El segundo domingo de mayo, en varios países sudamericanos, es el día dedicado a las madres. No faltarán las expresiones de alabanza, gratitud y exaltación a la mujer madre por el papel protagónico que desempeña. Uno mi voz al coro de los que rinden tan justo y merecido homenaje.
Hoy destacaremos una faceta de la vida de la mujer que es muy apreciada por los que la rodean: La utilidad, diligencia o laboriosidad. Rebeca es un notable ejemplo bíblico de este tipo de mujer. No esperó que el siervo de Abrahán le solicitara un favor sino que, muy dispuesta a servir a ese personaje con quien había tenido un encuentro inesperado, se ofreció para ayudarlo en todo. Esta característica debe acompañar a la mujer, sea casada o soltera, dondequiera que esté: en el hogar, en el trabajo, en la iglesia, en la comunidad. “El ámbito de utilidad que le corresponde a la madre cristiana no debe ser reducido por su vida doméstica. La influencia saludable que ejerce en el círculo familiar puede extenderla, y debe hacerlo, mediante una utilidad más amplia en su vecindario y en la iglesia de Dios” (El Hogar Adventista, pág. 211).
Jessie, mujer de ayer
Jessie era la esposa del pastor Leo B. Halliwell, pionero de la obra en el Amazonas. Me conoció cuando yo tenía un mes. Nuestra familia y la de ella vivieron en la ciudad de Salvador, Brasil, durante cinco años. Tengo recuerdos muy vividos de la Hna. Jessie de entonces, a pesar de mi tierna edad. Después de mi madre, ella era la persona a quien más quería. Mi padre, que era obrero, fue trasladado a otro lugar, pero Dios permitió que quince años después me encontrara de nuevo con la familia Halliwell. En ese entonces yo estaba iniciando mi “carrera” de esposa de pastor. Pudimos trabajar juntos en el territorio de la Unión del Norte del Brasil.
A partir de ese momento creció aún más mi admiración y mi afecto por la Hna. Jessie, pues veía en ella una esposa de pastor consagrada, ferviente y ejemplar. Además de ser muy servicial, tenía una manera cautivante de tratar con las personas. Era enfermera y se dedicaba a ese apostolado dondequiera que estuviese. Al hacer largos viajes con su esposo en la lancha “Luceiro” por los inmensos ríos y canales de la región amazónica, se la consideraba un ángel que traía alivio a los sufrientes de aquella inhóspita comarca. Trabajaba incansablemente, atendiendo gran número de familias cada día cuando, en la década iniciada en 1940, casi nadie escapaba en esa zona del terrible paludismo y sus graves consecuencias. Jessie se entregaba por entero. También era obstetra, y ayudó a nacer a un sinfín de criaturas, muchas de las cuales llevan su nombre como homenaje de sus madres agradecidas.
Cuando volvía de sus viajes, residía en Belén de Pará, sede de la Unión del Norte del Brasil. Todas sus horas y minutos estaban siempre ocupados por el trabajo abnegado en favor de los demás. Cada día la llamaban los hermanos de la iglesia o los vecinos para que les ayudara en la solución de algún problema: de enfermedad, de estudio de los niños, de falta de alimento o ropa. Para todo recurrían a la Hna. Jessie. Cuando llegaba, todos sabían que por lo menos la mitad de sus problemas tendrían solución.
Además de esa atención personal, que la distinguía también como asistente social, se dedicaba a las visitas misioneras. Visitaba tanto a las familias adineradas como a los pobres moradores de los tugurios. Enseñaba a los niños en la escuela sabática y en los ciclos de conferencias. Trabajaba en la Sociedad Dorcas, solicitaba donativos para la recolección, pedía donaciones de amigos de su país para pagar los estudios de jóvenes sin recursos, pero inteligentes y promisorios, que iban después al Colegio Adventista del Brasil (el actual Instituto Adventista de Ensino), de donde salían preparados para trabajar como obreros. En fin, Jessie participaba activamente en toda misión que tuviese por objetivo ayudar a otros. Es una de esas personas de las cuales se puede decir que “sus obras la siguen”.
Mujer de hoy
La generación actual se caracteriza por la diversificación de las actividades. Cada persona quiere alcanzar cierto “status” y cumplir un objetivo específico en la vida. Y para alcanzar su ideal, la mayor parte de esas actividades giran en torno del YO. Pero la ley establecida por Dios desde el principio, y que subsistirá por la eternidad, es la ley del servicio desinteresado. Jesús dijo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor”, y “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mat. 20:26, 28).
Conozco una esposa de obrero cuya dedicación al servicio en bien de los demás es notoria. No deseo identificarla. Cuando quise descubrir el secreto de esa vida tan abnegada, se lo pregunté directamente, y me respondió: “En todas mis oraciones le ruego a Dios que me haga útil para servir a mi prójimo y las oportunidades de ayudar y servir surgen constantemente. Esto me trae alegría y felicidad, y me siento realizada”.
Durante nuestra conversación noté que escribía su diario, y se me ocurrió pedirle permiso para transcribir sólo una semana: ella consintió. Pude comprobar que esta señora, para cumplir con sus responsabilidades de ama de casa, madre, colaboradora de su esposo y consagrada servidora cíe su prójimo, tiene su vida muy bien organizada. Sus actividades están cronometradas, y así cada minuto está bien empleado. Hasta que sus hijos alcanzaron la edad de siete años, no trabajó fuera de casa, pero a partir de entonces comenzó a hacerlo como maestra en el mismo horario en que sus hijos asistían a la escuela.
Por la tarde, después del almuerzo, madre e hijos atienden juntos los quehaceres domésticos; en seguida, mientras ellos hacen sus tareas escolares, ella prepara sus clases para el día siguiente; luego, mientras los niños aprovechan sus momentos libres para estudiar música en horarios alternados, ella sale para servir a los demás o incluso atiende en su hogar a las personas necesitadas. A la hora de cenar toda la familia está reunida, y luego se celebra el culto vespertino.
Cuatro noches por semana sale a hacer visitas o dar estudios bíblicos acompañando a su esposo, y las otras tres noches ambos quedan en casa, dedicando el tiempo y la atención a sus hijos. Todos tienen sus responsabilidades y sus horas libres. Algo muy importante que advertí es que no olvidaron de reservar un momento cada semana para estar con sus hijos. Esto es de gran beneficio para la integración del hogar. En su diario, esta señora no relata los quehaceres domésticos o de rutina, sino sólo los que están relacionados con las actividades misioneras o de beneficencia.
Extractos de su diario
“Lunes 15 de abril. Apenas amaneció me llegó una nota de la Hna. X que me rogaba fuera a su casa con urgencia para que le ayudara a resolver un serio problema. Fui a las cuatro de la tarde.
“Puesto que estaba cerca el día de la madre, algunas personas me solicitaron ideas interesantes para preparar los programas en sus iglesias. Dediqué muchas horas para escoger partes para tres diferentes programas.
“A la ropa de la familia que lavé hoy se agregaron diez sábanas y cinco fundas, pues tuve cinco huéspedes en casa durante dos días, hermanos nuestros venidos del interior. ¡Qué gente consagrada y fiel!
“Martes 16 de abril. Hoy planchamos toda la ropa lavada en el día, pero me interrumpió el teléfono. Pedía ayuda la hermana que se ofreció para hacernos un trabajo, pues su marido siempre bebe y causa muchos trastornos en el hogar. Acompañé a mi esposo en esta visita, por la noche, durante la cual él lo invitó fervorosamente a que dejará la bebida. Le presentó las funestas consecuencias de este vicio, y los beneficios que se obtienen cuando se lo abandona. Prometió dejarlo.
“Otro que llamó por teléfono fue un muchacho que me pidió que le consiguiera una beca para estudiar en el ENA (Educandario Nordestino Adventista) como semiindustrial. Me acordé de un hermano muy misionero y de muchos recursos, y le escribí una carta solicitando la beca para el joven.
“Una señorita me pidió orientación por teléfono acerca de cómo comportarse, pues está sufriendo muchas presiones en su hogar por ser ella la única adventista. Después de orientarla, oré con ella y por ella ahí mismo, por teléfono.
“Miércoles 17 de abril. Los miércoles dedico algunas horas a la costura. Hoy quería coser un vestido nuevo para mi hija Sheila que cumple años la próxima semana, pero como llegó un pedido urgente que debí atender inmediatamente, dejé la costura. Sheila comprenderá que vale más la ayuda que se pueda dar a alguien que usar un vestido nuevo el día del cumpleaños.
“Fui a llevar a la Hna. Z al hospital porque enfermó repentinamente. Su estado de salud era grave; por eso quedó internada. Como es viuda y no tiene con quien dejar a sus hijitos, los traje a casa. Espero que la madre quede tranquila y que las criaturas reciban el calor y el afecto necesarios para sentirse bien en nuestra compañía durante estos días.
“Jueves 18 de abril. Día de hacer las compras para la semana que viene. Me acordé de hacer más comida para darle una parte a la familia vecina que está pasando necesidades. El padre está enfermo hace meses. Con la comida llevé dos folletos sobre la venida de Jesús y la tierra nueva.
“Por teléfono me informaron que la Hna. Y cumple años hoy, es la esposa del celador. Compré un recuerdo y se lo llevé.
“Otra vecina me mandó llamar para atender a su hijo que cayó y se lastimó bastante, pues estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer. Llevé al chico a la asistencia pública.
“Viernes 19 de abril. Preparación para el sábado.
“Compré una Biblia y se la mandé a una persona que se mostró muy interesada en aprender a hacer pan casero y platos vegetarianos. La llamé para enseñarle algo.
“Preparé la charla que debo presentar en la clase de arte culinario el domingo en la iglesia. Seleccioné las cuatro recetas de soja que enseñaremos.
“Por la noche me preparé para dirigir la escuela sabática infantil de la cual soy directora.
“Sábado 20 de abril. Me levanté media hora antes para juntar flores de mi jardín. ¡Qué contraste! Flores para regalar a una madre por el nacimiento de su primogénito, y flores para el sepelio de un anciano.
“Debo llevar a dos niños vecinos a la escuela sabática.
“No puedo olvidarme de llevar el pan que prometí a esa señora interesada que está comenzando a asistir a la iglesia los sábados.
“Se adelantó el ensayo del coro debido al servicio fúnebre. Visitaré al nene antes del ensayo.
“Traje a dos muchachos para almorzar con nosotros, porque viven solos, pues están estudiando. ¡Pobrecitos!
“Domingo 21 de abril. Como tenemos cerca de cien alumnas en el curso de arte culinario, fui bien pronto a la cocina. Además de enseñar la preparación de los platos, me gusta darles a probar un poco de cada plato a cada una. No tenemos tiempo de preparar tantas recetas para dar un pedacito a todas, de modo que tengo que hacer bastantes cosas ya en casa para llevarlas listas.
“Llevé los materiales a la iglesia… Las dorcas todavía no tienen todo el equipo de cocina necesario para las clases. La de hoy trató acerca del poroto soja. Dio un trabajo enorme preparar la leche, el queso y otros dos platos diferentes para que todos lo probaran, pero quedé satisfecha pues a la mayor parte de las alumnas no adventistas les gustó lo que se presentó, y nunca antes se hubieran imaginado que, teniendo la soja un sabor tan extraño, pudiesen preparar con ella platos tan sabrosos. Espero que logremos ganar a algunas de estas personas para Jesús.
“Hubo algunas preguntas sobre las doctrinas de nuestra iglesia. Encuentran interesante que se comiencen las clases con una oración, y que se pida a Dios también por ellas”.
Mujeres de mañana
No tengo dudas de que las hijas de la autora de este diario serán verdaderas mujeres útiles y serviciales el día de mañana. Con el ejemplo y la influencia de su madre, ciertamente seguirán sus pasos. Esta es la forma correcta de transmitir una herencia imperecedera a la generación futura: Mediante el ejemplo.
Mis queridas hermanas, leo en Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 209: “No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, da lugar a que obre el Espíritu Santo en su corazón, y vive una vida completamente consagrada a Dios”.
Sobre la autora: La Hna. Olga S. Streithorst es una escritora ocasional. Su esposo es el director de Asuntos Cívico – Religiosos de la División Sudamericana. Ella trabaja en las oficinas de esa organización.