En esta época se habla mucho acerca del pastor como un consejero eficiente. Con todo acierto se pone el énfasis en la importancia de saber escuchar. En verdad, no puede ser de ayuda efectiva un consejo que no esté respaldado por una cabal comprensión del problema. Y todo esto requiere tiempo y paciencia.

Puede suceder, y ha sucedido, que el pastor-consejero haya demostrado interés real en los problemas del consultante; que haya escuchado con paciencia infinita hasta una completa exposición de la dificultad, desde todos los puntos de vista; que haya descubierto la causa y hecho el diagnóstico; pero, que a esa altura de las cosas haya recordado un compromiso urgente y se haya retirado dejando las cosas sin solución de ninguna clase. La persona afectada se verá ‘obligada a pensar una de dos cosas: Que el pastor sentía una mera curiosidad por conocer los detalles del problema, o que simplemente estaba utilizando la oportunidad para practicar el arte de diagnosticar en los problemas. En cualquiera de los dos casos pensará que no existía un interés real de su parte.

Y esto nos trae de nuevo al terreno de nuestro interés por la persona. ¿Estamos interesados en las personas o solamente en los métodos? Tanto en las actividades de atesoramiento como en la obra de ganar a las personas para la verdad, nuestro interés primordial debe concentrarse en las almas. ¿Aconsejamos para curar el alma o para mejorar nuestra técnica del arte de aconsejar? ¿Trabajamos con el descarriado para anotar uno más en el informe o porque ninguna otra alma puede tomar el lugar de ésta? ¿Estamos interesados en las personas o en nuestra reputación? Las respuestas que demos a estas preguntas determinarán nuestro mérito y nos clasificarán como pastores o como asalariados.

El asalariado no se molesta por las ovejas perdidas o descarriadas que requieren mucho tiempo y paciencia para conducirlas de vuelta al redil. En cambio trabaja por aquellas que puede atraer—para luego incluirlas en su informe—con un mínimo de esfuerzo. Razona que resulta más económico traer al redil varias ovejas nuevas, que acudir en busca de una sola que se ha perdido. Las ovejas descarriadas siempre son una molestia. Además, unas pocas ovejas recién adquiridas, constituyen un espectáculo más halagador.

En cambio, el verdadero pastor espiritual se interesa en la persona; piensa constantemente en que ningún alma puede ser reemplazada por otra. Ocupa su tiempo, sacrifica su comodidad —no para poder informar, sino para encontrar las perdidas. Emplea su tiempo, no sólo para diagnosticar, sino también para permitir que el Señor cure el alma.

La ganancia de almas debe constituir más que un arte o una ciencia. Un barco que naufraga necesita algo más que una estimación estadística de su valor, un alma herida necesita algo más que un: “Dios la bendiga.”

El espíritu que anima la verdadera ganancia de almas emana de los corazones que han experimentado el portento, la belleza y la ternura del amor de nuestro Salvador. Ningún auténtico pastor puede ver a las almas que corren hacia la perdición eterna, sin exclamar: “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” Si queremos ser consejeros fieles y comprensivos tenemos que pedir la gracia de Dios para proferir la oración de Moisés: “Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito.”

Un amor de la talla de éste, no se contentará nada más que con diagnosticar el mal. Continuará en acción hasta que las vidas desorientadas hayan encontrado su rumbo, y hasta que los pies que resbalan queden firmemente asentados sobre la Roca de la eternidad. Aconsejar es más que una técnica. Es la efusión de un alma compasiva—una vida consagrada en acción.