La verdad estructural, distintiva y característica, que por sí sola identifica y separa a la Iglesia Adventista del Séptimo Día de todos los demás grupos religiosos cristianos del pasado y del presente, es la que siempre hemos llamado la “verdad del santuario”. Esto fue así desde el mismo principio, pues la verdad del santuario fue la primera doctrina que descubrimos y enseñamos después del Gran Chasco. Y nunca perdió su posición básica.

Todas las otras grandes doctrinas que sostenemos y enseñamos -el sábado, la inmortalidad condicional, la segunda venida, el espíritu de profecía, la interpretación profética, el premilenialismo, la justificación por la fe, la inmersión, el diezmo, y muchas otras- fueron sostenidas por un grupo o más de uno, en su totalidad o en parte, en el pasado o en el presente.

Pero ni la iglesia primitiva (mientras las enseñanzas apostólicas se mantuvieron intactas), ni la iglesia de la Reforma (cuando muchas de las enseñanzas apostólicas fueron redescubiertas y restauradas), enseñaron la verdad del santuario celestial, con su Sacerdote que oficiaba en dos fases separadas su servicio de mediación, en cuya segunda fase se incluyen las grandes actividades de juicio actualmente en sesión.

Este silencio del pasado se debe a la sencilla razón de que la verdad del santuario no debía discernirse ni ser destacada hasta que la predicha hora del juicio de Dios llegara a su turno en la realización del plan divino. Se esperaba el juicio en los tiempos apostólicos y posapostólicos como una actividad futura que debía destacarse en los últimos tiempos, los que Lulero, el gran reformador, ubicaba a unos 300 años después de su tiempo (véase El conflicto de los siglos, pág. 348). Reconocemos y predicamos que debe proclamarse hoy como algo que está ocurriendo realmente, como parte imprescindible de la proclamación del Evangelio eterno en su contexto de los postreros días. Lo consideramos, correctamente, como una verdad presente imperativa y apremiante.

En consecuencia, nos corresponde no sólo creer y enseñar realmente la verdad del santuario hoy, sino darle su lugar central en nuestro énfasis distintivo y peculiar para esta época. Por lo tanto necesitamos comprender y luego proclamarla como parte de nuestro mensaje a los hombres. Y esto por la sencilla razón de que abarca la esencia del adventismo.

En realidad, si verdaderamente no hay un santuario en el cielo, no hay un Sumo Sacerdote que ministra en él; y si no hay un mensaje de la hora del juicio para proclamar de parte de Dios a la humanidad en este tiempo, entonces no se justifica nuestro lugar en el mundo religioso, ni una misión y mensaje denominacional distintivo, ni una excusa para funcionar como una entidad eclesiástica separada en nuestros días.

Por ello cualquier debilitamiento, negación u ocultamiento de la verdad del santuario no sólo es un asunto serio sino crucial. Cualquier desviación o abandono de ella ataca el corazón mismo del adventismo, y desafía su misma integridad.

Fuimos llamados por Dios -y llegamos a la existencia como una respuesta histórica directa- para destacar esta abarcante verdad presente que en sí misma constituye “todo un sistema de verdades” (El conflicto de los siglos, pág. 476). Todas las demás verdades esenciales están incluidas en ella: la ley moral, el sábado, el sacrificio expiatorio, la mediación sumo- sacerdotal, el juicio, la justificación y la santificación, la justificación por la fe, la recompensa y el castigo finales, la segunda venida, la total destrucción de los impíos incorregibles.

En consecuencia, la verdad del santuario no es una doctrina extraña, peculiar, anormal, distorsionada e indefensible, o simplemente una forma de explicar el chasco de 1844, como sostienen algunos opositores. No es un alejamiento de la fe histórica del cristianismo. Es, en cambio, la culminación lógica y la consumación inevitable de esa fe. Es sencillamente la aparición y el cumplimiento en los días finales del énfasis profético que caracteriza el Evangelio eterno que debía proclamar la iglesia remanente en la etapa final de su testimonio al mundo. Testifica a la tierra con respecto de los tremendos acontecimientos del cielo, intensamente fascinantes en su panorama y vitales en su acción.

Debido a su naturaleza y significación cruciales no es extraño que se desafíe la verdad del santuario, y que sea atacada y ridiculizada, tanto desde adentro como desde afuera. Debemos esperar esto y estar preparados para afrontarlo. Debemos ser celosos de la integridad de la verdad del santuario, y estar alerta y no cejar en su defensa. No podemos quedarnos callados puesto que no es una enseñanza opcional de nuestra fe.

Satanás odia la verdad del santuario. Sabe que es la verdad más importante que tiene el cielo para hoy. Lo involucra directamente a él, su destino y suerte, su prisión futura y destrucción final. Está tratando de ganar tiempo. Quiere desesperadamente llevar a la destrucción a tantos como sea posible. Tratará por ello de iniciar y estimular todo intento de modificar, reconstruir, distorsionar o alterar el énfasis y cambiar el concepto de la verdad del santuario. Además, destruir su testimonio, anular su enseñanza y viciar su integridad.

Tendremos revisionistas, reconstructores, desviadores, y también subversivos declarados. Esto es una evidencia adicional del carácter crucial y la importancia de esta verdad. Maniobras como éstas nunca se concentran en asuntos sin importancia. Debemos estar preparados para mantener y defender la sólida posición del santuario contra todos estos manipuladores y perturbadores.

Insistimos en el asunto: habrá quienes ridiculicen su validez, cuestionen su base bíblica, y dejen a un lado las confirmaciones del espíritu de profecía. La verdad del santuario, más que cualquier otra enseñanza adventista básica ha estado -aparte de la oposición no adventista- sujeta a los ataques desde adentro durante toda nuestra existencia denominacional. Desde el mismo principio, periódicamente se han levantado personas que ridiculizaron o negaron primero un rasgo y luego otro.

Pero estos atacantes finalmente nos abandonaron, y generalmente lucharon en contra de nosotros. En última instancia, sin embargo, han desaparecido, sin excepción. Los restos de su triste naufragio se dispersaron con los años. Una vez comprometidos, se perdieron para la fe, y nunca hicieron ninguna contribución constructiva para la misión y la obra de la iglesia.

La verdad del santuario, ordenada por Dios mismo, está destinada a triunfar, y los que luchan en contra de ella están luchando contra Dios y su mensaje para los hombres. Dios siempre ha tenido defensores leales y capaces, y también los tiene hoy. Como ocurre con toda verdad, tiene que haber un perfeccionamiento, un fortalecimiento, una ampliación constantes, y una claridad creciente junto con el ensanchamiento del concepto. Pero ninguna mejora invalida alguna vez los fundamentos afirmados en lo pasado. Los defensores genuinos nunca subvierten. Dios nunca niega o abandona lo que una vez apoyó y confirmó.

Por lo tanto debemos mirar con desconfianza. a los que desean minar o destruir lo que nuestros antepasados, con tanta fidelidad y solidez, lucharon por establecer bajo la manifiesta bendición de Dios y con la confirmación reiterada de su Espíritu.

Algunas veces los ataques se concentrarán sobre la realidad del santuario celestial, la realidad del gran original. Esto no es imaginario. Se nos ha advertido: ‘El enemigo introducirá falsas teorías, tales como la doctrina de que no hay santuario. Este es uno de los puntos en los que habrá un alejamiento de la fe” (Review and Herald, 25 de mayo de 1905).

Tal vez se concentren en la cronología, el momento o la relación integral de Daniel 8 y 9. O tal vez en aspectos semánticos: detalles técnicos de la expiación, el panorama y la intención de la purificación del santuario, la perfección de los santos, o los acontecimientos y procesos de la hora final de transición.

El enemigo no tiene mayor placer que distraemos de la presentación de la verdad positiva, y de tenernos muy ocupados gastando tiempo y esfuerzo en digresiones, disputas, o en afrontar desviaciones. No debemos darle tal satisfacción.

A la luz de los factores mencionados, examinemos en detalle este desafío básico que menciona Elena G. de White: ¿Hay realmente un santuario celestial? ¿O el término es meramente una figura de lenguaje trascendental usado para simbolizar algún propósito, actividad o provisión abstractos de la mente de Dios para la salvación de los hombres?

El testimonio de la Palabra es que el templo en el cielo es una realidad sobrenatural divinamente revelada -tan real como Dios mismo, o la Nueva Jerusalén, o el Cordero de Dios que, ahora como sacerdote celestial, ministra en él- y todas las actividades redentoras surgen de ella. Es el centro de comando desde el cual se originan y conducen todas estas sublimes actividades. Todo esto y mucho más llegará a ser cada vez más claro -y firme- a medida que avancemos.

Definamos nuestros términos. ¿Es el santuario celestial real y verdadero, o simplemente metafórico, una abstracción en vez de una realidad? Al considerar esto no debemos confundir lo verdadero y la realidad celestial con los elementos y materiales terrenales ordinarios de nuestro mundo físico manchado por el pecado (1 Cor. 15:48, 49). Estos incluirían, por supuesto, los materiales del santuario mosaico tales como el oro, la plata, el bronce, la madera, el lino, las piedras y el aceite terrenales (Exo. 25:3-7). No debemos confundir ambos, pues contrastan definidamente.

En esencia, real se opone a figurado, retórico, metafórico, hipotético. Lo verdadero es táctico, cierto, tangible, real. Todo esto se opone a lo irreal, mítico, imaginario, quimérico, visionario, etéreo. El santuario celestial es verdaderamente real, no una abstracción.

El Evangelio eterno -inmutable y no cambiado- alcanza su espectacular consumación en el mensaje de la hora final acerca de que “la hora del juicio ha llegado”. Esta proclamación mundial del mensaje del primer ángel, que surgió a comienzos del siglo diecinueve, se desarrolla y culmina con los mensajes segundo y tercero de Apocalipsis 14. En realidad son uno solo, que se expande triplemente con amplitud y énfasis acumulativos.

El juicio es la fase final de los procedimientos y provisiones del santuario, tanto en el símbolo como en la realidad. Está indisolublemente unido con las provisiones del santuario -o tabernáculo o templo- ya que los términos se usan en forma indistinta.

Debido a su carácter básico, profundicemos algo más en esta verdad fundamental, que es la base reconocida de la fe adventista -pues algunos, en su confusión han llegado hasta a negar la realidad del santuario celestial. Al tratar este tema lo enfocaremos primariamente desde el punto de vista de la evidencia presentada en los libros de Apocalipsis y Hebreos. Sin embargo, es la profecía previa de Daniel la que provee el marco bíblico, y las relaciones para todo lo que sigue. Observémosla en un rápido vistazo.

Daniel 7, 8, y 9 son tan familiares para nosotros que sólo hará falta aludir a lo que contienen. Primero viene la escena del juicio en el capítulo 7:9, 10 -el Anciano de días, con millares de millares de asistentes que le sirven. Luego “el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (7: 10). Esto ocurre después de los altaneros actos del cuerno pequeño papal, pero antes del establecimiento del reino eterno de Dios (v. 14). Esto nos provee la secuencia en el tiempo y sus relaciones.

Este es, por supuesto, el mismo cuerno pequeño que quitó el “continuo” y que “echó por tierra” el “santuario” del “príncipe de los ejércitos”, y atrevidamente “echó por tierra la verdad” del Príncipe (8:11, 12).

Específicamente, se alteraron” los Diez Mandamientos. El sábado fue desplazado por el domingo como día santo de Dios. La vida sólo en Cristo fue sustituida por la inmortalidad del alma. El asperjamiento reemplazó a la inmersión.

El único sacrificio de Cristo en el Calvario fue reemplazado por el sacrificio de la misa en diez mil altares terrenales. El sacerdocio singular de Cristo -quien es tanto Dios como hombre- fue eliminado a cambio de un sacerdocio puramente humano ante esos mismos altares terrenos. Y el pan y el vino de la Cena del Señor fueron suplantados por la hostia y la transubstanciación. Todas las doctrinas se vieron afectadas.

Luego, en el capítulo 8:14, en el momento señalado “el santuario” es “purificado”. El antecedente lo une con las setenta semanas de años de 9:24, llevándonos hasta el “Mesías príncipe” para “poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable” (vers. 24, 25). Este es el luminoso prólogo y marco que nos da el Antiguo Testamento. Es indispensable y fundamental.

Pasaron los siglos. En el momento señalado -dentro del “tiempo del fin”- el movimiento adventista surgió precisamente a tiempo, principalmente para levantar y restaurar la múltiple verdad celestial indispensable que había sido echada por tierra -la verdad del santuario de Dios y sus múltiples implicaciones-, y elevarla a su lugar central y correcto, con sus trascendentales operaciones finales que son parte integrante de ella.

En la profecía paralela de Juan, en el Nuevo Testamento, esta oposición a Dios y “su tabernáculo” se describe como tan grande que este mismo poder -aquí representado con el simbolismo de la primera “bestia” de Apocalipsis 13, que surge del mar de las naciones durante el mismo período profético de los 1.260 días -años- “abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo (skenén), y de los que moran en el cielo” (Apoc. 13:6).

Hay entonces una enemistad incesante contra el templo-tabernáculo de Dios. Y este “tabernáculo” del Apocalipsis se define expresamente en el capítulo 15:5 como “en el cielo el templo del tabernáculo[1] del testimonio”. Desde este templo-tabernáculo, lleno de la “gloria de Dios”, salen las directivas para el derramamiento de las siete últimas plagas (v. 8). Tal es su lugar central y su identificación. Miremos a continuación la descripción múltiple que da el apóstol Juan en el Apocalipsis del “templo” celestial, del “trono”, y del “altar”, como también del “arca de su pacto” (11:19). Esto nos capacitará para tener un panorama de los detalles que impresionaron al vidente, y de sus interrelaciones que el apóstol debía registrar para nuestra información y comprensión. Juan es aquí nuestro guía que describe e interpreta las cosas, como si fuera nuestro “ojo” y “oído” (1:1).

En primer lugar, el majestuoso templo (naos) que Juan ve una y otra vez en visión se menciona dieciséis veces. No sólo se lo llama “templo” (nueve veces), sino “templo de Dios” (11:1, 19), “el templo de mi Dios” (3:12), y “su templo” (7:15). Se indica su ubicación y se lo señala como el “templo que está en el cielo” (14:17). Aun más explícitamente se lo define como “en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (15:5), con su variante simplificada, el “templo del cielo” (16:17).

El “altar” está inseparablemente conectado con él (11:1), así como el candelera de siete brazos (1:12). Es imposible equivocarse en cuanto a la intención de la descripción y localización que hace el apóstol, y la realidad -para él y para nosotros- del templo celestial, o tabernáculo con sus pertenencias sagradas que le fueron mostradas en visión.

Luego está la palabra “trono” que Juan usa un total de 46 veces, 38 de las cuales se refiere al trono de Dios. Por supuesto, es el rasgo central y predominante del templo, y se presenta constantemente delante de Juan en toda la serie de visiones. No es solamente “un trono” (4:2; 20:11) y “el trono” (28 veces), sino es específicamente el “trono de Dios” (cuatro veces: 7:15; 14:5 y 22:1, 3). También es “su [ del Padre] trono” (1:4; 3:21; 12:5), y también “mi trono” [de Cristo] conjuntamente (3:21; véase 7:17). Además Juan definidamente declara que este trono está “en el cielo” (4:2).

Dios es quien está sentado en este trono (4:2, 9; 5:7; 6:16; 19:4; 21:5). Este trono majestuoso está rodeado por un “arco iris” glorioso (4:3), y por asistentes celestiales (4:4, 6; 5:11), los que incluyen una compañía innumerable de ángeles. “Lámparas de fuego” arden delante de él (4:5), y como un mar de vidrio se extiende delante de él. Es el escenario y la fuente de importantes órdenes soberanas, como cuando Juan oyó dos veces una “voz” que salía del trono (16:7; 19:5). Así, el templo y el trono están inseparablemente asociados (16:17), siempre en el cielo. Hay un claro sentido y declaración de realidad de parte de Juan.

El “altar” debía ser específicamente medido. Se lo menciona ocho veces, y en dos de ellas se dice que es el “altar de oro” (8:3; 9:13). Está ubicado “delante del trono” (8:3), y “delante de Dios” (9:13). Debe notarse que también está en el templo (11:1) y había fuego sobre él (8:5).

El ángel, que da la señal para que actúe el Hijo del Hombre que está sentado sobre la “gran nube blanca” y en actitud de espera para volver a la tierra, procede del altar (14:18). Y una voz da la orden por segunda vez desde el altar en cuanto a la vendimia de las uvas de ira para el lagar de Dios. De modo que el altar y el trono están íntimamente asociados.

Tales son algunos de los detalles inspirados en cuanto al templo, su trono, su altar y su arca. Todos ellos están ubicados en el templo, en el cielo. El “Cordero” se menciona continuamente en conexión con el “trono”, ya sea parado junto a él o sentado en él. La adoración continua y el servicio de Dios ocurren “en su templo” (7:15).

Es decir, existe un trono en el cielo, situado en el templo de Dios en el cielo con sus pertenencias tales como el altar de oro y el arca, tan ciertamente como que Dios está en el cielo. Nuestra única esperanza de redención y triunfo se centran en el templo. Nada es más real y verdadero, salvo Dios mismo y el Cordero quienes idearon y realizaron el plan de salvación.

La conclusión es inevitable: verdaderamente tenemos un Cristo real, quien hizo un sacrificio real, por medio de una muerte real. Y después de una resurrección y ascensión reales llegó a ser nuestro verdadero Sumo Sacerdote, que ministra en un santuario real (tabernáculo o templo), en un cielo real, realizando una redención real. Vendrá para reunirnos con El en una segunda venida real. No hay nada más real en el Universo que esta secuencia inexorable -cada aspecto y fase de ella, incluso el santuario.

Sobre el autor: LeRoy E. Froom fue director de MINISTRY durante 22 años y fue secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General desde 1941 a 1950. Este artículo fue adaptado de las páginas 541 a 555 de su libro Movement of Destiny (Review and Herald, Washington, D.C., 1971). Usado con permiso. Su mensaje con respecto a la significación crucial del santuario fue importante en su tiempo y lo es más aún en nuestros días.


Referencias

[1] La palabra griega skené (tabernáculo) aparece tres veces en Apocalipsis (13:6; 15:5; 21:3). Es la palabra idéntica que Pablo usa ocho veces tan significativamente en Hebreos 8 y 9 (8:2, 5; 9:2, 3, 6. 8, 11, 21).