El encuentro divino-humano revela por qué la visitación es todavía una parte esencial del ministerio pastoral

David H. C. Read, ex capellán de la Universidad de Edimburgo, hizo una vivida descripción de lo que un aspirante al ministerio consideraba el plan ideal para un templo y la casa pastoral: “El aspecto sobresaliente era un corredor largo y derecho con una puerta en un extremo, que salía del estudio de la casa pastoral y otra puerta en el extremo opuesto, que daba acceso directo al pulpito de la iglesia”.[1]

El Dr. Read llama a tal “estudio aislado y teológicamente acolchonado”, “una cámara letal”. Luego continuó: “Es una palabra muerta la que se lleva a través de ese corredor,… no la Palabra viviente, comunicada apropiadamente, de corazón a corazón y de vida a vida”.[2] Sugirió que “el camino que va del estudio al pulpito”, no está libre de distracciones e interrupciones, pues más bien “pasa a través de la ruidosa calle, entra y sale por las casas y hospitales, granjas y fábricas, autobuses, trenes,… entre filas de gente confundida hasta llegar al lugar donde usted está llamado a predicar… Para la Palabra Viviente no hay cómo evitar esta ruta que lleva del estudio al púlpito”.[3]

Hace una generación el consenso general de ministros y miembros estimaba que la visitación a los hogares era una parte esencial del cuidado pastoral. Se daba por sentado que, si bien una que otra noche “aterrorizaba la tarea”,[4] e incluso se buscaban y hallaban excusas para no realizarla, sin embargo, la visitación era una parte integral del cuidado pastoral.

Los únicos que podían esperar obtener la exención pertenecían a una élite carismática cuya predicación era tan dinámica y atractiva que la gente vendría a sus iglesias fuera que las visitaran o no.

Otros pastores veían la visitación como un medio para promover la asistencia a la iglesia; una estrategia para llenar los asientos. Al parecer, las congregaciones sobreentendían el acuerdo tácito. Afirmaban el viejo dicho de que “un ministro que va a los hogares, cuenta con una congregación que asiste a la iglesia”. Supe de un pastor que mentalmente verificaba la asistencia de sus miembros cada sábado y durante la semana siguiente salía a dar una vuelta a su esparcido rebaño. Si usted había faltado por alguna razón, podía contar que, sin falta, tocaría a su puerta.

Pero este trabajo de reunir al rebaño no parece ser una prioridad hoy en día. La tradicional visita a los hogares se considera una pérdida de tiempo, e incluso trivial. “La iglesia debe identificarse y enfrentarse con el mundo”. “Debería invertir su tiempo en suplir las necesidades de la comunidad con programas y servicios realizados por especialistas”. “El mundo debe buscar y hallar a la iglesia, donde sus necesidades puedan ser suplidas. Después de todo, tenemos que movernos con el tiempo; la gente ha cambiado sus hábitos de vida. Una dirección particular en cierta calle no es necesariamente el lugar donde se puede hallar a la gente”.

Una sociedad cambiante

¿Con qué tipo de mundo social debe vérselas el pastor actualmente?

1. Es más probable que las esposas trabajen ahora fuera del hogar a que sean amas de casa. Según datos de la Asociación de Mujeres Trabajadoras, las madres que trabajan han cubierto completamente el mercado laboral. Se estima que “el 63 por ciento de mujeres que tienen hijos menores de 18 años tienen empleos, casi el triple del porcentaje de 1960”. Se dice también que “de todas las categorías demográficas de obreros, la que crece más  rápidamente está compuesta por mujeres casadas que tienen niños menores de dos años”, y “algunos predicen que para el año 2000, el 75 por ciento de los niños tendrán madres que trabajan”.[5]

Las diversas formas de guardería infantil son una institución bien establecida. Y muchas mujeres que no desean tener un empleo formal están, de hecho, con notable frecuencia, involucradas en actividades que las mantienen fuera del hogar durante el día. Los aparatos eléctricos, muy comunes en los hogares modernos, reducen el tiempo requerido para el cuidado de la casa.

2. La gente trabaja más tiempo que antes. Autoridades en demografía afirman “que el promedio de los estadounidenses trabajan 20 por ciento más en la actualidad que en 1973, de 40.6 a 48.8 horas, y tienen 32 por ciento menos de tiempo libre por semana, de 17.7 horas por semana a 8.5”.[6]

De paso, los condominios y departamentos se vuelven cada día más aceptables como lugares ideales para vivir, especialmente para los jóvenes profesionistas de las grandes ciudades. Estas moradas han llegado a ser dormitorios glorificados cuyos ocupantes pueden encontrarse “en casa” sólo por las noches y durante los fines de semana, y eso esporádicamente.

El especialista en crecimiento de iglesias, Monte Sahlin, declara: “Mucha gente de las naciones industrializadas simplemente tienen menos tiempo para estar en casa y recibir una visita en el hogar. La oportunidad para visitarlos en casa se reduce a los fines de semana, y eso quizá a dos o tres horas durante la noche. Estas son también las horas cuando deben programarse las juntas, darse los estudios bíblicos, etc. Para el pastor actual, el concepto de visitación a los hogares desde el mediodía hasta la noche sencillamente no funciona. Dada una considerable disminución del tiempo disponible para la visitación, cada día se hacen menos visitas y menos gente puede ser visitada. La prioridad generalmente apunta hacia lo que podría llamarse una situación de ‘crisis’”.[7]

3. Los jubilados y los ancianos se mueven más de lo que solían hacerlo. Estas personas, que antes eran catalogadas como “confinados”, se están volviendo cada día más ambulantes y menos dados a estar en casa. En los países industrializados proliferan cada vez más los clubes comunitarios, las asociaciones de ancianos y los centros para personas jubiladas que ofrecen toda suerte de distracciones y ambientes “donde las ilusiones se convierten en realidad”. Sus instalaciones abren temprano por la mañana y continúan hasta altas horas de la noche, y algunos de los miembros sólo vienen a casa a dormir. Además, “muchos jubilados… están volviendo a la fuerza laboral activa”.8

4. En estos tiempos hacer una visita al hogar puede considerarse una violación de las normas de etiqueta. A principios de este siglo los comerciantes que entregaban abarrotes, leche y pan, visitaban los hogares. Monte Sahlin dice: “Las bien conocidas compañías comerciales que vendían de casa en casa, como Fuller Brush, en los Estados Unidos, ya no venden de puerta en puerta. Incluso la Tupperware y Avon han cambiado de estrategia poniendo sus productos en tiendas. Esto se debe, en parte, a la gran cantidad de llamadas telefónicas cuya respuesta es ‘no estamos en casa’, y en parte, porque se reconoce que la costumbre popular ha cambiado y hoy se considera mala educación tocar a la puerta de un hogar sin previa cita”.[8]

El médico familiar que antaño estaba listo con sólo llamarlo, incluso por pequeños malestares, ya no está disponible. Los centros médicos son los lugares a donde la gente acude ahora para ser atendida. Allí se ofrece tratamiento especializado para cada dolencia humana en un marco de fulgurante acero inoxidable y la más sofisticada tecnología.

Si los médicos son considerados hoy más como consultores que visitadores, ¿por qué habría de parecer raro que los ministros se refieran a sus estudios como consultorios y tengan un horario para atender a los miembros? Estas realidades modernas de un estilo de vida radicalmente cambiado le confieren menos significado al lugar de residencia.

¿Una práctica fuera de moda?

¿Qué, entonces, con la tradicional visitación pastoral a los hogares de los miembros? ¿Es un residuo fosilizado de una era eclesiástica superada puesto que los tiempos han cambiado? ¿O existe algún argumento teológico válido para sostenerla?

El meollo del asunto está en que nosotros representamos a un Dios previsor que va delante de su pueblo y se anticipa a sus necesidades. Tal como la fe bíblica lo ve, el movimiento primario de la salvación no va de la humanidad hacia Dios, sino de Dios hacia la humanidad. Esta tesis constituye la diferencia entre la fe cristiana y la de otras religiones. A Dios no se lo encuentra intelectual ni místicamente. Dios busca a las personas donde se hallan.

La figura de lenguaje no es absoluta, ya que la Biblia habla de personas que buscan a Dios. Pero cuando analizamos esto, vemos que este movimiento de la humanidad hacia Dios se basa en la iniciativa divina. Hay una cantidad de palabras que hablan de la iniciativa divina: salvación, redención, reconciliación, justificación. Y, por supuesto, la encarnación es la señal más poderosa de un Dios que viene a la humanidad y mora con ella. Dios llega a ser uno de nosotros en la persona de Jesucristo. El viene a “visitar” a su pueblo: “Bendito el Señor, Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo” (Luc. 1:68).

Estamos seguros que no es una pretensión hacer este paralelismo entre la actividad visitadora de Dios y la que realizan en su Nombre sus representantes en la tierra. ¿No es el propósito de la actividad de la iglesia mostrar la forma en que Dios actúa?

De modo que la idea de visitar está profundamente implantada en la eclesiología pastoral. En realidad, la actividad misionera de la iglesia halla su validación aquí. Lógicamente, entonces, la visitación a los hogares asume su propia importancia y se valida a sí misma. El hogar todavía es el hogar, es el espacio especial que la gente ocupa, donde, en la mayoría de los casos, se “siente en casa”.

Si la iglesia capitula aceptando la idea de que la sociedad moderna no tiene hogar, haría una afrenta a todo lo que se conoce con respecto a la naturaleza de los seres humanos bíblica y psicológicamente. La iglesia debe afirmar el sentido de necesidad de un lugar donde morar, o de una dirección, que siente la humanidad. Si ahora resulta más difícil que antes encontrar a alguien en esa dirección, entonces debemos reconocer el compromiso y hacer esfuerzos extraordinarios para hallarlos donde estén. Elena G. de White, en un llamamiento pastoral al ministerio de sus días, escribió: “A mis hermanos en el ministerio, quiero decir: Allegaos a la gente dondequiera que se halle, por medio de la obra personal. Relacionaos con ella. Esta obra no puede verificarse por apoderado. El dinero prestado o dado no puede hacerla, como tampoco los sermones predicados desde el púlpito… Si se llega a omitir, la predicación fracasará en extenso grado”.[9]

Calmando sus temores

Imaginemos una escena. Un ministro visita una casa extraña. Ni siquiera sabe el nombre de sus ocupantes. Puede ser que no llegue más allá de los escalones que conducen a la puerta, pero allí aprende el nombre de los ocupantes y ellos escuchan el suyo, incluso puede ser que en adelante lo recuerden. A partir de ese momento nunca más podrán verse como extraños.

Puede ser que con el tiempo alguna circunstancia los relacione de nuevo. O tal vez esa primera visita elimine el temor de ser visitados que los habitantes de esa casa tenían, lo suficiente como para que inviten al pastor a entrar en su próxima visita y con el tiempo establecer una buena relación. La gente rara vez encuentra la fe de otro modo que no sea por medio de su relación con otros cristianos. Aunque los pastores no son los únicos que pueden hacer ese tipo de contactos, la experiencia nos enseña que sus visitas son las que abren otras puertas a la relación personal con otros.[10]

Un obstáculo significativo para la visitación de casa en casa es que la gente considera al visitante como alguien que trata de obtener algo. Incluso podría considerarse su presencia como una invasión de su privacidad. Las visitas de las “sectas” son con frecuencia de ese tipo. Hace poco dos mormones me visitaron. Eran personas interesantes y bien parecidas, pero no había absolutamente ninguna posibilidad de un encuentro genuinamente personal. Sus planes demandaban sumisión a una serie de creencias religiosas. Era una barrera realmente infranqueable. Con mucha frecuencia los pastores que visitan son vistos a través de esta luz desafortunada, por lo menos al principio. Automáticamente se les asocia con fines utilitaristas: han venido a promover la asistencia a la iglesia, o todavía peor, a pedir dinero.

De modo que, en muchos casos, la visitación ha carecido incluso de la apariencia de buena voluntad. Quienes son visitados no han aprendido lo que significa ser aceptados con amabilidad incondicional; en otras palabras, sin condiciones ni límite de tiempo. No han experimentado la paciencia de la iglesia. ¿Y nos atreveríamos a decir que esto les ha impedido comprender la paciencia de Dios? “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros” (Isa. 30:18). No hay un solo acto de gracia en el cual estén ausentes la “espera” y la “paciencia”.

Esto no significa, por supuesto, que no se pueda hacer ninguna petición en la visita. No hacer ninguna demanda ni solicitud de ninguna clase sería, en resumidas cuentas, una afrenta, una indicación de que la persona visitada no tiene valor. No pedir nada a una persona es devaluarla. H. H. Farmer, quizá parafraseando una frase de San Agustín, decía con frecuencia: “La petición de Dios es el consuelo de Dios”. Pero antes que una persona esté dispuesta a que se le pida algo, debe estar convencida de ser aceptada como es. La persona visitada debe ver el pedido que le hace la iglesia, y por lo tanto la demanda de Dios, como surgiendo de algo diferente a un motivo ulterior, es decir, que no parezca un intento de usarla en ninguna forma. Esa persona debe ver la demanda como parte de una relación de gracia.

Representando el amor de Dios

Leslie Newbigin escribe: “La visitación pastoral representa aquella amante y solícita relación [de Dios]. El pastor visita a cada miembro de su congregación, no importa cuán pobre e insignificante pueda ser, no porque tal persona sea útil para el programa de la iglesia, ni porque tenga influencia o pueda ser valiosa, sino simplemente porque es uno de los hijos de Dios, que debe ser amado como es”.[11]

Esto significa que todas las personas de la iglesia, sean dirigentes, miembros, o aún los no registrados, deben ser visitados. Elena G. de White instruyó a los ministros a “visitar a todas las familias, no meramente como un huésped para gozar de su hospitalidad, sino para inquirir acerca de la condición espiritual de cada miembro de la casa. Su propia alma [del pastor] debe estar imbuida del amor de Dios; entonces, con amable cortesía, puede abrirse camino al corazón de todos, y trabajar con éxito por los padres y los hijos, rogando, amonestando, animando, como el caso lo exija”.[12]

La visitación representa el reconocimiento que Dios hace de cada persona, sana o enferma, que esté pasando por una buena época, o que le esté yendo mal. El ministro los visita en el nombre de Dios, como sean y donde estén.


Referencias

[1] David H. C. Read, The Communication of the Gospel (Londres: SCM Press, 1952), pág. 47.

[2] Ibid., págs. 62, 63.

[3] Ibid.

[4] Elena G. de White, Obreros evangélicos, pág. 353.

[5] 9 to 5 Profiles of Working Women, según se cita en “Lifestyles America 1990s” (Informe provisto por los propietarios a sus clientes en enero de 1991, por Research Alert, New York), pág. 13. “Normalmente seis de cada diez madres pertenecen a la fuerza laboral, lo que puede subir a más del 70 por ciento para fines de

esta década” (Id., pág. 57).

[6] Ibíd., pág. 79.

[7] En una conversación con el autor.

[8] Working Women, pág. 79.

[9] Obreros evangélicos, págs. 196, 197.

[10] Véase el recuadro “Visitación: Métodos de aprendizaje”, por Monte Sahlin.

[11] Leslie Newbigin, The Good Shepherd (Grand Rapids, Mich.: Wm. B. Eerdmans, 1977, pág. 39.

[12]  Evangelismo, pág. 255.