La participación de hombres y mujeres en el liderazgo de la iglesia local

Necesitamos considerar el cuadro general de la revelación de Dios, la unidad de las Escrituras y la intención final del contenido bíblico como un todo (un abordaje canónico), a fin de discernir correctamente el significado del mensaje divino. La trayectoria de la humanidad, construida sobre la base de la narración bíblica de la Creación, la Caída y la Recreación, presenta a los adventistas del séptimo día el patrón fundamental. No vamos más allá del texto bíblico; todo está firmemente enraizado en él. Nuestra hermenéutica se elabora a partir de la comprensión del Gran Conflicto.[1] En relación con la posición de Adán y Eva antes de la Caída, la Biblia los presenta como sacerdotes con responsabilidad sobre toda la humanidad.[2]

Esta postura hermenéutica, que traza sus raíces desde la Creación, es consistente, por ejemplo, con la posición adventista relacionada con la homosexualidad como estilo de vida. El relato bíblico de la Creación presenta el raciocino que fundamenta la desaprobación de la práctica de la homosexualidad. Este pensamiento tiene sus raíces en la legislación de la Creación, es universal, atemporal, nunca cambió y es válido en todos los tiempos (Gén. 1:26-28; 2:24; Lev. 18:22; 20:13; Rom. 1:26, 27).[3]

Releer la Biblia con una nueva mirada

No leemos en el texto algo que no esté en él ni imponemos a la Biblia un patrón externo de interpretación. La verdad siempre estuvo presente, pero pudo no haber sido reconocida, o tal vez haya sido olvidada. Por lo tanto, queremos reconocer la verdad profunda que trae la Escritura, con el objetivo de redescubrirla y reaplicarla. Al hacerlo, entendemos que la intención del texto está en armonía con la metanarración bíblica y el carácter divino. Reflexionamos sobre la revelación de Dios desde la perspectiva de la primera venida de Cristo, de la revelación que resplandece de la Cruz, de la perspectiva del plan de salvación y del patrón de la Creación-Caída-Recreación. Este es un paradigma adventista consistente.

1. El hombre y la mujer fueron igualmente creados a la imagen de Dios. “Y Dios creó al ser humano [ha’adam] a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (Gén. 1:27, NVI). Observa cuidadosamente que ambos, hombre y mujer, fueron creados, individualmente y juntos, a imagen de Dios. Lo que los hace diferentes es la sexualidad y, con ella, su papel particular (como paternidad y maternidad). ¡Ser mujer no es ser subordinada a los hombres, imperfecta, fallada o incluso mala!

2. Adán y Eva eran sacerdotes en el Edén. “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase [le’abdah uleshomrah]” (Gén. 2:15). El Jardín del Edén era un santuario, y Adán y Eva eran sacerdotes. En el Edén, el trabajo indicado al hombre era, en realidad, “servir” (‘abad) y “guardar” (shamar) el jardín (2:15), términos utilizados para describir la actividad de los sacerdotes y los levitas en el Santuario (Núm. 3:7, 8; 18:3-7). Académicos adventistas y no adventistas aceptan la idea de que el Jardín del Edén era un santuario.[4]

3. Asociación e igualdad. “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda [ezer kenegdo, ‘ayudadora’, ‘correspondiente a él’] idónea para él” (Gén. 2:18). Ellos son diferentes, pero iguales. Se ayudan mutuamente, son socios.

4. Pertenencia mutua. “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Gén. 2:23). Esta es una declaración poética de sorpresa y aprecio por parte de Adán por recibir un regalo especial de Dios: una linda esposa. Adán utilizó una fórmula de reconocimiento, de pertenencia mutua. Ellos formaron una unidad; esta no es una fórmula de nominación. La palabra shem no ocurre en Génesis 2:23, pero sí en Génesis 2:19 y 3:20. Adán le dio nombre a Eva recién después del pecado (Gén 3:20).

5. Extensión de los resultados del pecado. “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo [ansiedad por amor, apoyo, seguridad, afecto y cuidado] será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Gén. 3:16). ¿Cómo entender este versículo? Dios no prescribe que el marido subyugue a la esposa (la palabra hebrea es mashal y apunta, en última instancia, al liderazgo de siervo). El término utilizado aquí es diferente de las palabras utilizadas en Génesis 1:28 (kabash y radah).

El castigo divino no prescribe que los humanos sean pasivos y no intenten ayudar. Estas complicaciones vienen como resultado y consecuencia del pecado; por lo tanto, ese juicio sobre el dolor de tener un bebé, dar a luz y criar hijos no debe impedirnos hacer todo lo posible para aliviar el dolor de las mujeres.

Del mismo modo, el versículo describe las dificultades en la relación entre marido y mujer y nos obliga a superarlas por la gracia divina y por medio de la conversión verdadera (Efe. 5:21-33; 1 Ped. 3:1-7). Esto es imposible sin la ayuda de Dios. Por lo tanto, tanto el marido como la mujer (y el Señor no está hablando de la relación entre hombres y mujeres en general) necesitan dedicar su vida a Dios y vivir una relación personal con él para que haya armonía, sumisión y amor mutuo en el matrimonio. En realidad, un matrimonio hermoso solo es posible para personas que están convertidas.

Elena de White explicó: “Eva había sido la primera en pecar; había caído en tentación por haberse separado de su compañero, contrariando la instrucción divina. Adán pecó a sus instancias, y ahora ella fue puesta en sujeción a su marido. Si los principios prescriptos en la Ley de Dios hubiesen sido apreciados por la humanidad caída, esta sentencia, aunque era consecuencia del pecado, habría resultado en bendición para ellos; pero el abuso por parte del hombre de la supremacía que se le dio a menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido su vida en una carga”.[5]

“Cuando Dios creó a Eva, quiso que no fuera ni inferior ni superior al hombre, sino que en todo fuese su igual. La santa pareja no debía tener intereses independientes; sin embargo, cada uno poseía individualidad para pensar y obrar. Pero después del pecado de Eva, como ella fue la primera en desobedecer, el Señor le dijo que Adán dominaría sobre ella. Debía estar sujeta a su esposo, y esto era parte de la maldición. En muchos casos, esta maldición ha hecho muy penosa la suerte de la mujer, y ha transformado su vida en una carga. Ejerciendo un poder arbitrario, el hombre ha abusado en muchos respectos de la superioridad que Dios le dio. La sabiduría infinita ideó el plan de la Redención, que sometió a la especie humana a una segunda prueba, dándole una nueva oportunidad”.[6]

6. El hombre y la mujer eran sacerdotes, incluso después del pecado. “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas [kotnot] de pieles [‘or], y los vistió [labash]”. Dios vistió [labash] a Adán y a su esposa con “abrigos” [ketonet]. Estos son los términos utilizados para describir las vestiduras de Aarón y sus hijos (Lev. 8:7, 13; Núm. 20:28; cf. Éxo. 28:4; 29: 5; 40:14).

7. Tanto hombres como mujeres forman el reino de sacerdotes. “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel” (Éxo. 19:5, 6). A causa de la infidelidad de Israel, Dios proveyó un plan alternativo: solo una familia de la tribu de Israel sería un “reino de sacerdotes”. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, Pedro aplicó Éxodo 19:5 y 6 al sacerdocio de todos los creyentes (1 Ped. 2:9).

8. Mujeres en posiciones de liderazgo en el Antiguo Testamento. Considera, por ejemplo, a María (Éxo. 15:20, 21), Débora (Juec. 4; 5), Hulda (2 Rey. 22:13, 14; 2 Crón. 34:22-28) y Ester, entre otros ejemplos (Éxo. 38:8; 1 Sam. 2:22; 2 Sam. 14:2- 20; 20:14-22).

9. Una gran cantidad de predicadoras. “El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas” (Sal. 68:11).

10. La promesa del derramamiento del Espíritu Santo a todos los creyentes en el tiempo del fin, incluyendo a las mujeres. “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28, 29).

11. La práctica de la iglesia del Nuevo Testamento. Considera, por ejemplo, a Febe, una diaconisa (Rom. 16:1), y a las mujeres que ejercían el liderazgo en la iglesia de Filipos (Fil. 4:2, 3). Priscila era una maestra reconocida por la iglesia (Hech. 18; Rom. 16:3). La “señora elegida”, que menciona Juan (2 Juan 1), probablemente era una líder de la iglesia.

12. La igualdad defendida por Pablo. “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gál. 3:26-29).

Esa no es solo una declaración sobre el acceso igualitario, de varios grupos, a la salvación (ver Gál. 2:11-15; Efe. 2:14, 15). En este texto, Pablo habló sobre la igualdad de un modo general. Él se concentró especialmente en tres relaciones de sus días que distaban del plan divino original, según Génesis 1: (1) judíos y gentiles; (2) amos y esclavos; y (3) hombres y mujeres. En cuanto a la relación entre el hombre y la mujer, al utilizar el término griego arsēn-thēlys (“hombre-mujer”) en lugar de anēr-gynē (“marido-mujer”), Pablo estableció una vinculación con Génesis 1:27 (la LXX emplea el término arsēn-thēlys) y, de este modo, muestra cómo el evangelio nos lleva de vuelta al ideal divino, que no tiene lugar para la subordinación general de las mujeres a los hombres.

13. El otorgamiento de dones en la iglesia cristiana. El Espíritu de Dios otorga gratuitamente dones espirituales, incluso a las mujeres (Joel 2; 1 Cor. 12:11). Si el Señor concede dones espirituales a las mujeres, ¿quiénes somos nosotros para impedirlos? La obra de Dios solo puede salir fortalecida si mujeres consagradas trabajan en posiciones de liderazgo en su viña.

Conclusión

Aunque la Biblia no declare específicamente que debamos ordenar mujeres como ancianas en congregaciones locales, no hay obstáculo teológico para hacerlo. Por el contrario, el análisis bíblico-teológico apunta en esa dirección porque el Espíritu de Dios derriba todas las barreras entre los diferentes grupos de personas en la iglesia y da gratuitamente sus dones espirituales a todos, incluso a las mujeres, a fin de cumplir la misión.

Al aproximarnos al fin de la historia del mundo, Dios llama a su remanente a volver a considerar la Creación (Apoc. 14:7) y restablecer los ideales de su plan original de igualdad entre hombres y mujeres. El Movimiento Adventista debe ser un ejemplo de adoración genuina y relaciones humanas verdaderas. Aunque los hombres y las mujeres sean biológicamente diferentes y, por lo tanto, tengan funciones fisiológicas diferentes, el papel espiritual para ambos sexos es el mismo.

Necesitamos volver al ideal de la Creación, a pesar del problema del pecado, porque la gracia transformadora de Dios es más poderosa que el mal y puede transformar el antiguo sistema en algo nuevo en la iglesia, erigiéndose así en un modelo del mundo venidero. ¡De la Creación a la nueva Creación! ¡Este es el patrón bíblico que se expresa en nombre de los Adventistas del Séptimo Día!

Sobre el autor: director del Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Ver los cinco volúmenes de la serie “El Gran Conflicto”, de Elena de White.

[2] Richard Davidson, “Should Women Be Ordained as Pastors? Old Testament Considerations”, artículo presentado en el General Conference Theology of Ordination Study Committee, 22 al 24 de julio de 2013, pp. 1-88.

[3] Ver, por ejemplo, Richard M. Davidson, “Homosexuality in the Old Testament”, en Roy Gane, Nicholas Miller y H. Peter Swanson (orgs.), Homosexuality, Marriage, and the Church: Biblical, Counseling, and Religious Liberty Issues (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2012), pp. 5-52.

[4] Ver Richard M. Davidson, Song for the Sanctuary (Silver Spring, MD: SDA Biblical Research Institute, por ser publicado); Margaret Barker, The Gate of Heaven: The History and Symbolism of the Temple in Jerusalem (Londres: SPCK, 1991), pp. 68-103; G. K. Beale, The Temple and the Church’s Mission: A Biblical Theology of the Dwelling Place of God (NSBT 17; Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004), pp. 66- 80; Donald W. Parry, “Garden of Eden: Prototype Sanctuary”, en Donald W. Parry (org.), Temples of the Ancient World: Ritual and Symbolism (Salt Lake City, UT: Deseret, 1994), pp. 126-151; Terje Stordalen, “Echoes of Eden: Genesis 2–3 and Symbolism of the Eden Garden in Biblical Hebrew Literature” (CBET 25; Leuven, Bélgica: Peeters, 2000), pp. 111-138; Gordon J. Wenham, “Sanctuary Symbolism in the Garden of Eden Story”, Proceedings of the World Congress of Jewish Studies 9 (1986), pp. 19-25.

[5] Elena de White, Patriarcas y profetas (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 42.

[6] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2004), t. 3, p. 351.