En agosto de 2018, junto con mi esposa, Liliane Vassallo, llegué a la ciudad de Sucre, capital constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia, con la misión de pastorear el distrito Sucre Norte. La población local está conformada por personas que hablan castellano, en la zona urbana, y el quechua, en el área rural.

El territorio de mi distrito es muy desafiante, en virtud de sus largas distancias por recorrer, los cambios climáticos imprevisibles y la dificultad de acceso de medios de transportes. Sin embargo, para mí, el obstáculo más desafiante era entender el idioma quechua. ¿Cómo haría para comunicarme con los hermanos de la iglesia?

Mi esposa y yo comenzamos a orar para que Dios proveyera los instrumentos y los medios necesarios para cumplir con la misión encomendada. Entonces, conocí al hermano David Aguilar Mallcu, anciano de una de mis iglesias. Le pedí que fuera mi guía y mi traductor, lo que resultó ser una bendición. Entendí que Dios tiene repuestas oportunas y que no hay barreras para él.

Empezamos visitando las iglesias del campo. En nuestro primer viaje, salimos en una motocicleta y recorrimos una distancia de 93 kilómetros por una carretera totalmente accidentada. En el segundo viaje, debido al impedimento de utilizar la carretera por motivo de las lluvias, viajamos a pie en una caminata de seis horas cruzando el Río Pilcomayo. Los logros en medio de las dificultades y las providencias divinas afianzaron nuestra labor en medio de las comunidades rurales.

Pero el viaje misionero que dejó huellas en mi corazón fue el viaje a la congregación de “Media Luna”, que es la más lejana y de difícil acceso. Iniciamos el primer tramo hasta llegar a Oronkota, una de nuestras iglesias en la zona rural. Descubrimos allí que no había camino hacia Media Luna. La única manera de llegar al lugar era por un camino que bordeaba los valles, las colinas empinadas, y cruzando ríos que en esta época de lluvia estaban llenos de agua. Los hermanos del lugar, presintiendo que el pastor no aguantaría la caminata, miraron fijamente mis zapatos y dijeron: “Esos zapatos no son los adecuados para este camino pedregoso”.

Emprendimos el viaje a las diez de la mañana. Mientras cruzábamos las pocas aldeas en el trayecto, los lugareños se mostraban incrédulos y decían en quechua: “Su pastor, por ser ‘gringo’, jamás logrará llegar a Media Luna”. A pesar de esas reflexiones negativas, continuamos el viaje. Por la gracia de Dios, las aguas del río habían bajado de nivel, y logramos cruzar sin mayores dificultades.

Sin embargo, llegó la noche y, con ella, el frío y el hambre. Confieso que me pregunté: “¿Será esto necesario? Podría hacer este viaje en mayo, después de las lluvias”. Entonces, vinieron a mi mente las palabras del presidente de mi Campo: “Un pastor debe estar donde están sus ovejas”. Eso me hizo reflexionar, en silencio: “Los hermanos de Media Luna están esperando a su pastor”. El Espíritu Santo me animó a continuar. Sabía que, en Sucre, mi esposa oraba incesantemente para que yo alcanzara con el mensaje de esperanza a los hermanos del área rural.

De pronto, sentí que el cansancio y el hambre habían desaparecido. El reloj marcaba casi la medianoche cuando el hermano David dijo: “Llegamos a Media Luna”. Después de catorce horas de caminata, estábamos exhaustos, pero felices. El rostro de mis hermanos reflejaba alegría; se veían motivados porque su pastor estaba con ellos. Permanecimos algunos días para visitar a las personas, bautizar nuevos miembros y predicar acerca del sábado. Fue una experiencia única que jamás olvidaré.

El domingo regresamos por el mismo camino. Esta vez salimos a las cinco de la mañana y demoramos solo diez horas para llegar a Oronkota. Permanecí con ellos por una semana. Un detalle, sin embargo, no pasó desapercibido: al visitar a los hermanos, usaba los mismos zapatos que ellos dijeron que no eran los apropiados para caminar a Media Luna. ¡Nuestro Dios es un Dios de milagros!

En esta experiencia comprendí que debemos tener la misma pasión que hubo en nuestro Salvador Jesús. Somos la extensión de las manos de Dios en esta Tierra para llevar esperanza y salvación a los que sufren en el campo o en la ciudad. Así como Cristo dejo todo, debemos también dejar en muchas ocasiones nuestra zona de comodidad para cumplir con la misión. ¡Ejerzamos nuestro ministerio con esa misma motivación!

Sobre el autor: pastor en Sucre, Bolivia.