Dios no acepta que sus hijos usen su santo nombre de forma mecánica, vacía e irreverente.

“No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Éxo. 20:7).

Qué explicación podemos ofrecer, sobre la base de una teoría de la comunicación y de nuestros recursos lingüísticos, acerca del mandamiento por el cual Dios ordena a sus hijos que no tomen en vano su santo nombre? ¿Qué quería evitar por medio de esa orden?

El lenguaje articulado es la principal forma de comunicación de la sociedad. Es el fundamento mismo de las relaciones interpersonales. Los individuos de cierto grupo de seres humanos tratan de comunicarse con otros por medio de un código determinado. Para que haya una comunicación fluida, es necesario que alguien, a quien llamaremos “emisor”, tenga algo que transmitir a uno o más interlocutores. El emisor tiene que poner sus pensamientos al alcance de ellos mediante la codificación de sus ideas, transformándolas así en mensajes.

Samira Chalhub afirma que los diferentes mensajes transmiten significados muy diversos, y de alguna manera se percibe en ellos su forma de funcionar. “La transmisión del mensaje ocurre cuando se tiene en vista lo que se desea transmitir, cuando participan del proceso de transmisión un emisor que envía el mensaje a un receptor, mediante el uso de un determinado código; éste, a su vez, está referido a un contexto. El paso de la emisión a la recepción se hace por medio del soporte físico que es el canal”.

Y ese mensaje puede tener uno o varios objetivos o funciones que justifican su formulación. Entre estas están la emotiva, la referente, la informativa, la fáctica o factual (relativa a los hechos), la metalingüística (la relación que existe entre el idioma y la cultura) y la poética. En esta nota queremos destacar la función fáctica o factual.

Objetivo

¿Cuál es el objetivo de la función fáctica? ¿Con qué clase de expresiones se manifiesta? ¿Cuál es el contenido semántico (referente al significado de las palabras) de las expresiones que se identifican como función fáctica del lenguaje? Si entendemos estos asuntos podremos comprender por qué Dios pidió a sus adoradores que no usaran su nombre en vano, en una situación o en un contexto común.

Características

Edward Lopes presenta algunas de las características de los mensajes con función fáctica: Rompe el silencio. En cualquier reunión se espera que los presentes conversen, aunque no tengan algo importante que decir. La función fáctica interviene para romper el silencio: “¿Qué tal?” “¿Cómo anda eso?” “¿Cómo les va?”

Están predeterminadas. “¡Mucho gusto!” y otras expresiones equivalentes son prácticamente obligatorias cuando hay presentaciones, por ejemplo. La sociedad ya las escogió para que se las usara en esas circunstancias. Son obligatorias y se oponen al silencio, que no es bien visto en esas circunstancias.

Sin valor semántico (sin un significado definido). En el momento de una presentación, la respuesta “¡Mucho gusto!” carece de contenido semántico, puesto que es totalmente previsible. Pero si la persona guardara silencio, ese silencio sí tendría valor semántico. Por eso, cuando alguien contesta “Muy bien” cuando se le pregunta “¿Cómo está?” no significa necesariamente que todo ande bien. En verdad, sólo estamos compartiendo una regla social que tiene que ver con la manera de saludar.

Cuando saludamos a alguien, no esperamos que esa persona nos haga un informe detallado de su vida. Por eso los saludos carecen de valor semántico. Lo perdieron gracias al uso impuesto por la sociedad.

Un mensaje común. El que está hablando no necesita inventar nuevos saludos cada vez que se le presenta a alguien. Usa los ya consagrados por la comunidad lingüística (la sociedad).

Sentido litúrgico (ritual). Ese sentido predomina sobre el lingüístico.

Esas expresiones forman parte de las costumbres y, por así decirlo, de la liturgia relacionada con el comportamiento social.

Las expresiones fácticas, entonces, carecen de significado; no corresponden al significado natural que suelen tener las palabras. Se las usa de forma rutinaria y mecánicamente.

El mandamiento

El tercer mandamiento de la ley de Dios dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”. Por causa de su gran celo por su propio nombre, nuestro Dios quiere evitar que se desgaste, que carezca de sentido semántico, es decir, de significado. Además, el nombre de Dios no puede comunicar un mensaje viejo o repetido. Muy por el contrario, el mensaje que transmite el nombre de Dios se debe renovar cada mañana.

Si parafraseáramos (modificación del texto para explicarlo o aclararlo) el mandamiento de acuerdo con el tema que estamos desarrollando, podríamos decir: “No usarás el nombre del Señor tu Dios sin valor semántico, porque el Señor no considerará inocente al que use su nombre por mera costumbre, como algo lingüísticamente desgastado, como si fuera una expresión común”.

Recordemos que nuestra sociedad ha creado varias expresiones y hasta interjecciones (expresiones de sorpresa y asombro) formadas con el nombre de Dios, pero sin valor semántico alguno: “¡Dios mío!” “¡Gracias a Dios!” “¡Dios me libre!” y, más irreverente aún, “El Jefe de arriba”. Nuestra preocupación tiene que ver con el hecho de que esas interjecciones se han vuelto lugares comunes y han desgastado el santo nombre de Dios. Tienen sólo función fáctica, sin nada nuevo. Se expresan mecánicamente; son realmente lugares comunes, son previsibles.

Bien distinto es lo que encontramos en los salmos. “Jehová, Dios mío, en ti he confiado” (7:1); “Yo te he invocado, por cuanto tú, Dios, me oirás” (17:6); “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (22:1); “Dios, sálvame por tu nombre” (54:1).

El nombre santo

Sin duda ya entendemos por qué Dios no quiere que sus hijos tomen su nombre en vano, sólo como costumbre, sin valor semántico alguno. El Dios todopoderoso no puede aceptar que su nombre se convierta en una expresión vulgar. “Pues, como está escrito: El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Rom. 2:24).

El escritor Rubens Lessa, en su libro El hombre del tercer milenio, página 166, se manifiesta preocupado por esta situación: “¡Nunca, a lo largo de los siglos, el nombre de Dios se ha usado con tanta falta de respeto como en nuestros días! Nuestra inserción en el tercer milenio confirma el proceso de vulgarización de las cosas sagradas. ¿Cuál es la causa de esta tendencia? Creemos que, entre otros factores, están la falta de conocimiento de la Palabra de Dios, el modelo permisivo difundido por los medios masivos de comunicación y una actitud humana que cada vez es más engreída… La falta de respeto por el sagrado nombre de Dios no se considera, en general, como una transgresión del tercer mandamiento… El nombre sagrado se usa de manera vulgar, como si fuera una mera exclamación”.

Nos corresponde a nosotros, los cristianos, no someternos a la influencia de esa forma de proceder, tratando de no repetir, al hablar, esas interjecciones que vulgarizan el nombre de Dios, y recordar que en Éxodo 3:14, 15 está escrito lo siguiente: “Respondió Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros. Además, dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos”.

“¡Dad a Jehová la honra debida a su nombre?” (1 Crón. 16:29). “Pues Jehová no desamparará a su pueblo, por su gran nombre” (1 Sam. 12:22)

Sobre la autora: Esposa de pastor, profesora de Lingüística en la Universidad Federal de Sergipe, Rep. Del Brasil