La Biblia en tiempos de relativismo ético
La Biblia está compuesta por 66 libros que fueron escritos por autores de diferentes tiempos y lugares. Sin embargo, es una obra unificada, que cuenta una sola historia abarcando la Creación, la Caída, la Redención y la renovación de la Tierra. Las Escrituras también atestiguan su origen divino. Mientras el apóstol Pablo dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16),[1] Pedro refuerza que los profetas bíblicos “hablaban siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). La gran importancia de este libro radica en que registra con veracidad, pero sin exagerar, nuestro origen (Gen. 1; 2) y nuestro destino (Apoc. 21; 22) como raza humana en el contexto del Gran Conflicto.
Elena de White escribió: “La Biblia es la historia más antigua y abarcadora que poseen los hombres. Nació de la Fuente de la verdad eterna y una mano divina ha preservado su pureza a través de los siglos. Ilumina el lejano pasado en el cual en vano trata de penetrar la investigación humana. Solamente en la Palabra de Dios contemplamos el poder que puso los cimientos de la Tierra y extendió los cielos. Solo en ella hallamos un relato auténtico del origen de las naciones. Solo en ella se da una historia de nuestra raza, libre de prejuicios u orgullo humanos”.[2]
Lo escrito por Moisés, Isaías y Mateo es la Palabra de Dios. Esto significa que Dios mismo nos habla a través de lo que está escrito en la Biblia. El libro de Hebreos resume así este pensamiento: “En el pasado, Dios habló muchas veces y de muchas maneras a nuestros padres mediante los profetas; pero en estos últimos días nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por medio de quien hizo el universo” (Heb. 1:1, 2).
La Biblia tiene su origen irrevocable en Dios mismo, lo que la hace suficiente y clara. Su suficiencia proviene del hecho de que nos dice todo lo que necesitamos saber para ser salvos. El salmista David lo expresó impecablemente:
“La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma.
“El testimonio del Señor es fiel, que da sabiduría al sencillo.
“Los mandamientos del Señor son rectos, que alegran el corazón.
“El precepto del Señor es puro, que alumbra los ojos.
“El respeto del Señor es puro, que permanece para siempre.
“Los juicios del Señor son verdad, todos justos.
“Son más deseables que el oro, más que el oro muy afinado, más dulces que la miel del panal” (Sal. 19:7-10).
Lo que David está diciendo en este texto acerca de la Ley (Torá, o Pentateuco) se aplica a toda la Biblia. La Palabra de Dios es perfecta, fiel, recta, pura, clara, verdadera y justa. Por lo tanto, es “suficiente para reavivar el alma, dándole sabiduría e impartiéndole alegría”.[3]
Pero, el hecho de que la Biblia nos presente la verdad no significa que no encontremos dificultades en ella. Incluso Pedro reconoció que Pablo escribió algunos textos complejos que algunas personas estaban distorsionando para su propia destrucción (2 Ped. 3:15, 16). Elena de White también afirmó que “algunos pasajes de la Escritura no serán nunca perfectamente comprendidos hasta que, en la vida futura, Cristo los explique. Hay misterios que han de permanecer ocultos, declaraciones que las mentes humanas no pueden hacer armonizar. Y el enemigo tratará de despertar discusiones acerca de estos puntos, que sería mejor dejar sin discutir”.[4]
Sin embargo, está claro que los textos bíblicos requieren de nuestra facultad de entender asuntos que tienen que ver con nuestra relación con Dios, nuestra vida cristiana y la esperanza futura, suponiendo que haya cierta claridad en estos asuntos. Por ejemplo, Jesús quería que la gente lo entendiera cuando les presentaba la Palabra de Dios (Mat. 15:10; 12:3-5). En el camino a Emaús, Jesús reprendió a los discípulos consternados: “Entonces Jesús les dijo: ‘¡Simples y lentos de corazón para creer lo que anunciaron los profetas!’ ” (Luc. 24:25). Lo mismo podemos constatar en el prólogo de Apocalipsis: “¡Bienaventurado el que lee las palabras de esta profecía, y dichosos los que la oyen y guardan lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca!” (Apoc. 1:3), donde Juan asume que los lectores del libro de Apocalipsis fueron y serán capaces de entender y aplicar el mensaje que contiene. En consecuencia, “todo lo que necesitamos para nuestra vida y para nuestra espiritualidad está contenido en la Biblia”.[5]
Puede decirse, entonces, que la Biblia no avala el escepticismo epistemológico de los tiempos modernos, donde se la presenta como un libro oscuro e irrelevante. Si se aborda la Palabra de Dios con la actitud y la determinación correctas, ella proveerá todo lo que necesitamos para nuestra vida, nuestra espiritualidad y nuestra relación con Dios.
El propósito de la Biblia
Aquí destacaré cuatro puntos breves sobre el propósito de la Biblia. Primero, según el locus classicus de la inspiración bíblica, el propósito de la Biblia es hacernos “sabios para la salvación que es por la fe en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:15). Además, las Escrituras también afirman que la Palabra de Dios “es inspirada por Dios, y es útil para enseñar, reprender, enmendar e instruir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, cabalmente instruido para toda buena obra” (2 Tim. 3:16, 17). Ha sido notado que la Biblia ha influido incluso en la construcción política de una sociedad mejor; sin embargo, su propósito principal es revelar el carácter de Jesús y su salvación (Juan 14:6; cf. 5:39).
Segundo, además de guiar a las personas a desarrollar una relación salvadora con Cristo, la Biblia nos comunica enseñanzas divinas y fortalece nuestra esperanza para el futuro. Pablo confirmó esto cuando dijo: “Todo lo que antes fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, para que por la paciencia y el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Rom. 15:4). Así, el mensaje escatológico de la Biblia, principalmente en los libros de Daniel y Apocalipsis, nos muestra que Dios está guiando la historia del mundo hacia su conclusión.
Tercero, la Biblia brinda apoyo y dirección para el estilo de vida del cristiano. Jesús confrontó a Satanás afirmando: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4, citando Deut. 8:3). Así como nuestro pan de cada día nos mantiene vivos, así la Palabra de Dios sustenta nuestra vida espiritual. Siguiendo esta línea de pensamiento, Pedro escribió: “Como niños recién nacidos, deseen la leche espiritual pura, para que por ella crezcan en su salvación” (1 Ped. 2:2). “En este contexto, la ‘leche espiritual pura’ probablemente se refiera a la Palabra de Dios, de la que Pedro había estado hablando (ver 1 Ped. 1:23-25). Por lo tanto, la Biblia es necesaria para mantener la vida espiritual y para crecer en la vida cristiana”.[6] Es importante notar que el estilo de vida cristiano recomendado en las Escrituras centra su contenido doctrinal en Jesús.[7] Por lo tanto, sin la doctrina cristiana, la forma de vida cristiana no tiene sentido.[8]
Cuarto, la Biblia también tiene un propósito misionero, al proporcionar el fundamento, las herramientas y los objetivos para la misión. La revelación especial de Dios dada en las Escrituras forma la base bíblica de la misión. Después de todo, la Biblia registra los actos misioneros de Dios a través de su pueblo (Gén. 3:15; 12:1-3; Isa. 53:1-12; Mat. 1:20, 21). Durante su ministerio terrenal, Jesús comisionó a sus discípulos para que predicaran que “el Reino de Dios se ha acercado” (Luc. 10:9). Después de la muerte y la resurrección de Cristo, el mensaje de los apóstoles se centró en el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento.
Aunque el mensaje del evangelio tiene implicaciones sociales y culturales, su núcleo es ofrecer perdón y restauración a través de lo que se logró mediante la muerte de Cristo en la Cruz. Jesús mismo dijo: “ ‘Así está escrito: el Cristo tenía que padecer, y al tercer día resucitar de entre los muertos. Y que en su nombre se predicaría el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, empezando en Jerusalén’” (Luc. 24:46, 47; cf. Juan 3:16). Por lo tanto, podemos concluir que, según las Escrituras, la misión es ir por todo el mundo, proclamando el evangelio de Jesucristo con el poder del Espíritu Santo. Esto consiste en persuadir a las personas a convertirse en discípulos de Jesús y miembros fieles de la iglesia remanente de Dios, para que puedan adorar al Señor y guardar sus mandamientos, glorificando así su nombre (Mat. 28:18-20; Apoc. 14:6-12).
“Así dice el Señor”
Está claro que el clima social y cultural actual plantea un gran desafío a la autoridad y la interpretación de la Biblia. Lamentablemente, como afirma Natasha Crain: “Los cristianos de hoy viven mucho más como una extensión del mundo secular que como una luz para este mundo”.[9] Para que podamos enfrentar la actual degradación de la autoridad bíblica, debemos tener una alta visión de las Escrituras, con una clara comprensión de su naturaleza y su propósito. Como resultado, nuestros sermones se fortalecerán y nuestros miembros estarán mejor equipados para comprender y aplicar las enseñanzas bíblicas en la vida cristiana.
Debido a esta solemne responsabilidad, el siguiente texto de Elena de White se convierte en la conclusión más adecuada de este artículo: “Pero Dios tendrá un pueblo en la Tierra que sostendrá la Biblia y la Biblia sola como regla fija de todas las doctrinas y base de todas las reformas. Ni las opiniones de los sabios, ni las deducciones de la ciencia, ni los credos o las decisiones de concilios ecuménicos, tan numerosos y discordantes como lo son las iglesias que representan, ni la voz de las mayorías; nada de eso, ni en conjunto ni en parte, debe ser considerado como evidencia a favor o en contra de cualquier punto de fe religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto, debemos exigir un categórico ‘Así dice Jehová’”.[10]
Sobre el autor: director del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista
Referencias
[1] Los textos bíblicos utilizados han sido extraídos de la versión Reina-Valera 2000 actualizada, a menos que se especifique de otro modo.
[2] Elena de White, La educación (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 173.
[3] Kenneth Berding, Bible Revival: Recommitting Ourselves to One Book (Bellingham, WA: Lexham, 2013), p. 35.
[4] Elena de White, Obreros evangélicos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), pp. 323, 324.
[5] Berding, Bible Revival, p. 32.
[6] Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine (Grand Rapids, MI: Zondervan Academic, 2020), p. 141.
[7] Ángel Manuel Rodríguez, A Christian Lifestyle: Biblical Foundation and Praxis, Biblical Research Institute Release 16 (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2020).
[8] J. Gresham Machen, Christianity and Liberalism (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2009), p. 18
[9] Natasha Crain, Faithfully Different: Regaining Biblical Clarity in a Secular Culture (Eugene, OR: Harvest House, 2022), p. 17.
[10] Elena de White, El conflicto de los siglos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 653.