Se deben entrenar y formar nuevos líderes, con el objetivo de superar las crisis de liderazgo.
E l 21 de mayo de 1991 amaneció normalmente. Nueva Delhi estaba espléndida, con fulgurantes flores rojas de los árboles Gulmohar que adornaban las calles de la capital de la India. Miles de personas atestaban las calles, los centros comerciales y los antiguos bazares, gozando los últimos días de primavera, temiendo por anticipado la opresiva humedad y calor que pronto vendrían. Pero antes que el día terminara, toda la ciudad estaba inmersa en dolor, lágrimas y temor a lo desconocido. Rajiv Gandhi, entonces primer ministro de la India, fue asesinado en el distante sur.
El terrible asesinato cortó la carrera de un joven dirigente que tenía tanto para dar a su país y podía liderar a millones hacia un brillante futuro. Rajiv estaba bien preparado para enfrentar los desafíos de conducir la democracia más grande del mundo, que estaba luchando por emerger y marchar hacia una nueva economía y el triunfo social. Pero, cuando fue asesinado, todo el país sintió un vacío que no pudo ser llenado. Parecía que no había una evidente segunda línea de liderazgo que pudiera dar un paso al frente y tomar las riendas del Gobierno.
Pasó un buen tiempo hasta que el país se recuperó del golpe. La falta de capacitación y preparación de líderes para las exigencias desconocidas del futuro eran evidentes por doquier. El contexto de esa tragedia llevó a que cada partido político de la India pensara en capacitar y entrenar a los futuros líderes.
Capacitar y preparar a los líderes para el futuro debería prevalecer en toda organización: desde una compañía gigante hasta una pequeña iglesia. Para poder vencer las crisis en el liderazgo, una segunda línea de liderazgo debe ser entrenada y capacitada. Ni amenazas imaginarias ni los temidos celos deberían interponerse en la preparación de futuros líderes, listos y preparados para ocupar la dirigencia. Este artículo analizará qué incluye la capacitación, de qué manera puede convertirse en una bendición y cómo ser un buen mentor en el ministerio de la iglesia.
Qué significa capacitar
Cuando Moisés aceptó el llamado a dirigir a los hijos de Israel, no sabía por cuánto tiempo mantendría ese puesto. No se le dio una fecha exacta de cuándo se retiraría. Pero Moisés fue un líder eficaz y temeroso de Dios, y sabía que el futuro de Israel estaba en las manos de Dios, quien es el Líder mayor. Y sin embargo, Moisés sabía que Dios obra a través de agentes humanos. Moisés no solo tomó la responsabilidad de liderar a los hijos de Israel a lo largo del desierto hasta la frontera con la Tierra Prometida, sino también el papel de mentor. En ese papel, entrenó a Josué para que se convirtiera en un futuro líder. Éxodo 17:8 y 9 presenta a Josué por primera vez. Josué “comenzó su servicio personal bajo el mando de Moisés poco antes o después de la batalla con los amalecitas”.[1] Como buen líder, Moisés vio el potencial de liderazgo entre los que lo rodeaban, fomentó el desarrollo de ese potencial, y ellos tuvieron un aprendizaje práctico mientras realizaban sus tareas diarias. Moisés no consideró a Josué como una amenaza, sino como una oportunidad de asegurar el futuro curso de la historia del pueblo de Dios en el desierto y en la Tierra Prometida.
De la misma manera, Elías fue mentor de Eliseo. Cuando Elías vio a Eliseo, arando su tierra con doce yuntas, percibió que era una persona a quien Dios podía usar. Ante el mandato del profeta, Eliseo corrió hacia Elías y aceptó el emplazamiento de ser capacitado por él para el futuro ministerio que le esperaba (1 Rey. 19:19-21). Posteriormente, Eliseo aprendió las lecciones de discipulado. Comprendió la importancia de seguir a Elías hasta que su oportunidad de dirigir apareciera. El proceso de capacitación es una moneda de dos caras: el líder prepara, entrena y educa; el futuro líder sigue, observa, aprende y espera el momento adecuado para asumir sus responsabilidades de liderazgo. Espiritualmente hablando, en la capacitación no hay lugar para luchas de poder. Antes de que Eliseo pudiera asumir el liderazgo, él esperó, caminó, contempló y aprendió cómo es que Dios espera que sea un líder. El momento de transición hacia el liderazgo llegó cuando Elías ascendió al cielo, y su manto cayó sobre Eliseo. Eliseo golpeó las aguas del Jordán con el manto de Elías y estaba muy entusiasmado de ver una repetición del milagro del que había sido testigo previamente.[2]
En el sendero de la capacitación, los que están siendo capacitados tienden a seguir las actitudes de sus maestros, y así deberíamos aprender la importancia de que los mentores reflejen la voluntad de Dios y sus caminos tan perfectamente como puedan. El Nuevo Testamento provee un buen ejemplo de capacitación en el ministerio de Pablo y su asociación con Timoteo. Timoteo se unió al apóstol en su segundo viaje misionero (Hech. 16:1-3) y permaneció con él hasta el fin. El vínculo espiritual que unía al apóstol y a Timoteo duró toda una vida, y Pablo se dirigió al joven como a un hijo (1 Tim. 1:2). Él permaneció fiel y leal, no solo al apóstol, sino también a la custodia de la verdad que fue compartida con él. Pablo encontró en Timoteo alguien confiable y le asignó la tarea pastoral en Éfeso (1 Tim. 4:12). Si bien Timoteo era tímido por naturaleza (2 Tim. 1:6, 7), Pablo lo animó a llegar a ser uno de los mejores obreros para Dios.[3] Como buen mentor, Pablo estaba interesado no solo en el crecimiento espiritual y pastoral de Timoteo, sino también en su bienestar físico, hasta el punto en que le aconsejó tomar una medicación apropiada para conservar su salud (1 Tim. 5:23). La capacitación de Pablo finalmente produjo como resultado un pastor y evangelista exitoso. Una cuidadosa lectura de las dos epístolas que el apóstol le escribió a Timoteo revela la preocupación del experimentado mentor por el desarrollo y el crecimiento del joven pastor: que fuera fuerte y estable en la verdadera doctrina del evangelio, que protegiera la santidad de la adoración pública y la conducta privada, que resistiera a los falso maestros, que se afianzara en la firme Palabra de Dios, que entrenara a ancianos y a diáconos para el futuro de la iglesia, y salvaguardara las verdades que se le fueron confiadas. Ambas epístolas que escribió Pablo a Timoteo son modelos de cuidado capacitador y preocupación por el futuro de la comunidad de la fe.
Las bendiciones de ser un mentor
Cuando reflexiono en la relación que había entre Moisés y Josué, Elías y Eliseo, y Pablo y Timoteo, a menudo pienso en las bendiciones que he recibido de varios mentores en mi vida y mi ministerio. Sobresalen dos mentores. El primero fue un experimentado pastor, cuando yo acababa de entrar al ministerio como su asociado. Por precepto y por ejemplo, con una manera paciente de conducirme, me llevó a entender y a seguir los grandes misterios del pastorado: predicar la Palabra, visitar a los miembros, orar por los que están necesitando una oración, cuidar de los que necesitan el toque de la gracia, y convertirse en alguien en quien la comunidad de la fe pueda confiar. Este experimentado pastor, por su ejemplo y su liderazgo, me llevó a estrechar mi vínculo con mi Salvador. Mientras todavía estaba luchando con mi llamado, dedicó tiempo a guiarme y aconsejarme en las dificultades prácticas del ministerio. Me dio la oportunidad de ministrar y me animó a asumir responsabilidades. Me moldeó para que llegara a ser un obrero bien organizado para Dios.
El segundo líder fue el presidente de mi Asociación, que gentilmente me guió en los pasos de la administración de la iglesia y el liderazgo. Recuerdo el momento en que me pidieron que tradujera a un predicador que estaba de visita. Mi comprensión del inglés no estaba a la altura de la elocuencia del predicador, y estaba tímido y nervioso. Pero el presidente de la Asociación creía en mí y expresó su confianza en que yo podría hacerlo. Con su apoyo, lo hice, y gradualmente llegué a desarrollar mayores habilidades tanto en inglés como en mi lengua materna. Paso a paso, animado por los mentores, llegué a convertirme en locutor y presentador de radio. Tanto el pastor experimentado como el presidente de la Asociación eran conscientes de su papel como mentores, y me ayudaron a ser lo que soy. Me enseñaron a ser responsable en mi ministerio y exhibieron en su vida personal los principios de la obra pastoral. Su generosidad y su conducción fomentaron mi crecimiento espiritual y profesional. Su influencia tocó y moldeó mi vida espiritual y profesional.
Cómo ser mentores eficaces
De los muchos principios que contribuyen a ser buenos mentores, destacaré los tres más significativos:
1. Sea una fuente de ánimo. Ser mentor de ninguna manera es una tarea fácil. Los que están siendo capacitados no siempre pueden satisfacer nuestras expectativas. A veces, pueden chasquearnos. Pedro chasqueó a Jesús varias veces. Era impulsivo, imprudente y a menudo hablaba antes de pensar. Fue tan rápido con su espada para defender a su Maestro como en negar a Cristo. Pero Jesús nunca abandonó a Pedro. Como divino Mentor, Jesús conocía las capacidades que estaban latentes en el corazón de Pedro. A pesar de todas sus fallas humanas, Jesús animó a Pedro y le aseguró sus oraciones frente a los ataques satánicos para impedir que se convirtiera en un discípulo (Luc. 22:31). Una y otra vez, Jesús animó a Pedro y, después de su resurrección, le confió la sagrada tarea de pastorear a sus ovejas (Juan 21:15-17). Elena de White escribe: “La manera en que el Salvador trató a Pedro encerraba una lección para él y sus hermanos. Les enseñó a tratar al transgresor con paciencia, simpatía y amor perdonador”.[4] Como mentores, ¿no deberíamos seguir el ejemplo de Jesús y ser una fuente de ánimo para los que están bajo nuestro cuidado y entrenamiento?
Hay muchas ocasiones en que ser un mentor puede ser algo que desanima. A un pastor, un vez su supervisor le comunicó que algo estaba mal con su trabajo: “Solo una persona ha sido sumada a la membresía de la iglesia este año, y es solo un muchachito”. Más tarde ese día, con pesadumbre en su corazón, el pastor oró en busca de ánimo. Sabía que Dios era su verdadero Mentor, y que nunca le fallaría. Al concluir su oración, sintió que alguien estaba caminando detrás de él. Al darse vuelta, vio al chico (su único converso ese año). El niño dijo: “Pastor, ¿piensa que alguna vez podré convertirme en un misionero?” El pastor lo animó a orar y a buscar la conducción de Dios. El niño era Robert Moffat, que más tarde fue a África para ganar esa tierra para Cristo. Años después, cuando Moffat habló en una de las iglesias en Londres acerca de su experiencia en ese continente, un joven médico, profundamente conmovido por el mensaje de Moffat, pasó al frente para ir a trabajar con él a África. ¿Su nombre? David Livingstone.
2. Prepárese para sacrificarse. Capacitar puede ser una experiencia gozosa cuando hay una disposición a sacrificarse. Cuando los mentores sacrifican algo, eso será muy apreciado por sus seguidores. Recuerdo muchas acciones de sacrificio y generosidad por parte del pastor que se convirtió en mi mentor. Una vez, me regaló su propia Biblia personal, me invitó a usar su biblioteca para estudiar, dedicó tiempo a orar conmigo, y estuvo allí cuando lo necesité. Estos pequeños actos de sacrificio cimentaron mi resolución de ser como él. Su acción como mentor fue un precioso don para el resto de mi vida. Sin un espíritu de sacrificio, uno no puede ser un líder eficaz, mucho menos un mentor exitoso.
3. Lidere desde el frente. Desde una perspectiva bíblica, un líder o mentor vive como pastor. Si desea ser un mentor, entonces debe convertirse en un pastor, liderando a las ovejas desde el frente, listo para entregar su vida por la seguridad del rebaño. Pablo subraya este importante factor de liderar desde el frente: “Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Cor. 4:16). También instó a los mentores: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1). Los mentores no son troperos (que guían a las vacas desde atrás), sino pastores, que guían en el camino de justicia y de servicio.
Conclusión
La importancia y la necesidad de ser mentores eficaces no puede ser descuidada. Sin la capacitación a la segunda línea de liderazgo en el ministerio, la obra de la iglesia sufrirá. Un Josué debe seguir a un Moisés. Un Eliseo debe suceder a un Elías. Nadie puede ser un eterno líder, y ninguna organización puede tener éxito en su misión sin una adecuada provisión para la próxima generación de líderes; allí es donde entra en juego la capacitación.
Sobre el autor: Presentador y productor en el Centro Multimedios Adventista en Pune, India.
Referencias
[1] Francis D. Nichol, ed., The Seventh-day Adventist Bible Commentary (Washington, DC: Review and Herald Pub. Assn., 1953), t. 1, p. 584.
[2] John Lange, Lange’s Commentary on the Holy Scriptures, ed. Philip Schaff (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1960), t. 3, p. 16.
[3] Merrill C. Tenney, New Testament Survey (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1961), p. 334.
[4] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 753.