“ViveJehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Rey. 17:1). Esta atrevida declaración fue pronunciada por Elías al rey Acab, pero aun así no fue tan atrevida como la del Monte Carmelo (1 Rey. 18:17-40). Como resultado de esta última, el profeta recibió una amenaza de muerte (1 Rey. 19:1, 2).
“Por tanto, así ha dicho Jehová acerca de Joacim rey de Judá: No tendrá quien se siente sobre el trono de David; y su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche. Y castigaré su maldad en él, y en su descendencia y en sus siervos […]” (Jr. 36:30, 31). Jeremías tampoco se refrenó de profetizar amonestando al rey Sedequías y al pueblo (Jer. 37:17; 38:2, 3), lo que significó que fuera perseguido (Jer. 38:4-6).
Sus experiencias no son únicas. De hecho, representan la esencia de la predicación profética. No se dedicaron a pronunciar sermones para que la gente se sintiera bien, por el contrario; ellos predicaron lo que Dios les había dado, sin considerar las potenciales persecuciones que podrían enfrentar. Elías, Jeremías, Juan el Bautista y tantos más reconocieron la solemnidad del tiempo y comunicaron los mensajes de juicio que el Señor deseaba que fueran presentados.
Hoy, ¿existen estos profetas?
Una entrevista con Hyveth Williams, profesora de homilética de la Universidad Andrews, aborda esta pregunta. Ella invita a los predicadores a que ejerzan la autoridad que Dios les ha otorgado, tanto de manera local como nacional. Yo no tengo dudas de que hay pastores que, con amor, proclaman las altas expectativas de Dios. El Señor, en estos últimos días, desea que más hombres y mujeres comuniquen su Palabra, independientemente de las posibles consecuencias que esto pueda conllevar.
Pero ¿por qué algunos pastores temen proclamar con autoridad profética? Tal vez, algunos predicadores, por su deseo de ser queridos por su congregación, se refrenan de tocar temas que resultan controversiales u ofensivos (para la gente, pues están fundados en la verdad bíblica). O, tal vez, en una época en que las iglesias son más grandes, la predicación con autoridad profética simplemente ha pasado a ser políticamente incorrecta y negativa para el crecimiento de la iglesia. Tal vez, el énfasis en la gracia, por necesario que sea, presupone (para algunos) la ausencia de exposiciones conectivas. O, sencillamente, la pendiente política es demasiado empinada como para afrontarla considerando los resultados.
Reavivamiento y reforma
Al igual que los profetas del tiempo bíblico que predicaban mensajes de juicio, nuestra misión tiene que ver con la presentación del justo juicio de Dios tal como se halla en el mensaje de los tres ángeles (Apoc. 14:6-12). El objetivo de nuestra predicación profética es la renovación y la restauración, no la condenación y la destrucción, tal como era el deseo de Elías y Jeremías (1 Rey. 18:37; Jer. 29:10, 11).
¿Será necesario un énfasis renovado en la predicación profética para conseguir el reavivamiento y la reforma? ¿Será que Dios está llamando a pastores, profesores, administradores, capellanes y a otros ministros para que escuchen su mandato: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado” (Isa. 58:1)? La iglesia necesita experimentar la verdadera piedad tanto en el plano personal como en el corporativo. ¿Acaso no deberían, hombres y mujeres, hablar con autoridad profética si son dirigidos por el Espíritu Santo?
El pecado -ya sea el adulterio (tan publicitario) o el orgullo (tan disfrazado)- sigue siendo pecado. El ministro debe referirse a ellos, al igual que a otros males que plagan el mundo.
La predicación profética y el reino
Cuando los predicadores de Dios empleen la voz profética que han recibido, y cuando el pueblo de Dios viva las verdades que ha recibido, descubriremos que anhelaremos más y más el día en que “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apoc. 11:15). Un ministerio profético verdadero, empleado correctamente, demuestra nuestro profundo deseo de apresurar la parousía, la consumación de la bendita esperanza, para irnos a casa y estar en paz con nuestro Dios.
¿Qué nos parece? Hoy, más que nunca, es tiempo de predicar “la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim. 4:2). ¡Que Dios bendiga nuestras voces proféticas!
Sobre el autor: Editor asociado de Ministry.