No debilita la idea de juicio el hecho de que se resalte la adoración y la alabanza a Dios y al Cordero en la visión de Apocalipsis 4 y 5, porque justamente era éste el propósito del juicio. Por ejemplo, en Apocalipsis 4:11 se resalta la dignidad del que está sentado en el trono, para “recibir la gloria y la honra y el poder”, algo que en realidad Dios siempre poseyó. Pero, obviamente, la corte se establece aquí para reconocerlo como tal en relación con la impugnación de su carácter que trajo la rebelión y el pecado, en un contexto semejante a la descripción dada en Romanos 3:4: “Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado”.

La razón que se da de tal atributo de honor es que Dios es el creador, y como tal tiene derecho de juzgar a sus criaturas. Esto será más desarrollado en el mensaje del primer ángel, en donde la llegada de la hora del juicio invita a adorar (proskunésate) al creador, y a darle gloria (Apoc. 14:7 = dóxan; compare con Apoc. 4: 11; 5: 12, 13 = dóxan; vers. 14 = prosekúnesan = “adoraron”). Esto es justamente lo que también hace el remanente que teme a Dios al concluir el periodo de la gran tribulación y al iniciarse el ministerio del lugar santísimo. Se hacen eco de la alabanza celestial, pues dan “gloria (dóxan) al Dios del cielo” (Apoc. 11: 13, 19).

La cuarta plaga muestra que los hombres que rechazaron el llamado a dar gloria a Dios en la época del juicio, doblegándose ante la falsificación idolátrica del papado mediante la adoración de la bestia y de su imagen (Apoc. 13:3, 4,12-14; 14:9-11), ni siquiera con el castigo se arrepienten “para darle gloria” (Apoc. 16:9). En cambio las huestes celestiales exclaman: “Démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apoc. 19: 7).

En Juan 5: 22, 23 se enfatiza de nuevo la relación entre el juicio celestial y el honor tributado a Dios y al Hijo. Pero lo que llama la atención en este pasaje es que este honor (timos/) concedido al Padre y al Hijo, se da cuando el Padre confiere el juicio a su Hijo. El propósito mismo de este juicio es que “todos honren al Hijo como honran al Padre”. Este honor (timé) dado al Hijo y al Padre, Juan tendrá la oportunidad de describirlo más detenidamente en su último libro, en Apocalipsis 4 y 5, cuando el Padre extiende a su Hijo el libro del juicio y del reino, la Palabra de Dios (Juan 5:45; véase especialmente Apoc. 4:11; 5: 9,10,12,13). Describiendo a Jesús de pie como en Apocalipsis 5: 6, al concluir su ministerio en el lugar santísimo, y teniendo por sobre su cabeza el arco iris que está encima del trono (compare con 4: 3), símbolo de misericordia, Elena de White hace la siguiente aclaración: “La gracia y la misericordia descenderán entonces del trono, y la justicia tomará su lugar. Aquel por quien su pueblo ha mirado, asumirá su derecho el oficio de Juez Supremo”.[1]

Juan llora momentos antes porque no ve a nadie digno de abrir la ley de la herencia en el juicio.54 El sabía que el Hijo del hombre había vencido (Apoc. 1:18) y se había sentado con su Padre en su trono (Apoc. 3:21). Hacía ya más de 60 años de esto, y Juan había recibido uno de los dones que Jesús dio a su Iglesia en esta ocasión inaugural —el de profecía— como prueba de su aceptación por el Padre (Hech. 2: 33; Efe. 4: 7-13).

Pero ahora está frente a la convocatoria celestial que debe vindicar a los santos héroes de las iglesias, y se oculta de su vista al único ser capaz de abrir el libro de la herencia. Entonces, uno de los miembros de la corte celestial lo consuela, comunicándole lo que todas las huestes celestiales también saben: Jesús, el Mesías Hijo de David, habla vencido y había sido establecido de derecho en la inauguración de su ministerio celestial, como Señor y Ungido (Hech. 2: 30; Apoc. 12: 10), virtual o prolépticamente por encima de todo otro poder, ya sea en el Cielo como en la Tierra (Apoc. 1:5-7; Efe. 1:19-23; Heb. 1; 2). Su misión, por lo tanto, pasó a ser mayormente espiritual y sacerdotal, pues fue dado “por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”, mientras esperaba “que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (Heb. 10:13; 5:5). Pero la atención de Juan es dirigida más allá aún, y contempla el momento en que el Hijo de David (Apoc. 5: 5) va a ser investido de hecho, consumada o acabadamente al fin de los siglos (así como David) para reinar sobre su pueblo y salvarlo de sus enemigos (Apoc. 20: 4, 6; 22:3, 6), y recibir literalmente de herencia las naciones, quebrantándolas con vara de hierro (Sal. 2: 7-9; Apoc. 19:15).[2]

En Salmos 122:4,5 se dice: “Y allá subieron las tribus, las tribus de JAH… para alabar el nombre de Jehová. Porque allá están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David”. Aquí se ve que no se consideraba el trono típico del rey como único en relación con su función de juez, sino que se incluyen también los tronos de sus consejeros, el tribunal mencionado en otros pasajes bíblicos como “el consejo de los ancianos” (1 Rey. 12: 6; Eze. 7: 26; Mat. 27:1; 28:12, etc.), los cuales se establecían en semicírculo. En este pasaje, la alabanza y el juicio están ligados, porque el propósito del juicio es vindicar el carácter de Dios. Lo mismo ocurre en Apocalipsis 19:1-8. Los cuatro querubines, los ancianos, los redimidos y todos los seres celestiales alaban y adoran a Dios porque sus juicios se han manifestado (Apoc. 19: 1-10).

Este propósito del juicio es de valor supremo, o la tragedia del pecado no podrá erradicarse para siempre. Los rabinos y los sectarios de Qumrán, basados en varios pasajes del Antiguo Testamento, dejaron constancia de la creencia de que Dios juzgará al mundo y a su pueblo junto con los ancianos en Jerusalén. Uno de esos pasajes, el de Isaías 24: 23, está dado en el contexto de las señales estelares que marcan el tiempo del fin y del juicio[3] “La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso” (Apoc. 4: 11; 5: 12, 13: “Digno eres de recibir… la gloria”).[4]

Problemas de fondo para apreciar la dimensión de Juicio en el lugar santísimo de Apocalipsis 4 y 5

Una de las verdades más preciosas del adventismo es la creencia en un santuario celestial equivalente al antiguo santuario israelita, y esto no sólo en relación con su ministerio, sino también con su estructura. La pérdida o debilitamiento de esta gran verdad, en años recientes, es responsable de la adopción errónea dentro de nuestras filas de algunos postulados que aparecen en muchos comentarios modernos acerca del acceso a la presencia de Dios. La idea sugerida es que los antiguos no tenían libre acceso a Dios, y no podían entrar en el lugar santísimo, salvo el sumo sacerdote una vez al año. En cambio los cristianos, según esta teoría, ahora pueden tener libertad de entrar porque Jesús ha roto todo velo o puerta de separación. Pero esta interpretación no es bíblica, y niega la correspondencia espacial del santuario celestial con el terrenal, cuyos dos compartimentos principales, el santo y el santísimo, estaban separados por un velo o puerta.[5]

Esta negación moderna de la correspondencia espacial del santuario terrenal con el celestial no sólo carece de pruebas, sino que niega el testimonio directo que resalta a través de todas las Escrituras.[6] Como ya lo consideramos en otro lugar,[7] el antiguo israelita no necesitaba comparecerán el lugar santísimo para estar en la presencia de Dios. Tampoco su comparecencia espiritual en su interior eliminaba la realidad de la existencia de velos o puertas que separaban el patio del lugar santo, y el lugar santo del santísimo. Lo mismo ocurre con el templo celestial en la nueva dispensación.

La diferencia entre el viejo sistema y el nuevo no se da en la imposibilidad del acceso a Dios que, según esta teoría moderna, ahora se concede sin velos ni puertas, sino en la conexión directa con el santuario celestial sin pasar por las sombras y ritos antiguos. “El tiempo presente”, según Hebreos 9:9, es la nueva dispensación, y estaba simbolizado por el sistema antiguo de acceso a Dios que ahora debe cumplirse en el ministerio único de Jesús. El Espíritu Santo permite ver que el ciclo anual repetitivo de sacrificios e intercesiones (Heb. 9:6-8; 10:1-4), debía detenerse para dar lugar al único sacrificio que Jesús ofreció, y al único ciclo ministerial que Jesús lleva a cabo en el santuario celestial (Heb. 9:12,24-26; 10:10-14, etc.). Esto no quería decir que durante el sistema antiguo el pueblo no podía acercarse a la presencia de Dios, ni entrar como los cristianos lo hacen hoy por fe en el interior del santuario, ni tampoco recibir perdón como hoy por la sangre del sacrificio, sino que este acceso y perdón jamás serían definitivos hasta que llegase su cumplimiento en un ciclo único y correspondiente al sistema anual del santuario israelita.

Con este contexto en mente, pueden entenderse fácilmente las declaraciones de Elena de White que últimamente han sido usadas para negar el valor de otras declaraciones suyas acerca de la existencia de velos o puertas en el santuario celestial.[8]

En su comentario sobre Mateo 27: 51, ella dice: “Él propiciatorio, sobre el cual descansaba la gloria de Dios en el lugar santísimo, está abierto [en esta dispensación] a todos los que aceptarle Cristo como propiciación por sus pecados de esa manera entran en comunión con Dios”.[9] “Un Camino nuevo y vivo [cuyo punto final llega hasta el juicio investigador en el lugar santísimo] frente al cual no cuelga ningún velo, se ofrece a todos”.[10] En otras palabras, por su victoria sobre la muerte y el pecado, Jesús puso en marcha un ministerio de salvación que ningún velo ni puerta puede detener, ni en el Cielo ni en la Tierra.

Debe recordarse que la facultad de entrar espiritualmente por fe en el lugar santísimo no es un privilegio exclusivo de la última generación, sino que compete a los creyentes de toda la dispensación cristiana. Los creyentes de cada siglo debían contemplar las escenas finales del juicio como algo real y viviente en sus vidas. Este fue el propósito específico de la visión del trono en Apocalipsis. Y esta fue también la experiencia que vivió Esteban en visión mientras lo apedreaban. Vio al Hijo del hombre vindicando su causa en el juicio, de pie “a la diestra de Dios” (Hech. 7: 55, SG).[11] El hecho mismo de que en Apocalipsis 15:5 se abre “en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” al concluir el tiempo de gracia y cuando los ángeles vengadores que derraman las copas de la ira de Dios salen de él (véase también Apoc. 14:14, 15), muestra que, durante el ministerio precedente de Jesús en el lugar santísimo, había una puerta cerrada como en el Día de la Expiación (Apoc. 3: 7, 8).

“Cuando en la ascensión Jesús entró por su propia sangre en el santuario celestial… la puerta por la cual los hombres hablan encontrado antes acceso cerca de Dios [en la antigua dispensación], no estaba más abierta. Los judíos se habían negado a buscarle de la sola manera en que podía ser encontrado entonces, por el sacerdocio en el santuario del cielo… La puerta estaba cerrada para ellos”.[12]Luego, en 1844, se cerró “la puerta de esperanza y de gracia por la cual los hombres habían encontrado durante mil ochocientos años acceso a Dios”, y “otra puerta se les abría, y el perdón de los pecados” fue “ofrecido a los hombres por la intercesión de Cristo en el lugar santísimo… Habla aún una ‘puerta abierta’ para entrar en el santuario celestial donde Cristo oficiaba en favor del pecador” [13]

Nuevamente conviene destacar que, si bien la visión del juicio serla motivo de especial atención en el fin del mundo, no concierne únicamente a la última generación, sino a todas. En la visión del trono de Apocalipsis 4 y 5, así como en Hebreos 12: 22-27, puede verse que los cristianos de todos los siglos deben acercarse a las realidades finales del juicio (compare con Apoc. 4-20) y de la ciudad celestial prometida (compare con Apoc. 21 y 22), “mirando” por fe “las cosas que aún no se veían” (Heb. 11:1,7,13,27, etc.), y gustando de antemano “los poderes del siglo venidero” (Heb. 6: 5; compare con 11: 20, etc.).

Es en este sentido que la visión de Apocalipsis 4 y 5 puede vincularse con toda la dispensación cristiana. En los sellos que el Cordero abre en el juicio, se ve que todas las generaciones son tenidas en cuenta delante del tribunal. Por eso Juan pudo escribir lo que escuchó al comenzar y al concluir su libro, relativo a “las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1: 1; 22: 6). El fue transportado a los eventos del fin y del juicio final, y, por medio de su testimonio, los hombres de fe de todas las edades se acercan también a esas realidades venideras, entretejiéndolas en su propia vida como algo real y viviente.[14]

Las sentencias de los sellos en el juicio

También afecta la comprensión de las visiones de Juan la negación moderna de la correspondencia espacial entre el santuario terrenal y el celestial, pues impide vincular la puerta abierta de Apocalipsis 4:1 con el lugar santísimo en la conclusión del ministerio sacerdotal de Cristo. El argumento es que esa puerta se abrió con la muerte de Cristo, y no tendría sentido que se vuelva a abrir otra vez en el futuro. Contrariamente, si había una puerta que debía abrirse en un día antitípico del Día de la Expiación, al concluir su ministerio en el santuario celestial, se hace prácticamente imposible vincular la visión de Apocalipsis 4 y 5 con el ministerio de Cristo a lo largo de toda la dispensación cristiana, salvo en el hecho de que en el juicio se consideran en forma retrospectiva los rasgos sobresalientes de su historia.

En efecto, durante el rompimiento de los sellos no se ve un pasar de Cristo del lugar santo al santísimo, ni la abertura de otra puerta del templo que vincule los dos departamentos como en la visión del trono. Todos los sellos son abiertos por el Cordero que está delante del trono, y en medio de los cuatro seres vivientes o querubines, en correspondencia con el lugar santísimo según el modelo ofrecido por el templo de Salomón. Y aunque el contenido de los sellos revela distintas etapas de la historia de la Iglesia y de su lugar correspondiente en el santuario celestial, cuando se revela el sexto sello y la época del juicio, se ve no el altar del lugar santo como en el sello anterior, sino de nuevo la visión del tribunal descripto en los capítulos 4 y 5 (Apoc. 6:16).[15] De esta forma se confirma el proceso recapitulado de los sellos que, en el caso de los dos últimos, corresponden a la época misma del tribunal.[16]

Es interesante observar lo que ocurre cuando algunos de los sellos se abren en el lugar santísimo. Ante los hechos, clamores e interrogantes humanos, hay hechos y voces celestiales que provienen del juicio, respondiendo a esos clamores o haciendo audible el informe de la época que pasa en revista delante del tribunal. La corte celestial responde al clamor de venganza de los mártires de Jesús en el quinto sello, con la justificación que reciben en el juicio. Se les dan ropas blancas, pero se les dice que descansen un poco más aún, hasta que se complete el número de los que van a ser justificados como ellos (Apoc. 6:9-11; compare con 7:14). Las ropas blancas, según le indicó Jesús a la iglesia de Sardis, son designadas en el juicio (Apoc. 3: 5). Al clamor terrenal de los impíos en el sexto sello, de quién podrá sostenerse en pie ante la visión del trono y de la ira del Cordero (Apoc. 6:17), se responde con la obra de sellamiento de los 144.000 y la salvación de la gran multitud que nadie podía contar, y que estará también en pie delante del trono (Apoc. 7: 1-9; compare con 14:1, 3). Por esta razón, uno de los ancianos dice a Juan: “El Cordero que está en medio del trono [mientras se lleva a cabo el juicio] los pastoreará” (Apoc. 7: 17). Se describe así el comportamiento de los que habrían de ser redimidos (compare con Apoc. 6: 11).[17]

Conclusión

Aunque varias de las descripciones y de los cánticos que se le revelan a Juan en Apocalipsis 4 y 5 pueden aplicarse a más de una convocación celestial —debido a la universalidad del tema central de alabanza, que es la redención obtenida por el Cordero, y la sabiduría divina que ideó el plan de salvación—, el contexto de esta visión muestra que el momento más específico al cual hace referencia es al del juicio investigador. Este juicio estaba representado por las ceremonias del Día de la Expiación.

 En efecto, el pasaje del lugar santo al lugar santísimo, en el templo celestial, aparece sincronízadamente varias veces en el Apocalipsis. La primera se da entre la visión de Jesús entre los siete candelabros (Apoc. 1-3)[18] y su comparecimiento posterior delante del Padre, en una escena de juicio destinada a tributar honra, gloria, poder y alabanza para siempre a Dios y a su Hijo por su obra de creación y redención (Apoc. 4 y 5). El mismo movimiento se da en el testimonio de los dos testigos que están identificados con el lugar santo durante el período de gran tribulación de 1.260 años (Apoc. 11:3-11 = “candelabros”), para luego ser vindicados con la abertura del original celestial en el lugar santísimo. Una misma cadena terminológica une ambos pasajes con la voz de Jesús que invita a subir al trono de Dios en el lugar santísimo, y a darle gloria (Apoc. 11:12; 4:1; véase Apoc. 14: 7).[19]

Este pasar del lugar santo al santísimo se percibe de nuevo en la descripción del quinto y sexto sellos que Jesús abre en el lugar santísimo, y entre el sonar de la sexta y séptima trompetas. En el quinto sello se conecta a los mártires del periodo de gran tribulación con el altar del lugar santo, y en el sexto se relacionan las señales del tiempo del fin con las imágenes del trono que se habían revelado en los capítulos 4 y 5 (Apoc. 6: 16, 17).[20]El sonido de la séptima trompeta vuelve otra vez a la visión inicial del trono con los 24 ancianos en el lugar santísimo, luego de haberse destacado el altar del lugar santo en la revelación de la sexta trompeta (Apoc. 11: 15-19; 9: 13).[21]

Si los 24 ancianos son convocados en la inauguración del santuario celestial, entonces resulta difícil conciliar el hecho de que están sentados sobre tronos y ya poseen coronas, antes del comparecimiento del Cordero. Esto es más fácil de entender, sin embargo, si se trata de su comparecimiento al concluir su ministerio sacerdotal. Ellos y los cuatro seres vivientes aparecen en relación con la conclusión del ministerio de Cristo en el santuario celestial (Apoc. 11:15-19; 15: 5-7).[22]No se escucha en ningún caso la voz del Padre diciendo, como en la inauguración: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Heb. 1: 6), sino sólo a los seres celestiales vindicando al Padre, al Hijo y a los redimidos (Apoc. 5:11-14)  A su vez, llama la atención que el Cordero no figura sentándose en el trono de su Padre, sino que viene y toma el libro que lo autentifica como rey en el lugar santísimo, y permanece de pie (Apoc. 5: 6).[23] Él ya se había sentado con su Padre en su trono en ocasión de la inauguración del santuario celestial, al comienzo de la era cristiana, luego de su ascensión (Apoc. 3:21; Heb. 1). En efecto, en Apocalipsis la escena no revela el acto inaugural de Cristo como sumo sacerdote celestial, pues el Cordero aparece abriendo el libro de la herencia como se hacía en contextos de juicio, no sellándola como se hacía cuando se pagaba su precio (Jer. 32:9,10). Este libro es el libro de la ley o del pacto, es decir, la Biblia misma, la que contiene lo esencial de la revelación divina en relación con las providencias de Dios acerca de su pueblo y del mundo (Isa. 34,16,17; Sal. 139:16; Dan. 10: 21; Sal. 40: 6-8; Heb. 10: 6-9).

No está de más destacar de nuevo que lo que Dios le revela a Juan del santuario celestial no es una combinación descuidada y desordenada de muebles, compartimentos y eventos. Todo tenía un propósito definido, sólo descifrable por un correcto entendimiento de las imágenes similares de las instituciones terrenales. Juan vio el mismo templo de Dios, el “modelo” que inspiró a Moisés y David a construir el templo terrenal.

Este mensaje, que no es exclusivo de la época final pues forma parte del “evangelio eterno” (Apoc. 14: 6, 7), puede ser recuperado únicamente cuando el intérprete del siglo XX se libera de todo preconcepto griego en relación con la naturaleza de las realidades celestiales, incluidas las del santuario celestial y su funcionamiento en dos compartimentos básicos: el santo y el santísimo (véase 1 Cor. 1: 18-25).

Sobre el autor: El Dr. Alberto R. Treiyer es profesor de Teología en nuestro colegio superior de Las Antillas.


Referencias

[1] Review and Herald, 10 de enero de 1889 (compárese con 7 SDABC, 989

[2] A. M. Rodríguez, pág. 45. “El rollo sería la escritura legal de la herencia perdida del hombre. … Abrirlo significa heredar o recobrar la propiedad, el reino; mantenerlo cerrado significa no heredar. Es por eso que Juan llora… AHÍ está la evidencia legal que revelará quiénes podrán heredar o no” (ibíd., pág. 46).

[3] Ibíd., pág. 408. En Apocalipsis 1:18 y 3: 7 Jesús dice que tiene “las llaves” o “la llave” de David, pero lo único que Juan ve en su mano son las siete estrellas (Apoc. 1:20), no las llaves. Esto lleva a suponer que con su entronización inicial (Apoc. 3: 21), en virtud de su sacrificio, pasó a tener el derecho a esas llaves. SI las llaves son, en este caso, un símbolo de la Palabra de Dios, puede sugerirse que la recepción de esas llaves se concretó de hecho cuando entró en el lugar santísimo, al concluir su misión en el lugar santo, y con ellas abre esa puerta a sus seguidores en la Tierra. El sentido de Apocalipsis 1: 18 y 3: 7 serla en ese caso: “Tengo (en mi poder] las llaves…” sin implicar aún una posesión literal. No es claro, sin embargo, que las llaves sean una referencia directa, en este caso, a la Palabra de Dios. Aquí parecería ser una alusión al triunfo de Jesús sobre la muerte, lo que lo faculta para juzgar a vivos y muertos (Apoc. 1:18; 20:13; 2 Tim. 4:1). Estas llaves se las habría arrancado al diablo que ejercía su poder sobre ellos (Heb. 2: 14, 15, etc.). Véase P. Prigent, L’Apocalypse de Saint Jean (Lausanne, Delachaux et Niestlé, 1981), pág. 32.

[4] Véase Apocalipsis 6:12-17 y Mat. 24: 29. En Apocalipsis 6:16, en el contexto de este comparecimiento delante del tribunal celestial (vers. 17 = “¿Quién podrá sostenerse en pie?’’), se vuelve al cuadro de la visión del juicio que los malvados no desean contemplar, “de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”. Uno es el que está sentado, Dios el Padre. El Cordero está de pie (compárese con Apoc. 5:6).

[5] Para una consideración exhaustiva del problema de este enfoque moderno, véase A. Trelyer, págs. 339-412, especialmente las págs. 339-351, 367-373 y 377-384.

[6] Tanto en la antigua dispensación como en la nueva, los creyentes tenían acceso a la presencia de Dios en el lugar santísimo por la fe, en una dimensión espiritual. Físicamente, en cambio, hoy como antaño estamos imposibilitados de entrar corporalmente dentro del santuario. Los Intentos de forzar la entrada a las realidades venideras, conducen a menudo a movimientos carismáticos y espiritistas. Estos movimientos que procuran fuego extraño, rompiendo el mundo visible y sensible mediante poderes sobrenaturales, llevan a menudo sin saberlo a un fuego semejante al que destruía a los que osaban romper el velo que los separaba del interior del santuario en el antiguo Israel. Por una consideración detallada de este principio, véase las referencias en la nota anterior.

[7] Véase referencias a mi libro y explicación en las dos notas anteriores.

[8] PE, págs. 54, 55, 250-252.

[9] 5 CBA, pág. 1.083.62 Ibíd., pág. 1.084.

[10] ibíd., pág. 1.084.68

[11] También Caifás recibió una visión semejante de Jesús, investido por Dios a la diestra de su poder al concluir su ministerio celestial, y “viniendo en las nubes del cielo” (Mat. 26: 64).

[12] CS, págs. 483.

[13] Ibíd., págs. 482, 483. Aunque cuando Jesús murió la puerta de acceso a Dios fue cerrada espiritualmente a los judíos que rechazaron deliberadamente el ministerio celestial de Jesús, y este desafecto celestial fue marcado no por la abertura, sino por la rotura del velo terrenal, la puerta fue materialmente cerrada más tarde con la destrucción del templo. Así como el templo celestial es real y material, pero tiene un enlace espiritual con el Israel de Dios en esta dispensación, así también los velos o puertas del templo son reales y materiales, aunque tienen un enlace espiritual con la iglesia de Dios en la tierra. En relación con la puerta que se cerró a los judíos, la autora se refiere a su situación en la nueva dispensación tomada en su conjunto, así como cuando dice que en el camino nuevo y vivo que Jesús nos abrió, “no cuelga velo”, sin por ello implicar que en las distintas fases del ministerio efectuado en ese camino no haya de a momentos velos o puertas por abrir o cerrar aún

[14] Véase PE, págs.

[15] La visión que Elena de White tuvo del trono en el lugar santo (PE, pág. 54) no revela las características del lugar santísimo que aparecen en Apocalipsis 4 y 5. Si en su visión de Jesús, compareciendo delante del Padre para recibir el reino en su trono en el lugar santísimo, no describe cuatro querubines como Juan, es porque su visión está en armonía con el tabernáculo del desierto, en donde sólo había dos querubines al lado del trono, sobre el propiciatorio, en lugar de cuatro como en el templo de Salomón. Véase contrastes semejantes entre hebreos y Apocalipsis en mi análisis de la puerta abierta. Conviene recordar que los profetas no ven todo lo que hay en el templo celestial, sino sólo lo que Dios les revela para destacar ciertas verdades especiales que él considera de valor en determinado momento. Una prueba adicional de ello es que cuando Juan vuelve a la visión del trono y de los 24 ancianos en la séptima trompeta, entonces se le muestra que el arca no era el trono de Dios, sino el fundamento de sus pies. El trono de Dios estaba envuelto en la shekina encima del arca

[16] El hecho de reaparecer la visión del trono cuando se abre el sexto sello, en el tiempo del juicio, también niega la Interpretación de aquellos que creen que los sellos son abiertos en el lugar santo como una profecía en el comienzo de su ministerio.

[17] En relación con el tercer sello, llama la atención que no se levante ninguna pregunta que exija una respuesta de la corte celestial como en los sellos quinto y sexto. Tampoco se Identifica la voz que revela la naturaleza del tercer jinete, como en los otros sellos mencionados, en donde las voces provenientes de los hombres se responden desde el juicio. Esto permite deducir que la voz que se escucha en el tercer sello no revela la sentencia del tribunal, como tampoco lo revela ninguno de los cuatro primeros sellos, sino que simplemente hace audible el testimonio registrado de la iglesia en esa época (espíritu comercial y dictatorial) y que ahora es considerado en el tribunal. En efecto, lo expresado por la voz da sentido a la figura del jinete con una balanza en la mano. Así se resalta, en el juicio, la escasez de los dones espirituales producida en la iglesia por el tráfico ilegítimo de la gracia (véase las consecuencias de esto en Ose. 4: 6). Véase A. Treiyer, págs. 493-496, 615. La orden: “No dañes el aceite ni el vino”, revelaría el ávido interés del anticristo de apoderarse en forma completa de los dones espirituales que todavía conserva un remanente.

[18] Jesús está entre las siete Iglesias del Asia que escoge para proyectar su ministerio completo en favor de su Iglesia hasta el fin del mundo. La expresión: “El que tiene oído, oiga”, era usada por Jesús cuando hablaba en parábolas. Los cristianos de Filadelfia y Laodicea podían saber de esta forma que su caso sería típico del remanente que precedería y pasaría por el tiempo del juicio

[19] Al hablar de la ocasión en que “el templo de Dios es abierto en el cielo”, en el lugar santísimo (compárese con Apoc. 11:19), y de nuestra necesidad de estudiar, meditar y orar para tener una percepción espiritual que permita discernir lo que atañe al Interior del santuario celestial, Elena de White agrega lo siguiente: “Captaremos los temas de los cantos y agradecimientos del coro celestial alrededor del trono” (7 T, pág. 368).

[20] Esta es la razón por la cual Elena de White, cuando destaca la importancia de estudiar el quinto capítulo del Apocalipsis en estos últimos días, pasa a citar luego la visión del sexto sello (9 T, pág. 267). Es interesante observar también que en el sexto sello sólo el Padre se describe sentado sobre el trono como en Apocalipsis 5. Recién al concluir el juicio y venir a la Tierra, el Hijo del hombre se sienta nuevamente, esta vez sobre el trono de su gloria, para dar el pago a cada cual según sea su obra (Mat. 25:31; compárese con 26:64; 16:27). Cuando se describe el trono de Dios en la ciudad celestial, luego del milenio, se hace simplemente referencia al “trono de Dios y del Cordero” (Apoc. 22: 1, 3).

[21] Si en el séptimo sello se destaca, junto a las siete trompetas, al ángel que está junto al altar del lugar santo, es para enfatizar que con el sonido de las siete trompetas Dios respondió y responde al clamor de los santos que proviene de ese altar en el quinto sello.

[22] La puerta que se abre en Apocalipsis 15: 5 es una puerta para salir, y es la que había sido cerrada al Iniciar Jesús su ministerio en el lugar santísimo en armonía con lo que sucedía en el Día de la Expiación

[23] En PE, páginas 54 y 55, Elena de White describe a Jesús en el lugar santísimo, estando “de pie delante del Padre”. En 7 SDABC, página 989, también lo describe de pie en la conclusión de su obra sacerdotal, con las características reveladas en Apocalipsis 4 y 5. También así Esteban vio a Jesús en el juicio final, de pie a la diestra de Dios, vindicándolo delante del universo (compárese con Apoc. 3: 5; Hech. 7: 55, 56 = “de pie” está omitido en la versión española de Reina-Valera, revisión 1960).