Nuestra búsqueda de identidad y la amenaza de la polarización

¿Qué es el adventismo? ¿Qué significa teológicamente ser un adventista? El marco más aceptable para comprender el desarrollo histórico de la teología adventista del séptimo día es verla como una búsqueda de identidad a través de cuatro etapas.

Etapa 1: “¿Qué significa el término adventista en el adventismo?” (1844-1886).

Todos los mileristas adventistas se lanzaron febril y precipitadamente hacia una búsqueda de identidad el 23 de octubre de 1844. Hasta entonces creyeron saber quiénes eran, e incluso tuvieron pocas dudas acerca de su lugar en el plan cósmico de Dios. Pero el chasco del 22 de octubre dejó a los perplejos adventistas en una condición caótica. Desde la última parte de 1844 y durante todo 1845 el milerismo debe verse como una hirviente e informe masa de confusión. Tomaría muchos años aclarar esa confusión teológica y algunos grupos adventistas llegarían eventualmente a diferentes conclusiones respecto del significado de su experiencia.

Algunos concluyeron finalmente que su interpretación acerca del evento predicho en Daniel 8:14 había sido correcta, pero que estuvieron errados en cuanto al cómputo del tiempo. Para este grupo la purificación del santuario todavía señalaba a la segunda venida de Cristo y la purificación de la tierra mediante el fuego. Pero el 22 de octubre de 1844 no era la fecha de tal acontecimiento. La segunda venida de Cristo todavía estaba en el futuro. Este grupo evolucionó hasta convertirse en la denominación Advent Christian (Cristianos del Advenimiento), y varios otros grupos relacionados.

Otros más sostuvieron que tanto el tiempo como el evento habían sido correctos. Sostenían que Cristo había regresado en realidad el 22 de octubre de 1844, pero en una forma espiritual y no literal. El fanatismo cundió fácilmente en las filas de estos “espiritualizadores”, como fueron conocidos.

Por su parte, un tercer grupo de los chasqueados mileristas sostuvo que habían estado correctos en cuanto al tiempo, pero equivocados respecto al evento. Es decir, algo grande había tenido lugar el 22 de octubre de 1844, pero que no fue necesariamente la segunda venida de Cristo. Por lo mismo, después de realizar un estudio completo de las Sagradas Escrituras valiéndose del método de Miller de usar la concordancia, concluyeron que el santuario de Daniel 8:14 era el templo celestial de Dios y no la tierra. En ese sentido, Cristo había entrado a una nueva fase de su ministerio salvador el 22 de octubre de 1844. Esta interpretación puso el marco inicial que condujo al surgimiento del adventismo del séptimo día.

Después del gran chasco, cada uno de los grupos adventistas tuvo que redefinir su identidad. Dicho período de desarrollo del adventismo del séptimo día podría considerarse más bien como un tiempo en el que los fundadores de la denominación trataron de determinar el significado del término adventista en el adventismo.

Ya para los años 1848 o 1849 nuestros antepasados guardadores del sábado habían llegado a la conclusión de que la señal distintiva del adventismo se centraba en su mensaje del santuario celestial, la observancia del séptimo día y la ley de Dios, la segunda venida premilenial y visible de Cristo, la naturaleza condicional de la inmortalidad y el reavivamiento del don profético, como se evidenció en el ministerio de Elena G. de White. Estos hitos teológicos están condensados en el marco del mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 para el tiempo del fin.

Los que llegaron a ser adventistas del séptimo día estaban satisfechos con las conclusiones adoptadas acerca de lo que significaba ser un adventista dentro del adventismo. Durante los siguientes 40 años predicaron fervorosa y valientemente su teología distintiva al mundo que los rodeaba. Siendo que no sentían la urgente necesidad de hacer énfasis sobre asuntos como la fe, la gracia, y otras creencias que compartían con los cristianos de sus días, se abocaron a promover sus propias creencias, particularmente la ley y la observancia del sábado como día de reposo.

Desafortunadamente, 40 años de énfasis en el significado del término adventista llevó al adventismo a apartarse del fundamento del cristianismo. Ese problema explotaría entre 1886 y 1888.

Etapa 2: “¿Qué es cristianismo dentro del adventismo?” (1886-1920).

La magnitud del cambio en el terreno teológico que se produjo en el seno del adventismo a fines de la década de 1880 y toda la de 1890 no es ningún secreto para quienes se interesan en el desarrollo de la teología adventista. De pronto la denominación se vio confrontada con un nuevo énfasis teológico, un nuevo vocabulario y una nueva cuestión de identidad religiosa.

Y todo sucedió de manera muy sencilla. Dos redactores relativamente jóvenes de California, A. T. Jones y E. J. Waggoner, habían desafiado la interpretación adventista tradicional de los 10 cuernos de Daniel 7 y la naturaleza de la ley en el libro de los Gálatas. Pero G. I. Butler y Uríah Smith, dirigentes oficiales de la denominación, interpretaron dicho desafío como un flagrante ataque a la integridad del adventismo histórico. En consecuencia, desataron cierta hostilidad contra Jones y Waggoner e hicieron todo lo que pudieron para evitar que estos hombres más jóvenes tuvieran una audiencia en la denominación.

El enfrentamiento de estas dos posiciones tuvo lugar en el congreso de la Asociación General celebrado en Minneapolis en el otoño de 1888. Esa reunión fue testigo de una indignidad de espíritu de parte de aquellos que defendían el adventismo histórico, tan grave que indujo a Elena G. de White a declarar con firmeza que estaban intentando ganar la batalla esgrimiendo el espíritu de los fariseos. Ella deploró semejantes actitudes. Para ella, las sesiones de 1888 fueron “la más incomprensible confrontación que jamás hemos tenido entre nuestro pueblo”. Una vez más, al mirar hacia atrás, a las desafortunadas sesiones, las consideró como “uno de los capítulos más tristes en la historia de los creyentes en la verdad presente”.

Tanto el espíritu como la teología de los principales ministros de la denominación, según ella concluyó muy pronto, carecían de un elemento decisivo: Cristo y la semejanza con Cristo. En tal sentido ella recordó: “Mi carga durante las reuniones fue presentar a Jesús y su amor ante mis hermanos, porque vi marcadas evidencias de que muchos no tenían el espíritu de Cristo”. Y el 24 de octubre dijo a los delegados: “Queremos la verdad tal cual es en Jesús… He visto que preciosas almas que podrían haber abrazado la verdad se han alejado de ella a causa de la forma en que ha sido manejada, porque Jesús no estaba presente. Y por esta razón he estado suplicándoles durante todo el tiempo: Queremos a Jesús… Todo el propósito que tuve fue que la luz se juntara y que el Salvador entrara…” •

Solidarizada con Jones y Waggoner, Elena de White enalteció los temas cristianos básicos en Minneapolis y en los años subsecuentes. Ellos enaltecieron especialmente a Jesús y la justificación por la fe en él.

Ese nuevo énfasis se reflejó en los escritos de Elena de White mediante una nueva orientación de su esfuerzo literario. Su primera contribución, en ese sentido, fue la publicación de El camino a Cristo en 1892, volumen que ella se negó a poner en las casas publicadoras denominacionales, ya que no confiaba en sus administradores para la presentación del mensaje evangélico al público en una forma no adulterada. Más bien, El camino a Cristo fue publicado por Fleming H. Revell, cuñado de D. L. Moody. Por supuesto, también tenía el propósito de alcanzar a un público más numeroso con Revell.

A El camino a Cristo seguiría El discurso maestro de Jesucristo, publicado en 1896 (también por Revell). El Deseado de todas las gentes apareció en 1898; Palabras de vida del gran Maestro, en 1900 y los capítulos iniciales de El ministerio de curación en 1905.

El nuevo énfasis se reflejó también en un lenguaje novedoso que empezaron a usar Jones, Waggoner y W. W. Prescott cuando predicaban a Cristo en su gracia salvadora a los miembros y a los obreros de la denominación. Mientras que estos hombres más jóvenes enfatizaban palabras como “Cristo”, “fe”, “justificación por la fe” y términos relacionados con la justicia de Cristo, los teólogos de mayor experiencia de la denominación ponían el énfasis en palabras como “obras”, “obediencia”, “ley”, “mandamientos”, “nuestra justicia’ y ‘justificación por obras”.

Las reuniones de 1888 establecieron el escenario para nuevos cambios teológicos dentro del adventismo. Entre 1888 y 1900 la denominación alcanzaría una mejor comprensión de la salvación en Cristo, la Trinidad, la personalidad del Espíritu Santo y un conocimiento más amplio de la naturaleza divina de Cristo que empezaría a desplazar al adventismo semi-arriano. Por su parte, algunos de esos teólogos iniciaron ciertas interpretaciones concernientes a la naturaleza humana de Cristo en el sentido de que la suya era exactamente como la naturaleza caída de Adán, hecho que prepararía el terreno para los conflictos surgidos en la década de 1990. Al mismo tiempo, Elena G. de White haría esfuerzos decididos para que la iglesia hiciera de la Biblia —no de sus propios escritos— el elemento determinante de la teología adventista.

El nuevo énfasis teológico surgido en Minneapolis produjo, ciertamente, un terremoto en el adventismo. En esencia, éste fue originado por una nueva pregunta. La placa tectónica de una antigua pregunta: “¿Qué significa ser adventista dentro del adventismo?”, había impactado directamente contra la placa tectónica de la nueva pregunta: “¿Qué significa ser cristiano dentro del adventismo?”

Desafortunadamente, la mayoría de los que habían dedicado sus vidas a predicar la respuesta a la primera pregunta vieron la segunda como una amenaza más que como un enriquecimiento. Fue así como la década de 1890 se constituyó en el período de una guerra librada en el campo teológico adventista, justamente cuando lo que se buscaba era un enriquecimiento teológico. Después de todo, el adventismo del séptimo día, en su mejor expresión es tanto cristiano como adventista. Esta verdad, sin embargo, no era obvia para los gladiadores de la teología denominacional a fines de la década de 1890, y todavía tiene que amanecer en la mente de muchos de sus herederos en 1994.

Quizá la mayor tragedia de 1888 y el período posterior a Minneapolis es que los teólogos de la denominación se habían polarizado y ya no servían como controles y estabilizadores saludables para el punto de vista mutuo.

Los hermanos adventistas de ambos frentes teológicos no habían logrado aprender una de las grandes lecciones del Congreso de la Asociación General de 1888: que se necesitaban mutuamente si querían mantener el equilibrio teológico  . El estado de cosas entre los teólogos adventistas de 1892 indujo a Elena G. de White a escribir en ese año que “Satanás tiene un júbilo infernal” cuando logra dividir a los hermanos. Ella y otros señalarían reiteradamente a través de toda la década de 1890 que muchos de los serios problemas surgidos en el adventismo podrían haberse evitado si ambos frentes hubieran sacado partido el uno del otro. Si hubiesen logrado eso, habrían tirado juntos hacia un adventismo teológica y experimentalmente centrado.

Desafortunadamente, entre 1888 y 1900 el adventismo siguió adelante sin lograr una total unidad teológica. En otras palabras, el binomio de lo que era ser adventista en el adventismo y cristiano en el adventismo nunca se aclaró debidamente. La polaridad describió mejor al mundo teológico adventista a principios de la década de 1890 y no la unidad y el respeto mutuo. La crisis de identidad continuó aun cuando en apariencia ésta fue camuflada por una armonía y devoción pragmáticas en el área del crecimiento sin precedentes de las misiones adventistas.

Pero incluso esa aparente armonía externa sería sacudida muy pronto a comienzos del siglo XX cuando la denominación afrontó una crisis teológica múltiple en las formas del movimiento de la carne santa, el panteísmo y las enseñanzas de A. F. Ballenger sobre la doctrina del santuario.

La polaridad suscitada entre los teólogos adventistas durante la década de 1890 dejó a la denominación descentrada teológicamente y mal preparada para enfrentar los desafíos del nuevo siglo. Así, los primeros años de 1900 fueron tiempos en los que un torbellino de una mayor crisis de identidad y cisma azotó a los adventistas. Muchos asuntos propios de esa crisis se estarían moviendo hacia la resolución de 1920, sólo para afrontar nuevos desafíos que contribuirían con su complicada herencia a la teología adventista de 1994. Como resultado de los desafíos de la década de 1920 se produciría una nueva crisis en la identidad adventista y surgiría una nueva pregunta con respecto a la naturaleza esencial del adventismo.

Etapa 3: “¿Qué es fundamentalismo en el adventismo?” (1920-1956)

La nueva pregunta respecto de la identidad adventista en la década de 1920 sería, “¿qué es fundamentalismo en el adventismo?” La década de 1920 formó una vertiente en la historia religiosa de Norteamérica. Durante más de medio siglo las corrientes dentro del protestantismo se habían estado dirigiendo hacia lo que llegaría a conocerse como liberalismo y fundamentalismo. La batalla llegaría a su punto álgido a principios de la década de 1920, en torno a por lo menos ocho asuntos, que son la posición fundamentalista de la inspiración verbal y la infalibilidad de la Biblia, la historicidad del nacimiento virginal, la necesidad de la expiación sustitutiva de Cristo, la historicidad de la resurrección de Cristo de los muertos, su retorno premilenial, la autenticidad de los milagros, la singularidad de la revelación cristiana en el plan de la salvación, y la creación divina por la palabra en oposición a la evolución teísta. Los liberales, por supuesto, se aferraban a la posición contraria en esos ocho puntos. En realidad, los fundamentalistas estaban reaccionando vigorosamente contra la formulación liberal de aquellas doctrinas.

Los adventistas habían sostenido tradicionalmente siete de las ocho posiciones teológicas expuestas por los fundamentalistas. Pero la denominación no había endosado oficialmente la inspiración verbal ni la infalibilidad de la Biblia, aun cuando dirigentes teológicos de la talla de S. N. Haskel, A. T. Jones, W. W. Prescott y muchos otros, ciertamente lo habían hecho. El congreso de la Asociación General celebrado en 1883, según lo revelan los registros, había aceptado la inspiración del pensamiento, mas no de la palabra. Y la infalibilidad nunca había sido un asunto formal. Y sin embargo, a pesar de la posición oficial moderada del adventismo en el asunto de la inspiración, se produjo una larga discusión como si la denominación hubiera tenido un punto de vista de inspiración verbalista y de infalibilidad. Tal punto de vista se extendió y llegó a ser aún más explícito y más consistentemente expresado durante la década de 1920.

Durante ese tiempo, el adventismo fue literalmente forzado a lanzarse a los brazos del fundamentalismo frente a la polarización sin precedentes que estaba teniendo lugar dentro del protestantismo. En este punto es preciso reconocer que no había terreno teológico neutral en la década de 1920. O era uno liberal o fundamentalista, y el adventismo ciertamente tenía mucho más en común con los fundamentalistas que con los liberales. En el frenesí de aquellos tiempos el adventismo fue lanzado hacia el fundamentalismo a pesar de su punto de vista más tradicionalmente moderado sobre la inspiración: postura equilibrada ciertamente apoyada por la recientemente fallecida Elena G. de White.

La magnitud del sacudimiento del terreno en el adventismo sobre la inspiración durante la década de 1920 es evidente por el hecho de que los líderes que abogaban abiertamente por un punto de vista moderado sobre la inspiración en la conferencia bíblica de 1919 perdieron sus posiciones en la década de los veinte. De hecho, el asunto de la inspiración se convirtió en un resorte de la acción en el congreso de la Asociación General de 1922 que desplazó al poderoso A. G. Daniells quien había sido presidente de la denominación desde 1901.

Por otra parte, B. L. House, que arguyó contra el punto de vista más moderado de la inspiración en las reuniones de 1919, sería elegido para escribir el texto universitario de doctrinas bíblicas que apareció en 1926. House sostuvo que no sólo la ‘inspiración verbal’, sino también’ la selección de las mismas palabras de la Escritura en los lenguajes originales fue controlada por el Espíritu Santo”, así como la información histórica. Una perspectiva similar fue divulgada por otras publicaciones denominacionales en la década de 1920.

El punto de vista más rígido de la inspiración, tanto de la Biblia como de los escritos de Elena G. de White, le daría forma al adventismo durante muchas décadas a partir de los años veinte, y estaría exento de desafíos significativos dentro de él hasta fines de la década de los setenta y la de los ochenta. Hoy, en la década de los 90, ha llegado a ser un factor de mucha importancia en el diálogo teológico adventista del séptimo día.

Mientras tanto, otra contribución al diálogo de los noventa sería desarrollada por M. L. Andreasen en la década de 1930 como la total floración de la ‘teología de una última generación’: una teología que enfatizaba que la segunda venida de Cristo dependía de una iglesia adventista perfecta en términos de conducta. La teología de la última generación todavía estaba en su forma embrionaria en la década de 1890, pero alcanzaría un desarrollo significativo entre fines de los cincuenta y los noventa en este siglo.

Esto nos lleva hasta mediados de la década de los cincuenta y el último movimiento ‘telúrico’ teológico en la teología adventista.

Etapa 4: “El adventismo en tensión teológica” (1956*1994)

Una nueva crisis y un nuevo frente teológico hicieron erupción con la publicación, en 1956, del artículo “Are Seventh-day Adventists Christians?”, de Donald Grey Bamhouse, aparecido en la revista Eternity. En ese artículo, con la aparente aprobación de L. E. Froom y R. A. Anderson (principales dirigentes adventistas), Bamhouse relegó públicamente a M. L. Andreasen (el principal teólogo adventista de los años treinta y los cuarentas) y su teología al sector de “los extremistas lunáticos” del adventismo e infirió que éste y los de su tipo eran semejantes a los “irresponsables de ojos desorbitados” que plagaban “todos los campos de la cristiandad fundamentalista”. Mientras tanto, la denominación, bajo la influencia de Froom, Anderson y W. E. Read, publicó Questions on Doctrine, libro que avivó las llamas de la controversia en desarrollo.

Andreasen contestó con su libro Letters to the Churches, en el cual acusó a la denominación de haber rechazado tanto los escritos de Elena G. de White como el adventismo histórico. La recompensa que obtuvo Andreasen fue la cancelación de sus credenciales ministeriales y el retiro de sus libros de las librerías denominacionales.

Luego en 1960 la casa publicadora Zondervan publicó el libro de Walter Martin The Truth About Seventh-day Adventism. En el prólogo Bamhouse señalaba que una división de grandes proporciones había surgido en las filas adventistas por causa de Questions on Doctrine y el reconocimiento de la iglesia en el mundo evangélico. Y luego escribió que “sólo… aquellos adventistas del séptimo día que sigan al Señor en la misma forma en que lo hacen sus líderes que han interpretado la posición doctrinal de su iglesia, son los que serán considerados

miembros verdaderos del cuerpo de Cristo”.

En ese punto, tanto los miembros como los de afuera habían arreglado el escenario para una división en las filas teológicas adventistas.

Yo sugeriría que si tomamos en cuenta lo anterior el adventismo de mediados de los años cincuenta podría definirse mejor como una institución en tensión teológica. Todo ese cuestionamiento del pasado todavía se formula en 1994, aunque hoy en día lo hacen al mismo tiempo diversas facciones e individuos. Algunos, por ejemplo, se preguntan: “¿Qué es lo distintivamente adventista dentro del adventismo?” Y tienden a escudarse en la teología perfeccionista de Andreasen, la cual es apoyada por ideas planteadas por Robert Wieland y Donald Short; este último, a principios de los cincuenta, dejó estupefactos a los líderes denominacionales al sugerir que sus antecesores habían llevado al adventismo fuera del camino habiendo rechazado los mensajes de Jones y Waggoner en Minneapolis en 1888 y los años subsecuentes.

Por el año 1994 la facción de los “adventistas” del adventismo enfatizaba la naturaleza pecaminosa post-caída de Cristo, condición que lleva a cierto tipo de perfeccionismo conductual, teología de la última generación, y lo que con mucha frecuencia se ha dado en llamar el “adventismo histórico”. En el método teológico practica una muy fuerte dependencia de los escritos de Elena G. de White y con frecuencia considera a Jones y Waggoner como poseedores de la última palabra en el asunto de la justificación por la fe. Los adventistas tienden a ser débiles en el uso de la Biblia.

El adventismo actual también tiene una facción teológica importante que pregunta: “¿qué es ser cristiano en el adventismo?” En su mejor expresión este grupo considera como centro de la salvación a Cristo y la cruz; considera que las bases de la seguridad consisten en estar “en Cristo”, y que los cristianos salvados están justificados a la vez que en el proceso de ser santificados; y también intentan poner a la Biblia como el centro de su metodología teológica. Al mismo tiempo que sostiene firmemente las doctrinas distintivas adventistas, esta facción enfatiza aquellas doctrinas que están dentro del contexto del cristianismo básico.

También están presentes y muy saludables en el mundo teológico del adventismo de 1994 aquellos que preguntan: “¿Qué es ser fundamentalista en el adventismo?” Esta facción puede tener puntos de vista comunes con los que enfatizan lo que es ser adventista en el adventismo o con aquellos que están afirmando lo que es ser cristiano en el adventismo, aunque su carga especial son las preocupaciones fundamentalistas de la década de los veinte.

Estas divisiones del mundo teológico adventista actual ya serían suficientemente serias, pero se agravan por los múltiples choques que ha sufrido la certidumbre de la identidad adventista resultantes de las crisis causadas por los problemas de Numbers, Rea, Ford y Davenport de fines de los setenta y principios de los ochenta, además del hecho de que el antiguo movimiento adventista ha celebrado su 150 aniversario, y por los mismos desafortunados polarizantes que hicieron tanto para debilitar a la denominación en la década de 1890. Una de las causas del problema de la polarización es que en su afán por escapar de una especie de supuestos errores, la gente se siente impelida a colocarse en el polo opuesto.

En 1994, la corriente teológica dentro del adventismo se desplaza a lo largo de dos frentes, llevando consigo los antiguos interrogantes que conforman todavía las líneas divisorias. Es así, como en la confrontación entre quienes enfatizan lo que es adventista dentro del adventismo y aquellos que destacan lo que es cristiano en el adventismo existe el omnipresente peligro de que las fuerzas en conflicto se vuelvan cada vez más unilaterales en su interpretación.

El asunto de la crisis para los adventistas se reduce al hecho de que perderán contacto con la cristiandad básica al fundar su autoridad teológica en fuentes extra bíblicas y forzar su concepto de perfección bíblica verdadera para adaptarla a una suerte de perfeccionismo impecable. En el otro extremo está latente el peligro de que los adventistas en sus esfuerzos por evitar el error se vean tentados a negar su adventismo al poner un énfasis unilateral al fin de llegar a ser “cristianos cristianos”. Yo sugiero la idea de que hay un término medio justo y razonable para aquellos que podrían ser designados como “cristianos adventistas” si, y solamente si, mantienen sus ojos en la Biblia y evitan la dinámica distorsionadora que se produce en el proceso de hacer teología cuando ello se convierte primariamente en una especie de revanchismo teológico contra un oponente personal. El factor distorsionante se deja sentir cuando los individuos, consciente o inconscientemente, ponen énfasis primario simplemente en el distanciamiento entre ellos y lo que consideran erróneo y cuando concluyen que no pueden aprender nada que valga la pena de aquellos que difieren de sus opiniones.

El efecto polarizante de los adventistas adventistas versus los cristianos adventistas se dejó sentir en la década de 1890, pero en 1994 el adventismo hace frente a otro desafío no menos peligroso que es una segunda dinámica polarizadora. Si bien es cierto que algunos individuos rehúyen el liberalismo para inclinarse hacia el fundamentalismo de la década de los años veinte (confundiéndolo, al parecer, con la mentalidad del auténtico cristianismo), otros minuciosos dirigentes adventistas (en su deseo de escapar de lo que consideran errores teológicos y fundamentalistas) corren el riesgo de apoyar lo que sería una defensa del cristianismo liberal de los veinte. Esta polarización se funda en cuestiones hermenéuticas-epistemológicas de primer orden -especialmente aquella de la primacía entre la razón y la revelación. Pero todos los partidos deberían aceptar la gran verdad de que, un punto de vista modernista (tal como fue endosado por los liberales de los años veinte), que ha adoptado el énfasis de la ilustración en cuanto a la supremacía de la razón humana sobre la Escritura, no es más saludable que el error fundamentalista que confunde las estricteces de los veinte con la mentalidad de Cristo y los apóstoles.

Valiosas lecciones

En conclusión, yo diría que los teólogos adventistas del séptimo día en su búsqueda de identidad afrontan la misma dinámica básica de la década de 1890 en 1994: el problema de la polarización. Por supuesto, en 1994 la dinámica es más compleja puesto que en el conflicto participan más actores y, lo que es más importante, lo hacen en dos frentes distintos pero a la vez paralelos. Los peligros siguen siendo los mismos.

Cualquier grupo religioso está en problemas si al formular su teología lo hace primariamente en oposición a una postura polar real o imaginaria. Esa misma dinámica constituye el caldo de cultivo para avances más rápidos tanto hacia una mayor polarización como a una distorsión teológica adicional. Uno debe tener presente estas dinámicas mientras trata de hacer teología bíblica en el espíritu del adventismo cristiano en su mejor expresión.

Debemos aprender, no sólo de los peligros que afrontaron los teólogos adventistas en la década de 1890, sino también de las posibles soluciones que estuvieron a su alcance. La lección más importante para nosotros es que nuestros antepasados no lograron captar un hecho indiscutible: que los proponentes de las posiciones adventistas polarizadas se necesitan unos a otros. Es difícil, y probablemente imposible, para cualquier individuo o grupo estar totalmente equivocado o totalmente en lo cierto. Todos nosotros hemos aprendido importantes aspectos de la verdad así como alguna fracción de error. Y todos nosotros podemos aprender de aquellos que sostienen posiciones teológicas contrarias a la nuestra. Pero para lograrlo, es imprescindible que hagamos nuestro el espíritu de Cristo: un espíritu que no sólo piensa lo mejor de los demás, sino que mantiene una apertura a la verdad que se enriquece de todas las fuentes.

Una clave para alcanzar el ideal de una sana teología es mantener nuestros ojos enfocados en la aparente intención de la Escritura y en los elementos esenciales tanto del cristianismo como del adventismo. Una segunda clave sería aprender los unos de los otros y rechazar toda suerte de posiciones ideológicamente defensivas a medida que la teología adventista procura continuar guiando a la iglesia en su extensa y creciente búsqueda de identidad.