El sentido técnico, especializado y elitista que tiene la teología actual es un fenómeno moderno. Tanto la Biblia como los escritos de Elena de White ponen la teología al alcance de cada creyente. Ese concepto aparentemente favorece no solo el conocimiento personal, sino también una mayor comprensión de la naturaleza de las disidencias que afectan a la iglesia y ayudan a definir cada vez mejor su misión, en el contexto del inminente regreso de Jesús.

¿Necesitamos la teología en la Iglesia Adventista? En caso afirmativo, ¿qué clase de teología? ¿Quiénes son los teólogos? En el intento de responder estas y otras preguntas, nos proponemos en primer lugar en este artículo definir la palabra teología. En segundo lugar, presentaremos un resumen de la historia de la teología en la iglesia Cristiana, acompañada de una aplicación a la Iglesia Adventista. Después analizaremos la importancia de la teología para el creyente moderno, y finalmente trataremos de presentar de manera práctica la razón por la cual la Iglesia Adventista necesita teología.

Definición

La teología es el estudio de la relación de Dios con sus obras, y de manera especial con el hombre y su condición. Por extensión, la teología es también la disciplina que se esfuerza por formular una declaración coherente acerca de las doctrinas cristianas. Basada en los gran­des principios de la Biblia, la teología trata de dar una solución a los problemas y dilemas que los hombres y las mujeres deben encarar en la vida diaria. La teología, no por el hecho de ser bíblica debe dejar de ser contemporánea. Aunque sus temas vayan más allá del tiempo, debe usar un lenguaje, conceptos y formas de pensamiento que sean comprensibles para los hombres y las mujeres de la actualidad.

Pero en el proceso de llegar a ser comprensible en los días que corren, la teología necesita evitar dos peligros. Primero: presentar a Jesús como un liberal del presente siglo. Segundo: tratar a los creyentes del siglo XXI como si vivieran en el siglo I. Por eso la teología debe ser práctica en el sentido de que debe estar relacionada con la vida y no solo con las creencias.

Desde otra perspectiva, Elena de White le añadirla a eso el hecho de que la Biblia es un libro de ideas: es teología y es filosofía: “La Biblia contiene un sistema sencillo y completo de teología y filosofía. Es el libro que nos hace sabios para la salvación. Nos habla del amor de Dios según se revela en el plan de la redención, impartiendo el conocimiento esencial para todos los estudiantes: el conocimiento de Cristo”.[1]

Su evolución histórica

Edward Farley distingue tres etapas en la evolución de la comprensión del término “teología”.[2]

La primera abarca los primeros once siglos del cristianismo. En ese periodo el termino teología aparece rara vez en el ambiente cristiano. Pero el fenómeno en sí, el conocimiento de Dios, era parte integral del movimiento cristiano y de su literatura. Podríamos entender que en ese periodo la teología era un conocimiento orientado hacia la salvación.

La segunda etapa va desde la Edad Media hasta el Iluminismo (siglos XII al XVII). En ese tiempo la teología sigue teniendo el sentido de conocimiento de Dios, pero también se aparta del concepto del primer periodo. En esa época ya habla universidades. Es una etapa claramente marcada en la historia del cristianismo, cuando se unen dos elementos: el escolasticismo y el esquema doctrinal patrístico clásico.

En ese periodo se consideró que la teología era una ciencia o disciplina, en un sentido definidamente escolástico. La teología de ese periodo es una condición, una disposición del espíritu, que tiene el carácter de conocimiento, predominantemente práctica, no teórico, con características de sabiduría. La iluminación divina se entiende como un hábito del corazón, conectado con un discernimiento de las Escrituras. Esa sabiduría bíblica puede ser promovida, profundizada y extendida mediante el estudio humano.

Promovida especialmente por Tomás de Aquino, la teología, en ese sentido, llego a ser una disciplina. Se produjo así una transición entre el aprendizaje y la enseñanza cristianos basados en las Escrituras (la Santa página) y una ciencia aristotélica (santa doctrina). En ese período el lugar de la escuela/escuela monástica lo ocuparon las universidades. Posteriormente, con las universidades y con el renacimiento de Aristóteles, se estableció un patrón o esquema filosófico que pasó a llamarse teología: el conocimiento de Dios.

Finalmente tenemos la etapa que va del Iluminismo hasta nuestros días. Se conservan algunas de las ideas de los periodos anteriores, pero con una interpretación diferente. Aunque la teología siga teniendo una calidad personal, no lo hace como sabiduría al servicio de la salvación, sino como el necesario know-how (saber cómo hacer las cosas) para la tarea ministerial. La teología sigue siendo una disciplina, pero no como un sistema complete de estudio, sino como erudición técnica y especializada, como cualquier otra disciplina. En otras palabras, como teología sistemática.

¿Qué lecciones se pueden aprender de esta evolución histórica de la teología? Primera: advertimos que la dedicación de cada creyente a la teología bíblica disminuye con el tiempo y, paralelamente, su cultivo pasa de forma gradual a manos de religiosos especializados. A través de sus interpretaciones, esos religiosos determinan lo que los creyentes deben creer. Segunda: se observa que la Biblia pierde gradualmente su ubicación central como objeto de estudio y se la reemplaza por una doctrina elaborada por teólogos eruditos. Tercera: la teología, que en sus comienzos iluminó la condición pecaminosa del hombre y su consiguiente necesidad de salvación, se redujo y pasó a ser una serie de estudios independientes y técnicos, y por lo general sin unidad, teniendo como único elemento centralizador las funciones ministeriales.

Su influencia

La influencia que ejerció esta evolución del termino teología en el movimiento adventista se puede observar mejor por medio de ciertas actitudes asumidas por los obreros evangélicos y las reacciones de Elena de White a dichas actitudes.

Tal vez el impacto más importante esté relacionado con una especie de conformismo teológico que se manifestó en muchos pastores. Frente a eso, Elena de White destacó la responsabilidad personal de estudiar la Biblia y llegar a conclusiones teológicas fundadas en ella. Eso resultó bien claro durante el congreso de la Asociación General realizado en Minneapolis en 1888. En esa ocasión la agenda teológica giro en torno de la Ley en Gálatas y distintos aspectos del libro de Daniel. El pas­tor Butler defendía el empleo de la autoridad administrativa para llegar a una conclusión final. Creía que los administradores tenían “opiniones más claras”. Elena de White no se demoró en reaccionar ante esa tendencia al decir que Butler se imaginaba que era infalible como consecuencia del cargo que ocupaba.[3]

El enfoque de Butler indujo a muchos adventistas a caer en el conformismo, entendiendo por esto que haya un hombre que piense por los demás como si fuera la conciencia de todos. Elena de White sostuvo que eso debilita a pastores y miembros, y que los incapacita para ser fieles al deber. No estaba de acuerdo con que no se estudiaran en Minneapolis los asuntos referentes a Gálatas, solo porque un hombre no estaba presente allí.[4]

Otro intento de Butler y Smith consistió en la elaboración de algo así como un credo para definir las posiciones teológicas referentes a Gálatas y los diez reinos de Daniel. Esta tentativa se hizo en 1886, antes de Minneapolis. Sometida al análisis de una comisión compuesta por nueve personas, el asunto quedo dividido: cinco contra cuatro. En vista de eso, no se lo sometió a la consideración de la asamblea. Pero se decidió que no se ensenara nada de es­to en los colegios hasta que una vasta mayoría de los hermanos lo aprobara mediante el estudio y el examen de los dirigentes de experiencia.[5] Considerando que los dos mencionados eran los “dirigentes de experiencia”, esa circunstancia les daría poder de veto. A pesar de eso, no obtuvieron la cantidad de votos necesaria para llevar adelante el plan.

Uno de los problemas que tienen los credos es que tienden a destacar asuntos marginales de internos momentáneo (o contingentes), relacionándolos firmemente con temas centrales de la Biblia como si fueran marcos fundamentales. Esos nuevos marcos, una vez establecidos, difícilmente se pueden mover, porque cualquier tentativa en ese sentido se interpreta como un ataque a la fe de los padres. Ese tipo de perpetuidad les agrada a los tradicionalistas, los que sin querer pretenden convertir a la iglesia en un museo.

En Minneapolis, en otro momento, frente al deseo de resolver el problema de los diez reinos y otros más, la sesión plenaria aprobó con sonoros amenes el intento de petrificar la doctrina, criterio que Elena de White no aceptó. Al contrario, advirtió que antes de eso se debía estudiar concienzudamente la Biblia.

Ese método podría haber impedido la discordia, pero no era un acuerdo armonioso ni perfecto. La armonía no puede ser superficial; mucho menos puede reposar sobre profundas diferencias. Se necesitaba una teología basada en la autoridad de la Biblia para llegar a un acuerdo. Elena de White defendió un estudio abierto de los temas en cuestión. Declaró que “la verdad no tiene na­da que perder con la investigación. Dejemos que la Biblia hable por sí misma, que sea su propio interprete”, y “que se percibía descuido y negligencia en los pastores que permitían que otros la investigaran por ellos”.[6] Es evidente que Elena de White nunca apoyo ni el conformismo ni la negligencia en lo que se refiere a los estudios bíblicos y teológicos.

Según ella, ese conformismo era una actitud generalizada, fuera y dentro de la iglesia, que no se podía aprobar. “La generación actual les ha confiado sus cuerpos a los médicos y sus espíritus a los ministros. ¿Acaso no se le paga bien al ministro para que estudie la Biblia en lugar de sus feligreses, de modo que estos no tengan que molestarse en hacerlo? ¿no es obligación suya decirles lo que deben creer, y decidir todas las cuestiones teológicas dudosas sin que ellos tengan que realizar ninguna investigación especial?[7]

También advirtió que Stands “hace que el pueblo considere como sus guías a los obispos, pastores y profesores de Teología, en vez de estudiar las Escrituras para saber por sí mismo cuáles son sus debe­res. Dirigiendo luego la inteligencia de esos mismos guías, puede entonces también encaminar las multitu­des a su voluntad”.[8]

Un tema importante

Podríamos mencionar por lo me­nos cuatro razones, entre otras, que destacan la importancia de la teología en la iglesia.

1. Favorece el desarrollo personal y del carácter. La calidad es más importante que la cantidad. En una época que le da especial importancia a la cultura cuantitativa, es importante recordar que la verdadera cultura significa conocer bien pocas cosas, y no saber algo acerca de muchas. Pero el conocimiento debe implicar una mejor comprensión de uno mismo. Trabajar sólo para conseguir un grado académico, con su inherente prestigio social, “significa ignorar voluntariamente una de las mayores paradojas del crecimiento espiritual, que mientras mayor sea el crecimiento espiritual, más claramente veremos cuán lejos estamos de la perfección espiritual… Los primeros doce discípulos eran los más comunes de los hombres… a pesar de eso, no pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a discutir acerca de quién de ellos era el mayor”.[9]

La teología es importante porque puede favorecer el desarrollo del carácter. Una de las mejores opiniones de un no adventista con respecto a Jaime White es ésta: “Ese hombre es cristiano, aunque sea adventista”.[10] Los aspectos positivos del carácter cristiano son más útiles que la erudición teológica. “No son los oradores más elocuentes, ni los más versados en la así llamada teología los que tienen más éxito, sino los que trabajan con diligencia y humildad para el Maestro”.[11]

2. Distinguir lo principal de lo secundario. Este criterio se puede aplicar tanto al carácter del ministro de Dios como al de su enseñanza. De acuerdo con 2 Timoteo 2:14, se debe evitar en la iglesia “contiendas sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes”. Es de suma importancia que en cada escuela e iglesia se enseñe “la más sencilla teoría teológica. En esta teoría, la expiación de Cristo debe ser la gran esencia, la verdad central”.[12]

3. Hay que tener en cuenta que la existencia humana implica interpretación. Todo conocimiento implica interpretación. Incluso cuando la fuente es la Palabra de Dios, los hombres y las mujeres que la estudian son dinámicos y cambiantes. Lucas afirmó: “Muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas” (Luc. 1:1). Y él mismo se propuso “después de haber investigado con diligencia… escribírtelas por orden” (vers. 3). Nuestro trabajo, sin haber sido testigos oculares del ministerio de Cristo, es como el de Lucas: preservar con exactitud el relato de los testigos oculares y transmitir fielmente a las futuras generaciones los fundamentos de la fe cristiana.

La teología debe interpretar a Dios. Eso es imposible sin la Biblia. La interpretación que hace la Biblia de Dios es sencilla y profunda. Dios es amor. La teología y los teólogos deben recordar que “la teología no tiene valor a menos que se halle saturada con el amor de Cristo”.[13] Esa teología es la que desarrollará una genuina vitalidad en las iglesias. “El ardiente y consumidor amor de Cristo por las personas que perecen es la vida de todo el sistema del cristianismo”, dice Elena de White.[14] Pero, en agudo contraste, tal como los judíos en lo pasado interpretaron mal a Cristo, hoy se induce a multitudes a aceptar conceptos erróneos acerca de Dios.[15]

Al considerar que la teología implica interpretación de parte de los lectores, Elena de White ejerció su derecho y responsabilidad de escribir con precisión en palabras y frases, para evitar las repeticiones del mismo asunto, para tener la certidumbre de comunicar un mensaje original y con el fin de evitar distorsiones e interpretaciones posteriores equivocadas.[16] Los que nos beneficiamos con sus escritos sabemos que la existencia humana, en asuntos de fe, siempre es lingüística e interpretativa. Por lo tanto, es evidente que “rehusar avalar una herencia absolutiza esa herencia como algo no histórico y fuera del alcance de toda corrupción. Se falla, entonces, en interpretar situaciones, considerándolos normas o principios intocables”.[17]

4. Proporciona herramientas para la evangelización de ciertas clases especiales. Hombres y mujeres de probada calidad moral se beneficiarán a sí mismos y a la causa, o frecuentarán instituciones de educación donde podrán tener “un campo más amplio de estudio y la observación. El trato con diferentes clases de mentes, el familiarizarse con los trabajos y los métodos populares de educación, y un conocimiento de la teología como se la enseña en las principales instituciones del saber, serían de gran valor para tales obreros, y los prepararían para trabajar en favor de las clases educadas y para hacer frente a los errores que prevalecen en nuestros tiempos. Tal era el método seguido por los antiguos valdenses”.[18]

Razones de necesidad

Existen por lo menos tres aspectos que requieren una constante reflexión teológica dentro de la iglesia. Los presentamos a continuación:

La formación del ministerio. El énfasis que se da en estos días a este asunto no sólo tiene que ver con la evolución del término teología según lo hemos expuesto. También hay en la historia reciente, casi simultáneamente con el surgimiento de la Iglesia Adventista, cierto énfasis que explica la naturaleza de la educación teológica que se da en los seminarios de todo el mundo, y que de alguna manera ejerce su influencia sobre la iglesia.

La naturaleza de la educación teológica en los Estados Unidos se puede dividir en tres períodos: divinidades, erudición y profesionalismo. El primer período va desde comienzos del siglo XVII hasta aproximadamente 1800. Fue un período de aprendizaje piadoso. Coincidió con la época de la educación teológica que precedía al seminario. El segundo período incluyó un aprendizaje erudito y especializado. El tercero corresponde a una educación profesional.[19]

La idea que muchos pastores tienen de sí mismos a comienzos del siglo XXI es que son administradores eclesiásticos. En ese contexto, “la autoridad humana llega a ser un asunto de habilidad, demostrada en el logro de metas y en la aplicación de los medios. Eso está en total armonía con la idea del perfecto profesional. En nuestra sociedad pos-iluminista, la autoridad se basa en la habilidad para que se hagan las cosas; eso es lo que el profesional dice que hace”.[20]

La acción de unificar el plan de estudios en torno de la institución del ministerio sirvió temporalmente para acercar la universidad a la iglesia con respecto a la educación teológica; sin embargo, con el paso del tiempo, se llegó a entender el ministerio como un conjunto de actividades profesionales. “El ministerio” llegó a ser reemplazado por “este ministerio”, o por “mi ministerio”, expresión que describe las actividades de un individuo. Se llegó a definir el ministerio por lo que lleva a cabo.[21]

El énfasis funcional, tanto en la formación ministerial como en su práctica, ya estaba presente en los días de Elena de White. En 1899, William Harper, el fundador de la Asociación de Educación Religiosa de los Estados Unidos, publicó su llamado a una exhaustiva reforma de la educación teológica.[22] Para él, la educación teológica debía preparar al ministerio para llevar a cabo una eficaz labor pastoral local. En contraste con esa propuesta, Elena de White concebía la formación ministerial como parte de un plan más amplio de la educación cristiana, que se puede equiparar al proceso de la salvación.[23] Para ella, los dos principales objetivos de la formación ministerial debían ser la formación del carácter y el cumplimiento de la misión evangélica.[24]

Aparentemente, los teólogos, a la luz de la experiencia de Martín Lutero, son más eficientes en la iglesia cuando, más allá del conocimiento teológico, manifiestan una mente penetrante, pureza de vida, valentía, habilidad y sinceridad en la predicación y en la enseñanza, junto con una vida diaria que demuestre lo que se predica.

A la luz de lo expuesto, necesitamos hacer algunas observaciones adicionales con respecto a los tres elementos que intervienen en la formación ministerial: el profesor, el estudiante y el plan de estudios.

¿Cómo puede el profesor favorecer la formación de su propio carácter, el de sus alumnos y darle énfasis a la comisión evangélica? Primero: reconocerá que sus credenciales espirituales están por encima de las académicas. En la salvación final divina, vivir los principios de la teología es más importante que la cantidad que se conozca de ella. Segundo: es importante que crezca en el conocimiento del Señor, que profundice su comprensión por medio del estudio cuidadoso. No importa cuánto haya aprendido, jamás debe abandonar las verdades básicas acerca de Jesús.

Tercero: trabaja en equipo con sus pares, para bien de todos los estudiantes.[25] Los futuros pastores deberán “enfrentar existencialmente la necesidad de incorporar sus estudios teológicos, bíblicos e históricos en una unidad viviente con los aspectos prácticos. Si no ocurre el dialogo entre las distintas partes en la mente de los profesores, difícilmente se producirá en la mente de los estudiantes”.[26] Cuarto: su labor gira en torno de las necesidades de las iglesias locales. Para los profesores adventistas de Teología, su enseñanza no está constituida por un conjunto de problemas en la formación de especialistas, sino en el conjunto de desafíos que implican el ministerio y la misión de la iglesia.

Elena de White no vaciló en recomendarle a J. N. Andrews que estudiara menos y prestara más atención a la conducción de la iglesia. Insistió en que invirtiera menos tiempo en la investigación y que publicara sus escritos con más rapidez. En su opinión, la iglesia necesita materiales sencillos, de lectura fácil, y no el fruto de la exhaustiva investigación erudita.[27] Ya que la teología se refiere a la vida de la gente, los profesores siempre deben tener presente las necesidades personales al llevar a cabo su tarea académica. “La verdadera prueba de la teología es la medida en que le puede ayudar a la gente a encarar los problemas diarios y de la vida de la iglesia”.[28]

¿Qué asuntos debería tener en mente el estudiante de Teología durante su formación ministerial? Primeramente necesita aprender que “la teología sin ministerio llega a ser algo amargo” y que “el ministerio sin teología es sólo un poco más que aire perfumado”.[29] Junto a eso, Elena de White señaló que “la preparación teológica no se debe descuidar, pero debe ir acompañada por una religión experimental”.[30] Ese equilibro es necesario para prevenir la preocupante situación que se produce cuando jóvenes recientemente graduados en Teología son a veces los menos preparados para presentar la Palabra de vida a los demás, porque la lectura de libros especulativos se hizo en detrimento de la devoción personal.[31]

Disidencias y disidentes

La proliferación de disidencias y disidentes que comenzó en 1853 en el seno de la iglesia será más intensa a medida que nos acerquemos al regreso de Cristo.[32] Aquí se incluyen los principales motivos de la disidencia, como la insatisfacción con los dirigentes, el entusiasmo por una “nueva luz”, problemas de egoísmo, equilibrio mental y el afán de ocupar cargos.[33]

Desde otro punto de vista, en el origen de esa efervescencia está el fanatismo,[34] la ignorancia de la verdad y un espíritu de suficiencia propia.[35] También existe el deseo de hacerse ver. En alguna gente el anonimato es causa de inestabilidad.

De acuerdo con la enseñanza bíblica y los escritos de Elena de White, la actitud más positiva que se puede asumir frente a esas situaciones implica primeramente el reconocimiento de la existencia de esas disidencias y de su naturaleza. En 1 Timoteo 2:15 al 17 Pablo advierte contra la “gangrena” espiritual (vers. 17). Eso significa que el peligro no está sólo en las disidencias teológicas, sino en el espíritu “misionero” del error, que trata de diseminarse y afectar a otra gente, tal como la metástasis de un cáncer.

Se necesita desarrollar una acción firme y prudente en favor de la verdad bíblica de la iglesia y en contra de los errores manifiestos. Un claro ejemplo de esto es el de la misma Elena de White al denunciar el intento de contaminación de la teología básica de la iglesia, urdida por la filosofía panteísta.[36] Un espíritu beligerante y apologético no es recomendable tampoco. Por otro lado, se debe aceptar el hecho de que “han ocurrido apostasías, y el Señor ha permitido que asuntos de esta naturaleza se desarrollen en el pasado con el fin de mostrar con cuánta facilidad sus hijos serán descarriados cuando dependan de las palabras de los hombres en vez de investigar por sí mismos las Escrituras, como hicieron los nobles bereanos, para ver si estas cosas eran así’[37] En todo caso, no es aconsejable una actitud complaciente ni tampoco la propia flagelación de la iglesia.

La iglesia es única, en el sentido de que se trata de una organización que es a la vez divina y humana. Por sí mismo, ese hecho genera una tensión entre su vida y su teología. Una organización que no tiene ningún problema está, en realidad, enfrentando un gran problema. Con frecuencia, eso implica retroceso, o que no se progresa con suficiente rapidez o no existe una visión amplia de la misión. El crecimiento siempre va de la mano con las dificultades.

La iglesia local

Se ha observado que el concepto de teología sufrió una reducción en su significado y su alcance. También se puede observar que una actitud teológica conformista podría estar manifestándose hoy en la iglesia. Esos hechos parecen indicar la necesidad de que los creyentes y la iglesia local se pregunten acerca de su concepto de Dios y cómo se relaciona él con sus criaturas.

Un estudio serio de Dios y su revelación conduce a la consagración y a la misión. Un estudio de 2 Crónicas 17:7 al 9 nos ofrece algunas lecciones. Josafat invitó a los príncipes, levitas y sacerdotes para que enseñaran “en las ciudades” porque el pueblo de Judá ignoraba la Palabra. No disponía de tiempo para escuchar la ley de Dios y discutirla, ni considerar cómo podría transformar su vida. Josafat se dio cuenta de que el conocimiento de las instrucciones de los mandamientos divinos era un primer paso para que la gente viera las cosas como las debería ver. Así inició un programa de educación religiosa en todo el país. Revirtió la decadencia espiritual al darle prioridad a Dios en la mente del pueblo, y al desarrollar un sentido de dedicación individual y de misión.

La tarea que se requiere de todos nosotros es exponer las enseñanzas de la Biblia en escuelas, iglesias, mediante estudios bíblicos, la devoción personal y la familiar. El objetivo es que todos en la iglesia puedan ser teólogos. Eso es lo que parece afirmar Elena de White cuando escribió que “la Biblia abre nuestra comprensión al más sencillo y más sublime sistema de teología, al presentar verdades que pueden captar hasta los niños, pero que tienen un alcance que desafía las mentes más maduras”.[38] Este concepto se opone totalmente a la idea de que la teología es sólo para un grupo selecto, percibiéndola como algo extraño, para ser tratado sólo en un colegio o una universidad.

La elevada profesionalización de los clérigos llevó a la ignorancia de los laicos. ¿Cómo puede la doctrina cristiana, dedicada a relacionar la fe con la realidad, el mundo con el conocimiento, continuar limitada a un grupo de dirigentes y estar fuera del alcance de los laicos? ¿Por qué la educación en la congregación, y para el creyente en general, se concibe de tal manera que tiene tan poco que ver con las disciplinas y exigencias de la educación teológica formal? ¿Cómo se puede considerar necesaria la educación teológica sólo para los clérigos y nunca para los laicos, a pesar de que abarca el estudio constante de las disciplinas y habilidades necesarias para comprender las Escrituras, las enseñanzas, los principios morales y su puesta en práctica?

La historia de la iglesia cristiana revela, mediante sus movimientos subterráneos, que ese patrón ya no se puede mantener.[39] Irónicamente, la persona que ha sido preparada de este modo para el ministerio puede disponer de conocimientos y habilidades, y no estar preparada para entender y asimilar el tipo de teología que se encuentra en la iglesia. Mientras la teología en el contexto universitario es conocimiento adquirido de acuerdo con las pautas de la erudición y las habilidades desarrolladas gracias a la experiencia profesional, en la iglesia la teología es predicación, oración, vida devocional y sus respectivas prácticas.

En la iglesia local, donde se relacionan íntimamente padres, pastores, maestros y estudiantes, “debemos guiarnos por la teología verdadera y el sentido común”.[40] Eso significa que en la iglesia se deben tomar decisiones basadas en la teología y en el sentido común, es decir, el sentido de lo que es apropiado. El sentido común depende de la Palabra revelada de Dios; el sentido de lo que es apropiado de la interacción entre la cultura y la madurez espiritual de los creyentes.

A los pastores se los llama para que actúen como teólogos residentes. Si se desarrollara un ministerio pastoral de manera que el púlpito sea realmente un poder dentro de la iglesia, y los pastores fueran los dirigentes más importantes en la práctica de su teología, tendríamos una postura teológica más equilibrada y menos comprometida con la tendencia liberal que hoy se observa en la iglesia.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio, profesor en el Seminario Adventista Latinoamericano de Teología, Artur Nogueira, San Pablo, Brasil.


Referencias:

[1] Elena de White, Consejos para maestros, padres y alumnos acerca de la educación cristiana (Buenos Aires, ACES, 1991), p. 407.

[2] Edward Farley, Theologia (Filadelfia, Fortress Press, 1983), pp. 29-38.

[3] Elena de White, carta a Mary White, 4 de noviembre de 1888.

[4] Elena de White, Manuscrito 9, 24 de octubre de 1888.

[5] Elena de White, Review and Herald (14 de diciembre de 1886), p. 779.

[6] Elena de White, Review and Herald (5 de agosto de 1888).

[7] Elena de White, Consejos sobre la salud (Miami, Florida, APIA, 1989), pp. 37, 38.

[8] Elena de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires, ACES, 1993), p. 653.

[9] James R. Newby, Ministry (enero de 1990), pp. 15, 16.

[10] Robinson, James White, p. 183.

[11] Elena de White,”The Work in Oakland and San Francisco” [La obra en Oakland y San Francisco], Review and Herald (29 de noviembre de 1906).

[12] Elena de White, El evangelismo (Buenos Aires, ACES, 1975), p. 166.

[13] Elena de White, Exaltad a Jesús (Buenos Aires, ACES, 1988), p. 128.

[14] Elena de White, “Principies of Service” [Principios relativos al servicio], Signs of the Times [Señales de los tiempos] (10 de mayo de 1910).

[15] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida, APIA, 1997), t. 5, p. 664.

[16] Arthur White, Biografía, t. 1, p. 270.

[17] Edward Farley, The Fragility of Knowledge. Theological Education in the Church and the University [La fragilidad del conocimiento. La educación teológica en la iglesia y la universidad] (Filadelfia, Fortress Press, 1988), p. 90.

[18] Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 550.

[19] Edward Farley, Theology, p. 16.

[20] Joseph Hough, Theological Education 20 [Educación teológica 20] (primavera de 1984), p. 77.

[21] Merle D. Strege, Theological Education and Moral Formation [Educación teológica y formación moral] (Grand Rapids, Michigan, Eerdmans, 1992), p. 114.

[22] William R. Harper, American Journal of Theology [Periódico norteamericano de teología, 1899], pp. 45, 46.

[23] Juan Millanao, An Evaluation of the Concept of Seminary in Mission with Reference to the Latín American Adventist Theological Seminary [Una evaluación del concepto de seminario con referencia al Seminario Teológico Adventista Latinoamericano] (Universidad Andrews, 1992), pp. 55-59.

[24] Ibíd„ p. 60.

[25] Elena de White, Consejos para maestros, padres y alumnos, p. 418.

[26] Richard Niebuhr y James M. Gustafsson, The Advancement of Theological Education [El progreso de la educación teológica] (Nueva York, Harper & Brothers, 1957), p. 164.

[27] Joseph G. Smoot, Adventist Hcritage 9 [Herencia adventista 9] (Primavera de 1984), pp. 3-8.

[28] Daniel Augsburger, Ministry (octubre de 1990), p. 6.

[29] Ibíd.

[30] Elena de White, Signs ofthe Times (17 de enero de 1885), p. 180.

[31] Elena de White, Review and Herald (20 de abril de 1887), p. 457.

[32] Estos fenómenos se deben entender en relación con el conflicto entre el bien y el mal. Elena de White se basa en la experiencia de Coré, Datán y Abiram (Núm. 16). Su advertencia al respecto es ésta: “Dudo que una rebelión declarada pueda remediarse” (Mensajes selectos, t. 2, p. 453).

[33] R. W. Schwarz, Light Bearers to the Remnant [Portaluces para el remanente], p. 455.

[34] Elena de White, Mensajes selectos (Montain View, California, Publicaciones Interamericanas, 1967), t. 2, pp. 17, 18.

[35] Elena de White, Manuscrito N° 13, p. 167.

[36] Arthur White, Biografía 4, p. 394.

[37] Elena de White, Mensajes selectos, t. 2, p. 454.

[38] Elena de White, Review and Herald (25 de septiembre de 1863).

[39] Edward Farley, The Fragility, p. 85.

[40] Elena de White, Consejos para maestros padres y alumnos, p. 244.