Quienes somos nosotros, a la luz de la esperanza del Advenimiento.

            Como cristiano adventista, deseo ver a Jesús y creo que él vendrá personalmente. Ahora, con mis sesenta años, firme en la creencia de que la muerte será apenas un descanso hasta que él venga, mi deseo por la inminencia de su venida continúa. Mi deseo por el fin del pecado y del sufrimiento, que destruyó vidas en la Tierra, solamente ha aumentado con el pa­sar de los años.

            El término “última generación” evoca diferentes imágenes mentales. Para algunos, la expresión presenta la incapacidad de la Tierra para sostener infinitamente la vida. Para otros, la devastadora destrucción de la guerra nuclear. Y, todavía, para otros, una calamidad cósmica inminente. Para aque­llos que anticipan la venida de Cristo, estas miedosas predicciones son, ellas mismas, afirmaciones de la venida de Cristo, y ellos mantienen la esperanza de estar entre la última generación.

PROMESAS

            A semejanza de muchos otros, acos­tumbro revisar las promesas de la venida de Jesús. “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hu­biera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2, 3). “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech. 1:11).

            Los primeros creyentes en Cristo fueron confortados con promesas como estas: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor. 15:51-55).

            Creo que es útil repetir estas promesas y muchos otros pasajes bíblicos familiares que proclaman la venida de nuestro Señor: 2 Tesalonicenses 1:10, 1 Corintios 3:13, Apocalipsis 22:7. La bendita esperanza (Tito 2:13) es vital para mi fe y para la de muchas otras personas que comparten creencias cristianas bíblicamente fundamentadas. No tengo ninguna dificultad en confesar que, a veces, las preocupaciones seculares, las decepciones, el sufrimiento o la pecaminosidad del mundo agreden mi confianza en las promesas de la segunda venida de Jesús. En tales ocasiones, el Espíritu Santo utiliza esos textos inspirados para conservar viva, en mi corazón, la bendita esperanza. Todos nosotros, discípulos de Jesucristo, debemos reforzar nuestra bendita esperanza con la garantía de las Sagradas Escrituras.

EL FACTOR TIEMPO

            El tiempo es un problema para nosotros. Hemos esperado, y nuestra esperanza en relación con la segunda venida de Cristo ha pasado de la expectativa al chasco. Me acuerdo del lamento de un fiel tío mío que experimentó la gran depresión estadounidense de los años ’30, la Segunda Guerra Mundial, los temores de una guerra nuclear en los tiempos de la Guerra Fría e incontables calamidades. Él dedicó la vida al servicio cristiano, pero al fin se decía casi desilusionado; la creencia de la venida de Cristo le parecía una esperanza vana. Para algunos, la respuesta a la espera ha sido apoderarse de algunos medios para controlar el momento determinado de la venida de Jesús, como si pudiéramos, por medio de algún esfuerzo propio, transformamos en la última generación. En lugar de eso, deberían someterse totalmente a la providencia divina.

            Nosotros somos un poco parecidos a los chasqueados discípulos de Jesús, que alimentaron la idea de la restauración de la gloria en sus días. El relato realizado por Elena de White sobre la confusión de ellos revela que Jesús intentó nutrir su deseo por el Reino incentivándolos a confiar en su providencia. “Luego, para alentarlos, les dio la promesa: De cierto os digo: hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino” (Mat. 16:27, 28). Pero los discípulos no comprendieron sus palabras. La gloria parecía lejana. Sus ojos estaban fijos en la visión más cercana, la vida terrenal de pobreza, de humillación y sufrimiento. ¿Debían abandonar sus brillantes expectativas del reino del Mesías?”[1]

            ¿Cómo deberíamos referirnos a nuestra esperanza? Esperar crea tensión. Esa tensión es positiva y necesaria. Ella nos desafía a ejercitar la fe, mientras vivimos como buenos mayordomos (Mat. 24:45-51) en el tiempo presente, activa y alegremente cuidando de sus negocios. Aparentemente, Jesús reconoció y alimentó esa tensión, al anunciarles señales que toda generación ha observado como heraldos de su venida.

SEÑALES

            Desde mi infancia, eventos en el mundo natural y acontecimientos en la sociedad han sido notados como señales de la pronta venida de Cristo. Esos eventos han sido una fuente de ánimo, en algún sentido. Maestros de Escuela Sabática, pastores, evangelistas y mi madre describían los desastres naturales, importantes acontecimientos políticos y religiosos, y el aumento del conocimiento en nuestra sociedad, como señales de la pronta venida de Jesús. Aunque estas señales a veces estén en el contexto del sufrimiento humano, las palabras de Jesús sirven para recordarnos que él está viniendo para colocar un fin a esta era.

            Reconocer esos eventos como señales no es apenas un pensamiento deseable; Jesús enseñó que ellos son señales de su venida: “guerras y rumores de guerras”, “hambre y terremotos”, “falsos profetas que engañarán a muchos”, la multiplicación de la iniquidad por la que “el amor de muchos se enfriará” y “será predicado este evangelio del reino a todo el mundo, para testimonio de todas las naciones. Entonces, vendrá el fin” (Mat. 24:6, 7, 11, 12, 14). Estas y muchas otras referencias bíblicas a señales en la Tierra o en la expansión del firmamento afirman y crean un sentido de inminencia del retomo de Cristo mientras pasan los años.

            Pero el tiempo se ha transformado en un problema para nosotros. La reflexión sobre la redundancia de esas señales, mientras los años pasaban, me llevó a examinar la urgencia de mis esperanzas a la luz de la providencia de Dios. Jesús nos advirtió que hay un tiempo determinado que nosotros no conocemos. “Mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin”, “y todo esto será principio de dolores”, “el que persevere hasta el fin, éste será salvo”, “velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mat. 24:6, 8, 13, 42). Los cristianos de Tesalónica fueron aconsejados a espe­rar, pero sin identificar el día de la venida de Cristo (2 Tes. 2). Aparentemente, Jesús presentó la tensión de que recordemos diariamente la promesa de su retomo, pero que confiemos en su providencia mientras cuidamos de sus negocios, del mundo y de sus ciudadanos, a los que él —apasionadamente— desea redimir.

TENSIÓN TEOLÓGICA

            Elena de White escribió: “Pero el día y la hora de su venida, Cristo no los ha revelado. Explicó claramente a sus discípulos que él mismo no podía dar a conocer el día o la hora de su segunda aparición. […] El tiempo exacto de la segunda venida del Hijo del Hombre es un misterio de Dios”.[2]

            En el inicio de mi ministerio pastoral, comprendí la importancia de nutrir la bendita esperanza y evitar el sensacionalismo. Generaciones de cristianos han esperado ansiosamente. En esa seguridad, las personas pueden ser manipuladas por el ir y venir de los acontecimientos. Algunos se han transformado en hábiles para la manipulación de esos eventos. Las noticias del día pueden ser anunciadas como la última advertencia, y el temor puede llenar los bancos vacíos de las iglesias.

            Sin lugar a dudas, Dios desea que nos afirmemos en su promesa. Debemos re- flexionar constantemente en su Palabra. Sin embargo, podemos hacer sensacionalismo de cada terremoto, de cada erupción de la violencia humana y de todo evento político o religioso que llame la atención. Nuestra necesidad es afirmar la inspiración de la Escritura, proclamar el evangelio, magnificar el amor de Dios, de modo que la recurrencia de esas señales sirva como recuerdo de que nuestro Señor prometió venir, y ¡él vendrá!

            ¿Tal vez este cuidado amenaza nuestra fe? No. Nadie debe ir a Cristo por el temor. Estoy convencido, por el testimonio de las Sagradas Escrituras y por los años de trabajo con personas, que solo el amor atrae a personas a Cristo, y el amor tiene más poder que el temor. “La esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom. 5:5). “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (vers. 8). “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:17-19). El amor santifica: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que, si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14, 15).

            Si es recibida, esa advertencia sobre cómo debemos considerar las señales de la venida de Cristo fortalecerá a nuestra iglesia y nuestra misión. No sabemos cuándo Cristo vendrá (Mat. 24:44) ni debemos saberlo. Creo que él vendrá en muy poco tiempo, y las señales me animan a creerlo, así como mi abuela también lo creía. Y si nosotros todavía estamos aquí en la Tierra de aquí a cien años, espero que mis nietos y mis bisnietos hayan atesorado esa creencia también. Ellos deben considerar las señales de la venida de Cristo; pero si los mensajes sensacionalistas fuesen los sustitutos de la cuidadosa exégesis de la Palabra, esa esperanza se ofuscará.

MISIÓN Y TRANSFORMACIÓN

            Después de años de servir a la iglesia de Dios, mi observación es que la fiel mayordo­mía de la esperanza hecha expectativa produce el control de nuestra necesidad humana. La transición es sutil, vestida de lenguaje espiritual, pero humana en su naturaleza. Estamos inclinados a creer que influimos en el tiempo determinado de la venida de Cristo, creyendo que estamos retardando su venida o que podemos apresurarla. Vestido de tonos religiosos, ese pensamiento provee el control que necesitamos.

            De la creencia de que su Venida está tan próxima que debemos ser la última genera­ción, somos llevados a creer que podemos transformamos, por nuestros propios esfuer­zos, en la última generación. Determinamos dentro de nosotros mismos ser un pueblo de calidad especial, diferente, como el mun­do jamás conoció, ajustado para la venida de Cristo. Oramos por esa transformación. Ser más semejantes a Jesús es el deseo de nuestro corazón. Cuanto más tiempo seguimos a Jesús, más esa obra de trans­formación será experimentada. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18). La exégesis del texto sugiere al apóstol Pablo reflejando la justicia de Cristo y, al mismo tiempo, experimentando una continua y progresiva transformación pro­vista por el Espíritu Santo. Nada del texto sugiere que esa obra tiene un punto final.

            Correctamente entendida, la continua obra transformadora del Espíritu Santo nos ayuda a comprender la misión de la iglesia, el llamado para reunir a un pueblo que se haga más y más semejante a Jesús mientras espera el día de su venida. De acuerdo con lo que escribió Elena de White, “si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra Tierra con poder y grande gloria”.[3]

            En el mismo contexto, ella dice: “Mediante la proclamación del evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor” .[4] El contexto del comentario es una reflexión sobre el propósito de Dios para la misión de la iglesia. No debemos cumplir nuestra misión apenas por la emisión de avisos, sino llevando personas a Jesús. Ella resalta la misión con la que la iglesia debe comprometerse y sugiere que el fin de la historia podría haber sido antes de nuestro tiempo, si el trabajo hubiera sido fielmente realizado.

            Algunos puntos son dignos de nota al examinar este pensamiento: (1) Esto se refiere a una señal: la predicación mundial del evangelio. (2) Los pensamientos no son construidos como una referencia a una supuesta naturaleza espiritual superior del pueblo de Dios. (3) No hay referencia a la condición moral humana como siendo determinante. El pensamiento de Elena de White reflexiona sobre el llamado a la misión.

JESÚS ESTÁ VINIENDO

            Es imperioso notar, e importante repetir, que los pensamientos inicialmente mencio­nados responden al llamado de Jesús a sus discípulos para el compromiso de ellos con la misión. Esperar por la venida de Jesús significa cuidar de sus negocios, compartiendo el evangelio y su amor. Esperar no significa inercia ni foco en el propio yo. Jesús nos llamó para ser abnegados servidores de la iglesia mientras esperamos.

            La creencia de que somos la última generación por causa de nuestro desempeño espiritual nos lleva a enfocar sobre nosotros mismos. Eso nos lleva al moralismo y al per­feccionismo como fines en sí mismos, y sustitutos de la fe y de la humilde proclamación de la gracia de Dios. La relación vital de la fe con la vida transformada puede haberse perdido. El mensaje de la última generación es el amor de Dios, su gracia, su poder redentor, el llamado para servir como fieles mayordo­mos de sus negocios en el tiempo presente y la alegría en la promesa de su Venida.

            Espero estar entre la última generación. ¿Tú también lo deseas? Esta última generación puede ser la nuestra, o alguna generación futura. No sabemos cuándo él vendrá, ni lo necesitamos saber. Él vendrá cuando menos lo esperamos (Mat. 24:44). Las condiciones en la Tierra indican que el segundo advenimiento de Cristo está próximo. ¿Podría ser hoy? Esa pregunta ¿crea alguna tensión? Prevemos un tiempo de angustia como nunca hubo (Mar. 13:19), aunque entendemos que, para muchos de los hijos de Dios, ese tiempo es ahora. [La última generación puede ser sorprendida por su aparición en las nubes de los cielos!

            Esto es lo que sabemos: ¡Jesús está volviendo! El tiempo no es problema para Dios. Los redimidos le darán gloria y la bienvenida, con alegría, en el tiempo determinado por él. Mientras eso no ocurre, cuidemos de los negocios de nuestro Padre celestial.

Sobre el autor: Director del programa de doctorado en la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 388

[2] __________, ibíd., p. 586.

[3] _______, ibíd., pp. 587, 588.

[4] _______, ibíd., p. 587.