David, Goliat, Jesús y nosotros

La historia de David y Goliat, según se narra en 1 Samuel 17, es una de las más conocidas dentro y fuera del cristianismo. Cualquier disputa que presente facciones opuestas desproporcionadas, en cualquier ámbito, se rotula como una “lucha entre David y Goliat”. En la iglesia, incluso los niños conocen la historia, especialmente cuando cantan o escuchan la canción del “jovencito David”. Prácticamente todos los cristianos, independientemente de su confesión religiosa, ya oyeron al menos un sermón sobre el duelo en el valle de Ela.

Sin embargo, muchas de las lecciones que muchos sermones y mensajes señalan en estos versículos no revelan la intención real del relato desde la perspectiva del mismo texto y también desde la teología bíblica. Graeme Goldsworthy escribió: “Teología bíblica es, ni más ni menos, permitir que la Biblia hable como un todo: como la única Palabra del único Dios sobre el único camino de salvación”.[1] En este artículo, presentamos algunas interpretaciones populares de la historia de 1 Samuel 17, el contexto teológico de toda la Biblia, que apunta en una dirección diferente de estas interpretaciones, y finalmente proponemos una interpretación cristocéntrica del relato basada en la tipología bíblica.

Interpretaciones populares de 1 Samuel 17

¿De quién habla este texto? ¿A quién se aplica? ¿Habla sobre nosotros y nuestros problemas? Esta ha sido la interpretación más común. Normalmente, se lleva a las personas a identificarse con David, y Goliat representa los problemas de la vida: falta de empleo, problemas matrimoniales, desavenencias, persecución, etc.

Algunos predicadores dicen: “Así como David, que fue fiel a Dios y confió en él, venció al gigante Goliat, tú también vencerás todos los ‘gigantes’ de tu vida”. ¿Suena familiar? El principal problema con este tipo de explicación, aparte de desviarse del foco, es que pone los reflectores sobre el ser humano.

¿Qué representan las cinco piedritas recogidas por David (1 Sam. 17:40)? A mediados del año 2000, se divulgó en Internet el video de la “niña pastora”. Ana Carolina Dias, de cinco o seis años, hija de un pastor asambleano, apareció predicando sobre la historia de David y Goliat. En cierto momento, ella pregunta: “¿Qué representan esas cinco piedritas, hermanos?”, y da como respuesta, repetida por la audiencia, el texto de Isaías 9:6: “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.[2]

Tenemos que dar crédito a la pequeña predicadora por intentar vincular la historia de David y Goliat con la persona de Cristo, pero la relación entre los dos textos está completamente equivocada. Hay muchas otras “aplicaciones” para ese pequeño detalle de la historia. Pero, pregunto: ¿Es aquí donde reside el centro de la narración? ¿Y la armadura de Saúl? En un ejercicio que roza la autoayuda, interpretan este segmento de la historia con el significado de que el individuo necesita luchar con sus propias fuerzas, no con las habilidades ni los recursos de otros. “Cada uno necesita encontrar su lugar debajo del sol —claro, con la ayuda de Dios— pero sin apoyarse en otras personas”, predican algunos, incluso bien intencionados, pero violentando el texto bíblico.

Los tres mayores problemas con estas interpretaciones son los siguientes: Primero, se concentran en detalles del relato y no en su idea principal. De hecho, los pormenores de una narración ayudan a crear el escenario y a dar pistas sobre la intención del autor, pero no son el foco de la historia. En segundo lugar, esas lecturas tienden a exaltar al ser humano en lugar de exaltar a Dios, incluso con un lenguaje religioso y hasta piadoso. Finalmente, tuercen el contenido bíblico en lugar de permitir que el relato, dentro de su contexto canónico, sirva de brújula y conduzca a una correcta interpretación del texto.

Interpretación teológica del 1 Samuel 17

Me gustaría sugerir la interpretación de algunos puntos de la historia a partir de la perspectiva de la Biblia. Esto puede ayudarnos a discernir un significado más exegético y con fundamento bíblico de esta historia para los cristianos de nuestros días.

En primer lugar, los filisteos son enemigos del pueblo de Dios, especialmente a causa de su idolatría. Ellos representan las fuerzas que se oponen al Señor. De hecho, “Goliat sirve como un arquetipo del pueblo filisteo y como tal es un símbolo de la enemistad extranjera contra el pueblo de Dios y su representante, David”.[3]

Antes del choque entre David y Goliat, en al menos otras dos historias, se retrata a los filisteos como enemigos de Israel en el contexto de su idolatría y su culto a Dagón. La primera se encuentra en Jueces 13 al 16, en la saga de Sansón contra los filisteos. La segunda es el relato del rapto del Arca del Pacto en 1 Samuel 4 y 5. En estas narraciones, el telón de fondo es el culto a Dagón y la idea de su antagonismo contra el Dios de Israel. Más adelante, Pablo explicó que, en realidad, el culto idólatra es un culto que se ofrece a los demonios (1 Cor. 10:20).

Es importante recordar cómo se interpretaban las batallas entre ejércitos en el Antiguo Cercano Oriente. Era común la idea de que los dioses luchaban al lado de las huestes que los adoraban. En relatos egipcios, hay ejemplos en los que la deidad inicia una guerra y después lucha con el monarca como su aliado. Las guerras se interpretaban como si tuvieran lugar entre los propios dioses o se libraban con ejércitos como representantes de las deidades.[4] Así, la batalla entre las huestes israelitas y las filisteas, ya en su contexto histórico, se interpretaba de forma teológica, con implicaciones religiosas.

Un segundo punto es el hecho de que Saúl y el ejército de Israel no confiaron en el Señor (1 Sam. 17:11). Dios ya había previsto que Israel enfrentaría naciones más fuertes que él. Por eso, le dio la siguiente promesa: “Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto. […] No desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros” (Deut. 20:1-4).

Finalmente, un detalle importante en esta narración es la imagen de Goliat. A todo efecto, él es invencible (1 Sam. 17:4-7). El autor bíblico se tomó su espacio para describirlo. Es un soldado experimentado, bien armado y protegido. David se enfrentará a él sin armadura, algo totalmente descabellado. Desde la perspectiva humana, la victoria de David sería imposible. En ese contexto, son esclarecedoras las palabras de David: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo” (1 Sam. 17:37). Del mismo modo, la Biblia describe al enemigo como alguien que está más allá de cualquier capacidad humana (Efe. 6:11, 12).

Estos tres factores y otros que no se discuten aquí señalan el propósito teológico del pasaje. Desde el punto de vista cultural, el texto está vinculado con el Antiguo Cercano Oriente y teológicamente contextualizado en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Si queremos presentar un mensaje bíblico centrado en Dios y no en el ser humano y sus ideas, el significado del pasaje debe tener en cuenta estas dos realidades.

Interpretación cristocéntrica de 1 Samuel 17

Para interpretar correctamente la historia, es crucial el contexto más amplio de 1 Samuel 17. David no es solo un joven pastor de ovejas, el hijo más pequeño de Isaí. Él es el ungido del Señor, colocado por Dios mismo en el lugar de Saúl (1 Sam. 16). En este sentido, David se convirtió en una prefiguración de Cristo (Mat. 1:1; 9:27). Esta interpretación se apoya en el contexto cultural del Antiguo Testamento y en la tipología bíblica.

En la antigüedad, la práctica de las batallas individuales en nombre de ejércitos enteros era común. Hay pruebas de que las culturas cercanas a Israel, como los hititas y los egipcios, conocían esta estrategia. El propósito de esta práctica era evitar un gran derramamiento de sangre, que sería malo para cualquier bando que saliera victorioso.[5]

Tipológicamente, David representa al Mesías. Esto puede verse en textos como Jeremías 23:5, Ezequiel 34:23 y 37:24, y Oseas 3:5, entre otros, que ya prometían la llegada de un futuro David que se sentaría de nuevo en el trono. Los autores del Nuevo Testamento tomaron este tema, desarrollado especialmente en el libro de los Salmos, y lo aplicaron a Cristo en varias ocasiones (Juan 2:17; Hech. 4:25; Rom. 15:3; Heb. 10:5-9).[6]

Por lo tanto, al reunir todos los puntos vistos hasta aquí, la historia de David y Goliat es una miniatura tipológica del Gran Conflicto. Apuntaba a una guerra cósmica que se libraría en la Cruz. Por un lado, se encuentra un ejército que no tiene la más mínima chance contra el enemigo. Del otro, están Satanás y sus huestes demoníacas que pueden derrotar fácilmente al pueblo de Dios. Pero Jesús, el Ungido, se coloca entre los dos y triunfa, porque su pueblo no puede vencer sin su ayuda. Así como David le cortó la cabeza a Goliat, Cristo hirió de una vez por todas la cabeza de la serpiente (Gén. 3:15; Apoc. 12:7-9).

Conclusión

Es interesante que en los intentos populares de interpretar 1 Samuel 17, todos quieren identificarse con David o compararse con él de alguna manera. Sin embargo, si tenemos que hacer algún tipo de aplicación como esta, somos mucho más el temeroso, acobardado e impotente ejército de Israel que el valiente hijo de Isaí.

¿Cuál es la gran lección de la historia? David afirmó: “Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Sam. 17:46, 47).

Es necesario enfatizar tres aspectos: En primer lugar, debemos estudiar la Biblia para conocer a Dios, no a nosotros mismos. La vida eterna está en conocer a Dios (Juan 17:3). El mismo Jesús dijo que las Escrituras dan testimonio de él, no de nosotros (Juan 5:39).

En segundo lugar, tengamos la seguridad de la victoria sobre el mal por lo que hizo Jesús y no por nuestros esfuerzos (Rom. 5:6-8). En el contexto de la batalla final que pronto se librará en nuestro mundo, nuestra mayor necesidad es estar del lado del vencedor (Apoc. 17:14). Fijemos, entonces, nuestros ojos día a día en Cristo.

Por último, la Biblia es clara: Es el Señor Jesús quien salva, por lo que es digno de adoración y alabanza (Apoc. 5:5, 6-10). Nuestra respuesta a una salvación tan grande debería ser una vida que honre y ensalce solo su nombre. Confiemos en la victoria que él ya ganó en la Cruz y dejemos que solo él sea el centro de nuestra vida.

Sobre el autor: profesor en el SALT-FADBA.


Referencias

[1] Graeme Goldsworthy, Pregando Toda a Bíblia como Escritura Cristã: A Aplicação da Teologia Bíblica à Pregação Expositiva, trad. Ferreira, Francisco Wellington (São José dos Campos, SP: Fiel, 2013), p. 40.

[2] Disponible en https://youtu.be/KC0on_LpoMM

[3] Leland Ryken et al., Dictionary of Biblical Imagery (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000), p. 643.

[4] Victor Harold Matthews, Mark W. Chavalas y John H. Walton, The IVP Bible Background Commentary: Old Testament, edición electrónica (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000), 1 Sam. 17:37.

[5] Harry A. Hoffner, hijo, 1 & 2 Samuel, Evangelical Exegetical Commentary (Bellingham, WA: Lexham Press, 2015), 1 Sam. 17:8.

[6] Richard M. Davidson, “A Natureza [e a Identidade] da Tipologia Bíblica – Questões Cruciais”, Hermenêutica 4 (2004): pp. 88, 89, 99.