Una vislumbre del ideal divino para el ministerio

Si alguna vez has visto alguna obra literaria, musical o científica dividida en tres partes que se conectan o se complementan, tienes una idea de lo que es una trilogía. Por ejemplo, en literatura tenemos la Trilogía cósmica, de C. S. Lewis; en las películas, Volver al futuro, de Robert Zemeckis y Bob Gale; y en las tragedias griegas, la trilogía tebana de Sófocles. Pero también en la Biblia encontramos algo así como una trilogía en el proceso de salvación: justificación, santificación y glorificación.

Imagina tu experiencia con Dios desde tres perspectivas complementarias. ¿Cómo sería el contenido de los tres libros, o incluso la película, de tres partes de tu vida? En la carta de Pablo a la iglesia de Éfeso, identifiqué la idea de una trilogía. En los primeros capítulos (Efe. 1-3), Pablo presenta su concepción de la unidad en Cristo. En la segunda parte (Efe. 4-6), se responde para qué existe la iglesia y cuál es su verdadera función en el plan de Dios. El apóstol aborda la experiencia individual, la familia, la iglesia como comunidad y su relación con el mundo (ver Efe. 4:1-3; 25-32; 5:22-32; 6:1-9). Con gran convicción, dice: “Un solo cuerpo, y un solo Espíritu, como también es una la esperanza a la que fuisteis llamados” (Efe. 4:4). ¿Cómo podemos identificar una trilogía en este versículo?

La palabra clave

Destaco “llamados” como palabra clave en Efesios 4:4. El término denota una acción del Espíritu Santo en relación con la metáfora del cuerpo. Esta metáfora fue utilizada por Pablo en diferentes cartas. Pero, para los efesios, el apóstol fue más resuelto y abarcador. En ese cuerpo, que es la iglesia de Dios, Cristo es la cabeza, nosotros somos los miembros y el Espíritu es quien garantiza la vitalidad de este cuerpo espiritual (Efe. 5:23, 24). Por tanto, Cristo es el único Señor de la iglesia, está sentado a la diestra del Padre y el Espíritu Santo es la garantía de nuestra herencia, hasta el día de la Redención, cuando Jesús vendrá en

gloria (Efe. 1:13, 14, 20-22; 4:5).

Así, según Efesios 4:4, fuimos llamados por el Espíritu Santo a tres experiencias especiales: llamados a un solo cuerpo, a una sola esperanza y a una sola vocación. Identificar cada perspectiva de este llamado es fundamental para comprender el ideal de Dios para nuestra vida.

Llamados a un cuerpo

La metáfora del cuerpo es un lenguaje ilustrativo de la iglesia de Cristo usado por Pablo también en otras cartas (1 Cor. 12:12- 31; Col. 3:15). Algunos teólogos han llegado a la conclusión de que esta analogía es una definición completa de la iglesia,[1] y el énfasis en el llamado muestra que Jesús apunta a la unidad de los cristianos bajo su mandato. Oró por este propósito, que presenta a la iglesia como un organismo espiritual en lugar de una estructura organizativa (Juan 17:21). El cristiano es parte de un organismo vivo, la familia de Dios, siendo el objeto supremo de su afecto, por encima de cualquier otro vínculo.[2] La presencia del Espíritu Santo constituye a la iglesia y es la base de su unidad en Cristo.[3]

Esta unidad presupone dos realidades indispensables: el carácter de los miembros, que se revela por el fruto del Espíritu Santo (Gál. 5:22, 23), y las competencias de cada miembro, manifestadas en los dones espirituales (1 Cor. 12:1-11). Jesús ilustró esto en las parábolas de Mateo 25.

En la parábola de las diez vírgenes (vers. 1-13), señaló que la iglesia necesita ser llena del Espíritu a fin de estar preparada para la venida del Esposo. En la parábola de los talentos (vers. 14-30), enfatizó que todo miembro es fortalecido por el Espíritu a través de los dones espirituales, y su misión es ser fiel de acuerdo con los talentos que le hayan sido dados. En la última parábola (vers. 31-46), consideró que la prueba final del cristianismo práctico está en la evidencia del fruto del Espíritu Santo, la compasión por los vulnerables y desvalidos.

Tales cristianos caminan en el Espíritu, se transforman al contemplar a Jesús y reflejan su imagen (Gál. 5:16; 2 Cor. 3:18).

En la trilogía del llamado, esta viene a ser la primera parte, que caracteriza la vida de todo aquel que acepta la invitación de Cristo. Piensa en tu conversión y trata de recordar cada hito, así como tu crecimiento en la gracia del Señor. Dios tiene una iglesia, y todos los que aceptan el llamado divino descubren el propósito sublime por el cual deben vivir.

Llamado a una esperanza

Además de pertenecer al cuerpo de Cristo, cada miembro necesita comprender la razón de su existencia como cristiano. Tenemos la esperanza de la salvación por la gracia de Jesús (Rom. 5:1-5; Tito 2:11-14), y de su venida gloriosa (Juan 14:1-3; Heb. 10:28). Sin embargo, esta esperanza no es pasiva, pues mientras esperamos, Dios nos despierta a la misión (Mat. 28:19, 20; 2 Ped. 3:9-13).

En la víspera de la Crucifixión y el día de su ascensión, Jesús aseguró a sus discípulos que enviaría al Espíritu Santo a fin de que la iglesia estuviera preparada para predicar el evangelio eterno (Juan 16:7-11; Hech. 1:8; Mat. 24:14; Apoc. 14:6). En el énfasis en la misión se destaca el involucramiento de todos; después de todo, el ministerio pertenece a toda la iglesia, no a una élite exclusiva.[4] Todos los que se reconcilian con el Señor se convierten en sus embajadores y son parte del ministerio de la Reconciliación (2 Cor. 5:18-20). ¡No hay excusa para esquivar la misión!

En este sentido, Elena de White escribió: “A todo aquel que llega a ser partícipe de su gracia, el Señor le señala una obra que hacer en favor de los demás. Cada cual ha de ocupar su puesto, diciendo: ‘Heme aquí, envíame a mí’ (Isa. 6:8). Al ministro de la Palabra, al enfermero misionero, al médico creyente, al simple cristiano, sea negociante o agricultor, profesional o mecánico, a todos incumbe la responsabilidad. Es tarea nuestra revelar a los hombres el evangelio de su salvación”.[5]

La pregunta imperativa es: ¿Cómo describirías esta parte de tu historia como misionero? Si tuvieras que escribir el segundo volumen de la historia de tu iglesia, ¿qué episodios contarías? ¿Qué personas convertidas por tu influencia directa menciona rías? Esa sensación de logro es muy importante. Sin embargo, cada miembro del cuerpo de Cristo tiene una vocación específica. Y eso hay que entenderlo bien.

Llamados a una vocación

La palabra “vocación”, en realidad, no se encuentra en el texto griego. La Nueva Versión Internacional está más cerca del texto en el idioma original, porque dice: “Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza” (Efe. 4:4).

El contexto inmediato, sin embargo, justifica la traducción que incluye la palabra vocación.[6] En este capítulo, Pablo describe una de las listas de dones espirituales específicos, cuya principal característica tiene que ver con los dones capacitadores y funcionales de la iglesia (Efe. 4:11-14). Así, la palabra vocación alude a la particularidad de la misión para cada miembro del cuerpo de Cristo. Al fin y al cabo, todos están llamados a una misión, pero cada uno tiene su propio perfil misionero, según la habilitación que le otorga el Espíritu Santo (1 Cor. 12:11).

El apóstol Pablo mencionó su llamado específico. Escribió: “Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús […]” (1 Cor. 1:1). La influencia que ejerció en los inicios del cristianismo como escritor, maestro y predicador entre los gentiles es prueba de su vocación. El contexto de la carta a los Corintios demuestra que la iglesia local cuestionó su apostolado (1 Cor. 4:1-5; 9:1-23). Por lo tanto, Pablo enfatiza intencionalmente su vocación como apóstol para que los cristianos conozcan su convicción de la vocación.[7] En efecto, así como en el caso del apóstol, en la unidad del cuerpo de Cristo cada miembro tiene su propia vocación. Y por esto, en la iglesia no hay razón para la envidia, los celos ni el orgullo. Somos dotados por el Espíritu para realizar la obra del Señor.

Escribiendo a los Hebreos, Pablo menciona un principio fundamental: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Heb. 5:4). Sin duda el Señor quiere obrar en cada uno de nosotros. Todo lo que necesitamos es someternos a su voluntad y soberanía, sabiendo que él se manifestará en nosotros para su gloria, permitiéndonos cumplir nuestra misión (Fil. 2:5-8; Hech. 20:24; 1 Tes. 2:8; Apoc. 2:10).

Con esto en mente, siempre es bueno recordar que “la obra de Dios en esta Tierra no podrá nunca terminarse antes de que los hombres y las mujeres abarcados por el total de miembros de nuestra iglesia se unan a la obra, y aúnen sus esfuerzos con los de los pastores y los dirigentes de las iglesias”.[8] ¡El Señor cuenta con todos!

Considera tu perfil y los dones que puedes identificar en tu ministerio. ¿Cómo sería esa última parte de tu propia trilogía del llamado? Ciertamente, tus historias muestran tu perfil misionero, así como la singularidad de tu vocación.

Conclusión

Fui bautizado hace casi 40 años y he estado en el ministerio pastoral durante 32. He servido como pastor de iglesia, secretario de departamento y administrador. Fueron 16 años tratando directamente con las iglesias locales y 16 años en la Administración. Sin embargo, recientemente ha sucedido lo inesperado. En un examen de rutina, lamentablemente me diagnosticaron cáncer de colon.

Después del susto inicial, traté de cuidarme, siguiendo las indicaciones médicas e intensificando la práctica de los ocho remedios naturales. Tuve que operarme para extirpar el tumor. La cirugía fue un éxito, ¡gracias a Dios! Aproveché esta fase de tensión para reflexionar mucho, y aprendí varias lecciones para mi vida. Concluí que la verdadera realización no depende de dónde estoy, qué hago, qué tengo o cómo soy, sino únicamente quién soy en Cristo desde el día que él me llamó (2 Cor. 5:17-20).

Reafirmando la certeza del llamado, sabiendo que soy miembro del cuerpo de Cristo y que el Espíritu Santo me ha dado un lugar único en el ministerio, me hace imaginar mi trilogía con muchas aventuras y sorpresas, pero también con muchos logros y victorias.

El viaje no ha terminado, pero como Pablo, podemos decir a su debido tiempo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:7, 8).

Sobre el autor: secretario ministerial de la Iglesia Adventista para los Estados de Bahía y Sergipe.


Referencias

[1] J. Millard Erickson, Teologia sistemática (São Paulo: Editora Vida Nova, 2015), p. 1001.

[2] Francis D. Nichol (ed.), Comentário bíblico adventista (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira), p. 1.133.

[3] Francis Foulkes, Efésios: Introdução e Comentário (São Paulo, SP. Editora Vida Nova, 2011), p. 93.

[4] Rex Edwards, Um Ministério Para Todos (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2021), pp. 48, 49.

[5] Elena de White, El ministerio de curación, p. 106.

[6] 6 [Nota del traductor: la RVR 95 incluye tanto la palabra “esperanza” como “vocación”; “como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación”.]

[7] Gordon Fee, 1 Coríntios: Comentário Exegético (São Paulo: Vida Nova, 2019), p. 25.

[8] White, Obreros evangélicos, p. 364.