Al orar, sucede algo que posibilita nuestro acceso al Padre, gracias a lo que Cristo conquisto por nosotros. Ya no somos alienados del Templo celestial de Dios.
Una teología de la oración debería examinar su naturaleza y su contribución a una mejor comprensión de Dios y de nuestra relación con él. Eso debería llevarnos, primeramente, a considerar conceptos que son fundamentales para la oración y verla como una expresión teológica.
La oración tiene lugar dentro de una plataforma de creencias teológicas, aun cuando raramente pensemos en ellas. Podemos hasta haber abrazado conceptualmente esas creencias, pero no las vinculamos directamente con la oración. En este artículo, abordaremos algunos de esos conceptos.
Fundamento teológico
* Teísmo bíblico. La oración comienza con la afirmación de que hay un Dios y que podemos comunicarnos con él. Esa declaración descarta el deísmo, que afirma que Dios abandonó al mundo después de terminar su obra creadora. Una teología de la oración también descarta el panteísmo, concepto que concibe a Dios como un poder impersonal que permea todas las cosas, incluso a nosotros. En ese sentido, la oración bíblica difiere de la meditación oriental, que busca la integración con la conciencia cósmica, mientras que la oración busca la comunión con un Dios personal.
Dado que la doctrina bíblica de Dios es única, la oración cristiana también es especialmente única. Opera dentro de una comprensión trinitaria de Dios. Cuando oramos, nos dirigimos a la Deidad, con la convicción de que cada uno de sus componentes está activamente comprometido con nosotros cuando, por la fe, nos aproximamos a ellos. El Espíritu Santo escucha nuestras débiles peticiones y las articula de manera que expresen la verdadera intención de nuestro ser (Rom. 8:26). Luego, el Hijo ejerce la mediación junto al Padre, que es el objeto de nuestras plegarias (Sal. 5:2), y el Padre concede el poder que necesitamos en respuesta a nuestro pedido.
* Inmanencia de Dios. La cuestión de la naturaleza de la presencia de Dios en su creación permanece teológicamente compleja. Hace siglos que teólogos y filósofos vienen discutiendo, sin llegar a un entendimiento en común. El panteísmo es una de las propuestas, pero es insatisfactoria, porque sacrifica la personalidad de Dios y porque no lo concibe como “Dios aquí y ahora’’, sino como participante en “proceso de hacerse”. Al contrario de esa visión, el Dios bíblico “Es”. Es el “Yo Soy” (Éxo. 3:14). No es solo el Dios autoexistente, sino también está aquí, con nosotros. Se encuentra tan cerca de nosotros que nos puede oír cuando oramos (Deut. 4:7; Sal. 6:8; Mat. 6:6).
En gran medida, el pensamiento griego fue el responsable de incorporar el concepto de un Dios impasible y frío en la teología cristiana; ese Dios no puede escucharnos porque es alguien distante. Pero, la oración opera dentro de la convicción teológica de que Dios está con nosotros, experimenta nuestras alegrías, tristezas y temores, y que nos escucha cuando invocamos su Nombre (Exo. 3:7). No es el dios escondido de los filósofos, sino el Dios que está cerca de nosotros, a quien podemos tocar por la fe, a través de la oración, y nos acaricia con su respuesta amorosa.
* Comunión con Dios. La comunión y la amistad que mantenemos con Dios son únicas porque, por medio de ellas, podemos entrar en diálogo con la Fuente de la vida. En verdad, hay una profunda koinonía en la oración. Para que esa amistad sea real y significativa, las partes involucradas deben tener un centro gravitacional común, que las conduzca juntas en una armonía de intereses y de objetivos. La oración encuentra ese núcleo gravitacional en la persona de Cristo, en quien Dios se hizo presente, reconciliando consigo al mundo (2 Cor. 5:17).
Difícilmente entendamos lo que le sucede a la mente humana cuando entra en comunión con Dios por medio de la oración. En ese encuentro, nuestra mente se renueva moral y espiritualmente; nuestro ser es fortalecido y nutrido, y somos capacitados para permanecer delante de él y servirlo (Luc. 22:32; Hech. 6:4; 1 Tim. 2:8). El poder y la gracia de Dios nos alcanzan mediante la oración. El publican© derramó su alma ante el Señor, y volvió a su casa justificado ante Dios, espiritualmente renovado y fortalecido (Luc. 18:10-14). Fue durante la oración que Jesús se transfiguró ante algunos de sus discípulos (Luc. 9:29).
* El amor de Dios en Cristo. La oración presupone que algo sucede en el ámbito cósmico que posibilita nuestra accesibilidad a Dios. Hemos aceptado como realidad incuestionable que Dios, en su amor manifestado en la muerte sacrificial y redentora de su Hijo, se hizo accesible a nosotros. La condición de la humanidad cambió radicalmente gracias a lo que Cristo conquistó para nosotros. Ya no somos enajenados del Templo celestial de Dios (1 Rey. 8:49; Juan 2:7).
* La oración y el conflicto cósmico. Desde la perspectiva de la iglesia y de la familia celestial, oramos a Dios a partir de un mundo de pecado y de muerte, que no acepta ni reconoce su soberanía universal. Nuestras oraciones manifiestan al universo y a las fuerzas del mal que nos posicionamos de parte de Dios en el conflicto. En el marco conceptual y experimental, la oración puede ser descrita como acto de rebelión contra las fuerzas del mal. Cuando oramos, testificamos el hecho de que no nos hemos sometido al clamor del enemigo; que reconocemos solo la reivindicación de Cristo sobre nosotros como Creador y Redentor. Como Daniel, escogemos orar públicamente, ante el universo, para revelar dónde se encuentra nuestra lealtad (Dan. 6:11).
Por medio de la oración, pedimos que Dios manifieste su poder sobre las fuerzas malignas que se oponen a nuestro servicio a él. Intercedemos por otros, a fin de que el poder divino opere en su favor (Rom. 15:31; ver Col. 4:3; Heb. 13:18, 19). Podemos orar porque sabemos que Cristo fue victorioso sobre las fuerzas del mal y que, por la fe, su victoria también es nuestra. La oración no es una cruzada contra el enemigo, sino la apropiación de la victoria de Cristo sobre él. No nos aproximamos a Dios en oración porque temamos al enemigo, sino porque deseamos tener comunión con Dios, quien mediante Cristo ya lo derrotó. En comunión con él, por medio de la sangre de Cristo, también somos vencedores.
Expresión teológica
¿Cuál es el significado teológico de la oración? ¿Qué contribución presta a nuestra comprensión de la gloriosa salvación que Jesús nos ofrece? La oración se convierte en asunto de reflexión teológica en conexión con la obra redentora de Cristo. No puede ser separada de la obra salvadora de Cristo. Orar no es sencillamente hablar con Dios por medio del cual proclamamos nuestras necesidades y constante confianza en la obra redentora de Cristo en favor de nosotros. La oración es, fundamentalmente, una representación de las buenas nuevas de salvación. Los elementos clave del evangelio están incorporados en el mismo acto y en la experiencia de orar.
* Oración y necesidad. En sentido estricto, la oración parece estar motivada por la necesidad, ya sea temporal, emocional o espiritual. La oración gira en torno de la necesidad. La oración de alabanza anticipa una necesidad, o responde a una necesidad que fue o será satisfecha. Las oraciones de gratitud expresan agradecimiento por las bendiciones de Dios, merced a las cuales nuestras necesidades fueron atendidas.
Dado que la necesidad también forma parte intrínseca de nuestro ser, la oración nos invita a revaluar nuestra autopercepción y reconocer que, por naturaleza, estamos en constante necesidad. Necesitamos de otras personas y necesitamos de muchas otras cosas, para comprender y desarrollar el potencial que Dios nos dio. Ese es particularmente el caso en un mundo de pecado y de muerte, en el que nuestro ser es casi, sino siempre, amenazado. Esa conciencia de necesidad nos lleva a postrarnos ante el Padre en oración.
Aquí es donde la oración comienza a revelar sus estrechos lazos con el evangelio de salvación en Cristo Jesús. Lo que hace por nosotros presupone que los seres humanos estaban desesperadamente necesitados de salvación; de hecho, esa era nuestra suprema necesidad. Todas las demás necesidades son, en cierto sentido, un tipo o símbolo de la más importante necesidad, de reconciliación con Dios, profundamente enraizada en el corazón humano. El pecado tiende a apagar esa suprema necesidad del alma, engañando a los pecadores y llevándolos a concluir que no necesitan orar, porque no tienen necesidades. Pero todos somos necesitados. Y todas las necesidades pueden ser satisfechas, porque la necesidad fundamental de redención ya fue atendida.
Cuando llevamos nuestras necesidades a Dios, estamos proclamando que la necesidad del alma -de unión con Dios- ya fue satisfecha en virtud de Cristo. La oración recuerda esa experiencia, y mantiene viva en nuestra vida espiritual la conciencia de nuestra constante necesidad y dependencia de fe en Cristo para nuestra salvación.
* Autosuficiencia. La oración excluye nuestra autodependencia y hunde sus raíces en la humilde comprensión de que carecemos de sabiduría, poder y hasta de buena voluntad para suplir nuestras necesidades personales. Establece que somos incapaces e impotentes para alcanzar plena realización personal. Sin esa convicción de insuficiencia, la oración se vuelve irrelevante.
Tal convicción reside no solo en la base de nuestras oraciones, sino también particularmente en el propio corazón del evangelio. El evangelio pulveriza nuestras demandas por autosuficiencia, nos humilla, y revuelca por el polvo nuestro ego inflado. El evangelio nos ilumina, permitiéndonos percibir nuestra verdadera condición, no solo como criaturas necesitadas, sino principalmente como seres incapaces de ayudarse. La incapacidad que enfrentamos para satisfacer nuestras necesidades nos mueve a orar y señala la insuficiencia total que experimentamos cuando somos confrontados por primera vez con el evangelio de Cristo.
* Autosuficiencia de Dios. La oración está fundamentada en la convicción de que Dios permanece como el único que puede suplir nuestras necesidades. De acuerdo con la Biblia, los que oran hacen el significativo descubrimiento de la suficiencia de Dios. Dado que es el objeto de nuestras oraciones, se convierte en nuestro socio en el diálogo. Por lo tanto, oramos como un acto de adoración por medio del cual expresamos la maravillosa convicción de que la todosuficiencia de Dios supera nuestra insuficiencia. Consecuentemente, no necesitamos orar a poderes espirituales que disputan nuestro servicio: la oración cristiana proclama que solo Dios tiene la capacidad de suplir abundantemente todas nuestras necesidades.
Incorporación del evangelio
El evangelio enfatiza el hecho de que solo Dios nos puede sacar de tal condición esencial de necesitados y de la situación de impotencia. Cuando oramos, no solo lo reconocemos como el único que puede suplir nuestras necesidades, sino también afirmamos que él nos libra del poder del pecado y de la muerte, aun antes de pedírselo (Rom. 5:21).
- Oración y mediación. Cristo nos enseñó el valor de la oración, porque personalmente lo experimentó en comunión con el Padre. Sabía que el pecado nos separó de Dios, pero también sabía que Dios siempre deseó comulgar con nosotros. El anunció que, en su persona, fue abierto un canal de comunicación entre nosotros y Dios (Juan 16:23; ver 14:13, 14). La mediación del Hijo no presupone mala voluntad de parte del Padre para escucharnos; al contrario, expresa la divina buena voluntad de mantener tan intensa comunión con nosotros, que encontró un medio por el que nos puede escuchar, a pesar de nuestros pecados (Sal. 69:13; 4:1). Como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo se identifica con nuestras necesidades y alegrías, e impregna nuestras plegarias con la eficacia celestial. Siempre que oramos en nombre de Jesús, reafirmamos nuestro compromiso con las buenas nuevas de salvación a través de la mediación del Hijo. Fue mediante su muerte en la cruz que Dios nos reconcilió con él. El misterio de esa profunda transacción es recordado en el acto de orar, por el que reconocemos que él vive ‘siempre para interceder” en favor de nosotros (Heb. 7:25).
La voluntad de Dios. La oración puede evidenciar un conflicto de intereses. Lo que pensamos que es nuestra necesidad puede no coincidir con lo que Dios opina acerca de eso. Consecuentemente, Jesús nos enseñó a orar así: “Hágase tu voluntad, como en cielo, así también en la tierra” (Mat. 6:10). Esa dimensión de la oración abre el misterio de la llamada “oración sin respuesta”. A través de la respuesta que nunca nos llega exactamente como la deseamos, el Señor revela que, aun en diálogo con nosotros, él permanece soberano. El modo bíblico de resolver el supuesto conflicto de voluntades, en la experiencia de la oración, es la rendición del ser humano a la voluntad de Dios. La oración de fe se caracteriza no solo por la firme convicción de que Dios siempre nos escucha, sino también por la igualmente importante convicción de que su voluntad siempre busca nuestro bien.
En el acto de ajustar nuestras expectativas, e incluso de abandonarlas, en favor de la voluntad de Dios, se nos recuerda el momento en que rendimos nuestra voluntad a él en el acto del arrepentimiento, la confesión y la conversión. Desde entonces, comenzamos a caminar en novedad de vida conforme a su voluntad hacia nosotros. Nos sometemos a él porque, gracias a la obra del Espíritu Santo en nuestro corazón, fuimos persuadidos de que esa voluntad es la mejor para nosotros. En la rendición de nuestra voluntad, la oración y el evangelio se entrecruzan.
- Oración como respuesta. La oración incluye no solo hablar con Dios, sino también pro- 1 clamar nuestra dependencia de él, como respuesta de nuestro amor al acto salvífico de Dios en Cristo. Consecuentemente, la oración no solo es pedir, sino también alabar, agradecer y bendecir a Dios por su bondad, lealtad y misericordia hacia nosotros. De manera particular, el evangelio y la oración se unen cuando nos arrodillamos y pedimos perdón. Ese es el blanco del evangelio, porque en ese momento el orgullo humano entra en colapso y nos disponemos a recibir del Señor lo que realmente necesitamos: perdón del pecado. Toda oración es un eco de ese momento.
La oración como respuesta a Dios no se expresa solo con nuestra mente. Todo nuestro ser -mente, razón, emociones y cuerpo- está incluido. Por medio de todos esos aspectos de nuestro ser, la oración demuestra ser nuestra respuesta a la presencia y la bondad de Dios.
La oración integra la teología y la práctica de la devoción personal a Dios de una forma en que, quizá, ningún acto de adoración lo haga. Enmarcada por algunos de los temas más profundos de la teología cristiana, representa nuestro primer encuentro con las buenas nuevas de salvación en Cristo. La oración es esencial para la proclamación del evangelio, del que es una incorporación en el acto de adorar a Dios.
Sobre el autor: Director del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General de la IASD.