I. Introducción
Notamos con preocupación que todos los años muchos buenos ministros abandonan la obra de Dios. Esto constituye una experiencia traumatizante para la iglesia, para el ministro y su familia, para la organización y también para los futuros obreros que están formándose en nuestras instituciones educativas.
Es evidente que se hace necesario analizar los principales peligros que afronta el ministro y que pueden ser la causa de su abandono de la obra. Pero no solamente queremos analizar el problema, sino que también trataremos de buscar soluciones adecuadas, con la ayuda del Señor.
II. Aspectos que deseamos analizar
1) La importancia de la vida espiritual del obrero y su familia.
2) Pilares de la espiritualidad del obrero.
3) Principales problemas del obrero en relación con la espiritualidad.
4) Consejos para cultivar una vida lozana, dinámica y fervorosa.
1. La importancia de la vida espiritual del obrero y su familia
En 1 Timoteo 4:16, el apóstol Pablo nos advierte: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren”. En este texto está implícita una advertencia sobre la naturaleza humana: nuestra condición es tal, que siempre debemos estar en guardia. Por eso, el apóstol aconseja: “Ten cuidado de ti mismo”. “Persiste”. “Haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren”. La autodisciplina nos es indispensable como ministros de Dios, porque estamos llamados a dar pautas para otros. “Los que te oyeren” son, en primer lugar, aquellos que viven junto a nosotros, es decir, nuestra familia. También lo son todos los demás con quienes entramos en contacto.
Elena de White aconseja: “Los que quieran permanecer firmes en estos tiempos de peligro, deben comprender por sí mismos el testimonio de las Escrituras” (El Conflicto de los Siglos, pág. 616).
“Hay necesidad de oración, de oración muy ferviente y sincera, como de agonía” (Testimonios Selectos, t. 3, págs. 386, 387).
¿Qué es estar en agonía? Es hallarse en peligro de muerte, y por lo tanto hay que agotar hasta los últimos recursos para poder salvar esa situación. Los que hemos pasado esta experiencia podemos valorar mejor esta declaración. La mente se anubla, las fuerzas decaen, el espíritu se apaga, y haciendo un esfuerzo supremo clamamos a Dios que nos conceda una gracia especial para que nuestro espíritu sea sostenido en el trance. En las pruebas límite, en los momentos especialmente difíciles, sólo la ayuda de Dios es efectiva. Quien esto escribe vivió la maravillosa experiencia de sentirse sostenido y restituido por la misericordia de Dios en un momento de agonía. Y cuando después de una noche de oración intensa y de entrega incondicional a Dios, en forma milagrosa sentimos en todo nuestro ser que la vida volvía otra vez y que todo cambiaba, nuestra experiencia quedó enriquecida y nuestra fe se agigantó. Lo que al principio pareció una prueba severa se convirtió en una gran bendición.
Si todo obrero siempre, pero especialmente en un momento difícil de su vida, recurre a Dios “en oración muy ferviente y sincera, como en agonía”, el Señor ciertamente revigorizará su espíritu y agigantará su fe. Y cuando eso suceda, pensaremos en forma distinta y actuaremos de manera diferente. Dependeremos más de Dios. Nos sentiremos más en deuda con él. Diremos como Pablo en 1 Corintios 9:16: “Me es impuesta necesidad” y “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” Y también, como lo señala en Filipenses 3:13, 14: “Una cosa hago, prosigo al blanco”, con renovada fe y esperanza.
Como manantial que brota de las profundidades del alma, afirmaremos: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación? ¿o angustia? ¿o persecución? ¿o hambre? ¿o desnudez? ¿o peligro? ¿o cuchillo?” (Rom. 8:35). “Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura [ ni ningún otro interés, fuera de la obra] nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:38, 39).
La sierva del Señor aconseja: “Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: ‘Tómame, oh Señor, como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en ti’ ” (El Camino a Cristo, pág. 69).
Oseas 4: 9 dice: “Tal el sacerdote, tal el pueblo”. ¡Qué responsabilidad! Si el obrero tiene una rica experiencia espiritual, la transmitirá sin duda a su grey. La Sra. de White afirma: “Si hubiera más religión genuina en el hogar, habría más poder en la iglesia” (Mensajes para los Jóvenes, pág. 325).
Los cultos matutinos y vespertinos constituyen un privilegio y una responsabilidad en el hogar de cada obrero.
1. Pilares de la espiritualidad del obrero
El obrero debe partir de la base de que es un ser humano falible y expuesto constantemente a peligros que acechan por todas partes (Efe. 6:11-13). Por eso, el apóstol Pablo nos alerta en 1 Corintios 10:12: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. Nuestra lucha mayor es con nuestra propia naturaleza pecaminosa que está completamente enferma. (Isa. 1:5-7.) El diablo conoce nuestras fallas de carácter, porque “estudia cuidadosamente los pecados constitucionales de los hombres, y entonces empieza su obra de seducirlos y entramparlos” (Testimonios Selectos, t. 4, pág. 17).
Conocedores de esta situación, los obreros debemos orar con más fervor y depender más plenamente de Dios. “A medida que desconfiamos de nuestra propia fuerza, confiaremos en el poder de nuestro Redentor, y luego alabaremos a Aquel que es la salud de nuestro rostro” (El Camino a Cristo, pág. 64).
“Sería bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Deberíamos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Y mientras nos espaciemos así en su sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor, y quedaremos más imbuidos de su Espíritu” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 67).
“Cuanto más cerca estéis de Jesús, más imperfectos os reconoceréis, porque veréis más claramente vuestros defectos a la luz del contraste de su perfecta naturaleza. Esta es una evidencia de que los engaños de Satanás han perdido su poder y de que el Espíritu de Dios os está despertando” (El Camino a Cristo, págs. 64, 65).
Uno de los pilares fundamentales de la espiritualidad del obrero es la oración diaria y permanente. La sierva del Señor aconseja: “Quedad delante de Dios hasta que se despierten en vosotros anhelos indecibles para la salvación, hasta que la dulce evidencia del perdón de vuestros pecados os sea concedida” (Estudio de los Testimonios, pág. 39).
El Señor Jesús pasaba noches enteras en oración (Luc. 6:12) y esta práctica fue el secreto de su vida victoriosa. “Orando, el cielo se abrió” (Luc. 3:21). Esa también puede y debe ser nuestra experiencia. En Mateo 7:7-11 se nos asegura: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Con la Biblia abierta en estos pasajes, y con humildad de corazón debemos pedirle al Señor que cumpla sus promesas y él lo hará. Doy fe de que esto es cierto.
Otro de los pilares básicos de la espiritualidad del obrero lo constituye el estudio diario de la Biblia, acompañado de algún libro del espíritu de profecía. La lectura de la Palabra inspirada llena nuestras mentes de imágenes bíblicas, nos capacita para la tarea pastoral, nos acerca a Dios. Así el alma descansa en el Señor. La influencia de las cosas celestiales galvaniza nuestra voluntad. La gente advierte que hemos estado con Jesús. El éxito, para gloria de Dios, acompaña nuestro trabajo.
El trabajo personal por las almas, hecho con amor y dedicación, constituye otro pilar básico. Una intensa visitación y una concienzuda búsqueda de estudios bíblicos hará que mientras ayudemos a los demás, nos estemos ayudando a nosotros mismos.
Considero que uno de los pilares básicos de la espiritualidad del obrero lo constituye la inequívoca convicción del llamado divino a esta vocación santa. Pablo indica en Gálatas 1:16 que cuando el Señor tuvo a bien revelarse en su vida, no tuvo necesidad de “conferir con carne y sangre”. Vale decir, que era tan notorio y convincente ese llamado de Dios que no necesitaba consultar con otro para quitar duda alguna. Dios lo hizo obrero, lo hizo ministro, y allí residía su fortaleza inquebrantable.
Cada obrero debe decirse a sí mismo como Jeremías: “Jehová está conmigo, como poderoso gigante” (Jer. 20:11). Y ésta debe ser suficiente razón como para que no retroceda ni claudique ante ninguna situación.
2. Principales problemas del obrero en relación con la espiritualidad
¿Qué cosas pueden atentar contra la espiritualidad del obrero?
Además del descuido en la oración y en el estudio de la Palabra, señalaremos otras:
a. Dudar del llamado de Dios. Aconsejamos leer detenidamente El Camino a Cristo, páginas 106-115. Jesús tuvo que decir a Pedro frente a una difícil situación: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” Las dudas nos hacen tambalear; producen temor, incertidumbre. Muchas veces, como Pedro, comenzamos a hundirnos. El Señor nos advierte con amor: “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; mas yo he rogado por ti, para que tu fe no falte” (Luc. 22:31, 32). Repetidas veces clamé al Señor para que esa oración en favor de Pedro también se aplicara a mí, y el Señor misericordiosamente me asistió.
b. La confianza propia. Recordemos la advertencia de Jesús: “Sin mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5).
“La razón por la cual muchos dejan de tener éxito es que confían demasiado en sí mismos, y no sienten la positiva necesidad de descansar en Cristo al salir a buscar y salvar lo que se había perdido. Hasta que no tengan la mente de Cristo y enseñen la verdad como es en Jesús, no lograrán mucho”.
“Los que tienen suficiencia propia no pueden esconder su debilidad. Afrontarán la prueba con arrogante confianza en sí mismos, y harán manifiesto el hecho de que Jesús no está con ellos. Estas almas con suficiencia propia no son pocas y tienen lecciones que aprender por la dura experiencia del desconcierto y la derrota. Pocos tienen la gracia de dar la bienvenida a una experiencia tal, y muchos se descarrían bajo la prueba. Echan la culpa de su derrota a las circunstancias, y piensan que su talento no es apreciado por otros. Si se humillaran a sí mismos bajo la mano de Dios, él les enseñaría” (Testimonios para Ministros, págs. 165, 167).
c. Tener una esposa que no sea espiritual. El ejemplo de Job puede ilustrar lo que queremos decir. Job 2:9 registra que en un momento de severa prueba para Job, su esposa no se identificó con él; dijo que renegara de Dios y se muriera. No pudo orar con él y por él. Del mismo modo, algunas esposas modernas no se identifican con la misión sagrada del esposo, y en los momentos duros de su ministerio se encuentra sin el apoyo de su compañera.
“La esposa del predicador puede hacer mucho bien si quiere. Si posee el espíritu de renunciamiento, y siente amor por las almas, puede hacer a su lado casi tanto bien como él. Una obrera en la causa de la verdad puede comprender y alcanzar, especialmente entre las hermanas, ciertos casos que el predicador no puede alcanzar. Recae sobre la esposa del predicador una responsabilidad que ella no debe ni puede desechar con ligereza. Dios le pedirá cuenta del talento que le prestó y de sus intereses. Ella debe trabajar con fervor y fidelidad; y en unión con su esposo, para salvar almas. Nunca debe imponer sus deseos, ni expresar falta de interés en la obra de su esposo, ni espaciarse en sentimientos de nostalgia y descontento. Todos estos sentimientos naturales deben ser dominados. Debe tener un propósito en la vida, y llevarlo a cabo sin la menor vacilación. ¡Qué importa que esto esté en conflicto con los sentimientos, placeres y gustos naturales! Estos deben ser sacrificados alegre y gustosamente, a fin de hacer bien y salvar almas.
“Las esposas de los predicadores deben vivir una vida de consagración y oración. Pero algunas quisieran gozar una religión sin cruces, que no pida abnegación ni esfuerzo de parte suya” (Obreros Evangélicos, pág. 213).
d. La mala administración de las finanzas del hogar. El apóstol Pablo dice: “He aprendido a contentarme con lo que tengo” (Fil. 4:11). Infelizmente, no todos los obreros y sus familias aprenden la misma lección que el apóstol del Señor. Esta situación lleva a más de un obrero a pensar que puede llevar alguna actividad paralela a su trabajo regular en la obra, para mejorar sus ingresos familiares. El consejo del Señor es: “Ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Tim. 2:4).
La sierva del Señor aconseja: “El ministro necesita todas sus energías para su alta vocación. Sus mejores facultades pertenecen a Dios. No debe envolverse en especulaciones ni en ningún otro negocio que pueda apartarlo de su gran obra” (Obreros Evangélicos, pág. 354).
Debe existir un presupuesto familiar y cuidar que los egresos no sean mayores que los ingresos.
e. El sexo opuesto. El apóstol Pablo dice en 1 Tesalonicenses 5:22 que debemos apartarnos
de toda especie de mal. Vale decir, aun de las apariencias de mal o de pecado. Y en Eclesiastés 9:8 dice: “En todo tiempo sean blancos tus vestidos”.
El ministro, y el obrero en general, deben llevar una vida pública y privada intachable, y jamás deben permitirse familiaridades con el otro sexo. Si el obrero ama a Dios de todo corazón, jamás dará ocasión para que alguien dude de su integridad moral.
Uno de los mayores problemas, por el cual muchos dejan la obra de Dios, es precisamente éste. El consejo del Señor es: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está presto, mas la carne enferma” (Mat. 26:41). Siguiendo fielmente este consejo y “siendo dechados de la grey” (1 Ped. 5:3), el Señor concederá victoria tras victoria a sus obreros fieles.
f. Alguna desinteligencia con los administradores o compañeros de trabajo. Es cierto que puede haber incompatibilidad de caracteres, como en el caso de Pablo y Juan Marcos (Hech. 13:13; 15:37-40), aunque más adelante Pablo quiso tener a Juan Marcos nuevamente consigo (Hech. 12:25; 2 Tim. 4:11) porque le era útil para el ministerio. Pero debemos poseer la especial gracia del Señor para superar estos problemas humanos, y aprender a llevarnos bien con todos. También debemos aprender a dejar con el Señor lo que no alcanzamos a comprender en esta vida (Juan 13:7). Tenemos que aprender a solucionar cristianamente los problemas de relaciones humanas y, en último caso, debemos “remitir nuestra causa al que juzga justamente” (1 Ped. 2:23). Que todos podamos decir, como Pablo al final de su carrera: “Mas de ninguna cosa hago caso, ni estimo mi vida preciosa para mí mismo; solamente que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24).
g. Proposiciones de herencia, de negocios o de atención de intereses familiares o particulares. Cristo ya conocía estos problemas y por eso advirtió respecto de ellos en Mateo 10: 32-38. En el versículo 37 dice: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama hijo o hijo más que a mí, no es digno de mi”. Si sentimos que nos “es impuesta necesidad” (1 Cor. 9:16), como en el caso de Pablo, nada nos podrá desviar del sendero que como obreros estamos recorriendo hasta llegar a la meta final.
h. Razones de salud. Puede haber razones de salud que incidan en el trabajo del obrero. Estos casos deben ser sometidos al consejo de un médico competente.
4. Consejos para cultivar una vida lozana, dinámica y fervorosa
a. El amor engendra amor. El primero y el más grande de los consejos es que respondamos al amor de Dios, pues “nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). El amor es una gracia divina que se engendra en el corazón humano por obra del Espíritu Santo que nos es dado (Rom. 5:5).
Cuando hay amor en el corazón hacia Dios y hacia su obra, es perfectamente posible cultivar una vida lozana, dinámica y fervorosa.
b. Necesitamos alcanzar madurez. Madurez no significa felicidad sin impedimentos. Alguien ha dicho: “La madurez consiste en la creciente persuasión de que no es uno un ser tan maravilloso, ni tan rematadamente inepto como alguna vez se había imaginado”.
Además, la madurez significa una conciliación entre lo que son realmente las cosas, y lo que podrían ser. La madurez es algo que vamos logrando a medida que transitamos por la vida. Dios nos permite pasar a veces por situaciones que nos ayudan a lograr esa madurez tan necesaria para nuestro trabajo. Si como obreros tenemos que enfrentar un duro golpe (aflicción, desengaño, perjuicio, etc.) podemos reaccionar en forma madura y hacernos esta reflexión: “No voy a dejar de ser obrero por este contratiempo. Puede ser que el Señor en su misericordia haya permitido esta prueba para que yo me descubra a mí mismo tal como soy. O tal vez para que me torne más comprensivo. Quiero que ella sirva para hacer más eficiente mi pastorado. Agradezco, entonces, a Dios por esta providencia”.
Entre muchas otras, la sierva del Señor presenta esta hermosa promesa: “No ha de desalentarnos la oscuridad de nuestro sendero, ni ha de llevarnos a la desesperación, porque es el velo con el cual Dios oculta su gloria cuando quiere distribuir valiosos beneficios” (Testimonios Selectos, t. 1, pág. 188).
c. El extraordinario recurso de la voluntad santificada. Elena de White afirma: “Todas las cosas dependen de la correcta acción de la voluntad” (El Camino a Cristo, pág. 47).
Los psicólogos Strecker y Appel definen así la voluntad: “La volición es el deseo, la resolución y la tentativa de poner en acción algún plan. La empleamos como sinónimo de voluntad” (Cómo Conocerse a sí Mismo, pág. 36). Según esta definición, la voluntad está compuesta por tres factores clave: el deseo, la resolución y la acción. Los tres muestran los pasos que debemos seguir para que la voluntad fructifique en el sendero del servicio a Dios y al prójimo.
En el Salmo 40:8 se señala que a Jesús le agradaba hacer la voluntad de su Padre y por ello la ley estaba grabada en su corazón. La misma disposición debemos tener nosotros.
“A ti te toca someter tu voluntad a la voluntad de Jesucristo, y al hacerlo, Dios tomará inmediatamente posesión de ella y obrará en ti el querer y el hacer según su beneplácito. Tu naturaleza entera será puesta entonces bajo el gobierno del Espíritu de Cristo, y hasta tus pensamientos le estarán sujetos. . . No puedes dominar como deseas tus impulsos, tus emociones, pero puedes dominar la voluntad y hacer un cambio completo en tu vida… Pero tu voluntad debe cooperar con la voluntad de Dios” (Mensajes para los Jóvenes, pág. 150).
d. Hombres y mujeres que posean raras calificaciones. “Actualmente la causa de Dios necesita hombres y mujeres que posean raras calificaciones y buenas facultades de administración; se necesita a quienes tengan una gran capacidad para el trabajo; quienes posean corazones cálidos y bondadosos, cabezas serenas, buen sentido y juzguen sin prejuicio; quienes estén santificados por el Espíritu de Dios y puedan decir intrépidamente “no” o “sí” y “amén” a las propuestas hechas; quienes tengan fuertes convicciones, claro entendimiento y corazones puros, llenos de simpatía; quienes practiquen las palabras: ‘Todos vosotros sois hermanos’; quienes procuren elevar y restaurar a la humanidad caída” (Obreros Evangélicos, pág. 439).
Que el Señor nos bendiga en estos días decisivos y nos conceda el ser obreros que posean estas “raras calificaciones”. Solamente así podremos ser fieles en nuestro ministerio hasta el fin.