Creo que la vida espiritual del pastor es de gran importancia, en vista de que podemos pasar días y semanas procurando fijar nuevos planes y métodos; sin embargo si nuestra propia relación con Dios no es correcta, ese esfuerzo no aprovecha en absoluto.

El apóstol Pablo afirmó en 2 Corintios 5:20: “Así que. somos embajadores en nombre de Cristo.” El hecho de constituir una embajada, coloca el más alto valor sobre la obra y la vocación del ministro del Evangelio. Creo que si somos verdaderos ministros del Señor, representamos ante el pueblo algo más que una determinada asociación; y aun algo más que la mera Iglesia Adventista: representamos la misma corte del cielo.

Se cuenta el caso de un viajero norteamericano que entró en la oficina de la Embajada Norteamericana en Suecia, a fin de hacer visar sus documentos para entrar en Finlandia. El secretario le dijo: “El embajador está patinando.” Cuando le preguntó si demoraría mucho en volver, el secretario le contestó: “Dentro de quince minutos.” El viajero le pidió que no lo interrumpiera, porque volvería al día siguiente.

“No. señor—fue la respuesta,— ¿cree Vd. que un ministro de los Estados Unidos puede estar fuera de su puesto, cuando un conciudadano lo está esperando, hasta que se canse de patinar? Estará en su oficina dentro de quince minutos.” Al poco rato el embajador entraba en su despacho.

En el mundo hay almas que en cualquier instante pueden acudir a nosotros para que visemos su pasaporte, que los habilitará para transitar de la tierra al cielo. ¿Qué sucederá si nos encuentran fuera de nuestro puesto—no necesariamente porque faltemos personalmente de nuestro lugar, sino porque no estemos a tono espiritualmente, debido a que nos hemos entregado a la búsqueda de algún logro mundanal, de algún negocio que nos reportará ganancia, o de algún asunto ajeno al ministerio? La gran preocupación del apóstol Pablo consistía en el temor de que él mismo fuera reprobado, después de haber amonestado a otros. No hay duda de que todos hemos experimentado el mismo temor, y hemos procurado fervientemente evitar que nos acontezca ese mal. ¿Cuáles son los elementos necesarios para prevenimos e inmunizarnos?

Oración y conversión diarias

Resulta difícil encontrar tiempo para alimentar nuestra vida interior, en medio de los sobrecargados programas de evangelismo, obra pastoral y recolección. Sin embargo nuestro Salvador afrontó el mismo apremio cuando estuvo en la tierra, y lo hizo de una manera que debiéramos imitar.

“Ninguna vida fue tan llena de trabajo y responsabilidad como la de Jesús, y, sin embargo, cuán a menudo se lo encontraba en oración. Cuán constante era su comunión con Dios/ — “El Deseado de Todas las Gentes” pág. 315.

Es probable que nos sintamos inclinados a pensar que a menos que podamos disponer de tiempo para realizar sesiones de oración prolongadas, no vale la pena intentar otra cosa. Jesús observó esos largos períodos de oración cuandoquiera que sintió necesidad de hacerlo; pero, además de eso se concentró en las entrevistas cortas y frecuentes con su Padre. A menudo estuvo en contacto con la Fuente de poder, para que su humanidad estuviera de continuo cargada de divinidad. Esa misma experiencia debe ser la nuestra.

Nunca antes había comprendido la necesidad de una reconsagración diaria a Dios, hasta que descubrí la siguiente declaración de la sierva del Señor:

“Por muy completa que haya sido nuestra consagración en la conversión no nos valdrá de nada, a menos que se la renueve diariamente; porque una consagración que abarca el presente actual es fresca, genuina y aceptable a Dios.”—The Review and Herald, del 6 de enero de 1885.

Creo que uno de los grandes peligros que amenazan a los ministros, y también a nuestros hermanos laicos, es caer en el hábito de vivir cada día confiando en una experiencia de comunión con Dios que pertenece al pasado, por muy preciosa que haya sido, pero sin repetirla cada mañana y sin avanzar en el terreno de una experiencia personal renovada.

Cierto agricultor de edad, que daba testimonio en una reunión, concluyó con las siguientes palabras: “Bien, hermanos, no estoy progresando mucho, pero estoy establecido en la fe.” Al día siguiente este agricultor transportaba una carga de leña en su camión, pero éste se atascó en el barro, de modo que no pudo moverlo. Un vecino que acertó a pasar por allí lo saludó con estas palabras: “Bien, hermano, veo que no hace gran progreso, pero está bien establecido ahí.”

Los ministros y los hermanos laicos debieran estar bien establecidos, “arraigados y fundados” en la fe. Pero Dios desea que progresemos. Los ministros, especialmente, jamás debieran estancarse. Debemos crecer de continuo en fe, conocimiento y gracia, hasta que reflejemos plenamente la imagen de Jesús. La sierva del Señor escribió:

“Mañana tras mañana, cuando los heraldos del Evangelio se arrodillan delante del Señor y renuevan sus votos de consagración, él les concede la presencia de su Espíritu con su poder vivificante y santificador. Y al salir para dedicarse a los deberes diarios, tienen la seguridad de que el agente invisible del Espíritu Santo los capacita para ser colaboradores juntamente con Dios.”—”Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 42.

La Biblia para las necesidades personales

Hemos oído y apreciado este consejo: “Tenga un plan de trabajo y trabaje de acuerdo con ese plan.” Debiéramos aplicarlo en relación con el estudio personal de la Biblia. Creo firmemente en el valor del estudio sistemático de la Palabra de Dios, en contraposición a la consideración casual de algunos pasajes. No me refiero al estudio que realizamos al preparar los sermones, sino al que está destinado a suplir nuestra necesidad personal. Aquí es donde hay más probabilidad de que estemos débiles.

Desde mi juventud he sido partidario y he practicado el sistema que presenta la Devoción Matutina: leer toda la Biblia cada año; tres capítulos por día y cinco el sábado. Este año he comenzado de nuevo su lectura. Algunos podrán objetar este sistema, alegando que fomenta el estudio superficial de la Biblia. Otros han sugerido que más bien debiéramos estudiarla en combinación con el “Comentario Bíblico Adventista.”

Además de todo eso, me agrada tener cierta porción de lectura bíblica para cada día. Ello me ayuda a recordar dónde se encuentran ciertos textos y pasajes, y a memorizar su contenido. Me agrada repasar con tanta frecuencia como sea posible el cuadro general de las Escrituras, de modo que pueda valerme de ciertos pasajes cuando los necesite de improviso durante la predicación o en los estudios bíblicos.

Un año decidí no seguir este sistema regular de estudio de la Biblia. Quise recibir el alimento necesario del estudio que hacía al preparar los sermones. En adición, abriría la Biblia al azar y leería una porción, ya fuera en la mañana, o antes de acostarme. Seguí ese plan durante un tiempo; pero hubo períodos en que no leía nada para mi edificación espiritual. La preparación de los sermones contribuía a mantener viva mi alma, pero siempre había algo que me faltaba. Esta experiencia distaba mucho de ser satisfactoria, de modo que me sentí feliz cuando volví al plan de la Devoción Matutina.

El estudio de otros libros y revistas

Si queremos guardar el paso con los tiempos en que vivimos, tenemos que prestar atención a la lectura de ciertos libros y revistas. Necesitamos percatarnos de que la historia moderna no es más que el cumplimiento de las predicciones bíblicas. Juan el Bautista no poseía los medios de información que nosotros tenemos, y sin embargo estaba al día con los sucesos.

“De vez en cuando salía a mezclarse con los hombres; y siempre observaba con interés lo que sucedía en el mundo. Desde su tranquilo retiro, vigilaba el desarrollo de los sucesos. Con visión iluminada por el Espíritu divino, estudiaba los caracteres humanos para poder saber cómo alcanzar los corazones con el mensaje del cielo.”—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 81.

En esta declaración encontramos justificación para la lectura de los periódicos y revistas serios, siempre que no ocupen el tiempo y el interés que pertenecen en primer lugar a Dios. Con gran provecho podemos dedicarnos a la lectura de libros de biografías célebres, de temas científicos, de viajes, de historia de la naturaleza y el estudio de la psicología del cristianismo. Esto último constituye una materia que cada vez atrae a más ministros deseosos de capacitarse y aumentar su utilidad y habilidad para tratar los problemas de carácter espiritual. Sin embargo en lodo estudio debemos apartar nuestra atención de mil cosas innecesarias que la reclaman. El enemigo de las almas rondará a nuestro lado dispuesto a apartar nuestras mentes de la verdad para guiarlas por la senda del error.

La lectura diaria de los periódicos puede absorber más del tiempo que debiéramos concederle, si nos descuidamos. Nunca he olvidado el consejo de un profesor de historia acerca de la manera de leer los diarios. Nos decía que nunca leyéramos palabra por palabra cada artículo; sino que en primer lugar nos enteráramos rápidamente de los títulos y subtítulos, y luego leyéramos únicamente los artículos que fueran de mayor valor y utilidad para nosotros; que podíamos recortar, si así lo deseábamos.

Las revistas como Selecciones del Readers Digest, Life y Visión pueden contener artículos de interés, pero sepamos darles el lugar que les corresponde. En este sentido, nuestra principal preocupación debiera ser hallar tiempo para leer nuestras propias revistas: El Ministerio, Vida Feliz y La Revista Adventista. Pero en forma especial debiéramos leer la Biblia cada día. Si el tiempo que empleamos en su lectura y estudio es menos de lo que destinamos a la consideración de las revistas del mundo, entonces debiéramos ver una luz roja de advertencia que se enciende en nuestras almas.

Un profesor retirado me refería hace poco acerca de un estudio que había dirigido en uno de nuestros colegios. Descubrió un porcentaje bajísimo de miembros del personal docente que habían leído de tapa a tapa uno solo de los tomos de los “Testimonios.” Su gran preocupación era—y debiera ser la nuestra—que con la abundancia de luz espiritual que Dios nos ha confiado como pueblo, debiéramos permitir que ésta brille en nuestros corazones y mentes, so pena de que nuestras almas se suman en la oscuridad.

“Cada uno debe escudriñar la Biblia por su cuenta, de rodillas delante de Dios, con el corazón humilde y susceptible de ser enseñado como el de un niño, si quiere conocer lo que el Señor requiere de él.”—Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 69.

Sobre el autor: Pastor de la Asociación de la Columbio Británica.