Al ser adventista desde la cuna y esposa de pastor, ya escuché incontables sermones.

            Y yo misma prediqué algunos. Pero, actualmente, tengo una preocupación relacionada con la predicación. Es acerca de la falta de conciliación que existe entre la cantidad de información que se transmite y el tiempo dedicado por el predicador para transmitirla. Por tratarse del “día del Señor”, el sábado ha servido de excusa para que los predicadores alarguen el sermón.

            Las consideraciones que haremos acerca de este asunto en este artículo se fundan en principios religiosos y en algunos conceptos de comunicación.

            En cualquier área, la comunicación se ha vuelto una forma vital de relación humana, y prueba así que se trata de un proceso social. Se invitó a estudiosos de diferentes disciplinas a investigar y comprender la forma como actúa el proceso de la comunicación sobre los grupos humanos, lo que confirma dicha idea. Dios creó a los seres humanos con la imperiosa necesidad de comunicarse entre sí y con él. Al examinar el asunto desde ese punto de vista, podemos ver a Dios como el originador de la comunicación.

Elementos de la comunicación

            Todo proceso de comunicación presupone una fuente (originadora del mensaje), un emisor (el que lleva el mensaje), un mensaje (el objeto de la comunicación, formado por signos lingüísticos o palabras), un referente (el contenido o el tema del mensaje), un código (conjunto de signos con reglas estructurales), un canal (el vehículo transmisor) y un destinatario (a quien se dirige el mensaje).

            Este esquema parece perfecto, pero no lo es. Muchas veces el mensaje, al pasar por el canal y hasta llegar al destinatario, sufre interferencias, que son los ruidos de la comunicación. Esas interferencias pueden ser físicas (cualquier cosa que distraiga a los oyentes), culturales, (palabras incomprensibles, temas que están fuera del alcance de los oyentes, etc.) y psicológicos (agresividad, antipatía, problemas personales del destinatario).

            En este último caso, le corresponde al predicador cuidar el tono de su voz, manifestar interés por los oyentes visitándolos y ayudándolos en sus luchas personales si desea que su mensaje sea bien recibido. Un destinatario que enfrenta problemas personales no estará dispuesto a aceptar el mensaje de un predicador indiferente, que habla acerca del amor pero que no lo practica.

Comunicación caliente y comunicación fría

            El canadiense MacLuhan trabajó con el concepto de la “temperatura” en la comunicación. Clasificó los mensajes en calientes y fríos, según sus características. Un mensaje caliente, por ejemplo, se caracteriza por una gran cantidad de información y definiciones; su lenguaje es más bien pesado, es muy formal, rígido y tenso. Para entenderlo, el destinatario debe hacer un gran esfuerzo, y por eso no lo atrae mucho.

            El mensaje frío transmite pocas informaciones, su lenguaje es menos riguroso, menos formal, evita las estructuras y los términos complejos. Al exigirle poco esfuerzo al destinatario, tiende a ser más atractivo. A pesar de eso, no se lo debe usar indistintamente. Es necesario tomar en cuenta el repertorio (bagaje cultural) del destinatario. El predicador puede usar ese tipo de mensaje como un gancho para atraer a su oyente, pero no debe descartar por completo la necesidad de informaciones complementarias. Si no hay información sólida, aunque el lenguaje sea comprensible, el mensaje no cumple su misión. Le corresponde al predicador proporcionar informaciones que enriquezcan el bagaje cultural y espiritual del destinatario (en el caso específico de la predicación).

Papeles claros

            La eficacia de la comunicación depende de que el emisor y el destinatario se preocupen y participen juntos del proceso. Los dos tienen papeles definidos que cumplir. Son éstos:

  • Averiguar si el destinatario está realmente interesado en comunicarse con él, codificar sus ideas de forma precisa y sencilla, respetar el repertorio del destinatario, bajar desde el comienzo la temperatura del mensaje, escoger el canal adecuado, eliminar las posibles interferencias y enviar el mensaje.
  • Interesarse en participar del proceso de la comunicación, estar dispuesto a recibir el mensaje del emisor, tratar de superar las interferencias y decodificar el mensaje.

Sugerencias

            Es posible que algunos predicadores pequen por exceso de buena voluntad en su afán de alimentar al público, y terminen produciendo algo parecido a una indigestión religiosa. Para ayudarlos en esto van algunos consejos:

  • Aunque haya estudiado mucho y domine el tema, limite su tema en cuanto al contenido y el tiempo de su exposición.
  • Adapte su lenguaje al nivel de su público. Una cosa es un público urbano y otra es un público rural. Un doctor puede entender una palabra sencilla, pero la gente sin mucha educación formal no entiende palabras difíciles.
  • Pero no confunda un lenguaje sencillo con un lenguaje vulgar. El asunto no es emplear exactamente el mismo lenguaje de los hermanos que no han estudiado, sino adaptar el mensaje de modo que se lo exprese en un idioma exento de rebuscamientos.
  • Todo público guarda silencio para escuchar a un predicador con un mensaje enriquecedor. Si eso no sucede, analice la calidad de su mensaje.
  • Evite pedir que se guarde silencio. Éste debe ser impuesto por la calidad y el contenido del mensaje. Es necesario adaptar el tema para que atraiga a niños, jóvenes y adultos.
  • Treinta minutos son suficientes para un sermón. Si el predicador toma más tiempo, puede ser que no estudió su tema lo suficiente, o quiere predicar dos sermones de una sola vez. En cualesquiera de estos casos, los resultados son catastróficos.
  • La gente tiende a escuchar y prestar atención a un mensaje presentado por un predicador cuya vida es de buen testimonio, y no de alguien que no es consistente, y de quien ellos saben que no vive lo que predica.
  • Elimine las interferencias físicas (micrófonos que no funcionan, instalación de los equipos durante la predicación, incomodidad, mala iluminación, pasarse de la hora, etc.). También elimine las interferencias culturales (use un lenguaje comprensible) y psicológicas (sea amante y cortés con los hermanos, visítelos, entérese de sus necesidades, demuestre verdadero interés por ellos).
  • Recuerde que usted es sólo un emisor, y que el mensaje proviene de una fuente más grande, que es Dios. Por lo tanto, sea humilde y consagrado.
  • Cuando le toque ser destinatario, sea receptivo. Hay predicadores que no saben ser destinatarios. Cuando tienen que ser oyentes, suelen tener la mala costumbre de descalificar lo que dicen sus colegas, y se ponen a leer o a pensar en otros asuntos.

            Por cierto, no hemos agotado el tema. Pero si usted pone en práctica los principios que le hemos sugerido aquí ya habrá dado un paso importante en el sentido de ser oído y entendido por la gente.

Sobre el autor: Esposa de pastor, profesora de lingüística en la Universidad Federal de Sergipe, Brasil.