Los miembros de iglesia enfrentan problemas por demás, durante la semana. El culto debe ser una fuente de confort, ánimo y esperanza.
¿Quién está enojado?”, me preguntó un visitante, recibiendo mi saludo mientras despedía a los adoradores luego del culto. Y salió apresurado, antes que tuviera la oportunidad de responder. Me quedé pensando en esa pregunta, durante muchas semanas. Finalmente, resolví buscar todos los bosquejos de sermones que había predicado antes y que, por ventura, todavía estuvieran archivados. De todos modos, no eran muchos, al comienzo de mi pastorado. Y los examiné muy detalladamente. Intenté recordar mi tono de voz, las expresiones faciales y las emociones reveladas durante la entrega de cada mensaje. Dolorosamente, llegué a la conclusión de que la pregunta de mi extraño interlocutor tema sentido.
El escrutinio me reveló que mi voz era antinatural, autoritaria, no conversacional, a veces muy alta, y sonaba airada. Inmediatamente después, leí acerca de un predicador escocés que recomendaba a los predicadores que hablaran como moribundos a moribundos. También asistí a clases dictadas por un capellán de hospital, en las que aprendí acerca de la predicación terapéutica. Absorbí cada palabra de ese profesor, porque mis sermones, hasta entonces, habían sido cualquier otra cosas menos terapéuticos. Y estaba ansioso por cambiar.
Cómo comenzar
Escuche sus sermones en un grabador, CD, o escúchelos en DVD o cinta de video, en caso de que pueda utilizar estos recursos. Mientras esté escuchando o mirando, póngase en el lugar de algún oyente que esté enfrentando tiempos difíciles, en su congregación. Imagine que perdió un hijo en un accidente. Intente pensarse recientemente divorciado o rechazado por su novio o su novia. Y hágase estas duras preguntas: ¿Acaso este sermón transmitió esperanza? El tono de mi voz ¿fue agradable? ¿Por qué hablé tan alto? ¿Por qué, a veces, empleé una tonalidad tan áspera? ¿Algún oyente fue llevado a buscar mi aconsejamiento, después de escucharlo? ¿Utilicé palabras ríspidas? ¿Fui crítico?
Conozca su congregación
La visitación pastoral es muy importante. Sus sermones nunca podrán ser terapéuticos si no conoce a los miembros de su iglesia y si ellos no han desarrollado una relación de confianza con usted; a fin de cuentas, no querrán seguir atendiéndose por un médico que nunca examinó ni evaluó sus síntomas. Toda modalidad de tratamiento es inútil sin una diagnosis. Tampoco podrá predicar sermones terapéuticos si no conoce las luchas de las ovejas que están bajo su cuidado.
Una amiga mía fue a una iglesia, durante la semana en que su madre falleció. Ella anhelaba recibir confort para su dolor. Pero el pastor sermoneó acerca de la modestia en la vestimenta. Él no tenía la menor idea de que estaba enlutada, aun cuando era miembro de su congregación. Su pastor la habría animado si hubiera hablado de moribundo a moribundo. Una mujer que sufre, por cualquier motivo, no está preocupada por el estilo de sus ropas.
No recite los males del mundo
Tuve la oportunidad de escuchar un sermón, una semana después de la masacre de la Universidad Virginia Tech, en Blacksburg, Virginia, Estados Unidos. La mayor parte de este sermón fue una repetición de las injusticias de la década pasada. El predicador nos recordó que la venganza pertenece a Dios; pero perdió el blanco. No dio ningún pensamiento concreto acerca de alguien que se enfrenta a las tragedias. Si el pariente de alguna víctima de la masacre de la Universidad hubiera estado entre la congregación, ciertamente habría vuelto a casa vacío.
Los miembros de iglesia son bombardeados todos los días de la semana, por dificultades sin cuenta. Enfrentan jefes de trabajo crueles, clientes exigentes, la rotura de su automóvil, la instalación de agua de su casa se descompone, los niños molestan y lloran sin parar, algunos jefes de familia son despedidos, los impuestos aumentan, las parejas entran en turbulencias. El sábado es un oasis. El culto debería ser una fuente de consuelo, fortaleza y ánimo.
Transmita esperanza
Salomón expresó: “La esperanza que se demora es tormento del corazón; pero árbol de vida es el deseo cumplido” (Prov. 13:12). En su libro The Anatomy of Hope [Anatomía de la esperanza], el médico Gerome Groopman escribió: “Tara todos mis pacientes, la esperanza, la verdadera esperanza, ha demostrado ser tan importante como cualquier medicamento que prescriba o procedimiento que pueda llevar a cabo”. Continúa diciendo que “tener esperanza, llegar a creer, es tan vital para nuestra vida como el oxígeno que respiramos” (pp. 14, 208).
La esperanza ha sido llamada la “nutrición emocional”, pero yo la llamo la “nutrición espiritual”. Todo predicador debería ser especialista en ministrarla desde el púlpito no como un pseudopsiquiatra, sino como un pastor que está familiarizado con la Palabra de Dios.
La práctica creciente de realizar largos rituales memoriales (referencias biográficas acerca de un fallecido) durante un funeral, me deja intrigado. En muchas ocasiones, he escuchado a predicadores hablar de la “celebración de la vida”, y no de funeral. No entienden la necesidad del enlutado que sufre; ignoran que la esperanza germina en el suelo de la tristeza y de la lamentación.
Cierta madre perdió a su hijita, después de que el bebé permaneció durante tres años en la Unidad De Cuidado Intensivo Neonatal en un hospital en el que serví como capellán. Durante ese período, ella iba a la unidad todos los días. Y extendía sus brazos a través de la capa especial de oxígeno, para tocar a su hijita, siempre soñando con el día en que la llevaría a su casa. Ese día nunca llegó.
Era soltera, y se dirigió sola al funeral. El pastor comenzó la ceremonia diciendo: “Amigos, este no es tiempo de llorar. ¡Es ocasión de celebrar!” La pobre madre estaba encorvada, sentada en primera fila, esforzándose para no llorar, después de esa afirmación desafortunada. Cuando terminó el entierro, ella volvió a su casa, conduciendo sola su automóvil. Pero las enfermeras de nuestra unidad neonatal la siguieron hasta su casa. Allí, dedicaron algún tiempo a consolarla. Y le dijeron: “Marta, mañana pasaremos a las diez. Vendremos a buscarte para llevarte al hospital, donde realizaremos un funeral de verdad”. Y así fue.
En la ceremonia realizada por las enfermeras, cada una de ellas llevó una rosa blanca al altar de la Capellanía. Alguien leyó un poema que ellas habían escrito acerca del bebé de Marta.
Otras cantaron, o hablaron algo interesante acerca de su convivencia con el bebé. Al no haber una “prohibición” de llorar, Marta expresó sus sentimientos, sin desesperación. Al final de la ceremonia, las rosas fueron juntadas y atadas con un lindo lazo. Las enfermeras llevaron a la llorosa madre al cementerio y colocaron las rosas sobre la sepultura.
De la profundidad de las sombras, surgió un mañana esperanzador.
Aconsejamiento preventivo
La Biblia es una fuente inagotable de recursos para el abordaje de problemas como la soledad, el sufrimiento, la aflicción, la ira, la preocupación, la ansiedad, dificultades financieras, enfermedad, baja autoestima y conflicto de valores. Contienen historias y principios con potencial preventivo y terapéutico. En verdad, responde a preguntas que las personas se están haciendo. La predicación acerca de los problemas de la vida diaria, fundamentada en las Escrituras, puede funcionar como aconsejamiento en grupo. A pesar de eso, nunca debe sustituir la visita personal a una persona que enfrenta crisis.
Si tiene la dicha de contar con un psiquiatra o psicólogo en su congregación, le puede solicitar ayuda en la preparación de un sermón. Pídale sugerencias de frases que pueden ayudar o perjudicar a las personas que transitan por problemas. Obviamente, evite las que sean perjudiciales. Pablo advierte que tenemos que hablar la verdad con amor (Efe. 4:15).
La recompensa
Cierto día, escogí predicar acerca del consuelo, y usé el texto de 2 Corintios 2:1 al 10. Hablé acerca del sufrimiento y cómo el consuelo de Dios es un proceso gradual, seguro, para los que esperan en el Señor. Años después, me encontré con una mujer que visitó la iglesia el día en que prediqué. Me dijo: “Inicialmente, no entendí por qué había resuelto ir a la iglesia ese sábado. Pero cuando vi el título del sermón en el boletín, luego entendí. Acababa de tener una gran pérdida y estaba al límite de la desesperación. Salí de la iglesia ese día confiando en que la vida, a pesar de todo, vale la pena”. Estoy agradecido a Dios por aquel extraño interlocutor, que me llevó a revaluar mis sermones; le agradezco por haberme enseñado a predicar terapéuticamente. Son muchas las recompensas que vendrán, cuando le pida a Dios que lo ayude a consolar a su pueblo. ¡Y habrá sorpresas en la eternidad!
Sobre el autor: Pastor jubilado, ex capellán, reside en Gentry, Arkansas, Estados Unidos.