Recientemente leí las siguientes palabras escritas por la mensajera del Señor: “La razón por la cual nuestros predicadores realizan tan poco es porque no andan con Dios. Él se encuentra a un día de camino de la mayor parte de ellos” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 383). La realidad es que, si descuidamos nuestra comunión con Dios, él irá delante de nosotros, y nos iremos quedando atrás, siguiendo nuestra propia sabiduría humana.
Con demasiada frecuencia nos esforzamos por implementar técnicas psicológicas, métodos organizacionales y liderazgo motivador en nuestro ministerio; pero todo eso será inútil si estamos lejos del Señor. Con demasiada frecuencia no nos damos cuenta de que el verdadero poder del ministerio pastoral brota de la espiritualidad, que, a su vez, es el resultado de un encuentro personal con Cristo.
Pero ¿qué es la espiritualidad? En palabras simples, es una respuesta a la iniciativa de Dios, un movimiento de todo nuestro ser hacia el Dios que nos amó primero. Es el deseo profundo del alma de centrarnos en él y someternos totalmente a su voluntad. Puede parecer sencillo, pero esta clase de espiritualidad es lo que el enemigo más teme, y se esfuerza por colocar todas las barreras posibles para evitar que los ministros de Cristo la obtengan. Por ejemplo:
1. Mantenernos ocupados. Debemos reconocer que vivimos en una época de grandes demandas. Es muy fácil involucrarse tan intensamente en el ministerio y otras ocupaciones de la vida diaria que no tenemos tiempo para Dios. “Al aumentar la actividad, si los hombres llegan a tener éxito en ejecutar algún trabajo para Dios, existe el peligro de que confíen en los planes y los métodos humanos. Tienden a orar menos y a tener menos fe. […] Aunque debemos trabajar fervientemente para la salvación de los perdidos, también debemos dedicar tiempo a la meditación, la oración y el estudio de la Palabra de Dios. Es únicamente la obra realizada con mucha oración y santificada por el mérito de Cristo la que al fin habrá resultado eficaz para el bien” (El Deseado de todas las gentes, p. 329).
2. La ignorancia de la espiritualidad, sus ingredientes y sus dimensiones, es otra barrera. Debemos enfrentar la trágica realidad de que no hemos desarrollado muchas formas de encontrar intencionalmente la intimidad con Cristo. A menudo no nos damos cuenta de que podemos hacer algunas cosas para fomentar una experiencia más profunda con él; suponemos que simplemente sucederá sin ningún esfuerzo de nuestra parte. Integrar una vida de oración, ayuno, lectura devocional de la Biblia y otras disciplinas espirituales puede revolucionar nuestra relación con Dios.
3. Pereza y falta de constancia. Es necesario un esfuerzo intencional continuo a fin de lograr un crecimiento espiritual y una vida devocional constantes. Muchas veces nuestro caminar espiritual con Dios está lleno de altibajos. El ascenso a la cima de la montaña puede parecer costoso; y la caída a las profundidades, demasiado brusca y demasiado rápida. Es fácil desanimarse luego de una de estas caídas, y no esforzarse por volver a ascender la montaña. Pero, la lucha por la espiritualidad constante no se puede ganar de una vez para siempre; debemos pelear la batalla cada día.
Así, cuando llegamos a la cúspide y gustamos aunque sea un poco de los cálidos rayos de luz del Sol de Justicia, nuestra alma sentirá un anhelo profundo de estar cada vez más cerca del Salvador. Debemos esforzarnos por alimentar nuestra hambre de Dios. Él promete satisfacernos: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mat. 5:6). Cuando nuestros corazones tengan hambre de él más que de cualquier otra cosa, lo encontraremos. Él anhela llenar nuestra vida con su presencia.
Sobre el autor: editor asociado de la revista Ministerio, edición de la ACES.