Entre las numerosas obras de arte encontradas en el interior de una vetusta iglesia situada en la ciudad de Hamburgo (Alemania) hay una estatua de mármol imponente y expresiva, que representa al apóstol Juan, vidente de Patmos. El escultor, con notable imaginación y extraordinaria habilidad artística, presenta al discípulo del amor, absorto e inclinado sobre un pergamino, con una pluma en su mano derecha en actitud de escribir. Detrás del apóstol se destaca la tenue figura de un ángel que guía con su mano la pluma del revelador.
Esta obra artística ilustra con propiedad la incansable labor literaria de la Sra. De White, también asesorada, de acuerdo con su testimonio, por alguien que la orientaba y a quien ella llamaba “mi ángel asistente”, “mi guía” o “mi instructor”.
Cuán relevante ha sido la influencia de estos escritos, no sólo en el período de formación del movimiento adventista, sino también en la edificación y perfeccionamiento de la iglesia.
Sus mensajes impartieron aliento y valor a los perplejos y desorientados pioneros quienes, después del triste chasco de 1814, buscaban con oración un camino luminoso. Sus testimonios de censura silenciaron el fanatismo que, en los comienzos, conspiraba peligrosamente contra los triunfos de la predicación adventista. Las instrucciones y los consejos que procedieron de su pluma inspirada estimularon la adopción de un programa de evangelización mundial vibrante y victorioso. Sus escritos orientaron con seguridad la fundación de escuelas, la construcción de instituciones médicas y el establecimiento de casas editoras, con el propósito de dinamizar la proclamación del triple mensaje angélico.
Pero al afirmar nuestra creencia en la instrucción de los escritos de la Sra. de White no pretendemos que sean una segunda Biblia, disminuyendo de este modo la supremacía del Libro de Dios. “La Biblia y solamente la Biblia”, es nuestra insustituible regla de fe.
La Sra. de White nunca pretendió que sus escritos fuesen otra Biblia, o aun una añadidura al canon sagrado de las Escrituras. En su primer libro, publicado en 1851, declara: “Os recomiendo, apreciado lector, la Palabra de Dios como vuestra regla de fe y práctica. Por esa Palabra hemos de ser juzgados.
En esa Palabra Dios promete dar visiones en los ‘últimos días’; no como una nueva regla de fe, sino para el consuelo de su pueblo, y para corregir a los que se desvían de la verdad bíblica” (Early Writings, pág. 78).
Santiago White, en uno de sus primeros artículos, declaró, destacando la primacía de las Escrituras:
“La Biblia es una revelación perfecta y completa. Es nuestra única regla de fe y práctica. Y sin embargo esto no es razón para que Dios no pueda mostrar el cumplimiento pasado, presente y futuro de su palabra, en estos últimos días, por medio de sueños y visiones, según el testimonio de Pedro. Las visiones genuinas son dadas a fin de conducirnos hacia Dios, y su palabra escrita; pero las que son dadas como nueva regla de fe y práctica, separan de la Biblia, no pueden ser de Dios y deben ser rechazadas” (A Word to the Little Flock”, pág. 13).
Algunas décadas más tarde, la Review and Herald reprodujo en sus páginas una significativadeclaración de Jorge I. Butler, por entoncespresidente de la Asociación General:
“La mayor parte de nuestros creyentes acreditan que esas visiones son manifestaciones genuinas de los dones espirituales, y como tales, son dignas de respeto. No las consideramos superiores a la Biblia, o en cierto sentido, iguales a ella. Las Escrituras son nuestra regla para probarlo todo, tanto las visiones como las demás cosas. Esa regla, por lo tanto, es de la más elevada autoridad; el patrón es superior a aquello que se compara con él. En caso de que la Biblia hubiera demostrado que las visiones no estaban en armonía con ella, la Biblia permanecería, mientras que las visiones serían abandonadas. Esto muestra claramente que estimamos más las Escrituras, a despecho de lo que dicen nuestros enemigos” (Review and Herald, suplemento del 14-8-1883).
En los anales del Congreso de la Asociación General, realizado en la ciudad de Wáshington en 1909, están registradas las palabras memorables proferidas por la mensajera de Dios ante los delegados. Después de haber presentado un mensaje significativo ante un numeroso auditorio, la Sra. de White levantó la Biblia con las manos trémulas y debilitadas por la edad, y declaró: “Hermanos y hermanas, os recomiendo la Biblia”.
Sin embargo, no obstante estas inequívocas declaraciones, y muchas otras que se encuentran en nuestras publicaciones denominacionales, los adversarios del mensaje adventista prosiguen acusándonos, con impertinencia, de que al canon de la Escritura le añadimos todos los escritos de la Sra. de White.
No podemos negar que algunas veces en nuestra predicación hemos dado motivo para sustentar esta interpretación equívoca. Recuerdo que un ministro predicó cierta vez sobre la santificación. En la exposición de este importante tema, leyó algunas vigorosas y oportunas declaraciones contenidas en los Testimonios. Mientras tanto la Biblia permaneció cerrada sobre el pulpito. Fue evidente, en aquella mañana, la supremacía de los Testimonios sobre las Escrituras. ¡Cuán cuidadosos deberíamos ser!
Es cierto que aceptamos como inspiradas las cien mil páginas escritas por la mensajera de este movimiento. Pero no disminuimos, en modo alguno, nuestra creencia en la soberanía de la Palabra de Dios.
Hace algunos meses oí de labios del presidente de la Junta Consultiva de la Sociedad Bíblica del Uruguay, pastor Emilio Castro, de la Iglesia Central Metodista de Montevideo, una información acerca de que los adventistas son los mejores compradores de Biblias en ese país. Sí, con frecuencia oímos decir a los editores de la Biblia que los adventistas siempre están entre sus mejores clientes. No es válida, pues, la imputación de que en los escritos de la Sra. de White encontramos un sustituto para el Libro divino.
En este número de El Ministerio Adventista, dedicado al espíritu de profecía, honramos a Dios con reverencia por la dádiva de la Biblia, que nos orienta en los caminos de la vida. También le damos el testimonio de nuestra gratitud por la manifestación del espíritu de profecía en la iglesia remanente, la “luz menor” que conduce a “hombres y mujeres a la luz mayor”, el Libro Santo de Dios.