Ningún cristiano—y menos aún el obrero de Dios—puede dejar de hacer teología. Podrá ser un teólogo confuso. Podrá ser un teólogo mal informado. Peno no puede ser un cristiano sin poseer alguna forma de teología.

Cualquier posición evangélica que posea vitalidad suficiente para satisfacer el desafío de nuestra época, debe presentar vívidamente ante el hombre empantanado en el barro del materialismo, al Cristo que constituye la respuesta absoluta y suficiente para todas las necesidades humanas planteadas por la era atómica. De lo dicho se concluye que es imperativo que el evangelista posea una comprensión correcta de la teología verdadera. Ni el mucho celo ni la mucha sinceridad compensarán la falta de ella. Difícilmente se comprende que quienes poseen el último mensaje de Dios para los hombres dejen de llevar a cabo estudios teológicos serios. Es una tremenda responsabilidad intentar la predicación del mensaje de la verdad de Dios a nuestros semejantes, un mensaje que contiene en sí infinitas posibilidades de vida.

Una definición de teología cristiana

El término teología deriva de las voces griegas theos y logos; y originalmente significaba un discurso acerca de Dios. El evangelismo, como fase de la teología práctica, está estrechamente relacionado con la teología propiamente dicha. Se ha definido a la teología cristiana “como la tentativa de cambiar el pensamiento de los hombres con el propósito de hacerlos obrar como cristianos.” Los evangelistas son profesores de teología. Su función consiste en esparcir conocimientos respecto de Dios y dar a conocer su naturaleza, valiéndose de todos los medios posibles. El evangelista debe tener conceptos claros acerca de Jesucristo, el Espíritu Santo, la expiación, la Biblia, la iglesia y la escatología. Debe conocer la naturaleza como una manifestación de la sabiduría y del poder creador de Dios, y la historia humana como una demostración de los propósitos revelados del Todopoderoso. Podrá ser utilizado por el Espíritu Santo para convertir y santificar a los hombres únicamente en la medida en que pueda esgrimir “la espada del Espíritu; que es la palabra de Dios.” (Efe. 6: 17.)

El Dr. A. H. Strong dice que el maestro cristiano debiera perseguir el objeto de reemplazar los conceptos oscuros y erróneos que alientan sus oyentes, por otros que sean correctos y luminosos. Pero no lo conseguirá si no conoce los hechos con respecto a los diferentes puntos con que se relacionan—conociéndolos, en suma, como partes de un sistema. Se le ha confiado la verdad; y mutilarla o interpretarla mal no sólo constituye un pecado contra su Revelador, sino que además podría motivar la ruina de las almas. La mejor salvaguardia contra tales mutilaciones o tergiversaciones está representada por el estudio diligente de las diferentes doctrinas de la fe en su relación recíproca, y especialmente con el tema central de la teología: la persona y la obra de Jesucristo.[1]

Los adventistas no contamos con una confesión de fe estrictamente teológica que llene un millar de páginas con términos sistemáticos; no tenemos un rígido credo denominacional, pero poseemos una teología adventista definida. A ese cuerpo de verdades nos referimos cuando decimos que una persona ha “entrado en la verdad.” Agradezcamos a Dios por los pioneros que pasaron días y noches escudriñando fervientemente la Palabra en procura de una teología verdadera.

Después de 1844 escudriñaron en procura de la verdad, como si buscasen tesoros escondidos, para asentar sólidamente los grandes hitos de la fe adventista. La Hna. White escribe:

“Nos reuníamos con una carga en el alma para orar por la unidad de la fe y de la doctrina… Un punto cada vez constituía el objeto de investigación. Abríamos las Escrituras con un sentimiento de gran reverencia. Ayunábamos con frecuencia a fin de estar en mejores condiciones para comprender la verdad. Después de ferviente oración, si no comprendíamos algún punto, lo discutíamos, y cada cual emitía libremente su opinión… Se derramaron muchas lágrimas.

“De este modo pasamos muchas horas. Algunas veces pasábamos toda la noche en solemne investigación de las Escrituras para comprender la verdad para nuestro tiempo.”[2]

Teólogos evangélicos del pasado

La historia de la iglesia revela que las grandes victorias espirituales, las conquistas evangélicas y las reformas vitales, han ocurrido en aquellas épocas en que ha predominado la predicación evangélica poderosa, basada en una teología vivificada. El hecho de que Dios haya utilizado a hombres de gran ilustración para avivar la llama del evangelismo hasta hacerla brillar deslumbradora, gracias a que ellos expusieron sin temor la verdad de Dios para sus días, constituye algo más que una mera coincidencia.

Pablo de Tarso, poderoso instrumento de Dios, dió forma definida al mensaje cristiano y puso los profundos fundamentos de la iglesia. Versado en teología hebrea, en derecho romano y en filosofía griega, llegó a ser el incomparable evangelista para el mundo de ese tiempo. [3]

San Agustín, figura descollante entre los ¡ladres de la iglesia y en cierto sentido precursor de la Reforma, qué profesor de retórica en su juventud. Después de su conversión volcó su poderoso genio en el estudio y la defensa de las grandes doctrinas cristianas. Lulero y otros reformadores obtuvieron fortaleza c inspiración de sus escritos.

Juan Wicleff, el campeón de la libre circulación de la Biblia, era profesor de Oxford cuando comenzó a proclamar que Cristo es el único señor del hombre. Rendándose contra los abusos de la iglesia, difundió la doctrina de que las Escrituras constituyen la autoridad suprema y la única regla de fe. Sus creencias teológicas influyeron en Juan Huss, y a través de Huss en Lutero y los moravos. Así Wicleff llegó a ser la estrella matutina de la reforma.

Cuando Martín Lutero, de 37 años de edad, clavó sus históricas tesis en la puerta de la iglesia, en 1517, no se figuraba que llegaría a ser el fundador del protestantismo. Las tesis de ese doctor en teología sagrada y profesor de la universidad de Wittemberg, condujeron a un nuevo examen de las bases de la salvación y de la naturaleza de la iglesia verdadera. Lulero conmovió un continente hasta sus fundamentos, con sus poderosos sermones que resonaron hasta en los confines de la tierra, y mediante las multitudes que se aferraban al tesoro de la justificación por la fe en Cristo el Salvador.

Una noche del verano de 1536 un estudioso joven francés, Juan Calvino, se detuvo en una posada de Ginebra, Suiza. Allí se consagró a una vida de estudio y trabajo intelectual. Sólo pocos meses antes, a la edad de 26 años, había publicado una de las grandes obras teológicas de todos los tiempos: “Institución Cristiana.” También llegó a esa posada un gran predicador evangélico, Guillermo Farel, que convenció a Calvino de que debía quedarse en Ginebra para consolidar la obra de la Reforma que ya había comenzado. A partir de entonces la influencia de Calvino en su propia generación y en las venideras ha sido inmensurable. En la actualidad a duras penas se encuentra una denominación protestante que no experimente de un modo u otro el influjo de la teología y de la prodigiosa labor de este poderoso y brillante hombre de Dios.

Pocas veces Dios ha concedido a la iglesia un dirigente tan bien dotado, un predicador tan inspirado y un organizador tan capaz, como Juan Wesley. La vida eclesiástica en Inglaterra y los Estados Unidos se había hecho rígida e indiferente. Los predicadores eran perezosos, y sus sermones confusos. El ateísmo, la inmoralidad, la ebriedad y la corrupción prevalecían en todas partes. Entonces Dios “calentó extraordinariamente” el corazón de un predicador con el fuego del Evangelio, y en esa medianoche de tinieblas espirituales brilló un reavivamiento del cristianismo evangélico que dejó una impresión imborrable en Inglaterra y en el mundo de habla inglesa. Billy Graham recientemente expresó su convicción de que Wesley ha sido el principal evangelista de los tiempos modernos; y agregó que su poder residía en parte en el hecho de que era un hombre de gran cultura teológica. [4]

En verdad la teología cristiana y el evangelismo efectivo van íntimamente unidos. Cuando Jesús se reveló a la mujer samaritana junto a la fuente, le presentó lo que se ha dado en llamar “la verdad teológica más profunda de la Biblia.” Le dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4: 24.) El significado que el término evangelismo tenía para él en esa ocasión no se refería únicamente a la necesidad de convertir a la mujer en una cristiana, sino además en una evangelista; porque ella corrió a la aldea y transmitió la revelación divina que había recibido.

La doble tarea de la iglesia cristiana

La iglesia cristiana comprendió desde el mismo principio que afrontaba una doble tarea. La mera proclamación del Evangelio no era suficiente. Los hombres que la formaban reconocieron la necesidad de un esfuerzo sostenido, tendiente a preservar y a fomentar las respuestas que daban a los estímulos de la fe de aquellos que admitían creer en los mensajeros de Cristo. La predicación apostólica que ponía el acento en la proclamación de las buenas nuevas se conocía con el nombre de kerygma, y se dirigía a los no cristianos. La enseñanza apostólica referente a la aplicación del Evangelio a la vida, y a la instrucción de los nuevos conversos, se denominaba didajé. La primera precedía a la última. A través de todo el Nuevo Testamento se comprueba la necesidad que había de ambas. Y en nuestro tiempo continúa siendo la doble necesidad de la iglesia. El obrero de Dios debe ser tanto un maestro como un predicador. La proclamación del mensaje debe ir acompañada de la transmisión de una sana teología. Una de las razones porque alguna predicación evangélica ha hecho poco bien duradero, es que no ha sido acompañada o seguida de una enseñanza firme y bien impartida. Con frecuencia los conversos no estaban profundamente convertidos y adoctrinados.

Aunque apreciamos el conocimiento que nos proporciona la psicología, no vacilamos en decir que el evangelista que obtiene su inspiración de esta ciencia, tiende a perder el derecho de decir: ‘‘Así dice el Señor.” Este podrá conjurar los demonios del temor y de la ansiedad y llevar paz a la mente, e infundir una sensación de confianza en la vida; pero eso no pasará de ser un acto humano con un débil reflejo del reino de Dios y de la proclamación de un mensaje final de advertencia.

Por otra parte, el evangelismo que está realmente fundado en una sólida teología tendrá una vigorosa objetividad que guarda efectivamente contra un subjetivismo sentimental característico de cierta clase de evangelismo popular moderno, en que Jesús, nuestro excelso Señor, no es mucho más que el compañero privado del creyente, cuya tarea principal pareciera consistir en sostener entrevistas secretas en algún hermoso jardín donde “él me dice que soy suyo” e imparte una felicidad que “ningún otro ha conocido.”

Cuando un evangelista asume una actitud anti intelectual hacia la teología se expone a consecuencias desafortunadas. Desacreditar la teología sería lo mismo que desprestigiar la inteligencia. Así como el médico necesita conocer su ciencia y el abogado sus leyes, el evangelista necesita conocer su teología porque constituye la sustancia de su intelecto y su fortaleza espiritual. Al evangelista plenamente consagrado no le es indispensable un gran caudal de conocimientos puesto que su tarea consiste en interpretar el Evangelio eterno mediante conceptos inteligibles para el hombre moderno.

Un intelectualismo religioso erróneo

Por otra parte, necesitamos precavernos contra un intelectualismo teológico que exalta indebidamente los conocimientos y convierte a los predicadores en ratones de biblioteca.

Es indispensable que poseamos una correcta teología, porque la teología errónea ha producido resultados lamentables una y otra vez en el transcurso de la historia de la iglesia. Y aun en nuestros días, podemos apreciar los resultados de sistemas falsos como el liberalismo y la así llamada neo ortodoxia. Como adventistas no podemos aceptar, por ejemplo, la filosofía bartiana que enseña que “la Biblia contiene la Palabra de Dios, pero no todo lo que está en la Biblia es necesariamente la Palabra inspirada de Dios.” Barth sostiene, además, que la naturaleza de Cristo era la misma naturaleza humana caída, y que éste no era un personaje demasiado sobresaliente, sino un “sencillo Rabí que a veces nos impresiona pobremente. cuando lo comparamos con más de un fundador de religión, y aun con algunos representantes de su propia religión.”[5] “[Emilio] Brunner insiste no sólo en que Dios no se revela en la vida histórica de Jesús, sino en que se halla oculto en ella, tan completamente oculto que ni aun Jesús pudo conocerlo. [6]

Nuestra teología, en oposición a la jactanciosa arrogancia de la pervertida razón humana, debiera sobresalir mostrándose triunfalmente cristocéntrica, fundamentada en la Biblia y saturada de anhelo por la ganancia de almas. Santiago S. Stewart dice con razón: “Hoy no hay 4 lugar para una iglesia que no arda en el Espíritu que es el Señor y el Dador de la vida; y una teología que no sea apasionadamente misionera carece de todo valor.” [7]

Juan Bunyan, en su inmortal obra “El Peregrino,” presenta una sorprendente descripción de Evangelista. En la casa de Intérprete le muestran a Cristiano un cuadro de Evangelista, donde aparece como una persona muy grave con los ojos alzados hacia el cielo. Tenía en la mano el mejor de los Libros, en sus labios estaba escrita la ley de verdad, y a sus espaldas aparecía el mundo; estaba en actitud de suplicar a los hombres, y una corona de oro ceñía su cabeza.

Al acometer de nuevo la gigantesca tarea evangelizadora que nos desafía a terminar la obra, mantengamos siempre “el mejor de los Libros” abierto en nuestras manos y en nuestros púlpitos. Podemos hacer resonar sus verdades con toda certidumbre. El notable Sir Federico G. Kenyon dijo: “El cristiano puede alzar la Biblia en su mano y decir sin temor o vacilación que sostiene en ella la verdadera Palabra de Dios, transmitida sin menoscabo de generación en generación a través de los siglos.” [8]

El mundo espera una nueva definición del Evangelio y una nueva demostración de su poder. El impacto decisivo del mensaje del tercer ángel se hará tanto por el contenido de su doctrina como por la consagración de sus discípulos. Con una santidad personal y un apasionado amor por las almas, abracemos una teología poderosa, bíblica y erudita.

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Nueva Inglaterra.


Referencias:

[1] A. H. Strong, “Systematic Theology,” pág. 17.

[2] Elena G. de White, “Testimonies to Ministers,” págs. 24, 25.

[3] Primera Epístola de Clemente a los Corintios 5.

[4] Billy Graham, Canadian Journal of Theology, enero de 1956, pág. 1.

[5] Karl Barth, “Kirchliche Dogmatic I,” ii. 83: “The Doctrine of the Word of God I,” pág. 188.

[6] James R. Branton. “Our Present Situation in Biblical Theology,” “Religión in Life,” tomo 26, pág. 11.

[7] James S. Stewart, “A Faith to Proclaim,” pág. 2.

[8] Sir Frederic G. Kenyon, “Our Bible and the Ancient Manuscripts,” pág. 23.