El término “Armagedón” aparece solo una vez en el libro de Apocalipsis: “Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón” (Apoc. 16:16). Los intérpretes acostumbraban traducir este nombre como “Montaña de Meguido”, pero esta no indica el verdadero significado de la palabra Meguido o Magedon (Mageddon), como lo hacen los manuscritos griegos del Apocalipsis. Es interesante que la Septuaginta transcribe el nombre de la ciudad de Meguido como Mageddo (2 Crón. 35:22; Juec. 1:27; Jos. 12:21). Pero, en una ocasión, ella parafrasea la expresión “la planicie de Meguido” como “la planicie de la matanza”, o de la destrucción (Zac. 12:11).

El nombre Har-Magedon, en Apocalipsis 16:16, indica la naturaleza del evento que ocurrirá cuando los espíritus demoníacos reúnan a todos los poderes políticos del anticristo en contra de Dios y el pueblo de Cristo. Según la providencia de Dios, su destino será la extinción. Por esto, Isbon T. Beckwith concluye: “Es un nombre imaginario para designar la escena de la gran batalla entre el anticristo y el Mesías”.[1]

Robert H. Mounce considera el Armagedón como el clímax de la historia de la salvación: “Donde sea que ocurra, el Har-Magedon es un símbolo de la subversión final de todas las fuerzas del mal hacia el poder de Dios. El gran conflicto entre Dios y Satanás, Cristo y el anticristo, el bien y el mal, que está detrás del desconcertante curso de la historia, terminará en la lucha en que Dios será victorioso y llevará consigo a todos lo que depositaron su fe en él”.[2]

Figuras del Armagedón

En relación con el trasfondo histórico de la ciudad de Meguiddo, los expositores se refieren principalmente a la histórica guerra de Israel contra los reyes hostiles de Canaán, conmemorada en el cántico de Débora (Juec. 5). El Señor intervino desde el cielo mediante una lluvia torrencial, tanto que “los barrió el torrente de Cisón” (Juec. 5:21). León Morris y otros ven esta guerra victoriosa de Jehová como “un símbolo de la derrota final de todas las fuerzas del mal por un Dios todopoderoso”.[3]

Esto levanta la pregunta de cuán importantes son las guerras de Jehová en la Biblia hebrea. Si el Armagedón es la lucha divina final contra sus enemigos declarados, entonces las batallas previas de Jehová sirven como tipos o prefiguraciones de su conflicto apocalíptico. Los actos divinos de juicio y salvación son básicamente uno en naturaleza y propósito, en todos los tiempos.

El cántico de Débora señalaba hacia el futuro, pues concluye con un pasaje que tiene una perspectiva apocalíptica: “Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza” (Juec. 5:31).

El Armagedón será diferente de sus tipos por el hecho de que toda la población mundial se dividirá entre el pueblo de Dios y aquellos que son sus enemigos declarados.

Contexto apocalíptico

Apocalipsis 16:13 al 16 registra una visión distinta, que parece interrumpir el flujo entre la sexta y la séptima plaga. Podemos entender el interludio con una descripción de cómo los espíritus demoníacos preparan al mundo para la última guerra divina. Las visiones subsecuentes explican que el Armagedón es la confrontación final entre la Babilonia de los últimos días y el Mesías (ver Apoc. 17:14; 19:11-21).

Mounce explica que “los espíritus inmundos proceden de las bocas del triunvirato impío, lo que sugiere una propaganda engañosa y persuasiva que, en los últimos días, llevará a los hombres a un compromiso incondicional con la causa del mal”[4]

Pero ¿cuál es, en verdad, la “causa del mal’? El texto dice: “van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (vers. 14). Algunos entienden que estas palabras anticipan un conflicto mundial entre las naciones de Oriente y Occidente. Tal especulación puede ser defendida solo si se retira el pasaje de su contexto.

El clímax del Apocalipsis tiene que ver con un mal mucho más serio a la vista de Dios: fuerzas religiosas apóstatas conducirán a todos los poderes políticos de la Tierra a que se unan en una causa común, provocando la guerra contra el pueblo de Dios. Esa es la “causa del mal” que provocará la intervención de Dios y el juicio de su guerra santa contra Babilonia. Una guerra contra Dios es una guerra contra su pueblo. El hecho de que el pueblo de Cristo está en el centro de la guerra apocalíptica puede inferirse de la advertencia de Jesús: “He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza” (Apoc. 16:15).

Cristo convoca a sus seguidores a fin de estar espiritualmente despiertos y preparados para el momento crítico y final de la historia. Beckwith destaca el asunto religioso en el Armagedón: “La reunión de todas las fuerzas de la bestia para la batalla dará inicio a la crisis suprema para los santos”.[5]

Inspirada por Satanás, la unión de todos los poderes políticos y religiosos se vuelve en contra del pueblo de Cristo. Podemos ver su significado únicamente a la luz de la batalla cósmica entre Dios y Satanás. Mervyn Maxwell concluye que “la batalla del Armagedón no será la Tercera Guerra Mundial, porque en el Armagedón los reyes de la Tierra son reunidos por los demonios para luchar contra el Cordero, no entre ellos”.[6]

La gran pregunta es: ¿quién gobernará el universo? La gran controversia comenzó en el cielo y continúa en la Tierra desde la caída de Adán (Apoc. 12:7-9; Gén. 3:15). Los ángeles caídos constantemente reúnen a líderes políticos y militares para destruir a la iglesia de Cristo. “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles” (Apoc. 17:14).

Esa es la explicación del motivo que conducirá a nuestro mundo a la batalla del Armagedón. Al mismo tiempo, se les asegura a los creyentes que Cristo triunfará, porque su señorío supremo fue establecido en el sacrificio expiatorio como Cordero de Dios.

La guerra

¿De qué manera los reyes de la Tierra harán guerra en contra del Cordero de Dios? George B. Caird explica: “El único modo por el cual los reyes terrenales pueden trabarse en batalla contra el Cordero es por medio de sus seguidores. La guerra es, por lo tanto, otra referencia a la gran persecución”.[7]

La visión joanina del Armagedón en Apocalipsis 19 revela la respuesta de Dios a la conspiración satánica contra el pueblo de Cristo. El revelador contempló a Cristo como el guerrero divino, que montaba un caballo blanco de batalla y regresaba para rescatar a su pueblo (Apoc. 19:11-19).

La visión de la segunda venida de Cristo proclama que él vendrá para rescatar a su iglesia y ejecutar el juicio sobre los impíos, tal como lo anuncian las Escrituras (Sal. 2:9; Isa. 11:4). Pablo enfatizó este doble aspecto de la venida de Cristo, cuando escribió que él castigará a los perseguidores de su pueblo con “destrucción eterna” en el día en que venga para ser glorificado en sus santos (2 Tes. 1:5-10).

El nombre “Fiel y Verdadero” es la garantía de que Cristo será fiel al regresar en la hora de la emergencia universal. Él es fiel a sus promesas, y las consumará con la arrebatadora magnificencia y el brillo flamante de su presencia.

Banquete para las aves

“[…] Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes […]” (Apoc. 19:17,18).

Esta convocatoria a las aves de rapiña contrasta con la primera invitación: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. Dios proveerá un banquete para Babilonia en el Armagedón; y otro para el Israel, reunido en el Monte Sion (Apoc. 18:4; 14:1). Estas comidas representan destinos opuestos: el alto gozo del compañerismo con Cristo en el cielo, contra la angustia indescriptible de la separación total de Dios. Es una responsabilidad intransferible escoger entre el Cordero y la bestia, entre Cristo y el anticristo.

El hecho de que un ángel esté “en pie en el sol” (vers. 17) invitando a las aves para la cena de Dios sugiere una proclamación de importancia cósmica y universal. La certeza del triunfo divino garantiza a las aves que recibirán su carroña. Todo el mundo será una montaña de destrucción, un Har-Magedon. “Todas las personas” sobre la Tierra estarán involucradas.

Las aves son llamadas para devorar la carne de todos los guerreros muertos que lucharon contra el divino Soberano. Cristo advirtió a Jerusalén

“Donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas” (Luc. 17:37). Él usó esa expresión idiomática para advertirle a la nación de Israel de que rechazarlo como Mesías la llevaría a la decadencia espiritual y a la ruina. El cumplimiento de la predicción de Cristo se hizo realidad cuando Jerusalén experimentó su “Armagedón” en el año 70 d.C. El principio básico del juicio divino sobre Jerusalén permanece inmutable para el mundo que rechace a Cristo: el rechazo a su soberanía.

La liberación

El Apocalipsis focaliza el asunto en la gran controversia (Apoc. 19:19, 20), pues el Armagedón es el resultado de la apostasía universal contra Dios y Cristo. El planeta se unirá en rebelión política y religiosa contra Cristo y sus verdaderos seguidores. Ningún conflicto político o militar entre naciones occidentales y orientales cumple la condición fundamental para el Armagedón.

En esa batalla, solo hay dos ejércitos que se confrontan. De un lado, los reyes del mundo que siguen a las autoridades religiosas apóstatas y a los espíritus de demonios. Del otro lado están los reyes del oriente, que traen el juicio sobre esa conspiración universal contra Dios y su pueblo. Los dos tipos de “reyes” oponentes han llevado a muchos intérpretes a la convicción de que “los reyes del oriente” no pertenecen al mundo babilónico, sino que son redentores celestiales del pueblo de Dios. Estos libertadores reales no podrían ser líderes humanos, porque los “reyes de todo el mundo” fueron engañados y convencidos de unirse a Babilonia.

En el contexto de Armagedón, Juan llama a Cristo “Señor de señores y Rey de reyes” (Apoc. 17:14; 19:16). Esto se debe a que él comanda a los ejércitos de los cielos hacia nuestro planeta para acabar con la guerra cósmica entre Dios y Satanás. Esa será “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso”. La batalla del Armagedón es la última plaga que caerá sobre Babilonia. Aquellos que deseen dejar la ciudad sentenciada necesitan hacerlo antes de que las plagas caigan y se cierre el tiempo de gracia para la humanidad. Dios, en su providencia, proveyó un llamado final para el escape de Babilonia en el tiempo del fin. Aquellos que obedezcan al ultimátum divino formarán parte de su pueblo remanente.  ¡Para ellos, el Armagedón será el día de su liberación!

Sobre el autor: Profesor de Teología, fallecido en marzo de 2011.


Referencias

[1] Isbon T. Beckwith, The Apocalypse of John (Grand Rapids: Baker, 1979), p. 685.

[2] Robert H. Mounce, The Book of Revelation. The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1977), p. 302.

[3] León Morris, The Revelation of St. John. Tyndale NT Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1973), p. 200.

[4] Robert H. Mounce, ibíd., p. 299.

[5] Isbon T. Beckwith, ibíd, p. 684.

[6] C. Mervyn Maxwell, Urna Nova Era Segundo as Profecías do Apocalipse (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 1998), p. 459.

[7] George B. Caird, The Revelation of St. John (Nova York: Harper and Row, 1966), p. 220.