¿Daniel 9 sigue inmediatamente al fin de la sexagésimo novena semana de años? ¿Acaso no introdujeron Hipólito y Apolinario, desde los siglos tercero y cuarto, una interrupción, o corte? ¿En base a qué difieren ustedes de los fundamentalistas de nuestros días que sostienen que la septuagésima semana está separada por un largo período de más de diecinueve siglos y no se cumplirá sino hacia el fin de los tiempos, y que se refiere a los actos del anticristo más bien que a los de Cristo? ¿No están ustedes prácticamente solos en su manera de ver?
Contestando primero la última pregunta, nosotros no estamos solos de ninguna manera. Mientras que los adventistas del séptimo día diferimos a este respecto con muchos fundamenta- listas de hoy (pero de ninguna manera con todos), estamos de acuerdo con los más relevantes estudiosos de los siglos —iglesia primitiva, católicos y judíos medievales, reforma protestante y post-reforma. Y hasta el surgimiento del dispensacionalismo en las últimas décadas, muchos eruditos conservadores modernos sostenían, como todavía nosotros lo hacemos, que las setenta semanas de años constituyen una unidad ininterrumpida y continua.
Pero volvamos a las tres primeras preguntas. Una respuesta satisfactoria a ellas requeriría que entráramos en muchos aspectos de la profecía bíblica y que analizáramos la filosofía con la cual encaramos las porciones predictivas de las Escrituras. Exigiría que mostráramos lo que nosotros creemos son las debilidades y falacias de la teoría de la interrupción, lo mismo que su filosofía básica concomitante —la interpretación futurista de la profecía, de la cual es parte. No hay lugar en los límites asignados a esta pregunta para tratar todas estas ramificaciones.
Deberíamos explicar que hemos aceptado la interpretación histórica de la profecía, creyendo que constituye la filosofía de la profecía expuesta en las Escrituras. Por lo tanto, no podemos aceptar las teorías de una semana separada, una larga interrupción durante la cual la profecía no tiene aplicación, y un anticristo futuro en el fin de los tiempos. Estas teorías están basadas sobre principios de interpretación que nosotros rechazamos como no escritúrales. En aras de la brevedad limitaremos nuestra respuesta a los dos primeros puntos mencionados en las preguntas.
- La septuagésima semana de años sigue a la sexagésima novena. —Creemos, en común con el gran grupo de piadosos estudiosos mencionados en la nota al final de este artículo, que la profecía de las setenta semanas culmina con la manifestación de Jesucristo como el verdadero Mesías, y entonces sella la infalibilidad del esquema profético con una descripción de la muerte expiatoria de Cristo. Todo esto fue bosquejado por la Inspiración quinientos años antes de esas memorables transacciones que cambiaron el curso entero de la historia humana. Y esto constituye una prueba irrefutable para concluir que Jesucristo es el verdadero y único Mesías, y para establecer las maravillosas provisiones de la redención completa en él y por él.
Las 70 “septenas” de años “determinados” o medidos y apartados en los concilios del cielo para esta profecía, tenían un punto de partida especificado. (Véase pregunta 25.) Estas 70 hebdómadas estaban divididas en tres grupos —de 7, 62, y 1— sumando 490 años.
“Sabe, pues, y entiende” (Dan. 9:25), fue la admonición de la profecía, que debían pasar 69 hebdómadas, o unidades de siete años, entre el “mandamiento” y la manifestación del Mesías Príncipe —o sea, 7 más 62 semanas de años, o 483 años. Las 69 semanas por lo tanto constituyen simplemente el tiempo que debería transcurrir desde un punto determinado.
Si bien los años pasados de las 69 hebdómadas son importantes, la septuagésima hebdómada es importantísima. Las 69 semanas de años constituyen la extensión de tiempo precisa para la manifestación de Jesús como Mesías, como vimos en la pregunta 25. Es pues lógico que la septuagésima semana se refiera a los siete años que siguen a la sexagésima novena, o sea, al período en el cual tendría lugar el ministerio del Mesías. La disposición de las palabras del texto no indica de ninguna manera una interrupción o un corte.
La mayoría de los comentadores más antiguos, que fijan el año del bautismo de Jesús como punto terminal de las 69 semanas de años, admiten que la “una semana” de años sigue inmediatamente sin ninguna interrupción —verificándose la crucifixión tres años y medio más tarde, en la “mitad” de la septuagésima semana de años. Tales estudiosos reconocían a los restantes tres años y medio de la última semana como pertenecientes a la fundación del cristianismo a través de la predicación de los discípulos. Siendo que ni la disposición de las palabras ni la lógica indica una interrupción, el peso de las pruebas está en contra de los que quieren romper la continuidad del período.
La línea establecida por Dios para esta profecía de 70 semanas es de una duración “determinada” o concedida, a partir de un punto histórico bien establecido. Y el propósito obvio de la profecía es predecir el tiempo en que ocurrirían ciertos hechos de capital importancia —cosas que sucederían en la última, o septuagésima hebdómada de la serie. Por lo tanto, el posponer esa semana final de años y proyectarla en el lejano futuro es en realidad oscurecer el elemento tiempo, uno de los puntos más importantes en toda la profecía, y por lo tanto violentar su propósito obvio.
El insertar en el período de 490 años una “brecha” de dos mil años, cuatro veces mayor que las 70 semanas mismas, constituye una manipulación improcedente. Cambia la regla de la medida profética en una cinta elástica. Los que siguen semejante proceder han abandonado la línea de medición de “determinada” longitud por una de completamente indeterminada longitud, y la han hecho un vasto período, no descripto totalmente foráneo a esta específica profecía.
Los que sostienen la teoría de la interrupción, que hacen de la semana separada el período de crisis final al fin de los siglos, tienen que añadir a la fuerza un vacío de dos mil años. Esta es una forma de exégesis sin precedentes en toda la exposición profética.
Siendo que 7 más 62 semanas llevan al Mesías, debemos lógicamente concluir que el ministerio público de Cristo, como Mesías, se extendía más allá de la sexagésimo novena semana —pero dentro de la septuagésima, siendo numeradas una a continuación de la otra. Esta ha sido la interpretación predominante entre los eruditos cristianos a través de las centurias.
Con relativamente pocas excepciones, los comentadores han tomado los dos períodos mencionados separadamente de 7 semanas y de 62 (haciendo un total de 69 semanas de años, o 483 años) sin insertar ningún vacío entre ellos. Pero los partidarios de la interrupción dicen que la septuagésima semana de años, contados desde el punto de partida, no fue la septuagésima semana de la profecía en orden cronológico. Este es claramente el quid del asunto.
No son los adventistas del séptimo día los que, en estos últimos tiempos, se han apartado de la visión histórica de los siglos sobre las setenta semanas de años. Seguimos sosteniendo la secular y ortodoxa posición del protestantismo, pero no basamos nuestra creencia sobre antecedentes históricos. Reconocemos que la teoría de la interrupción, que aplica esta profecía a un anticristo futuro, es una involuntaria secuela de la contrarreforma del siglo dieciséis. Es nuestra profunda convicción que el sistema basado sobre la semana separada es una innovación injustificada.
Creemos que nos corresponde adherirnos sin desviaciones a los principios sanos e inconmovibles de la interpretación profética. No nos parece que existe ninguna razón válida ni ningún punto de vista defendible para separar la septuagésima semana de las 69. Las 7 semanas y las 62 semanas corren ininterrumpidas. Y no encontramos ninguna base justificable, exegética o de otro orden, para separar la septuagésima semana de la sexagésima novena y colocarla arbitrariamente al final de las edades. No hay fehacientemente ningún antecedente de ello en la interpretación profética paralela. Tampoco hay algo en el texto hebreo de Daniel que lo apoye, ni en la versión griega de los LXX.
Nos parece suficientemente claro que las especificaciones de la profecía encuentran exacto y completo cumplimiento en la vida, ministerio y muerte de Cristo, y en la consiguiente desolación de la nación judía como resultado de su rechazo del Mesías prometido.
Cuando contamos desde el decreto de Artajerjes I dado a Esdras (457AC), al fin de las 69 semanas de años (27 DO, con el ministerio de Cristo comenzando con su “ungimiento” en su bautismo, y verificándose su muerte en medio de la septuagésima semana (lo cual cierra los 490 años, en el año 34 DO, hay perfecta armonía entre las especificaciones proféticas y los cumplimientos históricos. — (Continuará)