El libro del pacto o de la herencia en el juicio: la Biblia

EL LIBRO DEL PACTO que se guardaba en el lugar santísimo, al lado del arca, era la Biblia de la época del Tabernáculo del desierto y del templo de Salomón. Allí se desarrollaban los principios enunciados en los Diez Mandamientos, que a su vez serian ampliados a lo largo de los siglos en el Canon de todas las Sagradas Escritura.[1]El Apocalipsis ha sido considerado el libro más judío del Nuevo Testamento, debido a que toma los símbolos del Antiguo Testamento tales como las doce tribus de Israel, los 24 ancianos, el Cordero, los muebles del templo, etc., y los aplica a la nueva dispensación. Así también, el libro de la ley que estaba al lado del arca (Deut. 31: 26), símbolo del trono de Dios, era la Biblia del pueblo de Dios durante su periodo nómade en el desierto. En otras palabras, el libro de Moisés puede ser visto como tipo o símbolo de la Biblia que poseen los cristianos hoy, y que es a su vez, su libro de vida o herencia (Juan 5: 24, 39; 6: 63; compárese con Deut. 30:14-16), gracias a la transferencia testificada en el Nuevo Testamento y efectuada por la muerte de Jesús (Heb. 9:15-18; compárese con Apoc. 22:6,7, 14,18,19, etc.).

En este contexto, una cita de Elena de White es de valor: “Allí, en su mano abierta está el libro, el rollo de la historia de las providencias de Dios, la historia profética de las naciones y de la Iglesia… y la historia de todos los poderes gobernantes de la tierra” (MR 984). En la Biblia se percibe esta historia del pasado y del futuro profético, inclusive de todos los imperios anunciados hasta el fin del mundo, que culminan con Roma en su fase pagano-cristiana. Y lo que los profetas reciben para escribir está escrito en armonía con un libro celestial modelo (compárese con Dan. 10: 21; Deut. 32:34).[2] La Biblia será efectivamente, según Elena de White, el libro mediante el cual los santos juzgarán al mundo durante el milenio. “Junto con Cristo juzgan a los impíos, comparando sus actos con el libro de la ley, la Biblia…” (CS 719; PE 290).

La escena misma de la abertura de un libro sellado tiene que ver con una situación que requiere la intervención de un tribunal. Los libros sellados se abrían en ocasiones de juicio, cuando se impugnaba el documento abierto. Por eso Elena de White dice que las declaraciones de renuncia a la herencia que los dirigentes judíos hicieron cuando entregaron a Jesús a la muerte, revelaron su elección. “Su decisión fue registrada en el libro que Juan vio en la mano de Aquel que está sentado sobre el trono, el libro que ningún hombre podía abrir. Esta decisión aparecerá delante de ellos en todo su carácter vengativo, el día en que el libro es desellado por el león de la tribu de Judá”. Esto ocurrirá en la segunda venida de Cristo, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria (véase DTG 688,689). De estas declaraciones puede verse que el libro no habla sido sellado antes de la muerte de Cristo, y que el rompimiento de los sellos tiene que ver con el juicio final.

Luego de describir el día en que los libros serán abiertos en el juicio, ella agrega: “El quinto capítulo de Apocalipsis necesita ser cuidadosamente estudiado. Es de gran importancia para aquellos que tendrán una parte activa en la obra de Dios para estos últimos días… A menos que hagan un cambio decidido, serán encontrados faltos cuando Dios pronuncie juicio sobre los hijos de los hombres. Han transgredido la ley y quebrado el pacto eterno, y recibirán de acuerdo con sus obras,” (9T 267).

Aunque el testimonio bíblico no da muchas evidencias acerca del sellamiento del libro de la ley en el mundo antiguo, la arqueología testifica que la costumbre de sellar los documentos legales originales era muy común. Yigael Yadin encontró un rollo en el desierto de Judea, sellado en el lado de afuera con siete sellos, y en donde cada sello posee la firma de un testigo. Ese documento legal no podía abrirse antes de romperse todos los sellos[3]. Es significativo bajo este contexto leer pasajes como Deuteronomio 32:34, en relación con el juicio de Dios (compárese con el vers. 36; 31:26 = “testigo contra ti”; Apoc. 11:3-6 = “testigos”; véase Juan 5: 45), y en donde se habla de un documento sellado. A la luz de esta relación entre la firma y los sellos en documentos legales, llama la atención también que los que regresaron del cautiverio, luego de leer el libro de la ley de Moisés, firmaron su promesa —algo más que una simple firma— de permanecer fieles al libro del pacto (Neh. 9:38; 10: 28, 29, etc.). El hecho de indicarse en otro lugar que se ate el testimonio, y se selle la ley entre los discípulos del Señor, es otra declaración indirecta que habla del sellamiento del documento de la ley, y que se aplica espiritualmente al pueblo de Dios (Isa. 8: 16).[4]

Este era el único libro que figuraba al lado del arca, del trono en el lugar santísimo (Deut. 31: 26), costumbre ésta que era seguida también por los pueblos antiguos, de poner los documentos legales en los templos, a los pies de los dioses que allí moraban. Era el libro que se daba al rey como símbolo de autoridad cuando era coronado (Deut. 17:18; compárese con 2 Rey. 11:12),[5] y era objeto de especial estudio por el pueblo, en la Fiesta de los Tabernáculos del año sabático que comenzaba en el Día de la Expiación (Deut. 31:10-13; compárese con Lev. 25:9,10). Cuando fue establecido en el lugar santísimo, los ancianos y oficiales de Israel debieron ser congregados en torno al Señor en una solemne proclamación de juicio (Deut. 31: 28; véase Éxo. 24:1-18; 2 Rey. 23:1-3). En este caso, los ancianos no fueron convocados en torno al Señor para abrir el libro, sino como testigos del lugar en que se lo guardaba para testificar más adelante en el juicio, cuando la cortina que separaba el lugar santo del santísimo fuese abierta en el Día de la Expiación. Ellos serían testigos de la fidelidad de Dios en cumplir tanto las bendiciones como las maldiciones contenidas en el libro del pacto.

A pesar de estas evidencias, no es necesario insistir en que el libro de la ley en el Antiguo Testamento estaba sellado, para luego identificarlo con el libro sellado del Apocalipsis. Los sellos en el Apocalipsis revelan la clase de testimonio que los testigos y discípulos de Jesús dan en la dispensación cristiana,[6]en relación con el documento de la herencia que Jesús les confió (Apoc. 6: 9; Hech. 1:8; Luc. 24:45-49, etc.). El séptimo sello revela el testimonio de los siete ángeles de las iglesias, acerca de la respuesta de Dios al clamor de los santos. Mediante estas dos clases de testimonio, el carácter de Dios y el de su pueblo son vindicados. La abertura del gran original prueba que el documento del heredero celestial, la Raíz de David, y el que fue escrito en la vida de sus discípulos, no se contradicen. Esta obra de vindicación lo hace digno de recibir el reino y todo poder en los cielos y en la tierra, y de otorgarlos para siempre a su pueblo (Apoc. 5: 9-10).

Los testigos del documento sellado

Siendo que la visión del juicio no define claramente quiénes son los testigos que firmaron el documento celestial, conviene ahora considerar más cuidadosamente su identidad. Una falta semejante de definición en la Biblia acerca de a quién pagó Jesús el rescate de su herencia, dio lugar a mucha discusión a través de los siglos. Lo único que resaltan los escritores bíblicos es que Jesús pagó el rescate de su pueblo, pero no definen a quién lo pagó. La identidad de los testigos, sin embargo, puede ser deducida del contexto y de otros pasajes de la Escritura, aunque la multiplicidad de factores que entran en relación con la herencia celestial y con la naturaleza del libro, que es también un libro de vida y de destino y el libro del pacto, no permite asumir posiciones demasiado excluyentes.

La herencia es el reino de Dios (Mat. 25: 34), y tiene dos dimensiones: una espiritual presente (Luc. 17: 20, 21; Rom. 8:14-17; Gál. 4: 6, 7; Efe. 1: 11, etc.), y otra literal futura (Sant. 2: 5; Mat. 7: 21; Heb. 10: 34; 1 Ped. 1: 4; Dan. 12:13; Apoc. 21: 7, etc.). El reino de Dios no tiene que ver exclusivamente con la patria prometida, con la ciudad celestial, la tierra nueva y el nuevo Edén. Esos aspectos materiales de la herencia no se conciben como vacíos. Involucran al pueblo que será considerado digno de morar allí. Esa herencia es del Señor, porque él la ganó en la cruz (Juan 17: 24 “aquellos que me has dado”, compárese con Exo. 34: 9 ú.p.; Deut. 9: 29; 32: 9; Sal. 33: 12; Zac. 2: 12, etc.).

El documento de la herencia es la Palabra de Dios (Deut. 28; 30; Juan 5:24,29; 6:63, etc.), cuyo original celestial es el modelo de la copia que escribieron los profetas en la tierra (Deut. 32:34; Dan. 10:21). Por ser el documento legal original, es guardado sellado para ser abierto únicamente en el tribunal (Apoc. 5), con el propósito de autenticar la copia abierta que los testigos de Cristo llevan en la tierra (compárese con Deut. 30:14), y que fue tan impugnada y ultrajada en este mundo (Apoc. 1: 9; 6: 9; 20: 4, etc.).

Ahora bien, el reino de Dios que es la herencia, es otorgado a la iglesia de Cristo, y al mismo tiempo ella misma es considerada herencia del Señor, y son al mismo tiempo testigos de esa herencia. Dios les confía su Palabra y los llama a ser testigos en el tribunal del valor o precio pagado por ella. De esta manera el testimonio que la iglesia da en sus diferentes épocas, tal como está revelado en los sellos, muestra la extensión o dimensión del dominio que el Señor adquirió con su sangre. De esto puede inferirse que los testigos que son al mismo tiempo invitados a formar parte de la herencia y a recibir ellos mismos es herencia, según el documento que ellos firman (compárese con Neh. 9: 38-10: 29), revelan por su testimonio si el precio pagado por el Señor lo acredita a él a considerarlos como suyos, su propiedad (1 Cor. 6:19,20; compárese con 3: 16, 17).

Los seis primeros sellos revelan la actitud que la iglesia asume en sus diferentes períodos en relación con el documento que le es confiado: la Palabra de Dios. Ponen de manifiesto la fidelidad o infidelidad manifestada con respecto al pacto hecho con el Señor que la rescató.[7] El séptimo sello, en cambio, revela el testimonio celestial de la fidelidad de Dios en cumplir con las cláusulas del pacto[8] Los siete ángeles que velan por las siete iglesias, y que al abrirse el séptimo sello figuran haciendo sonar las trompetas,[9] y el ángel que añade incienso a las oraciones de los santos, recapitulan en el juicio la manera en que el Señor cumplió con su parte en el compromiso establecido relativo a su propiedad.[10]

Allí se revela cómo Dios toma cuidado de su herencia, y castiga a las naciones que buscan destruir a su iglesia, tal como estaba estipulado en las bendiciones prometidas a su pueblo por su fidelidad a los mandamientos de Dios, según el libro de la ley (Lev. 26; 27; Deut. 28-30).

Los 24 ancianos y su valor en el juicio

Otra confirmación de que la escena presentada en Apoc. 4 y 5 es una escena de juicio, se ve en la descripción de los 24 ancianos que están sentados sobre tronos en semicírculo, semejante a la manera de sentarse en el consejo de los ancianos o Sanedrín judío, y a la corte celestial de juicio descripta en las visiones del Antiguo Testamento.[11] Como ya lo analicé en detalle en mi trabajo sobre los ancianos, ninguna de las otras proposiciones dadas en la identificación de los ancianos responde acertadamente al número 24, y al hecho de ser llamados ancianos. En todas las ciudades de Israel, había tribunales compuestos por 24 ancianos para juzgar a Israel, y aun en Jerusalén, en donde había un gran Sanedrín compuesto por 72 ancianos, el número esencial era también el 24, pues estaba compuesto de tres pequeños sanedrines de 24 miembros cada uno.[12] El tribunal de los ancianos que aparece en Apocalipsis, está compuesto por ángeles de Dios que actúan como la contraparte celestial simbolizada o representada por el consejo de los ancianos en el Antiguo Testamento.[13]

En la teocracia judía, el tribunal de los ancianos cumplía sus funciones cívicas y religiosas a lo largo de todo el año. Su cumplimiento en la nueva dispensación se da en una dimensión espiritual actual en la institución de los ancianos de la iglesia, y tiene una confirmación real y final en el juicio celestial. Lo mismo puede decirse con respecto a la misión de juicio que Jesús dejó a sus discípulos de ligar o desligar de la iglesia a los fieles o infieles, según el testimonio que dan de su fe (Mat. 16:19; 18:18; Juan 20:22,23; compárese con Hech. 2: 38, etc.).[14]Esta tarea de la iglesia será confirmada o invalidada por el tribunal celestial en la revisión final de cuentas del tiempo del fin.

En relación con su ministerio de intercesión, los ancianos figuran en el juicio como testigos del cumplimiento de Dios a las oraciones de los santos (Apoc. 5: 8).[15] La requisitoria judicial del tribunal celestial tiene en cuenta los votos sinceros de fidelidad hechos por todos los que solicitan ser considerados hijos de Dios. El hecho de que no reciben coronas, sino que aparecen ya teniéndolas (Apoc. 4:4,10), es otra evidencia de que la visión no señala específicamente la convocación inaugural del concilio celestial, que tiene por objeto coronar al Hijo de Dios como el dispensador divino de los dones espirituales de su pueblo. En efecto, la contraparte celestial de los ancianos terrenales no podía recibir antes que su rey la corona que los autoriza a ejercer su ministerio antitípico en el reino de Dios. Como Jesús, “el Príncipe de los pastores’’, ya habían recibido esta corona al inaugurarse el santuario celestial y sus servicios (compárese con Apoc. 3: 21; 1 Ped. 5: 4).[16]

En Mateo 5:22 Jesús menciona en su aplicación espiritual del libro de la ley, que el que lo viola será culpable “de juicio” y “ante el sanedrín” celestial, y finalmente, como consecuencia, “quedará expuesto al infierno de fuego”. Muchas versiones prefieren traducir “concilio” en lugar de sanedrín, debido a que no pueden entender por qué Jesús habla de un sanedrín en la nueva dispensación. La visión de los 24 ancianos, en Apocalipsis 4 y 5, está destinada a explicar mejor esta declaración de Jesús.

Los cuatro seres vivientes y su relación con el lugar santísimo

Otro elemento de valor en la determinación del lugar del santuario al cual se hace referencia en la visión de Juan, son los cuatro seres vivientes, cuya visión y cántico es similar a lo que vieron y escucharon Isaías y Ezequiel (Isa. 6:1-7; Eze. 1). Eran querubines o serafines (compárese con Eze. 10: 20). En el santuario celestial, Dios figura como morando “sobre los querubines” (2 Sam. 6:2 = al, “sobre”; compárese con 1 Sam. 4:4; 2 Rey. 19:15; Isa. 37:16; Sal. 80:1 (2); 1 Crón. 13:6). Mientras que en la figura del tabernáculo, dos querubines aparecían labrados en los dos extremos del propiciatorio (Exo. 25: 18-22; 37: 7-9; Núm. 7:89; Heb. 9:5), en el templo de Salomón se labraron dos querubines adicionales, que totalizan cuatro con sus alas extendidas hacia y sobre el propiciatorio (1 Rey. 6:23-28; 8: 6, 7; 1 Crón. 28:18; 2 Crón. 3:10-18; 5: 79).

La representación simbólica en estos querubines de las formas más significativas y poderosas de la creación animal, permite ver una vez más la relación del juicio con la creación (Apoc. 4:11; 5:13; 14: 7). El hecho de que invitan al profeta desde el lugar santísimo a mirar con el rompimiento de los sellos, la escena que caracteriza a la iglesia en sus diferentes etapas, permite vislumbrar cómo pasan revista, en el tribunal celestial, a los hechos sobresalientes del pueblo del pacto (Apoc. 6:1, 3,5-7). Su conexión con el juicio final en el lugar santísimo se halla indiscutiblemente definida en Apocalipsis 15: 7. Allí son vistos cuando “el templo del tabernáculo del testimonio” se abre en el cielo (compárese con el vers. 5). Uno de ellos da a los siete ángeles las siete copas de la ira de Dios, dando con ello inicio a la etapa ejecutiva del juicio. Aparecen de nuevo junto al trono poco después, cuando los redimidos obtienen la victoria final y alaban a Dios frente a su trono (Apoc. 7:11; 14: 3; 19: 4).

La alabanza y adoración en el juicio

El hecho de que en la visión de Apocalipsis 4 y 5 se resalte la adoración y la alabanza a Dios y al Cordero, no debilita la idea de juicio, porque justamente éste era el propósito del juicio. Por ejemplo, en Apocalipsis 4:11 se resalta la dignidad del que está sentado en el trono, para “recibir la gloria y la honra y el poder”, algo que en realidad Dios siempre poseyó. Pero la corte es obviamente establecida aquí para reconocerlo como tal en relación con la impugnación de su carácter que trajo la rebelión y el pecado, en un contexto semejante a la descripción dada en Romanos 3:4: “Para que seas justificado en tus palabras y venzas cuando fueres juzgado”. La razón que se da es que Dios es el Creador, y como tal tiene derecho de juzgar a sus criaturas. Esto será más desarrollado en el mensaje del primer ángel, en donde la llegada de la hora del juicio invita a la adoración (prosekunésate) del Creador, y a darle gloria (Apoc. 14:7 = dóxan; compárese con Apoc. 4:11; 5:12,13: “dóxan”; vers. 14 = prosekúnesan = “adoraron”). Esto es justamente lo que hace también el remanente que teme a Dios al concluir el período de la gran tribulación, e Iniciarse el ministerio del lugar santísimo. Dan “gloria (dóxan) al Dios del cielo” (Apoc. 11: 13, 19). La cuarta plaga muestra que los hombres que rechazaron el llamado a dar gloria a Dios en la época del juicio, no sé, arrepienten ni siquiera con el castigo “para darle gloria”

 (Apoc. 16: 9). En cambio las huestes celestiales exclaman: “Démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apoc. 19: 7). En Juan 5: 22, 23 se enfatiza de nuevo la relación entre el juicio celestial y el honor tributado a Dios y al Hijo. Pero lo que llama la atención en este pasaje, es que este honor (timos!) concedido al Padre y al Hijo, se da cuando el Padre confiere el juicio a su Hijo. El propósito mismo de este juicio es que “todos honren al Hijo como honran al Padre”. Este honor dado al Hijo y al Padre, Juan tendrá la oportunidad de describirlo más detenidamente en su último libro, en Apocalipsis 4 y 5, cuando el Padre extiende a su Hijo el libro del juicio y del reino, la Palabra de Dios (Juan 5:45; véase especialmente Apoc. 4:11; 5:9,10,12,13). Describiendo a Jesús de pie como en Apocalipsis 5: 6, al concluir su ministerio en el lugar santísimo, y teniendo encima de su cabeza el arco iris que está encima del trono (compárese con 4: 3), símbolo de la misericordia, Elena de White hace la siguiente declaración: “La gracia y la misericordia descenderán entonces del trono, y la justicia tomará su lugar. Aquel por quien Su pueblo ha mirado, asumirá su derecho: el oficio de Juez Supremo”.[17]

Juan llora momentos antes porque no ve a nadie digno de abrir la ley de la herencia en él juicio.[18] Él sabía que el Hijo del Hombre había vencido (Apoc. 1:18) y se había sentado con su Padre en su trono (Apoc. 3:21). Hacia ya más de 60 años de esto, y Juan había recibido uno de los dones que dio Jesús a su Iglesia en esta ocasión inaugural: el de profecía, como prueba de su aceptación por el Padre (Hech. 2:33; Efe. 4:7-13). Pero ahora está frente a la convocatoria celestial que debe vindicar a los santos héroes de las iglesias, y se oculta de su vista al único ser capaz de abrir el libro de la herencia. Entonces uno de los miembros de la corte celestial lo consuela, comunicándole lo que todas las huestes celestiales también saben, y es que Jesús, el Mesías Hijo de David, había vencido y había sido establecido de derecho, en la inauguración de su ministerio celestial, como Señor y Ungido (Hech. 2:30; Apoc. 12:10), virtual o prolépticamente por encima de todo otro poder, ya sea en el cielo como en la tierra (Apoc. 1: 5-7; Efe. 1:19-23; Heb. 1; 2). Su misión entonces pasó a ser mayormente espiritual y sacerdotal, pues fue dado “por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”, mientras esperase “que sus enemigos fuesen puestos por estrado de sus pies” (Heb. 5:5; 10:13). Pero la atención de Juan es dirigida más allá aún, y contempla el momento en que el Hijo de David (Apoc. 5:5) va a ser investido de hecho, consumada o acabadamente al fin de los siglos, así como David, para reinar sobre su pueblo y salvarlo de sus enemigos (Apoc. 20:4,6; 22: 3,6), y recibir literalmente por herencia las naciones, quebrantándolas con vara de hierro (Sal. 2: 7-9; Apoc. 19:15).[19]

En Salmos 122:4,5 se dice: “Y allá subieron las tribus, las tribus de Jah…, para alabare! nombre de Yahvé. Porque allá están los tronos del juicio, los tronos de la casa de David”. Aquí se ve que no se consideraba el trono típico del rey como único en relación con su función de juez, sino que se incluyen también los tronos de sus consejeros, el tribunal mencionado en otros pasajes bíblicos como “el consejo de los ancianos’ (1 Rey. 12:6; Eze. 7:26; Mat. 27:1; 28:12, etc.), los cuales se establecían en semicírculo. En este pasaje, la alabanza y el juicio están ligados, porque el propósito del juicio es vindicar el carácter de Dios, tan tergiversado por la rebelión a la vista de los ángeles de Dios. Lo mismo ocurre en Apocalipsis 19:1-8. Los cuatro querubines, los ancianos, los redimidos y todos los seres celestiales alaban y adoran a Dios, porque sus juicios se han manifestado (Apoc. 19: 1-10).Este propósito del juicio es de valor supremo, o la tragedia del pecado no podrá erradicarse para siempre. Los rabinos y los sectarios de Qumrán, basados en varios pasajes del Antiguo Testamento, dejaron constancia de la creencia en que Dios juzgará al mundo y a su pueblo junto con los ancianos en Jerusalén. Uno de esos pasajes, el de Isaías 24: 23, está dado en el contexto de las señales estelares que marcan el tiempo del fin y del juicio: “La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Yahvé de los ejércitos reine en el monte de Sión y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso” (Apoc. 4:11; 5:12, 13: “digno de recibir… la gloria”).[20]

A la luz de estas consideraciones, la conclusión obvia es que la visión de Apocalipsis 4 y 5 se refiere al juicio investigador en relación con la visión de Daniel 7 y Apocalipsis 11, y que la abertura de los sellos y el sonar de las trompetas tienen que ver con una recapitulación de la historia de la iglesia y de los juicios restrictivos que Dios estableció en contra de sus opresores, en vista del juicio que ahora es universal y final, definitivo. Una recapitulación semejante se ve en la misión que Dios dio a sus profetas en el pasado, antes de dar el fallo final en su juicio.[21] En muchos casos, el profeta es transportado a eventos futuros, y contempla sucesos no ocurridos aún como si hubiesen ya ocurrido (véase Isa. 53: los sufrimientos del Siervo de Yahvé; Isa. 45:1: Ciro; Isa. 47: juicio sobre Babilonia como algo actual, presente, etc.).

(Concluirá en el próximo número.)


Referencias

32 Véase Alberto Treiyer, pág. 488, nota 326. Hablando de los dos testigos que los siervos de Dios llevan en la dispensación cristiana, Elena de White dice: “Ambos son testimonios importantes del origen y del carácter perpetuo de la ley de Dios. Ambos testifican también acerca del plan de salvación…”; “La Palabra escrita, la ley de Dios, medirá el carácter de cada individuo y condenará a todo el que fuere hallado falto por esta prueba infalible” (CS, 310,311). Véase la nota 23.

[2]Debido a que las realidades celestiales son siempre mayores que las sombras terrenales, podría sugerirse que el documento celestial es aún mayor que el que poseemos en la tierra, especialmente en lo que atañe a su contenido histórico y profético. Véase por ejemplo Apoc. 10:3,4, en relación con Juan 16:12. Véase también Heb. 7: 22; 8: 6; 9: 23; 10: 28, 29; 12: 18, 22-27, etc.).

[3] M. Ford, Revelation (Garden City, New York, Doubleday & Company, 1975), pág. 92.

[4] Aunque están relacionados, no hay que confundir el sellamiento interior del Espíritu que escribe la ley en el corazón, con el sellamiento final y exterior que se dará en los 144.000. Véase Alberto Treiyer, págs. 496, 526, 527. Mientras que el gran original del cielo es desellado, el documento abierto que los santos llevan en la tierra es sellado. Cuando el juicio termine, y con ello el tiempo de gracia, los santos quedarán sellados, y dejarán de ser considerados “documentos abiertos” entre los hombres. Entonces ocurrirá lo anunciado en Amós 8:1114; compárese con CS, 687.

[5] En este contexto, conviene volver a insistir que en su ascensión, Cristo es coronado sobre su pueblo sólo en una dimensión espiritual. Y así como la resurrección espiritual de su pueblo será seguida por su resurrección física, así también la coronación final del Hijo de Dios sobre su pueblo se concretará materialmente. Por consiguiente, el momento de recibir el libro que lo califica como rey corresponde mejor con el período de convocación celestial que otorga al Hijo del Hombre la facultad de tomar parte de su posesión y llevarlo consigo a su gloria, mediante una manifestación visible y tangible de su presencia delante de su pueblo (Mat. 25:31,32; Apoc. 1:5-7).

[6] Ellos debían ser testigos de Jesús hasta el fin del mundo (Hech. 1:8), testigos de la transferencia de la herencia efectuada por la muerte de Cristo (Luc. 24:44-49; 1 Ped. 5:1), de las grandes cosas que Dios hace por los hombres de fe (Heb. 12:1; véase Isa. 43:10). Cuando la muerte y resurrección de Jesús es reproducida en una dimensión espiritual en la vida de los que se convierten, llegan a ser también testigos de la realidad de la herencia prometida (Rom. 8: 14, 16, 17; 1 Juan 5: 9-12).

[7] Véase detalles en Alberto Treiyer, págs. 496-498, bajo Propósitos de los sellos.

[8] Véase detalles en ibid., págs.508-511, bajo Propósito de las trompetas

[9] Ibld., págs.501, 502.

[10] Estos ángeles son también testigos de la actitud de la iglesia hacia el pacto, y de las naciones hacia

el mensaje que reciben del pueblo de Dios (compárese con Apoc. 5: 6 ú.p ).

[11] Por detalles, véase mi investigación sobre los ancianos, especialmente en referencia al trabajo de Baumgarten.

[12] Por razones adicionales del número 24 para referirse al tribunal celestial, y no 72, véase mi trabajo sobre los ancianos.

[13] Cierta confusión se ha creado porque algunas versiones presentan el cántico de Apocalipsis 5:9,10, en primera persona del plural, cuando la evidencia textual favorece la utilización de la tercera persona del plural. Aunque Elena de White parece haber contado con una versión que presenta el pasaje en la primera persona del singular, y aplica a veces este cántico a los redimidos una vez que estén en la patria celestial, se expresa en relación con la visión de Apocalipsis 5 de la siguiente manera: “Santos ángeles se unirán al cántico de los redimidos. Aunque no pueden, basándose en su conocimiento y experiencia cantar: ‘Él nos lavó en su propia sangre y nos redimió para Dios’, sin embargo comprenden el gran peligro del cual han sido salvados los hijos de Dios. ¿Acaso no fueron ellos enviados para levantar una bandera contra el enemigo? Pueden simpatizar plenamente con el glorioso éxtasis de aquellos que han vencido mediante la sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio” (7SDABC 922).

[14] Véase este principio también en relación con la pena de muerte en Alberto Treiyer, págs. 213, 214

[15] Los ancianos de las iglesias son testigos de las súplicas de perdón y aceptación divina de los que ingresan en la comunión de los santos, e invocan “el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” para que se les conceda este deseo (Mat. 28: 20). Los que se bautizan, se bautizan como testimonio del perdón que ellos piden de sus pecados (Hech. 2: 38; 10: 42-48; compárese con Juan 20: 22, 23; 1 Cor. 6: 11, etc.).

[16] Por el significado de las coronas de los ancianos en relación con las coronas de victoria que recibirán los redimidos en la segunda venida de Cristo, véase Alberto Treiyer, págs. 477-479.

[17] RH, 1o de enero de 1889 (compárese 7SDABC 989).

[18] A. M. Rodríguez, pág. 45: “El rollo sería la escritura legal de la herencia perdida del hombre… Abrirlo significa heredar o recobrar la propiedad, el reino; mantenerlo cerrado significa no heredar. Es por eso que Juan llora… Allí está la evidencia legal que revelará quiénes podrán heredar o no”, (ibid., pág. 46).

[19] Ibid., pág. 408. En Apocalipsis 1:18 y 3: 7 Jesús dice que tiene “las llaves” o “la llave” de David, pero lo único que ve en su mano son las siete estrellas (Apoc. 1: 20), no las llaves. Esto lleva a suponer que con su entronización inicial (Apoc. 3:21), en virtud de su sacrificio, pasó a tener el derecho a esas llaves. Si las llaves son en este caso un símbolo de la Palabra de Dios, puede sugerirse que la recepción de esas llaves se concretó de hecho cuando entró en el lugar santísimo y con ellas abre esa puerta a sus seguidores en la tierra. El sentido de Apocalipsis 1:18 y 3: 7 sería en ese caso: “tengo (en mi poder) las llaves…”, sin implicar aún una posesión literal. No es claro, sin embargo, que las llaves sean una referencia directa en este caso a la Palabra de Dios. Más bien parece ser una alusión al triunfo de Jesús sobre la muerte que lo faculta para juzgar a vivos y muertos (Apoc. 1: 18; 20: 13; 2 Tim. 4:1). Estas llaves se las habría arrancado al diablo que ejercía su poder sobre ellos (Heb. 2:14,15, etc.). Véase P. Prigent, L’Apocalypse de Saint Jean (Lausanne, Delachaux et Niestlé, 1981), pág. 32.

[20] Por una consideración exhaustiva del problema de este enfoque moderno, véase Alberto Treiyer, págs. 339-412, especialmente págs. 339-351,367-373, 377-384.

[21] El hecho de que Elena de White no haya usado el versículo 1 de Apocalipsis 4 para hablar de la puerta abierta, como lo hizo por ejemplo en relación con la puerta abierta y la puerta cerrada de la sexta iglesia, puede parcialmente compararse con su silencio y consejo de esperar más luz en el futuro acerca del “continuo” en la profecía de Daniel. Esa luz sobre la visión del “continuo” vino ya por un estudio más detenido de esa visión, y no es más objeto de discusión. Así también puede ocurrir con la escena presentada en Apocalipsis 4 y 5, que confirman muchas de sus declaraciones al respecto.