(Estados Unidos ha sido sin duda el país donde el principio de separación de la Iglesia del Estado —sería mejor decir de las iglesias y el Estado— se ha practicado por más tiempo y con excelentes resultados. Pero las cosas están cambiando y rápidamente. Por eso hemos creído oportuno proporcionar a los lectores de Ministerio una vislumbre de lo que está sucediendo, tanto para informarnos, lo que siempre es bueno, como para verificar cuán cerca nos encontramos de los acontecimientos del fin. Deseamos de todo corazón que el contenido de este artículo sea no sólo de interés para nuestros lectores, sino que los ayude a prepararse mejor para la venida del Señor. Con amor cristiano.—La redacción).

Durante la marcha de la Coalición Cristiana (una alianza político religiosa de católicos y evangélicos que forma parte del Partido Republicano) rumbo a lo que llamaron la Conferencia de la Victoria, durante la última campaña presidencial, la activista evangélica Star Parker introdujo sus declaraciones con la siguiente afirmación: “Cualquiera que crea en la separación de la Iglesia y el Estado puede abandonar este recinto ahora mismo”.[1]

Se ha descrito a Star Parker como una madre convertida y dedicada a la asistencia social, que se ha tornado en una oradora fogosa en favor de las causas políticas de los cristianos de tendencia conservadora. Si tomamos en cuenta el hecho de que es nueva en las lides políticas, tal vez podríamos perdonarle su desconocimiento de la historia de la separación de la Iglesia y el Estado, y el valor que esto tiene para la protección de la libertad de todos los grupos religiosos, incluidos los de la Derecha Cristiana.

Pero, ¿cómo podría alguien explicar la participación del Reverendo Richard John Neuhaus en la misma reunión con Parker? Neuhaus es un sacerdote católico muy inteligente y con muchos títulos académicos, autor de varios libros importantes y director de First Things [Las primeras cosas], un periódico que ofrece importantes comentarios culturales. Ciertamente él no puede despreciar la separación de la Iglesia del Estado en la misma forma como lo hace Parker. Tal vez no, ya que a él se lo citó diciendo solamente que la separación de la Iglesia del Estado había sido “grotescamente distorsionada”. Por más discutible que sea este comentario, es muy diferente del abierto rechazo del principio de la separación de la Iglesia y el Estado que pregonan muchos activistas políticos cristianos en estos días.[2]

Si bien es cierto que siempre ha habido individuos y grupos que han rechazado el concepto de la separación de la Iglesia y el Estado, la forma como se ha difundido esta idea es un fenómeno nuevo. Tan recientemente como en la década de 1980, Jerry Falwell insistió muchas veces en que él creía en la separación de la Iglesia y el Estado.[3] Tal afirmación era necesaria para que él y su Mayoría Moral pudieran participar en la política norteamericana. Es verdad, sus críticos pueden cuestionar su comprensión de los temas relativos a la Iglesia y el Estado, ya que sus opiniones eran tan diferentes de las de ellos; pero no importa qué haya querido decir él con la frase “separación de la Iglesia y el Estado”, evidentemente se sintió obligado a usarla.

La situación de Falwell era similar a la de los políticos izquierdistas de las décadas de 1950 y 1960, cuando descubrieron que era necesario declarar que ellos realmente eran buenos demócratas y no comunistas. En otras palabras, en la opinión de Falwell el concepto de la separación de la Iglesia y el Estado era tan semejante a esos elementos típicamente norteamericanos como la mamy, el béisbol y la torta de limón, que incluso los que procuraban cambios sustanciales en las leyes que regulan las relaciones entre la Iglesia y el Estado decidían declarar su apoyo a esa idea.

Como lo ilustra esa reunión de la Coalición Cristiana, hemos avanzado bastante desde 1980. Ahora muchos activistas cristianos del ala conservadora, tanto protestantes como católicos, rechazan sin ambages la idea de la separación de la Iglesia y el Estado, y a menudo mediante el uso de un lenguaje contundente. W. A.Criswell, que por mucho tiempo fue pastor de la Primera Iglesia Bautista de Dallas, puede haber sido uno de los primeros en patrocinar este cambio pro anti separación. A mediados de la década de 1980 dijo en las noticias de la cadena de radio y televisión conocida como Columbia Broad- casting System: “Creo que este concepto de la separación de la Iglesia y el Estado tiene que haber sido el fruto de la imaginación de algún infiel”.[4]

Pat Robertson ha ido incluso más lejos al declarar repetidas veces, a partir de 1980, que en vista de que las palabras “separación de la Iglesia y el Estado” no figuran en la Constitución de los Estados Unidos, pero sí en la de la Unión Soviética, la separación de la Iglesia y el Estado es obviamente una idea atea y comunista.[5]

Al revés, después del colapso de la URSS, el pastor D. James Kennedy, presbiteriano y representante de la Derecha Cristiana, declaró que en Rusia prevalecía una libertad religiosa total, mientras los Estados Unidos la había perdido. Atribuyó esta perceptible decadencia de la libertad religiosa a la separación de la Iglesia y el Estado, oponiéndose de esta manera el histórico argumento de que la libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado dependen la una de la otra.[6]

Los observadores atentos de este fenómeno sabrán que probablemente el más prolífico y eficaz proponente de la “oposición a la separación” es David Barton, el ex profesor de Matemáticas y director de colegios secundarios que fundó la organización conocida como “Los Constructores de Muros”, con sede en Aledo, Texas. Barton recorre el país con un equipo para proyectar diapositivas de ultimísima generación tecnológica con el fin de tratar de probar que los fundadores del país querían establecer una nación que le diera preferencia al cristianismo. Escribió un libro con el muy adecuado título de The Myth of Separation [El mito de la separación]. En todos sus libros, casetes y discursos, Barton se apoya bastante en citas seleccionadas de los fundadores del país. Hace poco Robert Alley, profesor emérito de la Universidad Richmond y experto en James Madison (uno de los fundadores de la nación), cuestionó una cita de Barton atribuida a Madison.

Cuando el estudio llevado a cabo por Alley demostró que Madison con toda probabilidad nunca hizo esa declaración, Barton se retractó. En una maniobra notable, Barton también publicó una retractación referente a otras once citas; dijo que diez eran discutibles y dos, incluso la cita de Madison, eran falsas.[7] Pero el impacto no parece haberle hecho mucho daño al barco de guerra de Barton.

La última señal de la difusión del rechazamiento del concepto de separación de la Iglesia y el Estado, o a lo menos del proverbial “muro de separación”, apareció en la decisión de la Corte Suprema de 1985, en cuanto al juicio entre Wallace y Jaffree. Con el voto de la mayoría se revocó el dictamen denominado “Un Momento de Silencio” del tribunal de Alabama con respecto a las escuelas públicas. En relación con esto, el juez William Rehnquist escribió lo siguiente en disidencia: “El ‘muro de separación entre la Iglesia y el Estado’ es una metáfora que se basa en una interpretación errónea de la historia, una metáfora que ha resultado inútil para determinar un juicio. Se la debería abandonar franca y explícitamente”.[8] Siendo que Rehnquist es actualmente el presidente de la Corte Suprema, los que rechazan el tema de la separación ciertamente tienen un aliado en alguien que ocupa uno de los cargos más elevados del sistema político norteamericano.

Todos estos personeros, y muchos otros también, tienen en común el hecho de que abrigan una profunda desconfianza al principio de la separación de la Iglesia y el Estado. Se está desarrollando una creencia muy generalizada en el sentido de que el tema de la separación está bien para los que se sienten cómodos con el liberalismo secularizado. Los que se inclinan hacia esta posición aparentemente creen que la gente de fe debería procurar otro arreglo constitucional. Esta sospecha es comprensible hasta cierto punto puesto que la separación de la Iglesia y el Estado a menudo se encuentra en el discurso, la defensa y el lenguaje individualista del iluminismo secularizado. (La idea fundamental del iluminismo es que la razón, bien dirigida, puede conducir a la verdad y promover la felicidad del ser humano. Tuvo en su momento mucho auge en el norte de Europa y en América del Norte. El equivalente “latino” de este movimiento podría ser al racionalismo de Descartes, que le da la primacía absoluta a la razón humana.—Nota de la Redacción.)

Todos los argumentos relativos a los derechos individuales que se exponen en los Estados Unidos, tal como los presenta la izquierda, generalmente comienzan con referencias a la autonomía del individuo y los derechos de la conciencia.

Durante la mayor parte de la historia de los Estados Unidos, los evangélicos de origen anabaptista, de los movimientos de santidad y hasta del calvinismo, han aceptado una alianza tácita y limitada con el iluminismo, especialmente en el tema de la libertad religiosa. Pero últimamente el costo de esta alianza parece ser demasiado elevado. Para muchos evangélicos y católicos conservadores, la frase “derechos individuales” se aplicaría ahora a un individualismo excesivo, según el cual la gente estaría libre de toda restricción y podría creer lo que quisiera y hacer lo que le diera la gana, siempre y cuando no perjudicara a nadie. Para muchos creyentes tradicionalistas, “humanismo secular” o simplemente “liberal” se usan como expresiones peyorativas en el marco de su concepto del mundo. La creencia resultante de todo esto es que el concepto de separación de la Iglesia y el Estado es sólo para los liberales.

La separación de la Iglesia y el Estado no necesita ser definida de esa manera, sin embargo. La expresión relativa al tema por parte del iluminismo secularizado no fue ni la primera ni la única manera de defender el tema de la separación, y existen muchas dudas acerca de si es la mejor defensa del caso, especialmente para los cristianos.

A continuación damos dos breves ejemplos de defensas cristianas del principio de separación

de la Iglesia y el Estado. Ninguna de ellas se originó en la idea de los derechos individuales. Más bien giran en tomo del concepto de que Dios fundó la Iglesia y creó el Estado para que ejercieran funciones diferentes.

Al llegar a este punto descubrimos que la mayor parte de los argumentos cristianos acerca de la separación se remontan a Roger Williams. Puesto que vivió antes del iluminismo del siglo XVIII, obviamente no pudo haber sido objeto de la influencia de ese movimiento. Pero en lugar de descansar solamente en este conocido y digno abogado de la libertad religiosa, más bien deberíamos analizar el pensamiento de John Locke, el personaje más íntimamente relacionado con el iluminismo. Se lo considera a menudo como “el padre del iluminismo”, o “el apóstol de la razón”, pero últimamente los eruditos están volviendo a poner énfasis en la faceta religiosa del pensamiento de Locke, que aparentemente se dejó de lado, si no se la olvidó. El filósofo evangélico Walter Wolterstorff lo dice de este modo: “Nuestra forma común de tratar a los filósofos europeos de los siglos XVII y XVIII, como si se tratara de gente secularizada, les da una muy mala imagen”.[9] Cualesquiera hayan sido las influencias del pensamiento de Locke sobre el desarrollo de las formas secularizadas del pensamiento, y ciertamente las hubo, no se pueden separar de su profundo compromiso con la fe cristiana que, como lo expresa el erudito Samuel Pearson, “reposaba sobre la revelación histórica”.[10] Hasta John Wesley recomendó que se estudiara a Locke, lo que indica que tenía un alto grado de confianza en la ortodoxia teológica del filósofo y su dedicación al cristianismo.[11]

Lo que nos interesa aquí son los argumentos de Locke acerca de la tolerancia religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado, que aparecen en su famosa Letter Concerning Toleration [Carta acerca de la tolerancia]. Si bien es cierto que él apela a la razón en su breve panfleto, no se explaya exclusiva ni siquiera prioritariamente en los derechos individuales. Más bien analiza las instituciones, alegando que la Biblia no le confiere el poder de la espada a la Iglesia, ni el poder sobre la fe religiosa al Estado.

Locke se refiere a una situación que supuestamente se habría producido en el Imperio Otomano, donde habría dos iglesias, una calvinista y la otra arminiana, y ambas sostenían que tenían la verdad. ¿Cuál de las dos debería tener la autoridad de imponer su teología y negar la de la otra? Alguien podría decir: “La ortodoxa” (la que tiene la doctrina correcta), pero eso no resultaría —sostiene Locke— porque las dos iglesias se consideran ortodoxas. ¿Debería decidir el Estado qué iglesia tiene la razón? Obviamente esto sería imposible, puesto que el gobernante otomano es musulmán, y por lo tanto “infiel”, según se decía en tiempos de Locke. ¿Cómo podría un musulmán ser lo suficientemente competente como para evaluar una teología cristiana? Pero sería lo mismo si el gobernante fuera cristiano —argumentaba Locke— porque los gobiernos siempre son incompetentes para juzgar la religión. Dios no les dio esa prerrogativa, y no poseen ni el conocimiento ni la experiencia suficientes. Un gobernante puede ser cristiano, pero como funcionario del Estado él o ella no han recibido de Dios la facultad de controlar la fe.[12]

Locke incluso dio vuelta su argumento. No sólo no tiene autoridad el Estado para dirimir disputas teológicas; las iglesias tampoco reciben más poder del que ya tienen al aliarse con el gobierno. La autoridad de la iglesia proviene de Dios, y el Estado no la puede aumentar. El hecho de que el gobernante sea cristiano o no, no cambia nada. El gobernante sencillamente carece del poder dado por Dios para otorgarle autoridad a la Iglesia. En este sentido, según lo señala Locke, las iglesias tienden a ser tolerantes hasta que logran disponer del poder de gobernar; entonces “la paz y la caridad” se ponen a un lado y la Iglesia tiende a dedicarse a actividades no cristianas.[13] Aunque Locke no lo dice con todas sus letras, la implicación es que cuando la Iglesia procura el apoyo del Estado, ya sea desde el punto de vista financiero o de cualquiera otra mañera, recurre a una fuente ilegítima de autoridad, y por eso mismo se causa un daño espiritual a sí misma. Para Locke todo el asunto de la Iglesia y el Estado era por un lado un problema teológico que tiene que ver con el orden creado por Dios para las instituciones terrenales, como lo era por el otro con respecto al derecho del individuo a disponer de su libertad para obrar según su parecer. Dios había creado el Estado para hacer ciertas cosas, y las iglesias para hacer otras. “Él mezcla el Cielo con la Tierra —escribió Locke—, y combina esas dos sociedades”.[14]

Se reconoce ampliamente que las iglesias de Europa que obtuvieron por tanto tiempo el apoyo del Estado, han tenido un rendimiento muy exiguo durante los últimos siglos. La asistencia a las iglesias es sumamente baja si se la compara con la de los Estados Unidos, y hay un sentimiento sumamente difundido de que las iglesias forman parte del grupo de los privilegiados, y que no tienen nada que ofrecerle a la gente común. En otras palabras, la misma clase de sentimiento anti gobierno que suelen abrigar los norteamericanos, lo proyectan los europeos a la vez contra el gobierno y contra las iglesias establecidas.

Además de este argumento histórico y cultural, los cristianos podrían considerar otra posibilidad. Supongamos que las iglesias de Europa también han sufrido porque al descansar en el poder del Estado han perdido en buena medida el poder del Espíritu Santo. Por supuesto, esto nunca se podría documentar en forma concluyente mediante los métodos normales de la investigación histórica, e incluyo esta sugerencia aquí sólo como algo digno de consideración. No obstante, el argumento parece ser a lo menos razonable. Además, dada la preocupación de Locke de que la Iglesia y el Estado descansan sobre preceptos bíblicos, significaría que no estamos exagerando cuando sugerimos que las iglesias no pueden ser dotadas de poder por los gobiernos. Si el Estado pudiera aumentar la autoridad y el poder de las iglesias, las iglesias europeas serían autoritarias y poderosas en la actualidad. En realidad, no lo son en absoluto.

Alguien podría decir que a Locke ciertamente no se lo consideraría evangélico en la actualidad; recordemos que fue ambivalente con respecto a la doctrina de la Trinidad, e insistió demasiado en que la religión debía ser razonable. Pero más importante para el tema que estamos tratando es su preocupación porque las iglesias y los estados cumplieran con lo que Dios esperaba que hicieran, y ésta es una opinión que los creyentes tradicionalistas de nuestro siglo pueden aceptar.

Alguien en particular que ha compartido con Locke su preocupación acerca de la Iglesia es el evangélico J. Gresham Machen. Ha sido el defensor más erudito de la ortodoxia protestante conservadora, en el lado fundamentalista del conflicto entablado entre los fundamentalistas por un lado y los modernistas por el otro dentro de las instituciones religiosas de los Estados Unidos durante los primeros 25 años del siglo XX. Como consecuencia de su posición conservadora, tuvo que salir del Seminario de Princeton, después de lo cual fundó el seminario Westminster en Filadelfia, y con el tiempo la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. Ambas instituciones figuran hoy como pequeños pero importantes baluartes del evangelismo confesional conservador.

En medio de la controversia entablada entre los fundamentalistas y los modernistas se encuentra la cuestión de la relación de la iglesia con la sociedad. Los liberales (que en aquel entonces se conocían como modernistas) creían que la iglesia debería ser lo suficientemente amplia como para abarcar todos los aspectos de la sociedad. Cuando cambiaron las corrientes intelectuales como resultado de la evolución del pensamiento y la crítica bíblica moderna, intentaron ajustar la teología protestante con el fin de que siguiera siendo importante para la sociedad. Querían que continuara esa suerte de dominio cultural protestante que había sido la norma durante el siglo XIX, y para lograrlo concibieron el cristianismo como una religión inclusiva. Machen le salió al cruce a esta idea en 1923 con su famosa obra Christianity and Líberalism [Cristianismo y liberalismo], en la cual argumentaba que los liberales ajustaron demasiado el cristianismo, al punto de que en esencia habrían creado otra religión. Tan impresionante fue esta obra que algunos comunicadores seculares, como H. L. Mencken y Walter Lippmann escribieron para decir que Machen tenía razón.[15]

Machen creía que el cristianismo no era ni estrecho ni exclusivo, que tenía ciertas enseñanzas especiales que se deberían defender. Le preocupaba mucho que la Iglesia Presbiteriana conservara su integridad histórica al mantenerse leal a la Biblia y a los credos sobre los cuales se funda. La misión de la Iglesia no es abarcar toda la sociedad, sino defender la ortodoxia cristiana y conducir a la gente a que tenga una correcta relación con Dios. Para lograrlo debe estar tan libre de influencias culturales como sea posible, y aquí aparecen las opiniones de Machen con respecto a la Iglesia y el Estado. Aunque fundamenta- lista por derecho propio, Machen se oponía a las oraciones, la lectura de la Biblia y la formación del carácter en las escuelas públicas, y no se opuso a la enseñanza de la teoría de la evolución. Los intentos de moralizar y cristianizar el orden social, según Machen, requerían de los creyentes asignarle el común denominador más bajo posible a la religión. Para decirlo con sencillez, no estaba interesado en los denominadores comunes más bajos; en lugar de eso trataba de defender los principios de la fe cristiana que hacían de ella algo especial. Sabía que en la medida en que los cristianos unieran sus esfuerzos para abarcar toda la sociedad, incluso en el intento de cristianizarla, lo más probable es que debilitaran su fe. Como lo dice el autor de la biografía de Machen, Darrel Hart: “La mezcla de intereses públicos y religiosos era objetable para Machen, no sólo porque amenazaba la libre práctica de la religión, sino porque corrompía su mismísima fe”.[16]

Si bien es cierto que resulta notable que un fundamentalista como Machen apoye la separación de la Iglesia y el Estado, más sorprendente es aún que lo haya hecho siendo un calvinista ortodoxo comprometido con la Confesión de Westminster. Al Juan Calvino de la creencia popular y de todos los libros de historia se lo recuerda por sus intentos de fusionar la Iglesia y el Estado en la ciudad de Ginebra, y por haber sentenciado a la hoguera al archi hereje Miguel de Servet. Aunque carente de matices y sutilezas, esta caricatura del reformador a lo menos pone de manifiesto que Calvino no era partidario de la separación de la Iglesia y el Estado. Sin embargo, creía firmemente en la independencia de la Iglesia. En Ginebra la Iglesia ejercía una tremenda influencia sobre el Estado, pero éste no podía interferir para nada en la obra de la Iglesia. Calvino insistió en esto, y libró una batalla de diez años contra un partido opositor que quería que el Estado dispusiera de la autoridad necesaria con el fin de exigirle a las iglesias que excomulgaran a los herejes.

Lo que Machen aparentemente reconoció es cuánto ha cambiado la situación cultural desde los días de Calvino. Cuando prácticamente todo el mundo en Ginebra era un protestante calvinista, la Iglesia podía abarcar la sociedad sin perder su carácter calvinista. Cuando el escenario se trasladó a un país pluralista como los Estados Unidos en el siglo XX, la Iglesia tendría que ensancharse demasiado para abarcar toda la sociedad. Machen reconoció que para conservar la autonomía y la integridad de la Iglesia se deberían frenar los esfuerzos para cristianizar el conjunto de la sociedad. Se sentía cómodo con el pluralismo, porque le permitía a la Iglesia ocupar su propio lugar en la sociedad. Al ser sólo una institución más en una cultura pluralista, es taba libre de la responsabilidad de hablar en nombre de muchos, y podía en cambio concentrarse en ser la voz pura y profética del único y verdadero Dios. Un protestantismo lo suficientemente amplio como para contener la gran mayoría de los ciudadanos le exigiría a la Iglesia dejar a un lado su naturaleza exclusiva y su singular vocación.

Aunque Machen fue el erudito más importante de los evangélicos en su momento, su posición parece haberse perdido para muchos de los herederos del funda- mentalismo primitivo en las postrimerías del siglo XX. En la estela de la Derecha Religiosa de la década de 1980, y de la Derecha Cristiana de 1990, muchos a menudo, y en forma natural, han relacionado la política practicada por los evangélicos con el deseo de que haya oraciones y lecturas bíblicas en las escuelas públicas, que el Estado subvencione las escuelas religiosas privadas y que haya muchas otras formas de apoyo del gobierno a la religión. El deseo de que el Estado satisfaga a las iglesias de esta manera sin duda requerirá de éstas que a su vez se acomoden a la cultura imperante. El peligro inherente consiste en que las iglesias llegarán a ser excelentes instituciones sociales, con ideas teológicas y prácticas religiosas lo suficientemente amplias como para que quepa prácticamente todo el mundo; y si esto ocurre, habrán perdido sus características distintivas y su mensaje profético.

Los que se hallaban presentes en la Conferencia de la Coalición Cristiana denominada “Camino a la Victoria”, aparentemente creían que lo más importante que se podía hacer para volver a cristianizar la sociedad del país consistía en ponerle fin a la separación de la Iglesia y el Estado. Evidentemente no creían que las iglesias sufrirían daño si sus esfuerzos alcanzaban el éxito.

Si Machen estaba en lo cierto, sin embargo, es poco probable que una iglesia domine la sociedad y siga siendo una verdadera iglesia. La sociedad es, sencillamente, demasiado pluralista. Sólo una abierta, inclusiva y blanda religión civil sería lo suficientemente amplia como para abarcar un vasto sector de la población del país.

Si Locke estaba en lo cierto, cuando las iglesias tratan de incrementar su autoridad solicitándole al Estado que acomode la religión, descienden a un nivel de poder inferior al autorizado por las Escrituras y que el Espíritu Santo ha puesto a su disposición. Los cristianos del país van a tener que elegir entre iglesias débiles y teológicamente amorfas, amparadas por el Estado y muy dependientes de la sociedad, o iglesias fuertes y proféticas que se yergan delante de la sociedad y estén separadas del Estado. (Traducido de Liberty, noviembre-diciembre de 1999.)

Sobre el autor: Barry Hankins es director asociado del Instituto J. M Dawson de Estudios acerca de la relación entre las iglesias y el Estado, de la Universidad Baylor, Waco, Texas, Estados Unidos.


Referencias:

  • [1] “Una representante de la Coalición Cristiana ataca la separación de la Iglesia y el Estado” (Church and State [Iglesia y Estado], octubre de 1996, p. 7).
  • [3] Jerry Falwell, Ed. Dobson y Ed. Hinson, The Fundamentalist Phenomenon: The Resurgence of Conservative Christianity [El fenómeno fundamentalista: el resurgimiento del cristianismo conservador] (Garden City, Nueva York: Doubleday-Galilee, 1981), p. 189. En una lista de cinco puntos acerca de “cómo considera la Mayoría Moral los temas vitales de la actualidad”, Falwell y los otros dos autores mencionaron como número uno: “Creemos en la separación de la Iglesia y el Estado”.
  • [4] Richard Pierard, “Civil Religión: A Case Study Showing How Some Baptists Went As- tray in the Separation of Church and State” [Religión civil: un estudio casuístico que demuestra cómo algunos bautistas se extraviaron en lo que se refiere a la separación de la Iglesia y el Estado], Christian Ethics Today 2, N° 4 [La ética cristiana en la actualidad 2, N° 4](noviembre de 1996): 4.
  • [5] Bob Boston, The Most Dangerous Man in America? Pat Robertson and the Rise of the Christian Coalition [¿El hombre más peligroso de los Estados Unidos? Pat Robertson y el surgimiento de la Coalición Cristiana] (Amherst, Nueva York, Prometheus Books, 1996), p. 70.
  • [6] D. James Kennedy, “Church and Society”, American Family Association Journal [La iglesia y la sociedad, Periódico de la Asociación de la Familia Norteamericana] (enero de 1993), p. 15. El director de este periódico es Donald Widom, de Túpelo, Mississippi, quien a su vez lo publica.

[7] David Barton, The Myth of Separation: What is the Correct Relationship Between Church and State? [El mito de la separación: ¿cuál es la correcta relación entre la Iglesia y el Esta- do?] (Aledo, Texas, Wallbuilder Press, 1989); “Consumer Alert! Wallbuilders Shoddy Workmanship”, Church and State [¡Alerta, consumidor! Los productos de los edificadores de muros son falsos, Iglesia y Estado] (julio-agosto de 1996), pp. 11-13. La retractación de los edificadores de muros aparece en la página 13.

  • [8] Wallace vs Jaffree, 472 U.S. 38. Entre otros lugares, el texto disidente de Rehnquist se puede encontrar en Robert T. Miller y Ronald B. Flowers, Toward Benevolent Neutrality: Church, State, and the Supreme Court [Hacia una benévola neutralidad: la Iglesia, el Estado y la Corte Suprema] 5a. edición (Waco, Texas, Imprenta Markham, de la Editorial de la Universidad Baylor, 1996), pp. 333, 335, 336.
  • [9] Nicholas Wolterstorff, “Locke’s Philosophy of Religión”, in Vere Chappell, ed., The Cambridge Companion to Locke [Locke y su filosofía de la religión, en Vere Chappell, editor, La guía de Cambridge para entender a Locke] (Cambridge, Editorial de la Universidad de Cambridge, 1995), p. 174.

[10] Samuel C. Pearson, Jr., “The Religión of John Locke and the Charachter of his Thought”, The Journal of Religion 58 [La religión de John Locke y el carácter de su pensamiento, El periódico de la religión 58] (julio de 1978), p. 248.

[11] Frederick Dreyer, “Faith and Experience in the Thought of John Wesley”, American Historical Review [La fe y la experiencia en el pensamiento de Juan Wesley, Revista norteamericana de Historia], 88:21, 22.

[12] John Locke, A Letter Concerning Toleration [Una carta acerca de la tolerancia], James H. Tully, Ed. (Indianapolis, Editorial Hackett, 1983), pp. 32, 33.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

[15] D. G. Hart, Defending the Faith: J. Gresham Machen and the Crisis of Conseruative Protestantism in Modern America [La defensa de la fe: J. Gresham Machen y la crisis del protestantismo conservador en los Estados Unidos de la actualidad] (Baltimore: Imprenta John Hopkins, 1994), pp. 3, 4. La forma como presento el tema de Machen se basa mayormente en la biografía de Hart.

[16] Hart, p. 138.