durante la controversia a que nos estamos refiriendo.

 Antes de abordar la historia y las doctrinas del arrianismo, sería bueno que recordáramos que la cristología constituye el conjunto de doctrinas relativas a la persona de nuestro Señor Jesucristo, su relación con el Padre y el Espíritu Santo, su lugar en la divinidad, y la relación que existe entre sus naturalezas divina y humana.

 La cristología de la Iglesia Cristiana primitiva puede sintetizarse en la confesión de Pedro registrada en Mateo 16:16, y en la declaración acerca de la encarnación que encontramos en Juan 1:14, donde se nos dice que “aquel Verbo (Lógos) fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.

 Las especulaciones de los teólogos en torno a esta doctrina bíblica del Lógos dieron origen a dos herejías, a saber, el ebionismo y el gnosticismo. La primera, eminentemente judía, aseveraba que Jesús era sólo un ser humano, totalmente despojado de naturaleza divina, mientras, que la segunda, marcadamente pagana, sostenía que Cristo sólo era divino, sin naturaleza humana; su humanidad habría sido solamente ilusoria.

 No disponemos de espacio en estos momentos para hacer un estudio del desarrollo de la cristología a través de los años, y sólo mencionaremos que Justino Mártir, de Alejandría, con Orígenes, Ireneo y Dionisio, obispo de Roma, adelantaron diversas doctrinas y definiciones que paulatinamente fueron dándole forma a la cristología.

 Queremos destacar entre los nombres mencionados, sin embargo, el de Orígenes, teólogo fallecido en el año 254, porque en su cristología encontramos las raíces de la controversia arriana. En efecto, Orígenes incurre en contradicciones al definir la naturaleza de Cristo y su relación con el Padre. Por un lado dice que Cristo es eterno y divino, y por otro asevera que es diferente del Padre y subordinado a él. Emplea, refiriéndose a Jesús, expresiones como ésta: “un Dios secundario”. En cambio, al hablar del Padre, lo llama “el Dios”. Asevera que el Lógos fue un ser creado, una especie de transición entre el Padre increado, y los demás seres de la creación.

 Otra de las causas de la controversia arriana la encontramos en la Escuela de Antioquía. Un sínodo celebrado en esa ciudad en el año 268 rechazó la identidad de esencia entre el Padre y el Hijo. De ese modo surgió la doctrina de la “subordinación” del Hijo al Padre. Uno de los principales representantes de dicha escuela fue Luciano, maestro de Arrio.

 En el año 318 comenzó Arrio a predicar en forma ostensible sus conclusiones con respecto a la cristología. Resumamos sus doctrinas en los siguientes términos: Negaba la divinidad de Jesucristo; recalcaba la subordinación del Hijo al Padre; ponía el acento en la diferencia de esencia entre el Padre y el Hijo, doctrina que resumía en la expresión griega heteroúsios (distinta esencia); enseñaba además que Cristo existía desde antes de la creación del mundo, pero que no era eterno, puesto que habría sido creado de la nada por la voluntad omnímoda de Dios; admitía, sin embargo, que había sido el Creador del mundo actual y enseñaba que se había encarnado para lograr nuestra salvación.

 Alejandro, obispo de Alejandría, se opuso tenazmente a las enseñanzas de Arrio, y en el año 320 ó 321, no se sabe bien, convocó un sínodo en esa ciudad, que condenó a Arrio, lo excomulgó públicamente y lo expulsó de la ciudad.

 No obstante estas circunstancias adversas, Arrio siguió predicando, y tanto Eusebio de Cesarea como Eusebio de Nicomedia lo aceptaron entre ellos y lo ampararon. No pocas iglesias de Asia aceptaron sus opiniones que comenzaron a extenderse como reguero de pólvora. Ambos Eusebios lograron algún tiempo después que Alejandro y Arrio se reconciliaran.

 Pronto las dificultades empezaron de nuevo, hasta que en el año 325 se convocó en Nicea un concilio eclesiástico, en el cual se condenó al arrianismo y se aprobó un credo llamado ortodoxo, redactado en los siguientes términos: “Creemos en un solo Señor Jesucristo, unigénito Hijo de Dios, engendrado del Padre antes de todos los mundos, Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios, engendrado no creado, consustancial con el Padre: porque en él todas las cosas fueron hechas; quien por nosotros y nuestra salvación descendió del cielo y fue encarnado por el Espíritu Santo en la Virgen María, y fue hecho hombre”.

 Entre los años 325 y 361 se desarrolló la reacción y la victoria momentánea del arrianismo. Los dos Eusebios mencionados anteriormente se volcaron plenamente de su lado. Arrio logró llegar a la corte del emperador por medio de Constancia, hermana de éste. Exilado en Iliria, se le pidió que volviera a Constantinopla, para reintegrarlo a la iglesia y devolverle todos sus honores, pero el día antes de que esto ocurriera falleció repentinamente. Sus enemigos aseveraron que su deceso fue una intervención providencial. Sus partidarios aseguraron, por lo contrario, que había sido envenenado.

 Pero a pesar de la muerte de Arrio, las doctrinas arrianas siguieron progresando. Muchos teólogos, en su afán de conciliar las tendencias extremas: la trinitaria y la arriana, establecieron un sistema al cual llamaremos “semiarrianismo”. Era una doctrina de transacción entre las dos mencionadas. En lugar de decir con los arrianos que la esencia de Jesús era distinta de la del Padre, y en vez de afirmar como los trinitarios que la esencia de Cristo era igual a la de Dios, aseveraban que dicha esencia era semejante a la del Eterno. Era ésta una doctrina ambigua que por supuesto rio se podía sostener por mucho tiempo.

 Hubo una época en que la mayor parte de la cristiandad llegó a ser arriana. Por lo pronto lo eran la mayoría de las iglesias griegas y orientales, y los arrianos, evidentemente poseídos de gran celo misionero, llevaron el Evangelio a los germanos del norte y el oeste de Europa, y los convirtieron al cristianismo.

 Pero no era la doctrina de Arrio, sino la ortodoxa la destinada a triunfar finalmente. El campeón de esta doctrina fue Atanasio de Alejandría, nacido, según se cree, en el año 293, y fallecido en el 373. Puede llamárselo el padre de la ortodoxia o trinitarismo. Comparte la gloria de la defensa de esta doctrina junto con los tres obispos de Capadocia, a saber, Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa. Esta fue la doctrina que triunfó primeramente en el Concilio de Nicea, y por fin, al parecer definitivamente, en el Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381.

 La cristología adventista se funda en declaraciones de la Sagrada Escritura y no en credos, por antiguos y respetables que sean. Un resumen de lo que creemos al respecto se halla en el artículo segundo de la “Declaración de Creencias Fundamentales”, donde dice; “Que la Deidad, o Trinidad, consiste en el Padre eterno, un ser personal, espiritual, omnipotente, omnipresente, omnisapiente, infinito en sabiduría y en amor; en el Señor Jesucristo, el Hijo del Padre eterno, por medio de quien fueron creadas todas las cosas, y por cuyo medio se realizará la salvación de la hueste de los redimidos; en el Espíritu Santo, la tercera persona de la Deidad, el gran poder regenerador en “la obra de la redención” (Mat. 28:19).

 Diremos para concluir que nuestro examen de esta controversia cristológica no debiera limitarse a un estudio superficial del tema con la actitud de quien examina una pieza de museo. El hecho de que las doctrinas de Arrio estén presentes en el siglo XX por medio de una organización activa y agresiva, como es la constituida por los Testigos de Jehová. debiera inducirnos a estudiar profundamente este asunto para saber la verdad bíblica acerca de ellos, de manera que la espada del Espíritu, manejada sabiamente, sea el arma poderosa que nos dé la victoria en la lucha contra el error.

Sobre el autor: Director de Radio de la Unión Austral