En los días de Pablo los cristianos de la ciudad de Éfeso tenían que enfrentar problemas no muy diferentes de los que encontramos en la actualidad. La mitad de la población del Imperio estaba formada por esclavos, a quienes se trataba con una total falta de consideración: se los compraba y se los vendía como si fueran animales. Con la excepción de una pequeña clase dominante, la otra parte de la población estaba formada por comerciantes y trabajadores que con muchas dificultades vivían precariamente.

La corrupción moral estaba sumamente extendida. Éfeso era el centro del culto a Diana, la diosa del sexo. La violencia prevalecía. Las legiones romanas no conocían límites cuando tenían que suprimir cualquier vestigio de revuelta contra la autoridad de Nerón.

Enterado de las condiciones que prevalecían en Éfeso, desde su prisión en Roma Pablo les escribió: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Efe. 4:1).

No importa las circunstancias; cuando la iglesia se mantiene fiel a la vocación para la cual fue llamada puede establecer una diferencia en la sociedad. Y se llamó a la iglesia para que fuera santa e irreprensible (Efe. 1:4), “para alabanza de la gloria de su gracia” (vers. 6), es decir, para revelar al mundo la gloria del carácter de Dios, para ser el templo santo del Señor (Efe. 2:19-22) y dar a conocer “la multiforme sabiduría de Dios” (Efe. 3:8-10).

Por lo tanto, la vocación de la iglesia consiste en mostrar por precepto y ejemplo el carácter de Jesucristo. Es la esencia de su verdadera misión. Debemos proclamar al mundo la realidad de una experiencia transformadora de vidas. En una época cuando se distorsionan los valores, se blanquea la corrupción, la violencia y la inmoralidad crecientes ya son cosas comunes, la iglesia se debe de imponer como una fuerza transformadora, no con discursos teóricos y vacíos, sino mediante la revelación experimental del Cristo que mora en cada uno de nosotros.

La única manera de enfrentar los problemas que sofocan la sociedad moderna es la introducción de una nueva dinámica en la vida humana: la dinámica de la vida de Jesucristo. Es necesario que la iglesia invada la vida social, moral, política y económica, llevando al

Cristo resucitado a los corazones de hombres y mujeres, para transformarlos en nuevas criaturas. Fuimos llamados para cumplir esa vocación. En nombre de Dios y por medio de su Espíritu la cumpliremos.