Cualquier plan de reforma del calendario que implique la ruptura del ciclo semanal mediante días en blanco o fuera de cómputo constituiría un atentado de primera magnitud en contra de la religión. Una reforma fundada en la adopción de un calendario que permite estabilizar las fechas en los mismos días de la semana mediante los llamados días nulos, resultaría un ataque a todos los cultos que aceptan la semana como un don del Creador, estableciendo el día de reposo en forma específica como mandato moral claramente estipulado por el Decálogo.
Llama la atención el hecho de que el plan de los días fuera de cómputo, ideados con el pretexto de estabilizar las fechas y obtener un “calendario perpetuo”, nació en la ciudad de Roma en el ámbito de la Iglesia Católica Romana. En efecto, durante el pontificado de Gregorio XVI (1831-1846) el abate Marco Mastrofini propuso un plan de reforma del calendario Gregoriano, con las siguientes características: (a) el calendario contaría con un año de 364 días numerados, comenzando en día domingo y finalizando en día sábado; (b) el día 365 quedaría fuera de cómputo como extracalendárico, con el nombre de feria octava; (c) el día bisiesto sería añadido cada cuatro años, como en el Calendario Gregoriano o se lo ubicaría, un nombre, de día de la semana, después de la feria octava, como víspera del día de Año Nuevo. Las ideas de este sacerdote y matemático fueron publicadas en 1834, en 316 páginas, con tres Nihil obstat y dos Imprimatur. (Marco Mastrofini, Aniplissirni frutti da raccogliersi sul calendario gregoriano perpetuo, Roma, 1834.)
Aunque el abate Mastrofini falleció en 1843, sin que su proyecto de reforma alcanzara mayor reputación, su feria octava, que rompía la continuidad del ciclo semanal, fue adoptada con entusiasmo por el positivista francés Auguste Comte en 1850. Este autor propuso un calendario de 13 meses de 28 días, dejando fuera de cómputo, como días en blanco, los que correspondieran al 365 y al 366. Ese proyecto alcanzaría mucha fama después de la primera guerra mundial, pero sería repudiado por el Vaticano. (Auguste Comte, Calendricr positiviste ou Systéme de Commémoration publique destiné surtout a la transition finale de la grande République occidentale, París, 1850, 35 pp.; ed. 1851, 39 pp.; ed. 1852, 43 pp.)
La segunda etapa en la planificación de la reforma del calendario gregoriano comenzó durante el pontificado de León XII (1878-1903). Mientras el abate Croze, capellán de Roquette, en París, se hallaba en misión oficial en Roma para estudiar la fijación de la fecha de la Pascua, en el Vaticano se le indicó que, para que pudiese realizarse tal plan sería necesario establecer previamente una reforma del calendario. Por consiguiente, al regresar a París, en 1884, entregó al astrónomo Camile, Flammarion la suma de 5.000 francos, obsequiados por un donante anónimo, para que se otorgaran por premio a los mejores proyectos de reforma del calendario. El astrónomo francés, como director del periódico Astronomie, organizó el concurso pertinente y otorgó premios a los autores de seis proyectos que adoptaban los días en blanco ideados por Mastrofini. Tales días fueron denominados non dies, en lugar de feria octava, por el astrónomo Gustave Armelin, ganador del primer premio de ese concurso.
En una declaración de León XIII del 6 de mayo de 1897, señaló cuáles eran las condiciones básicas para la reforma del calendario gregoriano: (a) “el bien general”; (b) el acuerdo general sobre un calendario de doce meses; (c) armonía de la cristiandad para fijar la fecha de la Pascua; (d) adopción general de la reforma de parte de los gobiernos. (Camile Flammarion, “Projet de Réforme du Calendrier”. Bulletin de la Societé Astronomique de France, N9 1, París, 1887, págs. 62-125). (Tondini de Quarenghi. L’Italia e la Questione del Calendario al Principio del XX Secolo, Roma 1905, pág. 25.)
Después que las Cámaras de Comercio de Londres, Berlín y Berna se interesaron en la reforma del calendario, por iniciativa del científico suizo L. M. Grosclaude, se efectuaron sondeos para conocer la posición del Vaticano. La declaración emitida en 1912, dice: “La Santa Sede declara que no pone reparo alguno, sino que invita a los poderes civiles que lleguen a un acuerdo sobre la reforma del calendario civil, después de lo cual acordará gustosamente su colaboración en cuanto a las fiestas religiosas”. Además, Pío X (1903-1914) tomó medidas para que el abad benedictino Dom Fernand Cabro estudiara la reforma del calendario en sus diversos aspectos. Las investigaciones de esa índole cobraron nuevo impulso en los países católicos. En España apareció una obra dedicada a ese tema, escrita por Plaza y Salazar, que fue comentada muy favorablemente por los sacerdotes P. E. Portillo S. J. y R. P. Villariño en las revistas Razón y Fe y Sal Terrae. (Juan Rivera Reyes, Un Calendario Perpetuo para el Mundo, Panamá, 1952, pág. 76.) (Carlos de la Plaza y Salazar, La Reforma del Calendario Acomodado a las Fiestas y Solemnidades de la Iglesia, Bilbao, 1912.)
Durante la primera guerra mundial el problema de la reforma del calendario fue pospuesto a los asuntos de la política internacional. No obstante, Benedicto XV (1914-1922) fue consultado respecto a ese problema por el Cardenal Mercier, arzobispo de Malinas y primado de Bélgica, recibiendo la respuesta por intermedio del Mgr. Pietro Piacenza, en los términos siguientes del párrafo medular: “In itself it is neither unsuitable nor forbidden to deal with the question of a new pascal date, provided one does it with prudence and that one speaks in one’s ñame, without forgetting, though, that the Church cannot admit seven continuous working days’ (P. Piacenza, An expediat ut aliquid novi status circa celebrationen diei Paschatis in Ecclesia Catholica, en Ephemerides liturgicae, 32, Roma, 1918, págs. 248, 249).
Tomando en cuenta la posición de la Iglesia de Roma expresada por Benedicto XV, los partidarios de los planes de reforma del calendario que auspiciaban proyectos con días fuera de cómputo, se empeñaron en destacar que tales días no son de trabajo. A tales días en blanco o cero los presentan como feriados anuales de carácter religioso, para obviar de ese modo la dificultad de los siete días de trabajo consecutivo. De ese modo la feria octava del abate Mastrofini fue considerada como aceptable en los ambientes católicos, según pue de apreciarse en los comentarios del abale Fernand Cabrol. Durante varias décadas este benedictino, abate de St. Michael’s, Farnborough, Inglaterra, editor de la Román Catholic Encyclopaedia, y autor de doce libros referentes a la reforma del calendario, se transformó en uno de los campeones de tal reforma que rompe el ciclo semanal. Como llegó a ser miembro de varias asociaciones que propiciaban el cambio del calendario gregoriano, depositó en el Vaticano un amplio Memorándum en latín, en el cual presenta como fundamental para el funcionamiento de un calendario perpetuo “the proposal to set aside one day out of the days of the week…” (Dom. Fernand Cabrol, en Revue du Clergé Francais, l9 de marzo de 1912; citado por Harold Watkins, Time Counts the Story of the Calendar, London, 1954, pág. 243).
La organización de la Liga de las Naciones favoreció el estudio de los proyectos de reforma del calendario. En la quinta sesión de dicho organismo con sede en Ginebra, realizada del 19 de agosto al 1° de septiembre de 1923, nombróse un Comittee of Enquiry into the Reform of the Calendar, integrado por seis miembros. La comisión especial se reunió una vez por año para estudiar diversos proyectos en sus diversos aspectos, publicando finalmente su informe en el año 1927, cuando fue enviado a todas las naciones, dando a conocer las respuestas de diversas organizaciones religiosas que habían sido consultadas.
Pío XI no permaneció ajeno a los proyectos de reforma del calendario, como lo demuestra el, hecho de haberse ocupado del asunto en el año 1924, en relación con los estudios de la Liga de las Naciones. Consta por la carta de Mgr. Maglione, entonces Nuncio apostólico en Berna, escrita el 7 de marzo de 1924, en respuesta a esa entidad internacional, que “no hay dificultad dogmática” (no dogmatic difficulty) en la reforma del calendario, tanto respecto a la fecha de la Pascua como por la introducción de I “días neutrales”. La misma carta expresaba que la Santa Sede se complacía en saber “that the League of Nations had explicitly recognized that the question of calendar reform, particularly ivith respect to the Easter festival, is eminently of religious concern”. Es de notar que el Vaticano, en 1935, todavía no creía que había llegado el momento propicio para que se pronunciara definitivamente en favor del cambio del calendario, porque consideraba que seguía siendo “prematuro for the League of Nations or the governments to endeavor to obtain an official decisión from the Holy Father” (Mgr. Maglione, en Rapport rélatif a la réforme du Calendrier, Publicado por el Communication and Transit Section, Geneva, 1926, pág. 86). (Dom. Fernand Cabrol, Memorándum to Vatican, pág. 117).
Pío XI fue entrevistado por una comisión británica interesada en la reforma del calendario, presidida por el abate Dom. Fernand Cabrol en junio del año 1936. Lord Desborough se refirió en un debate en la Cámara de los Lores a esa entrevista realizada en el Vaticano, destacando la conclusión de que “the subject of Calendar Reform is viewed by the Vatican as a whole, and the question of Easter stabilization cannot be detached from the question of general reform” (Joaquín Santillana S. J., El Actual Calendario Juliano-Gregoriano y su Sensacional Reforma en el año 1939. Buenos Aires, 1936). Es de notar que en esa obra se halla el texto mencionado en inglés, y una traducción deficiente en castellano. La traducción exacta de ese párrafo, sería, en castellano: “El asunto de la reforma del calendario es considerado por el Vaticano como un todo, y que la cuestión de la fijación de la Pascua no puede ser separada de la cuestión de la reforma general”.
Durante algún tiempo estuvieron en pugna, en el ámbito de la Liga de las Naciones dos proyectos de reforma que incluían días en blanco o fuera de cómputo: el proyecto de la International Fixed Calendar League, con un año de trece meses de 28 días, patrocinado por George Eastman y dirigido por Moisés Cotsworth; el otro proyecto, difundido por la Rational Calendar Association, encabezado por Desborough, era de doce meses con trimestres iguales, pero con días en blanco para dar la ilusión de que las mismas fechas ocurrían de año en año en el mismo día de la semana. El proyecto de trece meses por año, que sus organizadores pensaban poner en función en el año 1933, fracasó en el año 1931, principalmente porque el año no resultaba divisible en trimestres ni en semestres. En el mundo católico ese Calendario Racional, ideado por el positivismo de Augusto Comte, no tuvo aceptación y el folleto con el cual lo había difundido fue incluido en la lista de los libros prohibidos por Pío XII. (Index librorum prohibitorum SSmi D. N. Pío XXI jussu editus anno MCNXL, Vaticano, 1940, 508 pp).
Los partidarios de reformar el calendario juliano gregoriano saludaron con entusiasmo el proyecto ideado por el abate Mastrofini, que fue adoptado por la World Calendar Association, fundada a fines del año 1930. Ese proyecto, ampliamente difundido por la señorita Elizabeth Achelis y sus colaboradores, interesó en el problema a diversas naciones, contando con el apoyo oficial de Chile en el año 1936. Aunque ese llamado “Calendario Mundial”, rompe el ciclo semanal mediante la intercalación de días en blanco o fuera de cómputo, ha recibido el apoyo más decidido de parte de numerosos miembros del clero católico, entre los cuales se destacan los siguientes: Dom. Fernand Cabrol, abate de St. Michael’s, Farnboroug, Inglaterra; Chauve-Bertrand, abate de Saint-Révérien, Niévre, Francia; Granereau, abate de Lamorlaye, Francia; Juan V. Monticelli S. S. en Buenos Aires, Argentina; Conrad M. Morin, O. F. M., profesor de historia eclesiástica en la Universidad de Montreal, Canadá: Thomas Morris S. J., Canadá; Cardenal Nasalli Rocca, arzobispo de Bologna, Italia y asesor del Pontifical Liturgical Academy; Daniel J. K. O’Connel S. J., Director del Observatorio del Vaticano; P. E. Portillo S. J., en España; Joaquín Santillana S. J., Buenos Aires, Argentina; S. Schwegler, Estados Unidos. Entre ellos varios han escrito obras defendiendo la reforma del calendario con la inclusión de días en blanco y otros han publicado artículos elogiando el llamado Calendario Mundial en diversos periódicos y en el Journal of Calendar Reform, que se edita en Nueva York.
Durante el pontificado de Pío XII (1939- 1958) en las filas de católicos-romanos de los Estados Unidos se escucharon ialgunas voces de protesta en contra de la proyectada reforma del calendario Gregoriano que se urgía para el año 1950. En efecto, el cardenal Dougherty de Filadelfia, dio a conocer su protesta el 7 de marzo de 1947. Pero los propagandistas de la World Calendar intensificaron sus actividades en América del Sur y en el Asia, de tal manera que el Perú, en 1947, Panamá, en 1949 y la India, en 1953, pidieron oficialmente que la reforma del calendario Gregoriano fuese estudiada por la Organización de las Naciones Unidas. Como en la ONU se interesaban en conocer la actitud del Vaticano en tan importante asunto, recurrieron a una consulta por intermedio del Nuncio apostólico en Washington, quien presentó la siguiente declaración: “With reference to the present attitude of the Vadean on the subject of the World Calendar, I have been asked to inform you that the Holy See now has the question under study and ivill make known its conclusions in the matter at the proper moment” (Journal of Calendar Reforni, vol. XXIII, Nueva York, diciembre de 1953, N9 4, pág. 154).
Pío XII falleció en 1958 sin dar a conocer públicamente la posición de la Iglesia Católica Romana respecto a la reforma del calendario Gregoriano. La importancia del asunto implicaba, indudablemente, la organización de un Concilio Ecuménico. Este fue convocado por Juan XXIII para el 11 de octubre del año 1962. Durante el receso del Concilio Vaticano II, falleció Juan XXIII sin que hubiese sido tratado el problema de la reforma del calendario. Paulo VI fue coronado el 30 de junio de 1963 y pocos meses después se renovaban las sesiones del Concilio Ecuménico, según lo programado, por lo cual se llegaría al asunto de la reforma del calendario al tratar el capítulo V del esquema de liturgia.
En la sesión LV del Concilio Vaticano II, realizada el 24 de octubre de 1963, se efectuó la enmienda N9 4 correspondiente al Año Litúrgico al artículo que habla del “dies dominicas”, corrigiendo el texto anterior para afirmar “que cada siete días la Iglesia celebra el Misterio de la Pascua, según la tradición apostólica que arranca del día de la Resurrección de Cristo. Por eso el domingo se llama ‘día del Señor’”. En la sesión LVI. efectuada el 25 de octubre, se efectuó la enmienda N9 9, que “determina que los artículos referentes a la celebración de la Pascua en un domingo fijo y al establecimiento del calendario también fijo se separen de este capítulo y se pongan como un apéndice de la Constitución con el título ‘Declaración del Concilio Vaticano sobre la revisión del Calendario’”. La votación de esa enmienda fue de 2.057 conciliares a favor, 4 en contra y un voto nulo. La enmienda aprobada, dice: “La Constitución sobre la Sagrada Liturgia llevará un apéndice con dos artículos. En el primero se declara que el Concilio no se opone a que la fiesta de la Pascua se asigne a un Domingo fijo en el calendario Gregoriano, con tal que asientan los interesados en el problema, particularmente los hermanos separados de la Sede Apostólica. En el segundo artículo se declara que el Sacrosanto Sínodo no se opone a los proyectos que tienden a introducir un calendario perpetuo en la Sociedad Civil. Pero entre los diversos sistemas que se pueden planear, la Iglesia solamente no se opone a aquellos que mantienen y defienden la semana de siete días con el domingo, de manera que la semana conserve intacta la sucesión de sus días, a no ser que aconsejen lo contrario gravísimas razones de las que juzgará la Sede Apostólica. Estos dos artículos que en sustancia figuraban ya en el texto precedente del esquema van ahora precedidos de un breve proemio que los encuadra, diciendo que el Concilio Ecuménico Vaticano II intenta hacer una declaración sobre el problema de la fecha fija de la Pascua y sobre el problema del calendario”. La enmienda N° 10 se refiere al texto del proemio añadido, que fue votado favorablemente por 2.068 conciliares, con 9 votos en contra y 1 voto nulo. (L’Osseri’atore Romano. Edición Semanal en Lengua Castellana, Año XIII, Nº 585. Buenos Aires, 7 de noviembre de 1963, pág. 7).
Los comentarios de la prensa, tomando en cuenta las informaciones de los observadores de la LVI sesión del Concilio Vaticano II, destacaron el discurso pronunciado por Franz Zuner, Obispo de Linz, Austria, quien explicó antes de la votación, que la economía de las ciudades industriales “requiere un orden establecido de trabajo y descanso”. Con el deseo de colaborar en el establecimiento de ese orden, la Iglesia Romana señala que está dispuesta a fijar Ja fecha de la Pascua y las demás celebraciones litúrgicas móviles del año y que deja al estudio de las naciones, o sea a la Organización de las Naciones Unidas, lo que se refiere al año civil. Con respecto al calendario perpetuo, estaría dispuesta a considerar la conveniencia de la ruptura del ciclo semanal. Esta es la actual actitud del Vaticano.
¿Cuáles podrían ser las “gravísimas razones” para que el Vaticano admita la ruptura del ciclo semanal? El Concilio Vaticano no las ha mencionado. Los partidarios de la reforma del calendario Gregoriano no invocan las exigencias de un calendario estadístico de trimestres con el mismo número de días, que sincronice con los fenómenos astronómicos mediante la intercalación de días en blanco. Las religiones, al menos el judaísmo, el cristianismo y el mahometismo, debieran asumir una posición irreducible con un sine qua non para cualquier plan de reforma calendárica: el más profundo respeto a la continuidad del ciclo semanal a causa de su carácter religioso. Lamentablemente, la mayor parte de las organizaciones religiosas han cedido a la propaganda arrolladora de la World Calendar que propone un calendario perpetuo fundado en días fuera de cómputo que son un atentado contra el histórico ciclo semanal.
Generalmente, los partidarios de la reforma del calendario señalan que el plan debe ponerse en marcha en un año que comience en día domingo. El año 1967 reunirá esa condición. Pero algunos reformistas, como el abate Chauve- Bertrand, han insistido desde hace años en una reforma calendárica completa. Proponen que debe realizarse una eliminación de diez días para que el día 1 de enero coincida con la fecha de significado astronómico del 22 de diciembre, o sea que el año comenzaría en el solsticio de invierno del hemisferio norte. ¿Podrían ser éstas algunas de las “gravísimas razones” para romper la continuidad del ciclo semanal? Evidentemente, no, pues podrían lograrse todas las características del calendario perpetuo mediante un plan que respete la continuidad del ciclo semanal. Bastaría que, en lugar de intercalar días en blanco, cada quinquenio se intercalara una semana completa y que las omisiones a esa regla se expresaran siempre en términos de una semana completa (Chauve-Bertrand, “Pourrait-on ramener notre premier janvier au jour du solstice d’hiver?”, en La Croix, París, 19 de diciembre de 1946, pág. 3). (Proyecto enviado por el autor a la Sociedad de las Naciones y al Vaticano en el año 1937: Daniel Hammerly Dupuy, El Nuevo Calendario, ¿Sacrificará la Semana? Buenos Aires, 1937, 96 pp.)
Sobre el autor: Asesor de los Estudiante Universitarios de las Uniones Austral e Incaica.