La diligencia habitual en cualquier aplicación, física o mental; toda actividad productiva; lo opuesto a pereza, desidia o indolencia” —así podemos definir la palabra laboriosidad, que representa una cualidad esencial para tener éxito en el ministerio.
El éxito en cualquier empresa es imposible si se carece de un espíritu laborioso y diligente. El sabio dijo: “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Prov. 4:23).
Uno de los predicadores más elocuentes de los tiempos apostólicos era Apolos, de quien se dice que era “poderoso en las Escrituras”, y siendo “ferviente de espíritu, hablaba y enseñaba diligentemente las cosas que son del Señor” (Hech. 18:24, 25). Sí, era un gran predicador y ganador de almas porque era un laborioso estudiante de la Biblia.
Herrick Johnson dijo: “Un ministro haragán y perezoso es una de las anomalías más tristes, y sus horas malgastadas y oportunidades perdidas constituirán un terrible proceso cuando se le pida el arreglo de las cuentas”. Y en su libro Pastoral Work, el Dr. Andrew Blackwood dice: “La pereza o la desidia parece ser el peor de los pecados ministeriales. Este espíritu maligno puede ocultarse en las horas que corresponden al estudio. ¿Quién fuera de Dios sabe cómo emplea su tiempo el ministro cuando está con los libros?” Cuán cierto es esto. No tiene que depender del reloj, prepara su propio programa, y por eso ninguna otra persona tiene una oportunidad mejor para evadir el cumplimiento de sus deberes. Hay ministros cuyas vidas pasan en una vacación casi continua, y sin embargo se imaginan que están muy ocupados.
La pereza se define como “falta de inclinación a la acción o el trabajo; pesadez; desidia; indolencia”. La pereza, que es lo opuesto a laboriosidad. es un mal tan serio que se registra entre los siete pecados mortales. Leemos en Hebreos 6:12: “Que no os hagáis perezosos, mas imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Esto indica que el perezoso no sólo fracasará en su tarea, sino que también perderá la heredad en el reino de gloria.
La Biblia contiene muchas advertencias contra la pereza y la indolencia. Leamos algunas de ellas: “Desea, y nada alcanza el alma del perezoso: mas el alma de Jos diligentes será engordada” (Prov. 13:4). “El camino del perezoso es como seto de espinos: mas la vereda de los rectos es como una calzada” (Prov. 15:19). “La pereza hace caer en sueño. Y el alma negligente hambreará” (Prov. 19:15). “El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar” (Prov. 21:25). Se dice que “el diablo nunca está demasiado ocupado para no mecer la cuna de un santo que duerme”, ¡y especialmente de un ministro que duerme y es perezoso!
El sabio dió un buen consejo cuando dijo: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría” (Écl. 9:10). La vida es corta, el tiempo para trabajar es limitado, y la tarea que debe realizarse es muy grande. Por lo tanto se requieren ahínco y diligencia si queremos tener éxito en nuestra vocación. El arzobispo Leighton dijo cierta vez: “Para el que no sabe a qué puerto está destinado, ningún viento puede ser favorable”. Y el Dr. David Starr Jordán declaró que “todo el mundo se apartará para dar paso a un hombre que sabe adonde va”.
Un excelente consejo para cualquier persona, y especialmente para el ministro, se da en Proverbios 4:25-27: “Tus ojos miren lo recto, y tus párpados en derechura delante de ti. Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean ordenados. No te apartes a diestra, ni a siniestra: aparta tu pie del mal”. Estas palabras hablan de la singularidad de propósito que es esencial para alcanzar el éxito en cualquier cosa que se emprenda. El ministro que tiene un verdadero sentido de su misión no dispersará sus fuerzas en actividades colaterales que interfieran con la obra a que ha sido divinamente llamado y ordenado. Canon Peter Green dijo: “Si un hombre se entrega de lleno a su trabajo y lo hace el objeto principal y el deleite de su vida, no es probable que tenga demasiado tiempo para dedicar a las cosas que no se relacionan con él”. Cuando dijo esto hablaba a los pastores.
En su libro, His Word Through Preaching (Su Palabra por la Predicación), el obispo Ge- rald Kennedy dice: “El ministerio es un trabajo de tiempo completo, desde el momento en que uno va a su pequeña iglesia rural de cuarenta miembros hasta el día en que por la gracia de Dios es llamado a la gran catedral con miles de miembros y un gran cuerpo de colaboradores. Nunca ha habido una iglesia que no exija más tiempo que el que un hombre tiene para dedicarle, o que tiene una devoción más completa que la que el mejor de nosotros podría tributarle. Nunca vi un hombre preocupado de cuestiones colaterales que valiera el pan que come en el ministerio” (pág. 86).
Cuando era pastor de la Iglesia de Riverside, Nueva York, el Dr. Harry Emerson Rosdick tenía un programa de trabajo que requería una hora de estudio por cada minuto que duraba su sermón. Un programa de estudio como éste pronto llenará los bancos de cualquier iglesia. James Gordon Kilkey, un experimentado pastor y autor de muchos libros, dijo: “Un pastor de iglesia debe hacer planes para trabajar por lo menos doce horas diarias. Debe presuponer su tiempo con el mayor cuidado, y debe eliminar despiadadamente de su vida las innumerables tareas menores que le impiden hacer bien sus tareas mayores”.
La necesidad de diligencia y laboriosidad en la obra de Dios está gráficamente expresada en los siguientes párrafos escritos por Elena G. de White:
“Dios no tiene lugar para los perezosos en su causa; él quiere obreros reflexivos, bondadosos, afectuosos y fervientes. El ejercicio activo hará bien a nuestros predicadores. La indolencia es prueba de depravación. Cada facultad de la mente, cada hueso del cuerpo, cada músculo de los miembros, demuestra que Dios destinó nuestras facultades a ser ejercitadas, no a permanecer inactivas… Los hombres que innecesariamente toman las horas del día para dormir, no tienen sentido del valor de los momentos preciosos y áureos… Las personas que no hayan adquirido hábitos de estricta laboriosidad y economía de tiempo, deben tener reglas fijas para impulsarse hacia la regularidad y la prontitud…
“Los hombres de Dios deben ser diligentes en el estudio, fervientes en la adquisición de conocimiento, sin perder nunca una hora. Por medio de ejercicios perseverantes pueden elevarse a casi cualquier grado de eminencia como cristianos, como hombres de poder e influencia. Pero muchos no alcanzarán nunca a descollar en el púlpito o los negocios, por causa de su falta de fijeza en su propósito, y la indolencia de los hábitos que contrajeron en su juventud. Se ve una descuidada falta de atención en cuanto emprenden.
“Un impulso repentino de vez en cuando no es suficiente para lograr una reforma en estos indolentes amantes de la comodidad; es una obra que requiere paciente perseverancia en el bien hacer. Los hombres de negocios pueden tener verdadero éxito únicamente teniendo horas regulares para levantarse, para la oración, para las comidas y para acostarse. Si el orden y la regularidad son esenciales en el mundo de los negocios, ¡cuánto más no lo serán en la obra de Dios! (Obreros Evangélicos, págs. 294, 295).