En las Epístolas Paulinas abundan las instrucciones, las exhortaciones y las explicaciones que atañen a la unidad cristiana. El apóstol Pablo no sólo instruye y exhorta a los miembros laicos en lo tocante a este atributo, sino que en una forma muy definida instruye al ministerio. El ministerio de la iglesia es un elemento indispensable en la edificación del reino de Dios en la tierra. La importante tarea de guiar a la iglesia y a los feligreses está mayormente en las manos del ministerio.
El ministerio debería ser unido, porque sus integrantes han sido enviados por Dios en su misión de misericordia para el mundo. Aunque es la iglesia la que ordena a los ministros y les da su comisión y los dirige en su trabajo, en un análisis final es Jesús quien los envía, y él es la norma de la unidad; por lo tanto el ministerio debería ser unido. El Espíritu Santo es el auxiliador del ministerio.
Cuando estudiamos la obra de la iglesia primitiva y meditamos acerca de ella, no podemos evitar el ser impresionados por la parte importante desempeñada por la unidad cristiana en el ministerio de aquellos tiempos. El ministerio de la iglesia primitiva se reunió con la hermandad en el aposento alto, y allí, mediante la oración y la súplica, tanto como por consulta personal, todos llegaron a estar “unánimes”. El ministro estaba estrechamente unido con el ministro, y los ministros estaban unidos con los creyentes. La cualidad sobresaliente de los apóstoles era la unidad. Trabajaban armoniosamente; con frecuencia se consultaban entre sí; soportaban juntos la persecución. La unidad constituía su primer concepto del servicio.
Hay algunos enemigos de la unidad entre los obreros cristianos, contra quienes debemos estar alerta. Acontece algunas veces, y me alegro porque no es muy a menudo, que surgen diferencias entre obreros cristianos. Tales discrepancias, de un pequeño comienzo crecen hasta alcanzar grandes proporciones. Un obrero cristiano es ofendido por algo que pudo haber dicho otro obrero. A veces surgen parcialidades involuntarias. Cuando ocurre un desacuerdo, el mejor modo de aclarar la situación es la instrucción dada en Mateo 5:24, (VM): “Reconcíliate”. Pese a todo nuestro esclarecimiento intelectual y los grandes descubrimientos realizados en los campos psicológicos, no hay otro método mejor para arribar a la unidad que el hacer lo que el Señor nos ha aconsejado. La fórmula probada y efectiva es: arrepentíos, pedid perdón y olvidad. Nótese que en el pasaje mencionado el Señor no está hablando acerca de las relaciones entre cristianos e incrédulos, sino que habla de las relaciones que deberían existir entre los hermanos. Una manifestación especial de bondad hacia un hermano ofendido no podrá reemplazar a una reconciliación franca, cristiana. La acción de hacerle un obsequio a la persona ofendida no pesará tanto en la balanza como la reconciliación.
En Romanos 12:19 (VM) el apóstol dice a los creyentes que deberían atender a la siguiente instrucción: “No os venguéis, amados míos, sino dad lugar a la ira de Dios; pues que escrito está: ¡Mía es la venganza!” Cuando los obreros están implicados en una diferencia a tal punto que sus relaciones se perturban a causa de malos entendidos que aparentemente no pueden clarificarse, entonces es hora de que asuman una actitud de perdón y que presenten el caso ante el tribunal de Dios.
Otro enemigo de la unidad es nuestra inclinación por aferrarnos a nuestras propias opiniones más allá de límites prudenciales. Escuchad estas palabras procedentes de la pluma de la mensajera del Señor: “Mientras nos aferremos a nuestras propias ideas y opiniones con decidida persistencia, no podremos tenerla unidad por la cual Cristo oró” (Testimonies to Ministers, pág. 30).
Otra fuente de desunión surge cuando un obrero sincero se opone a un grupo de obreros igualmente sinceros. Cuando el obrero se encuentre en este caso, liaría bien en correr a su gabinete y buscar la razón sobre sus rodillas.
El ministerio de la iglesia cristiana es el medio por el cual, en un sentido especial, ha de promoverse la unidad cristiana. En parte extraigo estas conclusiones basándome en el capítulo cuatro de Efesios. Allí nos dice que los dones de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros se han dado “para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”. A medida que nos acerquemos al final del tiempo debe prevalecer una armonía completa en la iglesia.
El apóstol Pablo tuvo buen cuidado de enseñar la unidad a los obreros jóvenes. Lo encontramos escribiéndole a su hijo en la fe, Timoteo, acerca del tema de la unidad justamente al comienzo de la primera epístola. Tal exhortación gira en torno a lo que en aquellos tiempos se conocía como “fábulas y genealogías sin término”. Es evidente que entonces había algunos que tenían la inclinación a dar importancia a ciertos aspectos de la doctrina acerca de los cuales el apóstol dijo: “Que promueven disputas, más bien que edificación divina” (VM). En las epístolas pastorales se da énfasis en la unidad en todas las fases de la obra.
Otro punto que atañe a la relación entre el ministro y la unidad es éste: Cuando se promueven todas las actividades de la iglesia, debería hacérselo en estrecha relación no sólo con los principios de la unidad local o nacional de la iglesia, sino también teniendo en vista los principios de la unidad mundial de la iglesia. Según mi manera de ver, uno de los casos en el cual el apóstol Pablo luchó durante largo tiempo para producir la unidad, fue cuando instruyó a los creyentes corintios a participar en las ofrendas destinadas a los santos de Jerusalén. Pablo comprendía que uno de los resultados de la unidad es el sacrificio por el bien de los santos de los lugares alejados. Podía ser que los corintios se preocuparan de atender a sus propios pobres y necesitados, pero el apóstol quería que reconocieran su deber como santos en beneficio de los santos de Jerusalén.
La unidad cristiana debería ser el hilo de la trama y urdimbre de toda la tela de la iglesia cristiana. Los creyentes deberían estar tan unidos en el cuitó como en el servicio. Una acertada declaración del espíritu de profecía dice: “Algunos obreros trabajan con toda la fuerza que Dios les dio, pero no han aprendido todavía que no deben trabajar solos. En vez de aislarse, trabajen en armonía con sus colaboradores. A menos que lo hagan, su actividad obrará inoportunamente y de una manera equivocada. Su obra contrarrestará muchas veces lo que Dios quisiera que se hiciese, y así su trabajo será peor que inútil” (Obreros Evangélicos, pág. 503).
“No es buena señal cuando los hombres se niegan a unirse a sus hermanos, y prefieren obrar solos” (Ibid.).
Hay maneras sencillas de cultivar la unanimidad en el ministerio. Creo en la sabiduría de expresar aprecio a un compañero ministro por su ejemplo de lealtad, trabajo diligente, prolongado servicio, etc. He observado que el aprecio es un elemento que proporciona ánimo y seguridad a un hermano en el ministerio, y une su corazón y su mano con los de sus hermanos. Dejar de criticar a los co-obreros es ganar la mitad de la batalla en torno a la unidad cristiana. Es razonable creer que Jesús pasó mucho tiempo orando a su Padre en bien de la unidad de sus discípulos.
Los ministros deben orar por sus compañeros de ministerio, y así se forjará una cadena de oro de la unidad.
En nuestro ministerio hay una eficacia que procede de la unidad con nuestros hermanos.
El mismo hecho de que tengamos una foja de servicio limpia en nuestra relación con quienes trabajamos y con Dios, ejercerá una influencia incalculable en nuestro ministerio. El hecho de que vivamos una norma de unidad influirá poderosamente en la gente para hacerla escuchar más seriamente aquello que predicamos. Si un obrero cristiano no está en paz con sus colaboradores y esta condición trasciende, su ministerio quedará afectado negativamente. La unidad cristiana entre los ministros tendrá cada vez mayor importancia a medida que nos aproximemos al final del tiempo. Surgirán situaciones con las cuales los hombres que no están unidos no podrán tratar en forma efectiva. En el corazón de cada ministro debería despertarse la conciencia del poder y la influencia de la unidad cristiana como requisito indispensable para el éxito de todos los proyectos que hacemos como organización. En primer término deberíamos posesionarnos de los grandes principios fundamentales de la unidad cristiana, y luego emprender la tarea de enseñar aquellos principios a la iglesia de Dios mediante el precepto y el ejemplo.
Una cadena no es más resistente que su eslabón más débil. La unidad cristiana de la iglesia de Dios es en cierto grado sólo tan fuerte como la lealtad de cada creyente. Hagamos que la unidad de nuestra iglesia sea poderosa.
Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General.